El 16 de junio de 1955, la Aviación Naval de la Marina de Guerra de la Argentina, ligada a intereses británicos, intentó dar un Golpe de Estado y asesinar al presidente Juan Domingo Perón, arrojando bombas sobre la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo, ametrallando a civiles que allí se encontraban y atacando también la Residencia Presidencial y la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT).
El presidente se refugió en el Ministerio del Ejército, fuerza que permaneció leal al gobierno, y combatió a la sublevación encabezada por la Marina, dando por terminado el Golpe horas más tarde, con un saldo de más de trescientos muertos. Parte de los agresores huyeron del país con rumbo a Montevideo.
Años más tarde, Perón relataría estos hechos y explicaría algunas de sus causas en “La fuerza es el derecho de las bestias”:
“Permanecí en mi despacho hasta las nueve y treinta horas, en circunstancias que el General Jáuregui, Jefe de la Coordinación de Informaciones, me comunicó que el Aeródromo de Ezeiza había sido tomado por aviones sublevados, mientras se notaban movimientos raros en el Arsenal de Marina y en el Ministerio de la misma, muy cercanos a la Casa de Gobierno. Ante tales noticias me trasladé al Ministerio de Ejército, precisamente en el momento que se iniciaba el fuego contra la Casa de Gobierno”.
“A las diez y treinta horas comenzó el bombardeo de la Casa de Gobierno sobre la que se arrojaron más de cien bombas, muchas de las cuales no explotaron, al mismo tiempo el Batallón de Infantería de Marina abría el fuego y atacaba la Casa Rosada.
El combate duró varias horas en que, al intervenir los Granaderos a Caballo General San Martín y el Batallón Buenos Aires, quedó terminado con la retirada de los insurgentes”.
“Gran indignación causó el fuego de los aviones a reacción sobre las calles atestadas de público que además de no ser un objetivo militar, estaban llenas de mujeres y niños, que venían a presenciar ese día un desfile aéreo programado. Los aviones antes de huir hacia Montevideo, una vez fracasada la intentona, descargaron sus armas y sus bombas sobre la población indefensa”.
“El sistema para descomponer la disciplina de las fuerzas armadas fue diverso en cada caso. Se utilizó un panfleto insidioso en que la calumnia y la falsedad alcanzó límites insospechables.
La técnica del rumor completó el cuadro, creando un clima de engaño uniforme entre los elementos adversarios.
Sin embargo, el ejército no fue influenciado por esta perturbación, merced a la acción permanente del General Lucero, Ministro de Ejército, que adoctrinó a su gente en el fiel cumplimiento del deber militar. La Marina, que obedecía al comando revolucionario de Montevideo, compuesto por Bemberg, Gainza y Lamuraglia, verdaderos financiadores de la revolución, fue minando la disciplina de la aeronáutica y contaminando sus cuadros.
El dinero “corría” en abundancia y el efecto comenzó a notarse; se le fue encontrando el precio a cada uno. Esta es la triste verdad. ‘Poderoso caballero es Don Dinero'”.
Por la noche del 16 de junio, Juan Domingo Perón pronunció un discurso por cadena nacional desde su centro de comando, llamando a la pacificación del país, tratando de evitar un caos mayor y previendo quizá los desmanes que provocaron el incendio de iglesias de ese mismo día, incidente que no pocos estudiosos del hecho consideran un atentado de falsa bandera promovido por elementos infiltrados dentro de los servicios de inteligencia y del Ministerio del Interior.
El propio presidente le pidió al alto mando militar en la sede del Ejército: “Tomen medidas” para evitar los incidentes, ya que “después me lo van a atribuir a mí”. Contra el deseo de Perón, el Ministro del Interior, Ángel Borlenghi, dio la orden de mantener acuartelada a las fuerzas de seguridad y liberar la zona para la llegada de los grupos que cometerían los hechos vandálicos, lo que fue denunciado luego por el jefe de policía, Miguel Gamboa.
Acusado por su participación en varias situaciones confusas, como la anterior quema de la bandera nacional, y sospechado por su filiación masónica anti-católica y pro-británica, el 24 de julio de ese mismo año, Borlenghi se vio obligado a renunciar y a exiliarse del país.
En 1958, en su libro “Del poder al exilio. Cómo y quienes me derrocaron”, un documento llamativamente olvidado por los historiadores, Perón se refirió a la noche de la quema de templos (y del Archivo Histórico eclesiástico, con documentos que databan desde el siglo XVI):
“Algunos grupos de facinerosos, intentando sacar provecho del estado de confusión general, prendieron fuego a las iglesias. Fue un hecho execrable, un sacrilegio sin nombre que en ninguna oportunidad he dudado en condenar con las palabras más ásperas.
Aquella noche, entre el 16 y el 17 de junio, no la olvidaré más. En mi alma se abrieron profundas heridas que el tiempo y cuanto sucedió después no alcanzaron a cicatrizar. Los incendios iluminaron aquella noche de tragedia. (…) Mis adversarios, no perdieron tiempo.
Con el propósito de separarme del pueblo que se había negado a participar en la revuelta, me atribuyeron la responsabilidad del sacrilegio.
Olvidando cuanto de bueno había hecho yo por la Iglesia e ignorando voluntariamente, el respecto que el gobierno había tenido por la institución, agrandaron en forma artificiosa la cuestión de la famosa desavenencia y no vacilaron en transformar una cuestión esencialmente política, limitada por ello a los hombres, en una insalvable contradicción entre Peronismo y Catolicismo.
Solicitaron la intervención del Vaticano y forzaron la mano de las autoridades eclesiásticas, para que Roma se alzase contra la Argentina, como lo hiciera contra los países comunistas. Fueron ellos los que, al informar al Vaticano, evitaron de exprofeso, exponer en su cruda realidad, la verdadera razón de nuestro conflicto.
Soy católico, lo soy de nacimiento y por convicción; gracias a la fe católica por sobre todo, es que puedo reunir los medios morales y espirituales para afrontar y superar los momentos críticos de mi existencia.
Al dejar Buenos Aires, en los días de septiembre, me preocupé por meter en mi maleta dos cosas: una miniatura de la Virgen de Luján que, junto con el Cardenal Copello, coronamos durante una ceremonia, y un retrato de mi mujer.
Son ellos los guías de mi existencia (…) Perón no soñó jamás en combatir a la religión y a la Iglesia; Perón, como hombre político estuvo en conflicto con algunos sacerdotes que eran políticos como él, incluso más que él, no era una novedad que existían sacerdotes dedicados a la política, más dedicados a la política que a su ministerio.
Con ellos fue que tuve que enfrentarme y el conflicto nació exclusivamente con ellos y por razones que nada tenían que ver con la fe”.
Que tanto la Marina como la Masonería tuvieran históricamente sus terminales en el Reino Unido de Gran Bretaña no es un hecho menor, dadas las reformas estratégicas que el gobierno venía llevando adelante, particularmente en lo que respecta a un recurso estratégico como el petróleo. Así lo consigna el propio Perón en el libro ya citado:
“El consejero comercial inglés en Buenos Aires declaró un día, con desusada franqueza, que cualquier esfuerzo realizado por quienquiera para asegurarse la producción petrolífera argentina sería considerado en Londres como un atentado a los intereses británicos.
La Armada Argentina, que presume de haber sido la protagonista número uno de esta “victoria”, no parece querer darse cuenta de haber jugado, en cambio, el simple y absurdo rol de “caballo de Troya”. señala luego que, en la cuestión del petróleo, la fuerza masónica debe actuar de manera de sustraer la administración de los yacimientos al Estado; que debe ser rechazada toda participación en el desarrollo de nuestra industria y que, contra la radicación de capitales americanos, conviene facilitar la intervención de los capitales europeos.
No es difícil comprender que en materia de petróleo, los capitales definidos como “europeos” son esencialmente británicos”.
Perón también denunció en dicho documento que buena parte del futuro gobierno de facto que lo sucedió tras su derrocamiento, tenía la misma raigambre:
“Ha sido posible tomar conocimiento de una ceremonia secreta realizada tiempo atrás con la participación de los miembros del Gran Oriente Argentino. La información
está dirigida a todos, sean o no católicos. El Gran Maestro, abriendo la sesión, dio lectura a un mensaje recibido de la Real y Soberana Logia de Londres, con la firma del Gran Maestro Hermano 33. Tal Hermano 33 es un conocido príncipe inglés”.
Para luego dar paso a citar directamente el manifiesto secreto en el que se detalla el accionar y los grados de organización de las fuerzas pro-británicas que actuaron contra la Argentina:
“La Real y Soberana Logia de Londres, por medio de su Gran Maestro, ordena a los hermanos argentinos del Gran Oriente de Buenos Aires adoptar una línea de conducta particular en el debate de la ley sobre la enseñanza religiosa y de la no menos importante sobre el divorcio. Es indispensable insistir en la campaña contra la Iglesia Católica y sus prelados, con el fin de llegar cuanto antes a la total separación entre el organismo religioso y el Estado.
Es necesario, por otra parte, evitar que las fuerzas trabajadoras se alíen con los católicos y es necesario, asimismo, que aparezcan instituciones religiosas de carácter privado. Toda tendencia nacionalista debe ser combatida y sofocada y también en el seno del Ejército es indispensable que se formen corrientes de opinión similares a las que existen en la Marina.
Por su actividad personal y por los grandes servicios prestados al Gran Oriente, los hermanos son informados de la siguiente disposición: el capitán de navío Arturo Rial es nombrado Gran Inquisidor y Supremo Maestro del Gran Oriente de Buenos Aires.
El contralmirante Rojas es honrado Gran Arquitecto; el capitán de navío Mario Robbio, Gran Inspector; el capitán Alberto Patrón Laplacette, el capitán de fragata Aldo Molinari, el general Emilio de Vedia y Mitre y el general Osorio Aranalson investidos del título de Guardianes del Gran Secreto. El capitán de navío José Dellepiane es designado Gran Custodio de la Libertad y de la Fraternidad”.
Entre los complotados en el golpe fallido de junio y el de septiembre no solo hubo militares. Fue crucial la participación activa de dirigentes políticos civiles. Así lo describe el propio Perón:
“El Almirante Rojas habla por boca de Rial, y Rial es aconsejado en lo referente a cuestiones políticas, por dos hombres que se han instalado en el ministerio de Marina, en calidad de miembros civiles del grupo militar que controla la vida del país. Son dos radicales unionistas: Santander y Zavala Ortiz, los cuales tienen un solo programa: combatir a los peronistas por un lado y a los católicos por el otro”.
Miguel Ángel Zavala Ortiz era uno de los principales dirigentes de la UCR y llegó a ejercer como Ministro de Relaciones Exteriores bajo el futuro gobierno de Arturo Illia. El Equipo Especial de Investigación del Archivo Nacional de la Memoria determinó incluso que “Zavala Ortiz tripuló uno de los aviones, [y] huyó en la aeronave a Uruguay como muchos otros”. Nunca fue juzgado por sus crímenes.
La jornada de odio del 16 de junio pasará a conformar uno de los días más oscuros de la historia argentina, pero también quizá uno de los menos y peor estudiados por las distintas corrientes historiográficas.
Con al menos trescientas ocho víctimas fatales, producto de las incesantes metrallas y bombardeos, incluido un autobús escolar lleno de niños, y más de ochocientos heridos, la sublevación de la Marina se consumaría finalmente tres meses más tarde, el 16 de septiembre con el derrocamiento del gobierno por medio de otro luctuoso levantamiento golpista.