Smith estaba muy lejos de ser un librecambista radical, admitía los importantes roles que debía cumplir el Estado
Uno de los rasgos distintivos de los intelectuales conservadores es la impunidad con que difunden sus ideas –en realidad, sus “ocurrencias”, como dijera Octavio Paz- a través del inmenso aparato de los oligopolios mediáticos que los ampara y promueve.
El caso más reciente es el de Marcos Aguinis, un prolífico escritor que en sus mejores tiempos, antes de la lamentable involución ideológica de los últimos años que lo arrojó en brazos del macrismo y los energúmenos de la “infectadura”, supo ser Secretario de Cultura del gobierno de Raúl Alfonsín [ahora participa en seminarios y conferencias de la Fundación Libertad, organizada por Mario Vargas Llosa].
En una nota publicada en La Nación (“El inmortal Adam Smith”, 15 enero 2022) rinde un homenaje a la figura de Adam Smith, lo que en principio está muy bien y sólo merecería mi aplauso.
El problema es que el Smith que presenta Aguinis poco tiene que ver con la obra de ese enorme pensador de la Ilustración Escocesa y padre fundador de la Economía Política.
Lo que hace en su artículo es difundir una caricatura burdamente distorsionada del autor de La Riqueza de las Naciones, presentándolo como si fuera un profeta del egoísmo y el individualismo, un ingenuo adorador de los mercados y un enemigo declarado de los gobiernos.
Esta operación de deconstrucción en clave reaccionaria no es nueva. El propio Aguinis elogia anteriores esfuerzos en esta dirección realizados por Mario Vargas Llosa y Alberto Benegas Lynch (h.), que incurrieron en sus nada inocentes desatinos.
En su nota Aguinis apela a una remanida cita de Smith para fundamentar la idea, insanablemente errónea, que “el progreso no se debe a la caridad, sino al egoísmo.” Cita, a continuación, un pasaje de La Riqueza de las Naciones en donde Smith dice que “No obtenemos los alimentos por la benevolencia del carnicero, del cervecero o el panadero, sino por la preocupación que tienen ellos en su propio interés, sus necesidades, sus ambiciones”.
El tan ansiado motor del progreso entonces no es otro que el egoísmo institucionalizado en el “mercado libre”, especie tanto o más fantasmagórica o inhallable que el unicornio azul. Mercados hay, pero los mercados libres no existen: siempre son regulados por los actores más poderosos (monopolios, oligopolios) o por la intervención de los poderes públicos que corrigen sus inequidades o el deplorable “darwinismo social” de los mercados.
¿Es esto lo que creía Adam Smith? ¿Confiaba tan ciegamente en las virtudes del egoísmo?
Decididamente no. Utilizando un lenguaje propio de la época decía que “los sirvientes, trabajadores y empleados de diferentes tipos constituyen la gran mayoría de cada sociedad.
Y lo que mejora las condiciones de la gran mayoría de una población nunca puede ser considerado como una desventaja para el conjunto.” (pg. 70 de la edición original en inglés) Smith podría creer en algunas de las virtudes de una economía de mercado; sin embargo, una “sociedad de mercado” donde sólo sobrevivieran los “más aptos” repugnaba su espíritu humanista. Nada lo escandalizaba más, por ejemplo, que el trabajo infantil en las minas del Reino Unido o la abyecta pobreza de sus ciudades.
Hace unos años la revista inglesa The Economist aportó un baño de sobriedad a los apóstoles del neoliberalismo cuando dijo que “Mucha gente piensa que él fue un ‘libremercadista’ arquetípico. Pero Smith es a menudo muy mal citado.” (1º de noviembre de 2013)
El escocés estaba muy preocupado por las perniciosas consecuencias económicas y sociales del egoísmo, y creía que el gobierno tenía una importante responsabilidad en tratar de combatir la injusticia producida por quienes tenían diferentes posibilidades de defender sus intereses: el salario en un caso, la ganancia en el otro. Esto exige la presencia de regulaciones impuestas a los terratenientes, industriales y comerciantes que, observa Smith, se hallan en constante conspiración a los fines de oprimir a los trabajadores y esquilmar a los consumidores.
En otro célebre pasaje que jamás citan sus actuales voceros Smith decía “los patronos, siendo pocos en número, pueden asociarse mucho más fácilmente; y la ley, además, autoriza o al menos no prohíbe tales asociaciones, mientras que sí prohíbe las de los trabajadores (los sindicatos). No tenemos leyes del Parlamento en contra de combinaciones encaminadas a bajar los salarios; pero tenemos muchas que penalizan las combinaciones que desean aumentarlos. Los patronos están siempre y en todo lugar en una suerte de asociación tácita, constante y uniforme para impedir el aumento de los salarios. (ibid. P. 60) Y más adelante remachaba su argumento diciendo que “los amos [se refiere a comerciantes, industriales y terratenientes] raramente se reúnen aun por entretenimiento o diversión sin que la conversación termine en una conspiración contra el público, o en una componenda para aumentar sus precios.” (p. 75) Smith sostenía que era responsabilidad del gobierno poner coto al desenfreno del egoísmo.
En nuestra crítica a la apología del liberalismo hecha por Vargas Llosa (Cf. El Hechicero de la Tribu. Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina) señalábamos la deformación que el pensamiento del humanista y economista escocés sufrió a manos de sus divulgadores. Allí citamos un artículo de Jacob Viner, un economista de Chicago, que ya en 1927 demolió los lugares comunes de la derecha y demostró que Smith estaba muy lejos de ser un librecambista radical, sino que admitía los importantes roles que debía cumplir el Estado.
Señalaba entre ellos el dictado de Leyes de Navegación; que los salarios debían pagarse en dinero y no en especies; que el papel moneda debía estar regulado por el Estado; establecer premios y otros incentivos para promover el desarrollo de la industria textil; obras públicas en transporte para facilitar el comercio; regulación de las joint-stock companies y otros tipos de empresas; aceptar monopolios temporarios -incluidos copyrights y patentes- por un tiempo limitado; restricciones gubernamentales en las tasas de interés aplicadas a los prestatarios para compensar la “estupidez” (¡sic!) del inversionista, y, por último, entre tantas otras, las limitaciones a la exportación de granos (sólo en casos de extrema necesidad) y la introducción de “moderados impuestos a las exportaciones a efectos de reforzar el tesoro”. (J. Viner, “Adam Smith and Laissez Faire”, Journal of Political Economy , abril de 1927, pp. 198-232.)
Conclusión: si Aguinis respeta tanto al “inmortal Adam Smith” debería comenzar por honrar su legado y evitar presentar ante el público una caricatura de su pensamiento, sólo apta para su uso político en la Argentina actual y no para comprender la importancia de sus ideas.
https://www.lahaine.org/mundo.php/adam-smith-desfigurado