En el parlamento francés, el general Charles de Gaulle se alía a los comunistas para oponerse a la Comunidad Europea de Defensa (CED).
Estados Unidos empuja sus aliados de la Unión Europea a prepararse para una Tercera Guerra Mundial, una guerra que tendrán que librar si quieren salir airosos de la “trampa de Tucídides”.
A menos que toda la agitación alrededor de ese asunto sea sólo para mantener a los aliados “anclados” del lado de Washington mientras que en Sudamérica, África y Asia, gran número de Estados se declaran neutrales.
Al mismo tiempo, los tambores de la guerra despiertan a los militaristas japoneses, quienes, como los «nacionalistas radicales» en Ucrania, regresan a la escena.
Ante los logros alcanzados por los partidarios de un mundo multipolar, la reacción de los defensores del «imperialismo estadounidense» no se ha hecho esperar.
En este artículo analizaremos dos operaciones: la transformación del mercado común europeo en una estructura militar y la reconstrucción del Eje de la Segunda Guerra Mundial. Este segundo aspecto hace entrar en juego un actor que hasta ahora parecía mantenerse al margen: Japón.
EL CAMBIO DE PIEL DE LA UNIÓN EUROPEA
En 1949, Estados Unidos y Reino Unido crean la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) e incorporan a ese bloque militar los Estados que habían liberado en Europa occidental, además de Canadá. El objetivo de Washington y Londres no es defensivo. Se trata de preparar un ataque contra la Unión Soviética, la cual responde creando el Pacto de Varsovia.
En 1950, al inicio de la guerra de Corea, Estados Unidos se plantea extender el conflicto a la República Democrática Alemana (RDA, llamada en Occidente «Alemania Oriental» o «Alemania del Este»).
Pero aquel plan exigía el rearme de la República Federal de Alemania (RFA, llamada en Occidente «Alemania Occidental» o «Alemania del Oeste)», a pesar de la oposición de Francia, Bélgica y Luxemburgo. Washington y Londres proponen entonces la creación de una Comunidad Europea de Defensa (CED), pero fracasan ante el rechazo de los gaullistas y de los comunistas franceses.
Paralelamente, Washington y Londres contribuyen a la reconstrucción de Europa occidental con el Plan Marshall. Pero ese plan incluye numerosas clausulas secretas, como la creación de un mercado común europeo, ya que Washington trata simultáneamente de dominar Europa occidental en el plano económico y de contrarrestar, en el plano político, la influencia comunista y el avance del «imperialismo soviético».
Las comunidades económicas europeas –y posteriormente la Unión Europea– son la cara civil de la moneda estadounidense cuya cara militar es la OTAN. En definitiva, más que una “administración” que reúne a los jefes de Estado y/o de gobierno de los países miembros de la Unión Europea, la actual Comisión Europea es más bien la interface entre esos personajes y la OTAN.
Las normas europeas en áreas como el armamento y la construcción, pero también en materia de equipamiento, de producción de ropa y de alimentos, entre otros sectores, se deciden inicialmente en la OTAN, primero en Luxemburgo y luego en Bélgica. Sólo después esas normas son enviadas a la Comisión Europea y, como último paso, se aprueban en el Parlamento Europeo.
En 1989, mientras se derrumbaba la Unión Soviética, el entonces presidente de Francia, Francois Mitterrand, y el canciller alemán, Helmut Kohl, creen poder liberar Europa occidental del tutelaje de Washington para poder competir con Estados Unidos.
Las negociaciones al respecto se desarrollan al mismo tiempo que el fin de la ocupación cuadripartita en Alemania (el 12 de septiembre de 1990), la reunificación de Alemania (el 3 de octubre de 1990) y la disolución del Pacto de Varsovia (el 1º de julio de 1991). En Europa occidental, Washington acepta el Tratado de Maastricht con la condición de que ese documento reconozca la dominación militar estadounidense. Los gobiernos de Europa occidental aceptan ese principio.
Pero Washington no confía en el tándem Mitterrand-Kohl.
Estados Unidos exige entonces que la Unión Europea incorpore todos los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia, y hasta los nuevos Estados independientes ex soviéticos.
Estos últimos Estados no comparten las aspiraciones de los negociadores de Maastricht. Más bien desconfían de ellos y, si bien esperan deshacerse de la influencia de Rusia, tampoco quieren verse bajo la influencia alemana. Resultado, los ex miembros del llamado «bloque del este» confían su defensa únicamente al «paraguas estadounidense».
En 2003, Washington aprovecha una coyuntura especialmente favorable.
El gobierno del socialista español Felipe González preside la Unión Europea y Javier Solana, igualmente español, ocupa el cargo de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
Estados Unidos impone entonces la adopción de la «Estrategia Europea de Seguridad», copia al carbón de la National Security Strategy del presidente estadounidense George W. Bush.
En 2016, la italiana Federica Mogherini, también desde el cargo de Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, “actualiza” la Estrategia Europea de Seguridad.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, utilizó el mandato de su país como presidente de la Unión Europea para reinstaurar la antigua Comunidad Europea de Defensa (CED), ahora bajo la denominación de “Brújula Estratégica”.
Esta vez, el proyecto no será presentado a los parlamentos de los países miembros de la UE. Los jefes de Estado y de gobierno simplemente lo adoptan, sin discutirlo ni explicarlo a sus conciudadanos.
En 2022, en plena guerra en Ucrania, Estados Unidos –como en el momento de la guerra de Corea– estima necesario el rearme de Alemania para utilizarla contra Rusia, potencia sucesora de la URSS.
Así que Washington transforma la Unión Europea, ahora con más precaución que en tiempos de la guerra fría. Francia preside la UE y Washington pone en manos del presidente francés Emmanuel Macron la llamada «Brújula Estratégica», que será finalmente adoptada un mes después del inicio de la intervención rusa en Ucrania.
Los miembros de la Unión Europea están tan confundidos que todavía no saben con precisión si están juntos para cooperar o para integrarse –muestra de lo que el estadounidense Henry Kissinger llama la «ambigüedad constructiva».
Ahora, en marzo de 2023, el actual Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, acaba de organizar el primer «Foro Robert Schumann sobre Seguridad y Defensa».
Numerosos ministros de Defensa y de Relaciones Exteriores de los países miembros de la Unión Europea participaron en ese encuentro, además de los Estados europeos no miembros de la UE, pero proestadounidenses.
También estuvieron representados a nivel ministerial países como Angola, Ghana, Mozambique, Níger, Nigeria, Ruanda, Senegal, Somalia, Egipto, Chile, Perú, Georgia, Indonesia y Japón. Organizaciones internacionales como la OTAN, la ASEAN, el Consejo de Cooperación del Golfo y la Unión Africana también enviaron representantes y la Liga Árabe estuvo representada por su secretario general.
El objetivo explícito de este Foro Robert Schumann sobre Seguridad y Defensa es defender «el multilateralismo y un orden internacional basado en reglas», lo cual es la fraseología elegante que se utiliza en Occidente contra el proyecto ruso-chino de «mundo multipolar basado en el Derecho Internacional».
La Unión Europea ya utilizó la epidemia de Covid-19 para atribuirse, en el sector de la salud, poderes que no están previstos en los Tratados europeos. Como expliqué al inicio de la epidemia de Covid-19, el confinamiento obligatorio de la población sana no tenía precedente en la historia de la medicina mundial.
Esa medida fue concebida a pedido de Donald Rumsfeld –cuando este era secretario de Defensa de Estados Unidos, después de haber sido director general del laboratorio Gilead Science– por el doctor Richard Hatchett, convertido en director de la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI), cargo que utilizó para promover mundialmente el confinamiento de las poblaciones ante la pandemia [1].
Segun el informe clasificado que el Dr. Richard Hatchett redactó en 2005 –texto que, desgraciadamente, sólo conocemos a través de las reacciones que suscitó– el confinamiento de los civiles sanos en sus domicilios debía servir para determinar qué empleos podían ser objeto de planes de reubicación geográfica y poder cerrar en Occidente las industrias de bienes de consumo para concentrar la fuerza de trabajo en la industria de guerra en caso de conflicto.
Todavía no hemos llegado a eso pero, dado el hecho que la Unión Europea ya se arrogó poderes no previstos en materia de salud pública, sin que los europeos rechazaran sus imposiciones, esa entidad supranacional ya está reinterpretando los Tratados para convertirse en una potencia militar.
El español Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, en el Foro Robert Schumann sobre Seguridad y Defensa.
La semana pasada, en el marco del Foro Schumann, Borrell presentó su primer informe sobre la implementación de la «Brújula Estratégica», la cual apunta a coordinar el uso en común de los medios y tropas de los ejércitos nacionales de los países miembros de la UE, incluyendo los servicios de inteligencia. Ya no se trata de cooperación sino de integración.
El hecho es que el proyecto del presidente francés Emmanuel Macron entierra el de su predecesor, el general Charles de Gaulle, defensor histórico de la soberanía de Francia junto a los comunistas franceses.
La «Europa de la defensa» es ahora un eslogan que apunta a poner en manos del Comandante Supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa, el general estadounidense Christopher G. Cavoli, no sólo las fuerzas armadas de todos los países de la Unión Europea sino incluso el control de todas las decisiones sobre su financiamiento, decisiones que hasta ahora se tomaban en el seno de los parlamentos nacionales, y hasta las decisiones sobre el armamento y la organización de los ejércitos nacionales, que eran prerrogativas de los gobiernos nacionales. En otras palabras, la Unión Europea está organizando un ejército común sin saber quién va a dirigirlo.
LA RECONSTRUCCIÓN DEL EJE NAZI-NIPÓN
Cuando piensan en la Segunda Guerra Mundial, los europeos recuerdan sobre todo los años 1939 y 1945. Pero el conflicto comenzó realmente en 1931, después del ataque de varios generales japoneses contra los soldados chinos en Manchuria.
Era la primera vez que la facción militarista imponía su voluntad al poder civil nipón, tendencia que se agravó meses después cuando un grupo de militares asesinó al primer ministro civil.
Japón se convirtió en una potencia militarista y expansionista. La liberación de Manchuria por el Ejército Rojo, en 1945, no puso fin a aquella guerra.
Estados Unidos lanzó sobre Japón dos bombas atómicas para impedir que Tokio se rendiera a la URSS.
Japón, en efecto, se rindió a los generales estadounidenses, pero la lucha prosiguió hasta 1946 ya que numerosos japoneses se negaron a rendirse ante los militares estadounidenses. O sea, la Segunda Guerra Mundial comenzó realmente en 1931 y duró hasta 1946.
Pero los europeos no lo ven así porque sólo se habló de «Segunda Guerra Mundial» a partir del surgimiento del Eje Roma-Berlín-Tokio (el «Pacto Tripartita», al que rápidamente se unieron Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania.
El Eje no se basaba en los intereses –muy diferentes– de sus miembros sino en el culto de todos ellos por el uso de la fuerza. Para reinstaurarlo en nuestra época hay que unir a quienes comparten ese culto.
Yoshio Kodama, el primer “padrino” de los yakuzas, desempeñó un papel importante en el militarismo japonés.
Encarcelado después de la Segunda Guerra Mundial, Yoshio Kodama, se vio beneficiado por el viraje político de Estados Unidos.
Fundó el Partido Liberal, en cuyas filas se formaron el ex primer ministro Shinzo Abe y el actual jefe del gobierno japonés, Fumio Kishida. Kodama dirigió en secreto numerosas operaciones de la CIA en Japón y fue miembro de la Liga Anticomunista Mundial cuando esa organización tenía como presidente a la ucraniana Slava Stetsko, la redactora del artículo 16 de la actual Constitución de Ucrania.
Slava Stetsko
Cuando Estados Unidos ocupó Japón, en 1946, se planteó inicialmente la realización de una purga para apartar del poder a todos los militaristas.
Pero, con el inicio de la guerra de Corea, Washington decide apoyarse en Japón para luchar contra el comunismo. Así fueron suspendidos todos los juicios iniciados y 55 000 altos funcionarios japoneses fueron rehabilitados.
Washington inició entonces el plan Dodge, equivalente del Plan Marshall implementado en Europa occidental.
Entre los beneficiados por aquel cambio de política estuvo Hayato Ikeda, quien se convirtió en primer ministro y restauró la economía nacional.
Con ayuda de la CIA, Hayato Ikeda fundó el Partido Liberal Democrático. De la corriente de Ikeda saldrían posteriormente Shinzo Abe (primer ministro de 2012 a 2020) y el sucesor de Abe y actual primer ministro, Fumio Kishida.
Ahora, Kishida acaba de viajar a Ucrania, convirtiéndose así en el primer jefe de gobierno asiático que visita ese país desde el inicio de la intervención rusa. Kishida visitó una fosa común en Bucha y expresó sus condolencias a las familias de las víctimas de los «crímenes rusos».
La mayoría de los analistas interpretan su viaje como parte de la preparación de la próxima cumbre del G7, que tendrá lugar precisamente en Japón. Pero quizás sea mucho más que eso.
El 21 de marzo de 2023, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, y el presidente ucraniano Volodimir Zelenski establecen una alianza contra Rusia y China, reanudando así los vínculos que existieron entre Yoshio Kodama y Slava Stetsko.
En el comunicado final de su encuentro, Kishida y Zelenski subrayan «la inseparabilidad de la seguridad euro-atlántica e indo-pacífica» y «la importancia de la paz y de la estabilidad a través del estrecho de Taiwán».
Para ellos no sólo se trata de defender Ucrania ante Rusia sino también de defender Japón frente a China. El comunicado que emitieron contiene las bases de una nueva alianza entre los nacionalistas integristas ucranianos –sucesores de los colaboradores ucranianos de los nazis [2] y los sucesores del nacionalismo Shōwa.
La Ucrania actual es el único Estado del mundo que tiene una Constitución explícitamente racista.
Adoptada en 1996 y revisada en 2020, la Constitución ucraniana estipula en su artículo 16 que «Preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es responsabilidad del Estado».
Ese artículo fue redactado por Slava Stetsko, la viuda del primer ministro nazi ucraniano y colaborador del III Reich, Yaroslav Stetsko.
La Constitución japonesa, por el contrario, renuncia a la guerra en su artículo 9. Pero Shinzo Abe y Fumio Kishida ya iniciaron la lucha por la abrogación de ese artículo, que aún impide al gobierno de Japón –por ejemplo– el envío de material militar letal a otros países.
El gobierno de Kishima se ha visto así obligado a limitarse al envío de 7 100 millones de dólares en ayuda humanitaria y financiera a Kiev. Esta semana Kishida anunció el envío de material militar no letal por un valor ascendente a 30 millones de dólares.
La remilitarización de Japón cuenta con el respaldo de Washington, que ya se unió al bando de los pronazis al apoyar a Kiev.
El embajador de Estados Unidos en Tokio, Rahm Emmanuel, escribió en Twitter: «El primer ministro Kishida efectúa una visita histórica en Ucrania para proteger al pueblo ucraniano y promover los valores universales inscritos en la Carta de las Naciones Unidas (…)
A unos 900 kilómetros de allí, una asociación diferente y más nefasta toma forma en Moscú», clara alusión al encuentro entre el presidente chino Xi y el presidente ruso Putin.
Por su parte, el vocero del ministerio chino de Relaciones Exteriores, Wang Weibin, prefirió mostrar optimismo al expresar su esperanza de «que Japón hará presión por un apaciguamiento de la situación y no lo contrario».
Mientras tanto, Rusia envió dos bombarderos estratégicos a sobrevolar el Mar de Japón durante unas 7 horas.
https://www.voltairenet.org/article219082.html
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La trampa de Tucídides es una teoría que explica la relación entre una potencia hegemónica en declive y otra en ascenso. Según este planteamiento, la tensión entre ambas potencias puede conducirlas a una guerra hegemónica en la que la gran potencia venza y asegure su primacía, o pierda y sea reemplazada por la potencia en ascenso. El concepto fue creado por el politólogo estadounidense Graham Allison en 2015 para analizar la competición entre Estados Unidos y China, que, según Allison, corren el riesgo de llegar a ese escenario.
La teoría se inspiró en la Historia de las Guerras del Peloponeso de Tucídides, historiador griego del siglo V a. C. En su libro, Tucídides narra cómo Esparta, la ciudad-Estado griega más poderosa del momento, vio amenazado su poder por el rápido ascenso de Atenas, que aspiraba a convertirse en la potencia hegemónica. El temor a que el poder ateniense siguiera creciendo llevó a Esparta a declarar la guerra contra Atenas. Los atenienses perdieron la resultante guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), poniendo fin a su ascenso.