En un informe reciente, la Misión de las Naciones Unidas en Malí, conocida como MINUSMA, llegó a la conclusión de que, el 3 de enero pasado, habían sido aviones de combate franceses los que habían bombardeado a una multitud que asistía a una boda en la aldea remota de Bounti, asesinando a 22 de los invitados.
Según lo averiguado a partir de una investigación exhaustiva y de entrevistas con cientos de testigos presenciales, 19 de los invitados eran civiles desarmados cuyo asesinato constituye un crimen de guerra.
A diferencia de la invasión estadounidense de Iraq en 2003, de las guerras en Afganistán, Siria, Libia y otros países, la guerra francesa en Mali recibe poca cobertura mediática fuera del alcance limitado de los medios de habla francesa, que han calificado con éxito esta guerra como ofensiva contra los militantes del islam.
Lo interesante de la historia de Mali es el hecho de que, a pesar de su centralidad en la geopolítica de la región del Sahel en África, se enmarca dentro de narrativas desconectadas que rara vez se superponen.
Sin embargo, la historia tiene menos que ver con la militancia islámica y mucho con las intervenciones extranjeras. El sentimiento antifrancés en Mali se remonta a más de un siglo cuando, en 1892, Francia colonizó el que en otro tiempo fuera un próspero reino africano con objeto de explotar sus recursos y reordenar su territorio, debilitar a su población y destruir sus estructuras sociales.
El fin formal del colonialismo francés en Mali, en 1960, solo supuso el final de un capítulo, pero no, definitivamente, de la historia en sí. Francia ha seguido estando presente en Mali, en el Sahel y en toda África, defendiendo sus intereses, explotando los amplios recursos y trabajando conjuntamente con las élites corruptas para mantener su dominio.
Demos un salto veloz en el tiempo hasta marzo de 2012, cuando el capitán Amadou Sanogo derrocó al gobierno nominalmente democrático de Amadou Toumani Touré. Para ello utilizó la endeble excusa de protestar por el fracaso de Bamako a la hora de controlar a la militancia del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA) en el norte.
Sin embargo, la pretensión de Sanogo era bastante astuta, ya que encajaba perfectamente en una gran narrativa diseñada por varios gobiernos occidentales, entre ellos Francia y USA, que veían la militancia islámica como el mayor peligro al que se enfrentaban muchas zonas de África, especialmente en el Sahel.
De forma curiosa, aunque no sorprendente, el golpe de Sanogo, que enfureció a los gobiernos africanos, aunque de alguna manera fue bien acogido por las potencias occidentales, no hizo sino empeorar las cosas. En los meses siguientes, los militantes del norte lograron apoderarse de gran parte de las empobrecidas regiones de esa zona y continuaron su marcha hacia la propia Bamako.
El golpe del ejército nunca llegó realmente a revertirse, sino que, a instancias de Francia y otros gobiernos influyentes, se perfiló simplemente como un gobierno de transición, en gran medida influenciado por los partidarios de Sanogo.
El 20 de diciembre de 2012, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 2085, que autorizaba el despliegue de la Misión Internacional de Apoyo liderada por África en Mali. Francia, armada con lo que se entendía como mandato de la ONU, lanzó su guerra en Mali bajo el título de “Operación Serval”.
Merece la pena mencionar aquí que el escenario de Mali acababa de reproducirse en Libia cuando, el 17 de marzo de 2011, el CSNU aprobó la Resolución 1973, que se convirtió de forma conveniente e inmediata en una declaración de guerra.
Ambos escenarios resultaron costosos para los dos países africanos. En lugar de “salvarlos”, las intervenciones permitieron que la violencia se disparara aún más, lo que provocó aún más intervenciones extranjeras y guerras interpuestas.
El 15 de julio de 2014, Francia declaró que la “Operación Serval” se había llevado a cabo con éxito, proporcionando su propia lista de víctimas en ambos lados, de nuevo con muy escasa supervisión internacional. Sin embargo, casi de inmediato, el 1 de agosto de 2014, declaró otra misión militar, esta vez una guerra sin fin, la “Operación Barkhane”.
“Barkhane” estuvo encabezada por Francia e incluía a su propia “coalición de los bien dispuestos” de París, apodada “G5 Sahel”. La nueva coalición, integrada por todas las antiguas colonias francesas, estaba formada por Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger. El objetivo declarado de la intervención indefinida de Francia en el Sahel es proporcionar apoyo material y entrenamiento a las fuerzas del “G5 Sahel” en su “guerra contra el terror”.
Sin embargo, según la Deutsche Welle, el “optimismo” que acompañó a la “Operación Serval” se desvaneció por completo con la “Operación Barkhane”. “La situación de la seguridad ha empeorado no solo en el norte, sino también en el centro de Mali”, informaba recientemente la agencia de noticias alemana, que transmite una sensación de caos allí, con agricultores que huyen de sus tierras y con “milicias de autodefensa” que realizan sus propias operaciones para satisfacer “sus propias agendas”, etc.
La verdad es que el caos en las calles reflejaba simplemente el caos del gobierno. Incluso con una fuerte presencia militar francesa, la inestabilidad siguió asolando Mali.
El último golpe en el país tuvo lugar en agosto de 2020. Y hay más, las diversas fuerzas tuareg, que durante mucho tiempo han desafiado la explotación extranjera del país, se están uniendo ahora bajo una sola bandera. El futuro de Mali no es muy alentador.
Así pues, ¿cuál fue, finalmente, el objetivo de la intervención? Ciertamente, no el de “restaurar la democracia” o “estabilizar” el país. Karen Jayes lo desarrolla: “Los intereses de Francia en la región son principalmente económicos”, escribió en un artículo reciente. “Sus acciones militares protegen su acceso al petróleo y al uranio en la región”.
Para apreciar esta afirmación más plenamente, solo se necesita un ejemplo de cómo la riqueza de recursos naturales de Mali es fundamental para la economía de Francia. “Un increíble 75% de la energía eléctrica de Francia es generado por plantas nucleares que son alimentadas principalmente por el uranio extraído en la región fronteriza de Kidal en Malí”, en la zona norte del país*.
Por lo tanto, no sorprende que Francia estuviera bien dispuesta a ir a la guerra tan pronto como los militantes proclamaron, en abril de 2012, que la región de Kidal era parte de su Estado-nación independiente de Azawad.
En cuanto al bombardeo de la boda de Bounti, el ejército francés rechazó haber cometido crimen alguno y afirmó que todas las víctimas eran “yihadistas”. La historia estaba destinada a terminar aquí, pero no será así mientras Mali siga explotado por forasteros, mientras la pobreza y la desigualdad continúen existiendo, seguirá habiendo insurrecciones, rebeliones y golpes militares.
*Nota de Tlaxcala:
Según nuestras investigaciones, en Malí no hay minas activas de uranio. Se han abandonado varios proyectos mineros tras la exploración de yacimientos. Lo que se extrae en la región de Kidal es oro.
Francia importa unas 8.000 toneladas de uranio natural al año, en forma de “torta amarilla” (yellowcake), que se procesa para alimentar sus 58 centrales nucleares, que proporcionan alrededor del 70% de su producción de electricidad. Este uranio procede principalmente de Kazajistán, Níger, Canadá y Australia.
Uno de los objetivos estratégicos de las “Opex” (Operaciones exteriores) francesas en Malí es más bien asegurar las minas de uranio gestionadas por Orano (ex-Areva, ex-COGEMA) en el vecino Níger.
Traducido por Sinfo Fernández
https://rebelion.org/guerra-clandestina-en-africa-fin-del-juego-de-francia-en-mali/