5 de Noviembre de 1976 , caen en combate en Zinica , Municipio de Waslala -Zelaya Central (hoy Región Autónoma del Caribe Norte-RAAN) los Combatientes Sandinistas, el Chinandegano Leonardo Real Espinales y el Jinotepino Jorge Matus Téllez. Ambos combatientes eran miembros de la Brigada "Pablo Úbeda"
El texto que leerán a continuación es del compañero Marvin Sánchez del Sandinismo Histórico, quien me autorizó a publicarlo con esta nota y a hacer pequeños cambios de orden gramatical. Muchas gracias hermano Marvin.
“Bueno, juntando acontecimientos se hace la historia. Tendría yo unos 14 años cuando conocí a Leonardo Real Espinales , y serían los años 74 ó 75.
Él estaba en una casa de seguridad en León, en el barrio del Laborío, en la casa de mis padres. En ese tiempo, no sabíamos nada de él, pues como se sabe, debían de ser muy reservados.
Él tenía lepra de montaña en la espalda y llegó a esa casa a refrescarse y curarse.
De noche lo llegaban a visitar varios miembros del FSLN, pero yo no sabía quiénes eran, uno de ellos (hasta después del triunfo supimos quién era), era bien misterioso, en el sentido que tomaba muchas medidas de seguridad, se vestía de diferentes maneras y cuando entraba al cuarto donde estaba Leonardo hacia un repaso visual de cómo estaban acomodadas las cosas y siempre lo advertía, se lo decía a Leonardo y Leonardo me lo decía a mí, después entendí que siempre debía de haber una ruta despejada por cualquier escape improvisado.
Leonardo debía de saber, de noche sobre todo, o de día si no había obstáculo hacia el patio o la calle (una noche, mientras “el chele” Aguilera capturaba a mi hermano mayor en la sala de la casa, esa estrategia le sirvió a Leonardo, pues pudo retirarse debidamente, la ruta de escape estaba despejada.
Me recuerdo también que ése mítico guerrillero (el visitante) usaba de vez en cuando un maletín de mano (un portafolio), como el de los abogados, y en uno de sus costados tenía una calcomanía del Somoza, Somoza riéndose, como la foto de los calendarios que repartía, “calendario sonrisal” le decía la gente.
Así se podía trasladar en la ciudad, haciéndose pasar por un ejecutivo de desmotadora.
Con el tiempo nos dimos cuenta que era Iván Montenegro y que en el maletín portaba un arma automática.
Iván era como el avituallador de esos guerrilleros que estaban en las casas de seguridad, además proveía cosas necesarias a las familias que albergaban a los guerrilleros, muebles y utensilios que le donaban al Frente, dinero para la comida, etc.
Mi familia y Leonardo se alegraban cuando él llegaba, era todo un acontecimiento, porque Leonardo lo necesitaba, necesitaba noticias y orientaciones, cuando tardaba, Leonardo se desesperaba, estaba triste.
Iván y otros guerrilleros le llevaban la medicina para su espalda (la china Jirón, entre otros), y a nosotros nos tocaba aplicársela, se la aplicaba mi mamá, mi hermana y de vez en cuando yo, cuando comencé a involucrarme en su cuido y atención, era una pomada bien pegajosa, con olor peculiar y había que lavarse las manos con bastante agua, nos decían, pero en realidad era para que no quedaran vestigios en nuestras manos, ya que era una medicina prohibida y perseguida por la guardia.
Leonardo era del Viejo y parece que había trabajado en un taller de talabartería.
Un buen día, por la noche, llegaron en un vehículo y bajaron varios rollos de cuero, y herramientas raras, todo lo hicieron muy sigilosos y rápido.
A partir de ahí, comenzó una faena muy hermosa para mí, pues me convertí en el ayudante de Leonardo, él estaba fabricando cartucheras, porta bayonetas, y una especie de correas o cananas que servían para portar o cargar sacos con alimentos, aprendí de Leonardo a coser a mano el cuero, Leonardo estaba fabricando artículos muy necesarios para la montaña, varias veces llegaron a traer el producto que Leonardo estaba haciendo febrilmente (yo de ayudante), cuando se acabó el cuero, se dejó de producir y de las sobras, Leonardo hizo un tablero y me enseñaba a jugar ajedrez y debo de decir, modestamente, que llegué a ser bueno en la cuadra.
Comenzaron las largas platicas de la vida guerrillera que hábilmente le sacaba a Leonardo, me enseñó (en secreto porque no estaba autorizado) a desarmar y armar la 9 mm que mantenía bien limpita y aceitadita.
Un mal día, que regresaba del colegio, la casa estaba silenciosa, triste, como vacía y la puerta del cuarto donde mis padres tenían escondido a Leonardo, estaba abierta, inmediatamente le pregunté a mi mamá que había pasado y con pesar me dijo que a Leonardo ya le tocaba irse, que se lo habían llevado para la montaña.
Después, mi mamá me confesó que Leonardo le solicitó a ella que dejara que yo partiera con él a la montaña, pero ella le dijo que aún yo estaba muy pequeño.
Mi hermano mayor criaba palomas de castilla y nos encariñábamos con ellas, por su color, por su hermosura, por su vuelo, por su fineza o robustez y sufríamos cuando se nos perdía o nos robaban una, peor era cuando se nos moría un pichón que estábamos tratando que sobreviviera.
Pasaron otros guerrilleros y guerrilleras por ese cuarto, pero era por poco tiempo y eran bien herméticos, más disciplinados que no se dejaban ver para nada, Leonardo tardó más porque se fue hasta que estaba curado de la lepra de montaña.
Cuando yo tenía más edad y ya estaba organizado bajo el mando de Casilda Sanson, José Benito Lacayo, cariñosamente, “el renco” y Tomás Bolaños (GPP y tercerista respectivamente, q.e.p.d los dos), con los dos colaboraba, ya había participado en las insurrecciones de León, me tenían escondido en una casa de Sutiaba, estaba esperando un vuelo para la montaña, el que me visitaba era el propio José Benito, teníamos sesiones de charlas, me proveía folletos mimeografiados, borrosos, de tácticas guerrilleras, arme y desarme de una 45.
Para entonces yo ya tenía una escuela bien fuerte sobre el comportamiento en una casa de seguridad, “Edgar” (José Benito), no tenía que esforzase mucho, hablamos del viaje y que yo sabía esas cosas, pues conocía el riesgo y que en la montaña ya había caído un conocido mío. “¿Quien? El chelito que estuvo en tu casa”, me dijo.
Me cobijó aquel viejo sentimiento de las palomas: Lo habíamos cuidado y alimentado para que volara, nos alegramos cuando las llagas de su espalda se estaban sanando, que ya no le molestaban, estaba fuerte y lo soltamos a la vida, confiados en que sobreviviría. No fue así.
Murió con otro lindo ser, de igual material, de igual estatura, de igual sentimiento, como todos los guerrilleros de ésa época.
Mucho tiempo después, mi hermana mayor, mi papá y yo, viajamos al Viejo, con el objetivo de conocer la tumba de “El viejo”, Germán Pomares Ordoñez e indagarnos de la familia de los Real Espinales, ya que son dos hermanos los caídos, queríamos saber de su familia, como vivían, si sus padres estaban vivos, etc., y decirles, contarles que lo habíamos tenido en la casa.
Dimos con sus familiares, pero no hubo conversación, ellos se portaron muy herméticos.
Aquí pego pues, con el permiso del señor Matus, otra parte de esa historia y para expresarle, que su hermano estaba acompañado de otro hermano de calidad.”
Edelberto Matus.