Hace 150 años, el 26 de marzo se celebraban las elecciones del Consejo de la Comuna de París, que sería proclamada dos días después.
Con este acontecimiento inédito en la historia la ciudad de París se convertía en una Comuna autónoma, emprendiendo así la revolución más importante del convulso siglo XIX. Una experiencia excepcional e intempestiva, de la que “la historia no tiene otro ejemplo de semejante grandeza” (Marx, 2010: 99), “un acontecimiento único, dramático y singular, quizá el más extraordinario de este tipo en la historia urbana del capitalismo” (Harvey, 2008: 669).
Y es que lo más importante de la Comuna, mucho más que cualquiera de las medidas o las leyes que consiguió aprobar, fue simplemente “su propia existencia” (Marx, 2010: 55). El valor político de la Comuna fue su transcendencia más allá de sus medidas concretas universalizando su ejemplo como la primera revolución eminentemente obrera que “enseñó al proletariado europeo a plantear en forma concreta las tareas de la revolución socialista” (Lenin, 2010: 96)
La Comuna no se puede entender exclusivamente dentro del estrecho margen cronológico y geográfico del proceso condensado en los 72 días del tiempo de las cerezas, desde el intento de confiscación de los cañones el 18 de marzo a la semana sangrienta de finales de mayo. Lenin siempre decía que un militante revolucionario tenía que estar preparado para lo imprevisible porque nunca se sabe qué chispa podrá iniciar el incendio.
Y el incendio prendió por un hecho que podría parecer menor pero que tenía una relevancia fundamental en la disputa de dualidad de poderes que vivía Paris desde la proclamación de la república el 4 de septiembre de 1870.
El intento de requisar los cañones de la Guardia Nacional en Montmartre tenía por objetivo acabar con el pueblo en armas, uno de los mayores miedos de la burguesía francesa. Como apuntaba Marx, “la confiscación de sus cañones estaba destinada, evidentemente, a ser el preludio del desarme general de Paris y, por tanto, del desarme de la revolución del 4 de septiembre! (Marx, 2010: 23). En este sentido, un “Paris armado era el único obstáculo serio que se alzaba en el camino de la conspiración contrarrevolucionaria. Por eso había que desarmar a París” (Marx, 2010: 22-23).
A veces se presenta el 18 de marzo como un ejemplo de que acontecimientos relativamente menores e imprevisibles son capaces de desencadenar procesos revolucionarios. Desde luego, en los cálculos de Thiers no estaría que el intento de confiscar los cañones de la Guardia Nacional terminaría con todo su gobierno exiliado en Versalles ese mismo día y con el estallido de una revolución social en París.
Pero hay que cuidarse de la tentación de dar una importancia excesiva a la chispa respecto a las condiciones sociales y políticas, creadas en la etapa anterior, que permiten que el fuego prenda (Romero, 2011).
En realidad, el estallido del 18 de marzo era el fruto de un proceso que empezó́ muchos meses antes, y que no podría entenderse sin la guerra franco-prusiana, el cerco de París, la creación de la Guardia Nacional, la caída del segundo Imperio y la proclamación de la república del 4 de septiembre de 1870 entre otros sucesos.
Una temporalidad ampliada permite mostrar que la guerra civil no fue, como generalmente se dice, una consecuencia accidental del patriotismo y las dificultades coyunturales provocadas por la guerra contra una potencia extranjera (…) casi lo contrario: la guerra franco-prusiana como un aspecto momentáneo de la guerra civil en marcha (Ross, 2016: 16-17). Además, una temporalidad ampliada de los sucesos de la comuna en el contexto de la segunda mitad del siglo XIX francés nos permite ver un cuadro más completo de la experiencia e impacto de la Comuna.
El fracaso del chapucero intento de desarme de la Guardia Nacional requisando los cañones de Montmartre genera una reacción defensiva por parte del pueblo y acaba con un levantamiento generalizado en Paris y el gobierno huyendo de la ciudad camino a Versalles. Así se desencadenará una crisis revolucionaria que dará lugar a la proclamación de la Comuna.
Las decisiones que se tomaron en esa primera semana de la revolución, del 18 de marzo a la elección de la Comuna el 26, fueron, a la postre, decisivas en su desarrollo y sobre todo en su fatídico final a manos de la reacción.
Dos decisiones cabe destacar: una de índole política, la renuncia a la dirección del proceso revolucionario por parte del Comité Central de la Guardia Nacional a favor de convocar elecciones inmediatamente después de la insurrección del 18 de Marzo para la constitución del gobierno comunal; y otra de índole militar, pero estrechamente ligada a la primera, la no realización de una ofensiva militar inmediatamente después de los sucesos del 18 marzo sobre el gobierno huido a Versalles, con sus tropas desmoralizadas, mal armadas, en retirada y en parte confraternizando con la Guardia Nacional.
A lo largo de las diferentes revoluciones desde la Comuna hasta nuestros días, las tensiones entre dirección revolucionaria, estrategia militar, excepcionalidad y democracia será una constante que atravesará la historia del movimiento obrero hasta nuestros días.
La proclamación de la Comuna
Finalmente, la Comuna se proclama oficialmente el 28 de marzo: “durante los dos meses en que París estuvo completamente en manos de los pobres, reinó el orden, el verdadero orden, el que es tanto seguridad como decencia, un orden diferente al orden del lujo, el despotismo y la corrupción (Léo, 2016: 15).
La primera revolución obrera de la historia gobernaba la capital de Europa, “el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la república del trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville” (Marx, 2010: 50).
La experiencia comunal fue un magnifico laboratorio de recreación democrática en el que se avanzó en la siempre problemática relación entre la democracia directa y la democracia representativa. o más bien, delegada, con numerosas medidas que pasarán a la historia del acervo republicano y socialista.
El papel de los organismos locales y barriales, políticos y militares, que actuaron frecuentemente con un alto grado de autonomía respecto a los organismos centrales, fue un elemento fundamental en la Comuna sin el cual no puede entenderse la creatividad y la fuerza social del proceso, aunque también su relativa dispersión.
Así mismo se buscara eliminar los privilegios de impunidad y de ingresos habituales en la profesionalización de la política, uno de esos males del Estado que era necesario amputar inmediatamente. Para ello todos los cargos de la Comuna no solo se elegirán con sufragio universal, tendrán mandato imperativo y serán revocables en cualquier momento sino que además sus ingresos se limitaran a un salario obrero medio. Medidas que conectarían perfectamente hoy en día con una lógica de democracia participativa, control directo de los cargos públicos y medidas contra la profesionalización de la política.
Tanto Marx como Engels alabarán las medidas democratizadoras de la Comuna como una de sus principales virtudes. Incluso el propio Engels afirmaba en el prólogo de la edición alemana de La Guerra Civil en Francia: “¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de Paris: he ahí la dictadura del proletariado” (Engels 2010: 92).
Si para conocer la concreción práctica de la dictadura del proletariado para Marx y Engels, bastaba con observar a la Comuna, esta “dictadura” parecía muy respetuosa con el pluralismo político y el sufragio universal, alejándose mucho de la imagen distorsionada que se tiene de este concepto por las llamadas experiencias del socialismo real del siglo XX. Así, la dictadura del proletariado suele evocar la imagen de un régimen autoritario sinónimo de dictaduras burocráticas.
Y al contrario, “para Marx se trata de la solución democrática a un viejo problema gracias al ejercicio, por primera vez mayoritario, del poder de excepción reservado hasta entonces a una élite virtuosa o a un ‘triunvirato’ de hombres ejemplares. El término de dictadura se oponía ahí al de tiranía en tanto que expresión de lo arbitrario” (Bensaïd, 2013: 84). De hecho, Marx concluía que “nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica” (Marx, 2010: 44).
Las medidas que adoptó la Comuna en su corta existencia no responderían al concepto de un programa, entendido como el conjunto de propuestas que se utilizan para un proyecto elaborado antes de su realización.
Sino que más bien eran una respuesta a las reclamaciones más importantes, construidas en la agitación política de los clubes de debate desde finales del Imperio (anticlericales, antiburocráticas, educación…), las necesidades derivadas de la defensa (la abolición del ejército permanente y la reorganización de la Guardia Nacional como la única fuerza armada de la ciudad) y la emergencia social que vivía París (pensiones alimenticias, suspensión de deudas de alquileres).
Y es que los intereses más inmediatos de las clases populares parisinas no estaban tan relacionados con asumir el control de los medios de producción como con la confrontación con los rentistas evitando los desahucios.
El mismo 13 de marzo se había aprobado un decreto que exigía el pago forzoso de todos los alquileres vencidos y todas las deudas comerciales no pagadas durante el sitio. La primera medida de la Comuna fue abolir estas deudas desde octubre de 1870 hasta abril de 1871, incluyendo en cuenta para futuros pagos de alquileres las cantidades ya abonadas. Además, el 24 de abril se dictará un nuevo decreto por el que se requisa las viviendas desocupadas para realojar en ellas a las familias sin domicilio. Estas medidas hablan mucho del carácter plebeyo de la Comuna, ligada estrechamente a las necesidades y anhelos de las clases populares.
El papel político de las mujeres
El 11 de abril, en pleno auge de la Comuna, se creó la Unión de Mujeres para la Defensa de París y los Auxilios a los heridos, desarrollándose rápidamente comités que se reunían casi a diario en todos los distritos de París. En poco tiempo se convirtió en la mayor y más eficaz de las organizaciones de base de la Comuna, un fiel reflejo de la importancia de la participación de las mujeres en la consecución, desarrollo y defensa de la Comuna.
Y es que las mujeres tuvieron un papel político más allá́ de las tareas femeninas: atención a heridos y otros servicios de retaguardia; construyeron organizaciones autónomas como el Comité de Mujeres y la Unión de Mujeres y participaron activamente en otros organismos de base de la Comuna; fueron vanguardia en acontecimientos clave como la defensa de los cañones de Montmartre y la defensa de Paris en los últimos días de la Comuna; y sufrieron la represión y concentraron un odio especial en las campañas de calumnias tras la derrota, insultadas con el sobrenombre de las petroleras.
Una parte importante de los logros de la Comuna estará vinculada de forma directa a las reivindicaciones del pujante movimiento obrero de las mujeres de Paris. Por ejemplo, el decreto del 10 de abril que dio derecho a recibir una pensión a las viudas e hijos de los guardias nacionales caídos en combate, sean o no legítimas y reconocidos.
O también, el decreto por el que la mujer, que pedía la separación de su marido apoyada en pruebas válidas, tenía derecho a una pensión alimenticia. Ambos decretos planteaban mecanismos que favorecían no solo la subsistencia sino también la independencia de las mujeres. En las condiciones de la época, estas medidas constituyeron una brecha en el sistema de relaciones familiares impuesto por el Código napoleónico y unas medidas liberadoras para las mujeres.
Internacionalismo comunal
El internacionalismo de la Comuna fue sin duda uno de sus legados políticos más importantes y originales. Demostrando la complejidad de un movimiento que anudó múltiples motivaciones políticas, desde su nacimiento como revuelta patriótica ante el asedio prusiano de Paris, aunque este impulso nacional no tomara de ninguna manera una forma nacionalista; por el contrario, derivará en el desarrollo de una práctica y un discurso entusiastamente internacionalistas.
Para la mayoría de los historiadores, el internacionalismo de la Comuna se mide en el número de extranjeros que incorporó bajo su bandera y la importancia de los cargos que ocuparon: un alemán, Frankel como ministro de trabajo y un par de polacos, Dombrowski y Wróblewski, como responsables de su defensa.
Y la verdad es que la presencia de tantos extranjeros en la Comuna obsesionaba a los versalleses. De hecho, la imagen de la Comuna repleta de polacos, alemanes e italianos era un insulto habitual en el discurso anticomunero, generado en parte por la asimilación recurrente del extranjero con la figura del agitador exterior y de la Comuna con la Internacional, a la que se la acusaba de servir a intereses extranjeros ocultos y contrarios a los de la nación.
Pero el internacionalismo comunal era mucho más que el número o el nombre de los extranjeros que participaron en su desarrollo. Como afirmó Marx, la Comuna “era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra (…) que anexionó a Francia los obreros del mundo entero” (Marx, 2010: 54). El internacionalismo de la Comuna se construyó como antítesis al colonialismo y al chovinismo nacionalista del Imperio.
Quizás la muestra más genuina del internacionalismo comunal como antagonismo al imperialismo francés, fue el derribo de la columna Vendôme el 16 de mayo, cuando ya la Comuna estaba al borde del agotamiento y de la derrota, lo que le da al hecho además de su valor político una connotación en cierta medida heroica.
El 21 de mayo entraba por la puerta de Saint-Cloud el ejército de Versalles en Paris, comenzando la llamada Semana Sangrienta que concluirá el 28 de mayo con la derrota de los últimos defensores. La masacre de la Comuna, el extraordinario intento de eliminar, uno por uno y en bloque, a la propia clase enemiga, fue lo que constituyó el auténtico fundamento de la tercera República, el régimen político más largo que ha vivido Francia, por detrás de la monarquía. Las muertes de la Semana Sangrienta tenían el objetivo político de marcar distancias entre la república y la revolución, legitimando el nuevo orden sobre la sangre comunera.
La experiencia comunal quedará siempre ligada a su heroico final. Por parte de sus protagonistas y pensadores contemporáneos, no solo se recordará la Comuna como laboratorio del socialismo o el comunismo libertario por venir.
También lo será por su sangrienta derrota, lo cual no era un duelo impotente o desesperado: era el camino ineludible a través del cual el legado de la Comuna de Paris -tanto su imaginario político como su experiencia práctica de transformación social- podría transmitirse (Traverso, 2019: 101). Porque, como escribió Louise Michel, la Comuna había muerto pero la revolución estaba viva (Michel, 2016: 265).
25/03/2021
Miguel Urbán es eurodiputado y miembro del Consejo asesor de viento sur. Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur. Ambos son coordinadores del libro ¡Viva la Comuna! 72 días que conmocionaron Europa, de próxima publicación por Bellaterra
Referencias
Bensaid, Daniel (2013) La política como arte estratégico. Madrid: viento sur y La oveja roja.
Harvey, David (2008) Paris, Capital de la Modernidad. Madrid: Akal.
Léo, André (2016) La Guerra Social. Barcelona: Virus.
Michel, Louise (2016) La Comuna de Paris. Madrid: La Malatesta.
Romero, Miguel (2011) “El tiempo del reloj y el tiempo de las cerezas”, viento sur, 118, pp. 63-84.
Marx, Engels, Lenin (2010) La Comuna de París. Madrid: Akal.
Ross, Kristin (2016) Lujo comunal. Madrid: Akal.
Traverso, Enzo (2019) Melancolía de izquierda. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
https://vientosur.info/viva-la-comuna-2/