El 22 de mayo de 2022, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, es recibido por el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ante el parlamento de Kiev.
Polonia y Ucrania comparten una historia complicada en la que cada una de las partes ha perpetrado masacres contra la otra. Pero hace 8 años que esos dos países parecen actuar juntos contra Rusia.
Después de haber creído que podría anexar algún territorio ruso si Rusia perdía la guerra, el gobierno de Varsovia ahora se ve entusiasmado ante la posibilidad de anexar una parte de Ucrania.
El presidente polaco Andrzej Duda parece haber obtenido ciertas garantías del presidente ucraniano Volodimir Zelenski.
A cambio de la ayuda militar de Varsovia contra los rusos, Polonia podría anexar la región de Galitzia, que hoy es parte de Ucrania.
Todo el mundo sabe que no hay montañas entre los Cárpatos y el Ural. El este de Europa es una vasta planicie por donde han pasado numerosos pueblos, que a veces se han instalado allí sin que el relieve permitiese delimitar las fronteras de sus territorios.
Polonia, Moldavia, Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos y la parte europea de Rusia son corredores de paso cuya historia se caracteriza por los flujos de poblaciones.
Muchos de esos Estados son contiguos a un mar o a alguna montaña. Sólo Ucrania y Bielorrusia no tienen fronteras naturales.
Al final de la Primera Guerra Mundial, la Conferencia de Paz de Versalles trató infructuosamente de establecer fronteras en el este de Europa.
Pero, en dependencia del criterio que se utilizara –histórico, lingüístico, étnico o económico–, el trazado de los mapas resultaba diferente. Además, los intereses de los vencedores (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) eran contradictorios entre sí, de manera que las decisiones que se adoptaron satisfacían sólo a la mitad de los actores.
Aún hoy, por muchas vueltas que le demos al asunto, las fronteras de Bielorrusia y de Ucrania son y seguirán siendo artificiales. Esta es una situación muy particular y difícil de entender para los pueblos que tienen una larga historia nacional.
Habiendo comprobado lo anterior, hay que admitir que Bielorrusia y Ucrania no pueden ser “naciones” en el sentido que habitualmente damos a esa palabra… lo cual no quiere decir que no puedan ser Estados.
Pero el «nacionalismo ucraniano» es una ideología artificial que sólo puede sostenerse rechazando a otros pueblos.
Eso es lo que hicieron los banderistas durante el periodo transcurrido entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Eso es lo que hoy hacen nuevamente al predicar el odio contra los «moscovitas» y contra la «Gran Rusia». Esa forma de «nacionalismo» es forzosamente destructiva.
El ejemplo de Bielorrusia demuestra que es posible seguir otro camino.
Polonia, que durante el siglo XIX llegó a desaparecer completamente, resurgió como país a raíz de la derrota del Imperio Austrohúngaro y de la Revolución Rusa.
Sin embargo, si bien en la Conferencia de Versalles no fue difícil delimitar su frontera occidental, Polonia nunca supo dónde situar su frontera oriental.
Así que la Segunda República Polaca trató de expandirse haciéndole la guerra a Ucrania y logró anexar toda la región conocida como Galitzia. Hoy Cracovia sigue perteneciendo a Polonia pero Lviv (Leópolis) ahora pertenece a Ucrania. En realidad, no existen razones evidentes que justifiquen esa división, sólo el resultado de los conflictos armados.
Cuando el presidente ucraniano Volodimir Zelenski afirma que el Donbass y Crimea «son ucranianos», sólo está refiriéndose a un determinado momento de la repartición territorial, pero no puede justificar su afirmación.
En 1792, el Imperio Ruso conquistó Crimea, arrebatándosela al Imperio Otomano, y con el control de la península conquistó el acceso de la flota rusa a los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo. Catalina II de Rusia (Catalina la Grande) aspiraba a extender su influencia hacia los mares del sur.
Pero los británicos, preocupados al ver como los rusos llegaban al Mediterráneo y rivalizaban con su hegemonía naval, organizaron una coalición con Francia y con el Imperio Otomano. Así lograron vencer al ejército ruso… pero no pudieron recuperar Crimea.
En 1917, la Unión Soviética conservó Crimea. Y fue precisamente allí, en Sebastopol, donde se libró la batalla decisiva de la «Gran Guerra Patria» –lo que se conoce en Occidente como la «Segunda Guerra Mundial»–, la batalla que marcó el inicio del fin del IIII Reich.
En 1954, el Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, el ucraniano Nikita Jrushchov, decidió simultáneamente amnistiar a los banderistas –quienes habían colaborado con la ocupación nazi– y poner la península de Crimea bajo el control administrativo de la República Socialista Soviética de Ucrania.
Jrushchov quería dejar atrás definitivamente los crímenes que los banderistas habían perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial –como colaboradores de la ocupación nazi– y los crímenes que los mismos banderistas habían cometido después –como colaboradores de la CIA–, al inicio de la guerra fría.
Con el derrumbe de la URSS, la población de la península de Crimea se declaró independiente, mediante un referéndum popular, el 12 de febrero de 1991, y adoptó la denominación de República Socialista Soviética Autónoma de Crimea.
No fue hasta 9 meses después, el 1º de diciembre de 1991, que el resto de Ucrania confirmó su propia independencia. Pero el entonces presidente de Rusia, Boris Yeltsin, se negó a aceptar el regreso de Crimea a la Federación Rusa. Crimea decidió entonces volver a ser parte de Ucrania, el 26 de febrero de 1992.
Cuando el presidente ucraniano democráticamente electo, Viktor Yanukovich, fue derrocado por una «revolución de color» orquestada por Estados Unidos, el nuevo régimen instaurado en Kiev incluyó una docena de banderistas [1].
Debido a ello, la población de Crimea rechazó verse gobernada por un régimen político racista y decidió, mediante un nuevo referéndum popular, recuperar su independencia y solicitar su reintegración a la Federación Rusa.
Ahora, a raíz de la instalación de bases militares rusas en Siria, en Londres ven la presencia rusa en Crimea como el regreso de un rival capaz de poner en peligro la hegemonía marítima británica.
Después de haber conquistado Crimea, Catalina la Grande envió su flota a Beirut y a Latakia. También instaló al sur de Ucrania una vasta colonia de pobladores rusos –la Novorossia o «Nueva Rusia».
Ese territorio abarcaba el Donbass, Mikolayiv, Kirovogrado (hoy Kropyvnytskyi), Gerson, Odesa, la Gaguzia (hoy en la actual Moldavia) y la Transnistria (la actual República Moldava Pridnestrviana o República Moldava del Dniestr). Pavel Gubarev, quien era gobernador de Donetsk en 2014, también se opuso al nuevo régimen instaurado en Kiev por el golpe de Estado… o por la «revolución», según el punto de vista de quien califique aquel derrocamiento de un presidente democráticamente electo. Gubarev propuso entonces la secesión junto a todos los territorios de la «Novorossia» de Catalina la Grande.
Llegados a este punto, es importante subrayar aquí que Pavel Gubarev no era prorruso ni proestadounidense sino proeuropeo. Pero se convirtió en prorruso cuando el régimen de Kiev lo metió en la cárcel.
Cuando el presidente ucraniano Zelenski rechazó la oferta rusa de paz, el presidente ruso Putin le respondió que sus exigencias aumentarían con el paso del tiempo. Ahora, el objetivo estratégico de los ejércitos rusos es liberar la «Novorossia». En casi todas las guerras el vencedor exige compensaciones, a menudo territorios. En este caso, será la Novorossia.
Al crear las Naciones Unidas, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial esperaban poner fin a las guerras de conquista. Pero reconocían que la guerra puede ser una respuesta legal a ciertos conflictos. Las grandes potencias se abstuvieron de recurrir a la guerra –en Europa– hasta que la OTAN desmembró Yugoslavia en 7 nuevos países.
Kosovo fue convertido en la base militar de Estados Unidos en los Balcanes –un contingente de la OTAN garantiza su seguridad.
Bosnia-Herzegovina sigue siendo una colonia de la Unión Europea –se mantiene bajo la dirección de un Alto Representante internacional.
Esos deplorables ejemplos constituyen un precedente que impide emitir críticas sobre la posible adhesión de una Novorossia a la Federación Rusa.
Polonia, que sigue sin aceptar haber perdido la Galitzia oriental, participó en 2014 en la operación anglosajona de derrocamiento del presidente democráticamente electo en Ucrania.
Yo publiqué entonces un artículo donde revelaba que 86 provocadores de la milicia banderista Pravy Sektor (Sector Derecho) habían sido entrenados en Polonia, en el centro policial de Legionowo, en septiembre de 2013 [2].
Aquella operación estuvo bajo la supervisión de Radosław Sikorski, primero como ministro de Defensa de Polonia y después como ministro de Exteriores. Sikorski desmintió aquella revelación… pero el fiscal general de Polonia finalmente abrió una investigación sobre aquel asunto.
El apoyo de Polonia a los banderistas en contra del presidente ucraniano era una clara manipulación. Ya en 1934 Stepan Bandera había supervisado, por cuenta de la Gestapo, el asesinato del ministro polaco del Interior, Bronisław Pieracki.
Y después dirigió numerosas masacres perpetradas contra los polacos durante la Segunda Guerra Mundial.
En junio de 2014, el especialista polaco en seguridad Jerzy Dziewulski y el presidente interino ucraniano Oleksandr Turchynov supervisaban juntos las operaciones contra los rebeldes del Donbass.
Rápidamente resultó que la «revolución de color», el golpe de Estado registrado en Ucrania en 2014, fue orquestada por dos seguidores estadounidenses del filósofo Leo Strauss, los “diplomáticos” Victoria Nuland –hoy número 2 en el Departamento de Estado– y Derek Chollet –ahora consejero del secretario de Estado Antony Blinken.
Pero de su realización se encargaron varios canadienses y los polacos Radosław Sikorski y Jerzy Dziewulski.
Este último es un conocido policía, entrenado en Israel, que luego se convirtió en consejero del presidente de la República y en diputado.
Una foto tomada en junio de 2014 incluso mostraba a Dziewulski dirigiendo las fuerzas ucranianas de intervención junto al presidente interino de Ucrania, Oleksandr Turtchynov.
En 2022, Polonia ha vuelto a la carga desde el inicio de la operación militar especial rusa. Cuando la OTAN anunciaba una «inminente» derrota rusa, el general polaco Waldemar Skrzypczak exigió que Rusia cediera a los polacos Kaliningrado –que nunca perteneció a Polonia– como compensación por la guerra.
Como luego resultó que Rusia avanzaba y que la derrota es para Ucrania, el presidente polaco Andrzej Duda se plantea ahora recuperar la Galitzia oriental, territorio que Polonia perdió durante la Segunda Guerra Mundial.
Inicialmente, el presidente polaco propuso a los ucranianos desplegar una fuerza polaca de paz para “proteger” Galitzia. Después pronunció un discurso garantizando a sus vecinos el apoyo de Polonia contra Rusia.
Luego viajó a Kiev, donde pronunció otro discurso ante el parlamento ucraniano. Y finalmente Polonia ha iniciado una “cooperación” favorable sólo para sí misma: Varsovia ha desplegado altos funcionarios para administrar la Ucrania que gran parte de los ucranianos han abandonado. Esa cooperación funciona en un solo sentido ya que no hay ningún funcionario ucraniano en Polonia.
Simultáneamente, después de haber recibido 2 millones de refugiados ucranianos, las autoridades polacas acaban de anunciar que a partir del 1º de julio Polonia no seguirá aportándoles ayuda monetaria.
El entusiasmo de los banderistas ante la entrega de territorios ucranianos a Polonia a cambio de la ayuda de Varsovia demuestra lo poco que vale el falso «nacionalismo» de esos elementos.