“Entiendo que no sea fácil sancionar a un asesino que cuenta con un ejército de 500.000 cómplices armados y victoriosos. No obstante, si no es posible imponerle un castigo físico al criminal, que está protegido por las bayonetas de sus cómplices, no existen tampoco bastiones ni fortalezas que puedan salvar al culpable del castigo moral de la opinión pública”.
Juan Bautista Alberdi, El crimen de la guerra
Carta de despedida como subpresidente de Colombia a mi hija
Bogotá, agosto 7 de 2022:
Querida hija Eloísa:
Hoy cuando dejo la subpresidencia de Colombia quiero escribirte una carta en la que me despido de este cargo que nunca me merecí y al que llegué por esas casualidades del destino, por haberme enrolado en el bando ganador del Centro Demoniaco, y por resultar favorecido por un monumental fraude electoral, que nuestros enemigos, que siempre se niegan a reconocer los gajes de nuestra pseudodemocracia, han bautizado como la ñeñepolítica.
Y me dirijo especialmente a ti, aunque también a mis otros dos hijos, a Matías y a Luciana. Y lo hago porque hace cuatro años cuando estaba en plena campaña presidencial y cuando sabía que iba a ganar, porque el fraude estaba cantado con antelación, te escribí una carta, un vil plagio tengo que reconocerlo de otras cartas similares que políticos mediocres y tan estrechos de miras como yo difundieron en sus respectivos países.
En esa carta te anunciaba, sin eufemismos, que cuando fuera subpresidente de Locombia, en esos cuatro años (2018-2022) haría todo lo posible por destruir a este país, hundir a la mayoría de la gente en la pobreza extrema, entregar sus recursos naturales a las empresas transnacionales, destruir sus bosques y sus selvas, enriquecer aún más a los ricos y poderosos que represento y, sobre todo, llenar de sangre y dolor a los pobretones y vaciados de esta tierra haciendo trizas eso embeleco que el terrorista Juan Manuel Santos denominó Acuerdo de Paz y que el mismo empezó a dinamitar.
Tengo que decirte, con orgullo, que esos propósitos se hicieron realidad mucho más allá de lo esperado por propios y extraños.
Me queda la satisfacción de haber hecho cosas que superaron hasta las predicciones más pesimistas sobre lo que yo y mis secuaces del Centro Demoniaco y de los partidos aliados, todos dirigidos por el Señor de las Sombras, el innombrable o el Matarife, éramos capaces de hacer.
Para los que dudaban de mis capacidades y de mi férrea voluntad por ensangrentar este país te voy a hacer un recuento de todas mis realizaciones.
Te pido un poco de paciencia, pues tengo tantas cosas que contarte, que me voy a detener con cierto detalle en mis grandes realizaciones, como testimonio histórico de todo lo que hemos sido capaces de hacer.
Y te lo cuento especialmente a ti, porque hace cuatro años eras una niña y ahora que entras a la adolescencia te quiero suministrar elementos de reflexión, para que en el futuro defiendas mi legado criminal y lo continues, como han hecho Tony y Jerry los hijos del Matarife, que ahora son unos poderosos y prósperos empresarios, situación a lo cual pudieron llegar simulando que vendían sombreros vueltiaos en una empresita que su papá les ayudó a montar cuando fue Presidente entre 2002 y 2010.
Bueno, pero no demos más rodeos y vayamos al grano, sobre mis grandes logros. En adelante seré un poco esquemático, basándome en mi literatura naranja de cabecera en la que sobresale la obra magna de los Siete Enanitos.
FRAUDE ELECTORAL
Empecemos por el principio. Te confieso, sin vergüenza ni arrepentimiento, que en 2018 ganamos la presidencia recurriendo a una vieja treta de la política colombiana que practicamos cada vez que es necesario, me refiero al fraude electoral.
En esta ocasión, cuando ya se presagiaba el triunfo del guerrillero Gustavo Petro, no dudamos un instante, ni nos tembló la mano a mi y a mis secuaces de eso que llaman, demagógicamente para satisfacción de liberales, las “instituciones democráticas” de robarnos las elecciones.
El mecanismo utilizado consistió en aliarme con delincuentes, narcos, traquetos en la costa atlántica, y no es casual que fuera preferentemente allí porque de esa región procede el guerrillero Petro.
Entre nuestros aliados estaba el ganadero y narcotraficante José Guillermo Hernández, conocido en el bajo mundo del hampa como el Neñe Hernández. Este individuo patriota hizo aportes a nuestra campaña para comprar votos, los cuales fueron suficientes y necesarios para derrotar al candidato de los terroristas.
Afortunadamente, antes de que nuestros enemigos dieran a conocer lo que denominaron la Neñe política nuestro socio, aliado y amigo murió en extrañas circunstancias en Brasil, todo un alivio porque así nos quitamos de encima a un personaje que no sabemos que podría decir y confesar después.
Luego que murió el Neñe se destapó el escandalo y se rebelaron fotos en las que aparezco sonriente en plena campaña con este prospero y patriota empresario que, por sus grandes realizaciones, debe estar en pleno infierno quemándose en la última paila, un destino que también me espera a mí.
Ese escándalo de la Neñepolítica tuvo algún ruido mediático, pero nada comparado a lo de Venezuela, donde una elecciones legitimas y legales las saboteamos por orden de nuestro amo imperial, el gobierno de Estados Unidos, y se siguen difundiendo hasta hoy las noticias de supuesto fraude, para destruir un país, tema que te comentaré más adelante.
Fue un breve ruido mediático, digo, que no paso a mayores, por la sencilla razón de que mi triunfo fraudulento beneficiaba a los verdaderos dueños de este país. Estos y las impolutas “instituciones colombianos”, empezando por la Fiscalía de bolsillo a nuestra disposición, con embustes, mentiras y ocultamientos, finalmente archivaron el proceso y proclamaron que no hubo fraude.
Esa es una mentira, querida hija, porque el fraude fue tan notorio que existen pruebas de toda índole: videos, fotografías, miles de conversaciones telefónicas, cuentas bancarias, vínculos y nexos entre los que dirigían mi campaña, el Centro Demoniaco y quienes compraron votos y trasladaron dineros para adquirirlos.
En conclusión, el fraude electoral fue mi primer gran logro y no tengo porque ocultártelo a ti que, seguro, mantendrás el secreto for ever.
RELACIONES INTERNACIONALES
Yo que fui formado en un garaje universitario de la extrema derecha colombiana, la Universidad Sergio Arboleda ‒que lleva el nombre de un traficante de esclavos del gran Cauca decimonónico‒ y que luego tuve el privilegio de vivir y estudiar en los Estados Unidos, mi verdadera patria, continué con esa vieja tradición colombiana de convertir a este país en un suburbio pobre y miserable de Miami y en un protectorado del Tío Sam.
Lo que pasa es que realice cosas radicalmente nuevas, y que me satisfacen para mostrar que he sido una simple marioneta de nuestros amos del Norte. Y eso me enorgullece, no me da pena decirlo.
Así como ese vocero de los terroristas que es Juan Manuel Santos alguna vez dijo que le sonaba a música celestial que se dijera que Colombia es el Israel de América Latina, a mí me produce un goce casi orgiástico que digan que soy el títere de Estados Unidos.
Y lo mejor del caso es que eso no es una afirmación retórica ni mucho menos. No, los hechos lo prueban fehacientemente, como lo explico a continuación.
Nuestro objetivo prioritario, siempre siguiendo órdenes emanadas en Washington, ha sido destruir el régimen de extrema izquierda imperante en Venezuela desde los tiempos del populista Hugo Chávez.
Esa fue la orden impartida desde fuera, por los Estados Unidos, y desde dentro por los dueños de este país.
En esa dirección, afortunadamente, Juan Manuel Santos ya había dado el primer paso, que nos facilitó mucho nuestra labor, al no reconocer el resultado electoral en el que Maduro ganó las elecciones. Y yo, con la autoridad moral que me proporciona la ñeñe-política, me cogí de ese mismo argumento de Santos para no reconocer al terrorista Nicolás Maduro.
Este fue solamente el soporte principal para legitimar toda la política de saboteo y destrucción de la sociedad venezolana, nuestro verdadero objetivo como el de Estados Unidos, por aquello de que no puede dejarse que el mal ejemplo cunda y por eso hay que destruir a todos aquellos países que se atreven a plantear un camino distinto al del libre mercado que tanta muerte y desolación produce, para nuestra entera satisfacción.
Como parte de la destrucción de la sociedad y el pueblo venezolano, participamos en el bloqueo criminal y asesino contra el país vecino.
El resultado está a la vista: contribuimos a destruir los programas sociales, generamos una crisis inflacionaria mediante distintos mecanismos de piratería financiera, nos robamos una empresa venezolana (Polímeros S.A.), somos corresponsables en el incremento de la pobreza, que ha dado como resultado la fuga masiva de millones de venezolanos (muchos de ellos en verdad colombianos de nacimiento o de segunda generación que habíamos expulsado años atrás y, que despistados, regresan a este país, pensando que acá iban a ser acogidos con los brazos abiertos).
En verdad, hemos recurrido a la peor demagogia al decir que nos interesaban los zarrapastrosos de Venezuela, un vulgar pretexto porque queríamos era desestabilizar y empobrecer a Venezuela y es un gran logro que lo hayamos alcanzado.
Que satisfacción me produce ver a miles de venezolanos jóvenes, con niños de brazos, durmiendo en las calles de nuestras ciudades, pidiendo limosna, siendo super explotados en trabajos precarios, mendigando en Transmilenio.
Eso es lo que queríamos para desacreditar el socialismo del siglo XXI y lo hemos alcanzado más allá de lo esperado, no me importa desde luego que eso haya significado el incremento de la pobreza en Colombia, pues eso ni a ti ni a mi nos afecta.
El otro punto que debo destacar es que en esa obsesión anti venezolana que invade todo mi ser he realizado hechos que nunca se habían llevado a cabo en Colombia, y eso con todo el nivel de abyección que nos ha caracterizado históricamente.
Al respecto quiero destacar algunos elementos que quedan ya registrados en los anales de la infamia universal. El primero el reconocimiento de ese pelele llamado Juan Guaidó como Presidente de Venezuela.
Por supuesto, la idea no fue mía ‒yo que no tengo ninguna idea propia que me iba a ingeniar un proyecto tan perverso‒ sino de nuestros amos de Estados Unidos, quienes a comienzos de 2019 decidieron apoyar a uno de sus títeres, formado en el odio, el racismo y el desprecio hacia los pobres, como presidente encargado de Venezuela.
Lo que es llamativo radica en que ese personaje no había ganado ninguna elección presidencial, en la que ni siquiera había sido candidato, sino era un aparecido, el hombre escogido desde Washington, al estilo de los títeres que siempre ha impuesto en nuestro continente durante el siglo XX. Y nosotros decidimos apoyarlo y lo seguimos apoyando hasta este momento, 7 de agosto de 2022, a las tres de la tarde, cuando dejo de ser subpresidente.
No importa que ese apoyo se haya diluido y solamente lo reconozcamos unos cuantos lunáticos, entre los cuales estamos nosotros y que eso haya servido para que en Londres se roben las reservas de oro que el gobierno venezolano depositó allí.
Te repito, y perdona mi insistencia, que lo interesante es la novedad de nuestro accionar: reconocer como presidente de un país a un individuo que ni siquiera participó en elecciones, sino que fue designado a dedo por el gobierno de Donald Trump y sus asesores de la gusanería de Miami, pasando por encima de cualquier requisito formalmente democrático.
Nos enaltece que hayamos entrado en la Historia por participar en tan monumental embuste, junto a Estados Unidos, la Unión Europea y la Pandilla de Lima.
El segundo aspecto, ligado al anterior, es mi papel, lamentable y vergonzoso, en la supuesta ayuda humanitaria del 23 de febrero de 2019. Este hecho tiene muchos entretelones que te resumo rápidamente. La tal ayuda, como se comprobó después, fue un intento que se urdió, financió, organizó y publicitó mediáticamente por los Estados Unidos para su beneficio.
Su pretensión era clara: disfrazar por medio de una supuesta ayuda filantrópica y un concierto humanitario de cantantes anticomunistas la ocupación de Venezuela y el derrocamiento del usurpador.
Yo participé en ese acontecimiento, pues me asenté en Cúcuta en el momento mismo en que íbamos a invadir a Venezuela. Desafortunadamente, los gobernantes de Venezuela y sus fuerzas armadas no cayeron en la trampa e impidieron con decisión que esa invasión se llevara a cabo.
Calculamos mal, tanto que en ese momento fue cuando dije una de mis grandes frases: “a la dictadura le quedan pocas horas”. Yo lo dije convencido, por aquello de la arrogancia del poder de los Estados Unidos, que iba a suceder lo de siempre, que iban a ganar los buenos según el guion de los bodrios cinematográficos de Hollywood que tanto me gustan, y los buenos de la película somos nosotros. Pero vaya sorpresa, los malos han ganado y no se dejaron derrocar.
Hoy, cuando me voy como subpresidente, tengo que decirte que las pocas horas que le quedaban a Maduro se han convertido en casi 31 mil horas.
Primero me fui yo que él. Pero ese fracaso es atribuible a la ceguera de pensar no con la cabeza sino con los pies, y de seguir fielmente las ordenes de la gusanería que asesoraba a Trump y que pensaba que en febrero de 2019 se iba a repetir lo de Libia con Gadafi o lo de las tales revoluciones naranjas en los países de la antigua orbita soviética.
Yo me sentía lleno de optimismo en esos momentos, porque me veía entrando como un libertador junto con Juan Guaidó y aclamado por las multitudes en las calles de Caracas y, además, soñaba y anhelaba, ver el cadáver de Nicolás Maduro, una idea que me embarga dormido y despierto desde que fui elegido subpresidente.
Qué frustración que eso no se haya podido realizar, solo me queda la satisfacción de haberlo intentado.
El tercer hecho, relacionado con lo antes planteado, estriba en la forma como entró y fue recibido con honores ese imbécil de Juan Guaidó, al que le dimos trato presidencial, lo recibimos en la alfombra roja destinada a los primeros mandatarios y hasta los trasladamos en nuestro avión presidencial por varios países del continente.
No guardamos para nada las formas, eso ya no nos importaba. Y lo mejor del caso fue la manera como lo metimos a Colombia, valiéndonos de nuestros grandes amigos, esos asesinos paramilitares que responden al nombre de los rastrojos, famosos entre otras cosas por haber usado hornos crematorios al estilo nazi para desaparecer a las personas que masacraron.
Pues en ellos nos apoyamos para ingresar a Juan Guaidó al que recibimos como héroe en la frontera. El heroísmo fue de los rastrojos. En ese momento dije otra famosa frase “Estamos del lado correcto de la historia”, para enfatizar mi apoyo al usurpador Guaidó. Esto quiere decir apoyar a lo más retrogrado y atrasado del continente y del mundo, a la gusanería de Miami, al régimen de Donald Trump y luego el de Joe Biden, y a los rastrojos. Estar con todos esos asesinos es estar del lado correcto de la historia, apoyando y participando de cuanta causa criminal e injusta hay en el mundo.
El cuarto hecho, que reconozco con orgullo, radica en que fuimos organizadores y apoyamos la Operación Gedeón con la que pretendimos que un grupo de mercenarios mataran a Maduro e impusieran el orden de la muerte Made in USA. En este caso hicimos todo lo posible por jugarnos esa carta, porque ya había fracasado la ayuda humanitaria y mentiras por el estilo y había que recurrir a medios duros de saboteo y agresión militar abierta, que complementan el saboteo encubierto que venimos realizando hace varios años. Lamentablemente, como sucedió durante todo mi reinado en el asunto de Venezuela no gané ni una y esta invasión también fue un rotundo fracaso.
El quinto hecho, memorable, fue mi participación en la Asamblea General de la ONU, en 2019, cuando anuncié con bombos y platillos que traía pruebas irrefutables del apoyo del régimen de Maduro a los terroristas colombianos. Yo, ingenuo, pensaba que en el mundo me iban a creer todas las estupideces que digo, cuando ni siquiera en Colombia me creen, y además suponía que existe la “inteligencia militar” (un verdadero oxímoron) y que la información que me daba era fiable. Ingenuo, digo, al creer tamaño embuste, cuando uno sabe como en Colombia los militares mienten desde siempre. El asunto es que ya no estábamos mintiendo para uso exclusivamente interno, sino a nivel mundial.
Y rápidamente se descubrió que las grandes pruebas que presenté eran fotos trucadas, sin sustento alguno y que demostraron de paso mi ignorancia en materia de geografía colombiano, pues me hicieron confundir el Táchira con el Departamento del Cauca. Por eso, fui el hazmerreír del mundo durante unos cuantos días. Eso no me importa, al fin y al cabo, con mi discurso de los siete enanitos ante la UNESCO, ya había dado muestras de mi brillantes e inteligencia, la que deseo de todo corazón, querida hija mía, que nunca heredes, porque eso te haría quedar en ridículo como yo quedo continuamente, siempre que abro la boca.
No te comento más de Venezuela, porque creo que fue suficiente. Ahora te quiero hablar de otras grandes realizaciones de mi política internacional, que no es de Estado, sino la dictada por el Centro Demoniaco. En esa dirección tengo que decir que nuestros soldados se han convertido en mercenarios internacionales y el hecho más sobresaliente en el que participaron fue en el asesinato del negro ese que oficiaba como presidente de esos pobretones de Haití.
Nuestros bravos soldados, tan buenos y efectivos a la hora de matar colombianos con plena impunidad y de ser aplaudidos por todos nosotros, procedieron de la misma forma en Haití, pensado que iban a ser recibidos como héroes.
Asesinaron al presidente de Haití y los cogieron con las manos en la masa, para nuestra desgracia. Lo lamentable no es que hayan matado a ese personaje que oficiaba de Presidente, algo que intentamos hacer en Venezuela en reiteradas ocasiones, sino que se hayan dejado capturar.
Y el último hecho que te quiero comentar es el de Cuba, ese país cuna del terrorismo latinoamericano y mundial. Pues a ese país le cobramos por haberse prestado para que en su suelo se realizaran los diálogos con los terroristas de las FARC primero y luego con los del ELN.
No podíamos aceptarlo y por eso, luego de un atentado contras nuestros policías, que son tan matones como los del Ejército, decidimos romper los diálogos que había iniciado Santos con los elenos y le pedimos a Cuba que nos entregara a sus cabecillas, desconociendo los protocolos firmados y el derecho internacional.
Como el régimen cubano no nos obedeció empezamos una campaña de saboteo y, por primera vez, en muchos años nos negamos a condenar en la ONU el bloqueo que los Estados Unidos mantienen hace más de 60 años. Fuimos los pocos que en 2019 nos plegamos a este crimen de nuestros amos imperiales.
Mientras 187 países condenaron el bloqueo, Estados Unidos, Israel y Brasil votaron a favor de mantenerlo y dos países nos abstuvimos: Colombia y Ucrania. Eso, querida hija, es lo que se llama estar en el lado correcto de la historia, si la historia de los poderosos, mandamases y criminales que, como nosotros, gobiernan el mundo a su medida y de acuerdo con sus intereses.
Como si faltara algo, quiero rematar esta sección de mi carta, haciendo alusión a otro hecho llamativo, que nos ha dejado en ridículo a nivel mundial, pero que importa, si de eso es que se trata. En Israel, nuestro Ministro de Guerra, el mataniños Diego Molano, en una visita oficial que le hicimos a nuestros admirados sionistas que aplastan a esos despreciables palestinos todos los días, le declaró la guerra a Irán.
Sus declaraciones son de una brillantez inusual al estilo de Cantinflas, por eso las cito textualmente: «Aquí tenemos un enemigo común y es el caso de Irán y Herbola, que opera en contra de Israel pero también apoya al régimen de Venezuela, y por lo tanto es un esfuerzo importante y un intercambio de información e inteligencia el que desarrollamos con las fuerzas militares y el Ministerio de Defensa en Israel».
Creo que ya está bien, es suficiente, con este cursito acelerado de Relaciones Internacionales que te he impartido en esta carta. Solo he pretendido mostrarte con detalle todas las ruindades de que he sido capaz en estos cuatro años. Si me dejan otros añitos más le declaró la guerra hasta el gato de la esquina, para demostrar de lo que somos capaces los traquetos de Macondo.
No se te olvide que nuestro patrón, el Matarife, se hizo famoso por dos afirmaciones sabias, que siempre vale la pena recordar: una, “Le doy en la cara Marica” (perdona por el término, pero ese es el vocablo un poco áspero de nuestro ilustrado dueño del Uberrimo), y dos, “Me faltó tiempo para hacer un operativo militar en Venezuela”. Lo mismo puedo decir hoy: me falto tiempo para declararle la guerra abierta, porque encubierta siempre la hicimos, a Venezuela, a Irán y hasta a Rusia, porque su dictador Vladimir Putin fue el organizador del paro terrorista de 2021, como te comentaré más abajo.
HACER TRIZAS LAS PAZ Y REGAR SANGRE DE COLOMBIANOS
La consigna central de mi campaña electoral hace cuatro años fue hacer trizas ese papelucho maloliente que los terroristas de las FARC impusieron por mediación de ese traidor llamado Juan Manuel Santos.
Con mi mentor y guía espiritual el Matarife nos dimos a la tarea de diseñar los mecanismos más idóneos para destruir al mismo tiempo el acuerdo y, sobre todo, a sus firmantes del lado terrorista. Con enorme satisfacción, de esa que hincha el pecho de patriotismo de bolsillo, como el que me caracteriza a mi que soy un gringo que por accidente nació en Colombia, puedo decirte que realizamos a cabalidad el objetivo de destruir cualquier proyecto de paz y ensangrentar aún más a Locombia.
Las cifras son dicientes de lo que hemos alcanzado y, perdóname, que te las mencione a ti, tan joven, pero sencillamente es que me produce mucha felicidad mencionarlas: durante mi brillante gestión gubernamental hemos matado, y digo hemos porque la participación del Estado y de nuestros proxis, los paras, es notable, a 870 terroristas que llaman, “líderes sociales”, algo así como uno cada tercer día. Además, en este años, hasta el día de hoy en que dejo, a mi pesar, el solio subpresidencial se han matado a casi 100 de esos supuestos lideres.
Durante mi desgobierno las masacres se multiplicaron cuatro veces, una cada tres días. En el 2021 se realizaron 78 masacres en todo el territorio nacional, como muestra de nuestra determinación, firme y de corazón grande, de acabar con los terroristas, que siempre utilizan múltiples disfraces.
Podrás pensar que en esa materia se ha innovado poco o nada en estos cuatro años, pero esa es una sensación engañosa, porque hay un aspecto en donde mi cuatrienio dejará una impronta innegable: logré colocar a nivel planetario al país en el primer lugar de ambientalistas asesinados.
Y esa es la razón por la cual un biólogo de la Universidad Nacional (pobre Universidad) decidió bautizar una mariposa con mi nombre dizque porque yo me he destacado por la protección del medio ambiente, y no es un chiste querida hija, sino que refleja al nivel de postración y de simulación a que han llegado la mayoría de los miembros de la academia colombiana.
Claro, lo protejo tanto que ahora somos el país donde más se mata ambientalistas, para orgullo de Colombia y vergüenza del mundo. Y las cifras son elocuentes: en el 2020, de 225 de esos insoportables ambientalistas que asesinaron en el mundo, en Colombia matamos a 65, es decir un honroso 30%, cifra que bien podríamos haber aumentado si yo hubiera seguido en este cargo.
Pero, sin duda de ninguna especie, el hecho más destacado durante mi interminable subgobierno, ha sido que se han dado de baja a esos subversivos y terroristas que firmaron el tal acuerdo de paz y que creyeron que no le íbamos a hacer conejo. (A propósito, el símbolo de nosotros no puede ser la paloma sino el conejo, porque nunca cumplimos los acuerdos que firmamos).
Pues no, se han ido matando como debe hacerse con los que alguna vez se declararon enemigos de la propiedad privada y de nuestro capitalismo salvaje. Se han liquidado a 250 de esos firmantes, 22 de ellos en este 2022, mi último año. Eso es lo que se llama hacer trizas los acuerdos de paz, matando físicamente a quienes creyeron alcanzarla y nosotros si se la estamos dando, pero en el más allá, porque el más acá, nuestro feudo, nos pertenece y con nadie lo vamos a compartir, aunque nos toque matar a miles de colombianos, como lo vamos a demostrar durante el gobierno de ese guerrillero reciclado, alías Luciano, conocido como Gustavo Petro.
Y te digo que en el terreno de la represión sí que hemos innovado y al respecto te quiero comentar otro aspecto, que de pronto para ti, pese a tu corta edad, no ha pasado desapercibido porque lo mostramos todos los días a través de la taravisión (TV).
El mal llamado Ministerio de Defensa (que en verdad es de Guerra, pura y dura) y frente al cual colocamos a psicópatas de baja estofa, como a ese ignorante y estrafalario Diego Molano, se ha convertido en lo que podemos llamar, con gran satisfacción, el doble M, el Ministerio de la Muerte.
Debes haber visto el espectáculo mediático, con transmisión en vivo y en directo como si se tratara de un partido de futbol de nuestra alicaída Selección Colombia, de las declaraciones de Molano, junto con la Cúpula Militar, en la que ha sobresalido con oscuridad propia el general Zapateiro, admirador declarado de Popeye, uno de los sicarios predilectos de Pablo Escobar. Ellos presentan casi diariamente los muertos que han causado nuestras heroicas y patrióticas (cobardes y antinacionales, te lo confieso aquí entre nos, pero no se lo digas a nadie) fuerzas armadas.
Que han bombardeado campamentos y han liquidado a todos los terroristas que allí se encuentran, que incluso masacramos a niñas de tu misma edad y las catalogamos de “máquinas de guerra y de muerte”, para justificar nuestros crímenes.
Así hemos matado centenas de esos malnacidos que siguieron en el monte y no se concentraron en las zonas de reincorporación donde los vamos matando uno por uno. Esos bombardeos son como un elixir llovido del cielo, que demuestra que nuestro capitalismo salvaje se defiende a punto de plomo, como manda nuestro matarife criollo.
Y nosotros nos relamemos con esas muertes y nunca ocultamos la satisfacción que eso nos produce, hasta el punto de que cuando matamos al delincuente apodado Matamba, yo dije con placer “era una rata de alcantarilla que pretendió burlarse del país”. No creas que me salí de tono, o que eso fue dicho como producto del acaloramiento. No, eso es lo que yo creo que son, como siempre los han caracterizado los racistas de mi verdadero país, los Estados Unidos, esos pobretones, levantados, delincuentes, terroristas y especímenes similares: unas ratas que hay que aplastar.
Y que ese lenguaje lo aprendan los colombianos, y no solo el lenguaje sino las prácticas que de allí se derivan, es propio de la pedagogía traqueta que tan bien difundió en Paisalandia nuestro amado y eterno Presidente desde su finca del Ubérrimo para honor de Colombia y el universo entero.
Yo, simplemente, me he limitado a ser una especie de discípulo de menor talante, pero también he hecho aportes de mi propia cosecha, como de señalar en público de Rata a Matamba que matamos a mansalva y a todos los terroristas que hemos destrozado mediante nuestras poderosas bombas de 500 libras.
Detrás de todo esto se encuentra el reforzamiento y legitimación del militarismo en este país, para que vean quien es el verdadero poder. Y eso lo pudimos demostrar este 20 de julio pasado, cuando sacamos a desfilar toda la jauría de nuestras tétricas fuerzas armadas, para infundir miedo y respeto. Y allí simulamos ataques y bombardeos, mientras miles de fanáticos nos aplaudían y felicitaban a rabiar, nos pedían que sus hijos se fotografiaran con nuestros héroes, como muestra de que nuestra pedagogía de la muerte es muy efectiva.
E incluso algunos de los asistentes nos imploraban que impidiéramos la posesión de ese terrorista disfrazado de demócrata que se llama Luciano, perdón Gustavo Petro.
Aquí tengo que reconocer que son ciertas las palabras de ese protocomunista que fue Abraham Lincoln ‒el que se atrevió a abolir la esclavitud de esos seres inferiores que son los negros‒, cuando dijo: “Gloria Militar, ese atractivo arcoíris que surge luego de la lluvia de sangre”.
Un último aspecto que quiero contarte muy rápidamente con respecto a eso de hacer trizas los acuerdos de paz tiene que ver con la negación del conflicto en Colombia. Desde que fui candidato planteé la necesidad de que el negacionismo fuera una de nuestras banderas cuando alcanzáramos la subpresidencia.
Y esto lo hemos cumplido a cabalidad, pues al frente del antiguo Centro de Memoria Histórico que se había convertido en un monopolio de los violentologos santistas (empezando por el que fungió como director durante varios años y que parecía inamovible y atornillado a ese cargo) colocamos a Darío Acevedo Carmona, esa lumbrera intelectual, ese maoísta arrepentido y lugarteniente intelectual de nuestro Matarife. Y él a cabalidad, con esmero y dedicación logró implantar el negacionismo como doctrina de Estado, hasta llegar a afirmar que “el negacionismo no es un delito”.
¡Qué aporte teórico de tan enorme densidad, que perdurara por los siglos de los siglos! Lo notable es que eso se hizo durante mi submandato y desde El Centro de Amnesia Histórica, como rebautizamos a este antro de violentologos santistas y uribistas arrepentidos, que se entronizaron en ese lugar desde el 2010.
REPRIMIR A LOS TERRORISTAS EN LAS CIUDADES
En esa misma materia de muerte y sangre, que está asociada a mi legado histórico, debo confesarte algunos aspectos de una situación más específica, referida a lo que nos ha tocado hacer contra los terroristas que organizaron varias protestas en las ciudades durante mi mandato.
Para empezar, quiero decirte que yo recurrí a los mismos argumentos clásicos de todos mis antecesores, anticomunistas hasta los tuétanos, en el sentido de que tenemos que decir que los colombianos están muy contentos con nuestra democracia de pacotilla y con la desigualdad e injustica que la caracteriza. Jamás se puede reconocer que las protestas que acá se realicen tengan razones reales. No, qué razones pueden existir en ese paraíso terrenal que es Locombia. Por eso, lo primero que hice, siguiendo la tradición, fue decir que las protestas han sido organizadas por enemigos de la colombianidad, venidos de fuera, agentes foráneos de gobiernos enemigos interesados en desestabilizarnos.
Y al respecto, aunque no tuviera tanto de donde escoger como sucedía en los tiempos en que existía la URSS (aunque mi gran amiga, esa sabia pensadora María Fernanda Cabal ‒quien, a propósito, en una conversación telefónica me califico de “gordo marica”‒ diga que la Unión Soviética todavía existe, como muestra de la ilustración de los grandes dirigentes del Centro Demoniaco, mi partido a mucha honra) si pude recurrir a Cuba, Venezuela y hasta a Rusia.
Y con firmeza y unas pruebas contundentes, tanto que producen risa, demostré que esas protestas estaban financiadas por nuestros enemigos, empezando por el mismísimo Vladimir Putin, quien se entrometió en nuestro suelo durante al mal llamado Paro Nacional como laboratorio desde donde ultimó los detalles de su intervención en Ucrania.
También como parte de la costumbre, las protestas de esos revoltosos recibieron todo el peso de nuestras tiernas fuerzas policiales y militares, tal y como se ejemplifica con dos hechos que te quiero comentar con más detalle. El primero fue ese levantamiento que se dio en Bogotá, en plena cuarentena, entre el 9 y 10 de septiembre de 2020.
El pretexto se orquestó con meses de anticipación y solamente se esperaba, como dicen los maoístas chinos, que una chispa incendiara la pradera. Y esa chispa fue una banalidad, una de esas acciones rutinarias que a diario y siempre han realizado nuestros policías: darle unas caricias de amor y una dosis de ternura a los pobretones y desobedientes; por lo general, y eso no es raro, esas caricias son muy intensas y por accidente ocasionan que se mueran algunos de los que están recibiendo un trato especial.
Pues en la madrugada del 9 de septiembre en un CAI del barrio Santa María del Lago, varios de nuestros heroicos agentes le transmitieron su gran amor a un individuo, cuyo nombre era Javier Ordoñez, un individuo anodino que se hizo famoso porque nuestros patriotas policías lo masacraron dentro de un CAI. Por si no lo sabes CAI significa Centro de Asesinato Inmediato. Como si eso fuera gran cosa, algo novedoso, que los policías maten a algún pobre, cuando eso pasa todos los días en los barrios y veredas del país, sin que nadie diga nada, ni eso genere el bochinche injustificado de ese día.
Pero en contra de la costumbre, hubo ataques coordinados en la mitad de los CAI, y una turba enardecida por los agentes extranjeros infiltrados, los destruyó e incluso en algunos de ellos tuvieron el despropósito de instalar bibliotecas.
¡Qué ocurrencia esa de poner libros en el lugar donde se tortura y mata! Esa solo puede ser una idea de esos terroristas internacionales que se preocupan porque los pobres se eduquen y quieran ser como nosotros. Pues te cuento, que nuestros heroicos policías masacraron a trece personas, todos jóvenes, pero está bien porque como dice nuestro filosofo de la muerte, Dieguito Molano, a esos terroristas hay que matarlos bien temprano, como recomendaba Herodes, antes de que sea demasiado tarde.
Y en medio de ese derramamiento de sangre hice lo correcto: en lugar de decir una palabra de apoyo y respaldo a los familiares de ese tal Javier Ordoñez o los terroristas muertos en inmediaciones de los CAI, me disfrace de tombo y con esa mascara, que me luce tan bien, y por eso a ustedes mis hijos siempre les regalo para el día de las brujas un traje de tombo o de milico. Con esa indumentaria recorrí los CAI, felicitó a nuestros tombos y me tomé fotografías con ellos, para mostrar mi gran sensibilidad social y mi solidaridad con los que nos defienden en contra de terroristas nacionales y extranjeros.
Porque una cosa es clara: Yo no pido perdón, yo exijo resultados, y esos se miden en número de muertos, en litros de sangre, muy al estilo Body Count que tanto nos han ensañado nuestros amos de Estados Unidos.
Y el otro hecho que quiero mencionarte está referido a eso que nuestros mamertos criollos denominaron Paro Nacional, una asonada insurreccional que se llevó a cabo durante varios meses en 2021. Nunca se había visto tal nivel de altanería y desobediencia contra nosotros los colombianos de bien (que quiere decir bien brutos, violentos, racistas, intolerantes y enemigos de los pobres y malnacidos) que se enardecieron a lo largo y ancho del país en un tipo de protesta sin antecedentes en nuestros anales patrios.
Que a mi me tocara enfrentar ese reto fue injusto, yo que me he portado tan bien con este país, como te lo demuestro en esta carta querida hija, con mis grandes logros en todos los terrenos. Esos desagradecidos no entienden lo que es el libre mercado, la economía naranja, regar sangre a granel, y piensan que son posibles alcanzar estupideces como dignidad, justicia, igualdad, empleo bien remunerado, salud gratuita y pamplinas por el estilo.
Que van a ser posibles esas majaderías en un país que hemos manejado como una hacienda o finca ganadera en donde los peones deben obedecer a las buenas y si no lo hacen pues peor para ellos, porque a garrote limpio los sacamos del mapa. Y eso fue lo que hice desde el 26 de abril de 2021.
El actuar de esos policías y militares que son verdaderos héroes y la esencia de nuestra patria ‒es decir, la tuya y la mía, nuestras riquezas y propiedades tan honestamente adquiridas‒ fue verdaderamente ejemplar con el chorro de sangre y dolor que dejaron a su paso: mataron a 80 terroristas, desaparecieron a decenas de ellos, violaron a muchas mujeres, torturaron y maltrataron a una gran cantidad, hirieron a miles, dejaron ciegos a algunos de ellos.
Es que yo en persona tenía que mostrarles a Colombia y el mundo entero que nosotros no nos limitamos a reprimir en el campo y bombardear terroristas guerrilleros y campesinos e indígenas.
Qué va, nosotros democratizamos la represión y la trajimos a las ciudades al estilo de nuestro amado Israel y dimos plomo venteado, chumbimba a la lata. Y en este terreno puedes pensar, nuevamente, que durante mi gobierno no hubo innovaciones en materia de represión urbana.
Si que las hubo, como fue el uso de helicópteros para ametrallar a manifestantes en Buga y otras ciudades de Colombia. Para que veas que nuestros maestros de Israel no han arado en el desierto, porque acá en Colombia tienen unos corajudos seguidores dispuestos a matar pobres y jóvenes humildes, como ellos masacran diariamente a Palestinos, a los que califican de cucarachas.
Si algo perdurara y quedara por muchas décadas en la retina pública, como ejemplo de firmeza y entereza, fue lo que hicimos durante el Paro Nacional, como lo demuestra el reguero de sangre que dejamos. Y por eso no te preocupes porque recuerda quien nuestra lógica de clase dominante, los muertos de los pobres no interesan ni valen un comino, los que valen son los nuestros y mientras ninguno de los nuestros muera no hay de que preocuparse.
Eso forma parte de nuestra filosofía trascendental ligada a la pedagogía de la muerte y de odio de quienes no aceptan su condición de inferiores y atrasados. Y te lo digo yo, que soy un ser superior en todos los terrenos, empezando por el intelectual, donde me codeo con lo más granado de la literatura universal, pues como recordaras el insoportable e insufrible vejete Mario Vargas Llosa escribió un prólogo a un libro de mi autoria. En ese caso no se sabe quién se desprestigia más, si él o yo. Pero bueno, no quiero que estas digresiones nos alejen del objetivo central de esta carta de despedida de mi cargo de subpresidente.
GENERALIZAR LA CORRUPCION Y EL ROBO
Hace cuatro años prometí que la corrupción y el robo de los recursos públicos iba a ser la norma en mi gobierno y que íbamos a repartir mermelada como no se había hecho jamás en este país. Y aunque esta promesa de mi campaña era de las más difíciles de cumplir, al considerar que cuando hablamos de corrupción y robo del erario en Colombia tenemos referentes históricos difíciles de emular, entre ellos el de nuestro amado Matarife.
Con gran esfuerzo superamos el listón, como se dice en el argot del atletismo y con lujo de detalles. Tengo que decirte que para hacer realidad nuestro proyecto de generalizar la corrupción y repartir mermelada y tocino ‒como lo bautizaron mis críticos, para referirse a mi figura de chancho. Mermelada y tocino son, para ilustrarte, los puestos administrativos, los cargos públicos, el manejo del presupuesto, las coimas y chanchullos, los contratos, dadivas y exenciones.
Para facilitar nuestra nada difícil tarea de robar el pecunio del Estado se nos presentó una coyuntura inigualable e inesperada, como fue la epidemia de Covid-19. Que dorada ocasión que nos generó la enfermedad generada en la Sopa de Wuhan, porque eso nos permitió confinar a la gente pobre y de clase media en sus casas, crear medidas de excepción que en otras condiciones no hubieran funcionado, gobernar por decreto, mentir a granel, utilizar la televisión para dirigirme todos los días a los colombianos a las seis de la tarde durante casi un año, diciendo una sarta de mentiras y embustes. Sin control de ninguna clase, pudimos raspar la olla de las finanzas del Estado, con una gran satisfacción mía y de mis amigos.
En este terreno de la corrupción hicimos tantas cosas que nos proporcionan suficiente material para escribir un voluminoso tratado. Pero solamente quiero señalarte dos ejemplos.
El primero el de nuestra excelente ministra Karen Abudinen, quien al frente del ministerio de las TICS y en plena cuarentena participó en la pérdida de 70 mil millones de pesos, que estaban destinadas a facilitar el acceso a internet a las escuelas de los barrios y veredas más pobres del país. Como puedes entender, que me voy a preocupar por los pobres, mejor que siga siendo brutos y analfabetos y por eso aplaudo la labor de mi gran ministra, que dejo como gran aporte la invención de un nuevo término: abudinarse, un sinónimo sofisticado de robarse, adueñarse, apropiarse.
Para que veas que hasta en el lenguaje hacemos innovaciones que permanecerán por siempre, así avergüencen a Don Miguel de Cervantes y Saavedra. Y no vayan a decir después que nosotros los corruptos no dejamos legado. Claro que lo dejamos, porque hasta nuestras acciones generan nuevas formas lingüísticas.
El segundo ejemplo que te menciono porque no tiene parangón es el robo de los dineros destinados dizque a la paz. Ese solo destino me enfadó desde un principio, pues no puede concebirse que haya dineros para aquello a lo que yo me propuse hacer trizas. Dinero hay, pero para la guerra y la muerte, donde me muevo como pez en el agua. Por eso, nos robamos todos los recursos que estaban destinados a la paz para los próximos diez años.
Y esto lo digo con mucho orgullo, porque es difícil que en un solo programa de gobierno nos hayamos embolsillado la friolera de 7,3 billones de pesos como lo denunció alguien que tiene porque saberlo, porque tiene experiencia práctica en el campo de la corrupción, me refiero a Germán Vargas Lleras, quien señaló que en mi gobierno fueron «Billones y billones de pesos perdidos, saqueados, malgastados.”
Sí, a mucho honor, robamos esos fondos destinados a la paz, porque no puede ser que un país de tradición guerrera como Colombia nosotros los voceros de los dueños de la finca dejemos que esa plata sea apropiada por los terroristas que se atrevieron alguna vez a desafiarnos a nosotros, a nuestra propiedad privada y nuestro capitalismo. Para ello, lo reitero, plomo es lo que hay y para que no queden dudas había que dilapidar eso que llamaban dineros para la paz, pero de los sepulcros.
Para sintetizar nuestros aportes en el tema de la corrupción, simplemente quiero decirte que, según Transparencia Internacional, nosotros ocupamos el puesto 87 en el ranquin de la corrupción, entre un total de 180 países. Si me hubieran dejado gobernar otros cuatro añitos, de seguro hubiéramos mejorado en esta envidiable posición y hubiéramos trepado hasta el primerísimo lugar, como ya lo ostentamos en materias tan diversas como asesinato de sindicalistas, ambientalistas, defensores de derechos humanos, entro otros grandes palmareses que nos enorgullecen.
EMPOBRECER AÚN MÁS A LA POBLACION
Ya quiero terminar, querida hija, esta tediosa carta que ha sido larga por aquello de que he querido detallarte mis grandes aportes a la historia colombiana, que quedan escritos con indelebles rastros de sangre. Y quiero finalizar hablando del asunto de la pobreza, puesto que yo he mantenido, no que digo, he ampliado con lujo de detalles todos los indicadores de pobreza: desempleo, informalidad, concentración de la riqueza en pocas manos y una increíble desigualdad.
Hemos podido aumentarla, ratificando que somos uno de los países más desiguales del planeta, con un Coeficiente Gini de 0.523. Hemos logrado elevar la pobreza, la cual se incrementó de 17 millones a casi 20, con de tres millones de nuevos pobres en Colombia. Y hemos generado 2 millones más de miserables.
Y mi herencia en este terreno se sentirá por mucho tiempo, ya que, por ejemplo, la CEPAL dice que la pobreza en el país pasará de 36,3% en 2021 a 39,2% este año. Eso implica que, de cada 100 colombianos, 40 malviven en condiciones de vida inferiores al mínimo aceptable. Porque te recuerdo que la miseria o la pobreza extrema se refiere a aquellos que viven por debajo de la línea de indigencia y no tienen comida para llevarse a la boca en forma permanente.
Para no ir más lejos y no dar vueltas con cifras, te quiero decir que un indicador evidente de la manera como hemos incrementado la pobreza y la miseria se percibe en Bogotá y en cualquier ciudad colombiana, en donde millones de personas malviven en las calles, duermen en sus parques, se alimentan con los residuos que se encuentran en las basuras, mendigan o roban para sobrevivir. Ese es un gran logro, hija mía, de mi gobierno, en el que hemos aumentado la distancia entre nosotros, los poquitos que somos ricos, y los millones de pobres.
Afortunadamente, eso nunca lo podrás ver, como yo tampoco lo he visto, porque los dos vivimos en una burbuja de confort, alejada de esos pobretones insoportables. Ni tú ni yo tendremos que soportar a esos miserables y la suciedad e inseguridad que generan en las calles, porque nosotros vivimos aislados en nuestras mansiones protegidas con guardias privados. Allí es donde te debes mantener siempre hija mía, pues esa es nuestra verdadera patria.
Que gran logro y que gran orgullo entregar, te digo acá entre nos, un país que se encuentra en el Top de América Latina con 19 millones y medio de pobres que viven con menos 12 mil pesos al día y seis millones que viven con menos de seis mil pesos al día. Sumando a los colombianos que soportan pobreza y vulnerabilidad llegamos a 35 millones, el 70 por ciento de la población, en completa pobreza.
Y esto sin discriminarte por géneros, ya que las mujeres son todavía más pobres. Que la pobreza era uno de los asuntos centrales de mi subgobierno, que dudas quedan, con las pocas cifras que te acabo de recordar.
Pero quien dijo que nosotros llegamos a la subpresidencia para ayudar a los pobretones. Eso es lo que decimos en los discursos, porque en la realidad lo que siempre hemos creído, con convicción profunda, es que si hay pobres es porque son los eternos perdedores, que están allí porque quieren, son incapaces y perezosos y el mercado libre que nosotros representamos no les puede solucionar sus problemas.
Por eso, nosotros siempre planteamos desarrollar la economía naranja, para impulsar a los creadores de riqueza que son los emprendedores, imaginativos e innovadores que forman parte de la clase creativa ‒de la que yo formo parte, por lo creativo que soy‒ constituida por sectores de la clase media y no por esos miserables que llenan las calles con sus harapos.
Y si hablamos de hambre ese es otro renglón en el que presentó un resultado exitoso, puesto que 24 millones de malnacidos en este país soportan hambre de manera cotidiana, y el 11 por ciento de los niños están desnutridos. Y hay regiones del país, como el Departamento de la Guajira, a donde los niños se mueren de hambre.
Pero todo esto no te lo cuento para que te conduelas ni mucho menos, sino para que entiendas que mi estrategia ha sido clara: mantener la pobreza, el hambre, la desnutrición, la mala educación, cerrar los hospitales, porque eso es fundamental para que funcione el libre mercado, al que tanto adoramos. Y eso de acabar con la pobreza es un cuento de los terroristas, que nosotros no secundamos y por eso hacemos trizas todo lo que se refiera a paz y redistribución del ingreso.
Porque no puede ser que los grandes empresarios que trabajan y hacen patria trasladen su riqueza a los pobres. Eso es el colmo y más bien nosotros financiamos a los ricos, como lo hicimos durante la cuarentena, para que no desaparezcan los generadores de riqueza.
Recuerda hija mía: más vale un rico, corrupto, ladrón y todo lo que se quiera, que millones de pobres y analfabetos, que solo hacen estorbo, aunque los necesitemos como barrenderos y sirvientes.
El mejor ejemplo que te puedo brindar es el de la delincuente Shakira, cuyos gritos insoportables te producen tanta emoción, que roba al fisco en España, tiene cuentas en paraísos fecales (el verdadero nombre de los Paraísos Fiscales) y aparte de todo se las pica de ser una filantropicapitalista.
Esa evasora de impuestos vale más que los millones de pobres que podrían beneficiarse con los 61 mil millones de pesos que Shakira ha robado en España. Pero a esto quien le importa, lo que vale es que los famosos y creativos son nuestra razón de ser. Y por ello vivimos y matamos, como lo he demostrado en estos cuatro años.
DESPEDIDA
Bueno, querida hija, ya termino esta larga perorata para decirte que estoy orgulloso del país que entrego, peor que nunca, tal y como lo prometí en la carta que te escribí hace cuatro años.
Satisfecho de mi obra, solo quiero decirte que después del 7 de agosto me dedicaré a la labor docente, pues seré profesor ad honoren del Ejército, al que aspiro a transmitirle toda la sapiencia adquirida en estos cuatro años en que hemos regado sangre hasta en el último rincón de Locombia.
Mi ofrecimiento se basa en la experiencia adquirida de crimen e impunidad pues debes recordar que mis tres Ministros de Guerra fueron sometidos a votos de censura, y con ellos somos responsables de masacres, bombardeos, falsos positivos, desapariciones y todo aquello que enorgullece tanto a nuestro glorioso ejército.
Estoy seguro de que en cualquier otro país del mundo ese prontuario me hubiera costado la destitución y hasta la cárcel, pero acá en Macondo eso me da méritos y me permite ser profesor distinguido de los mercenarios con uniforme oficial que matan presidentes en el extranjero.
De cualquier manera, digo que voy a trabajar gratis para servirle a nuestras criminales fuerzas armadas, porque que importa si voy a tener una pensión vitalicia de cuarenta millones de pesos, con la cual podremos vivir contigo y toda la familia en nuestra verdadera patria, los Estados Unidos, desde donde podremos seguirle haciendo daño a Colombia y al resto de América Latina.
Porque, al fin y al cabo, yo también soy un mercenario que puedo prestar mis servicios al mejor postor en el extranjero, en el BID o en alguna institución de esa calaña.
Tu mentiroso padre
Iván Duque, con modestia el mejor SUB-presidente que ha tenido Colombia.
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