En Nicaragua la oligarquía nunca construyó un proyecto genuino de nación, pues su naturaleza constitutiva se lo impide.
Asume una conducta de superioridad propia de élite colonial, con resabios genéticos que les identifica cultural y políticamente.
Tras la ruptura formal del lazo ibérico no vaciló en fijar como propio el sentido de la naciente demarcación territorial. Conservar el orden y funcionamiento coloniales fue prioridad. Castigo severo a quien pretendiera lo contrario. Fue el origen de la formación estatal nacional.
La casta oligárquica clerical impuso su relato, simbología y religión. Estableció la ciudadanía como su privilegio. Los pobres no contaban y estaban condenados por “naturaleza celestial” al trabajo y para batallar obligadamente las guerras de rapiña intra oligárquicas. Para esa casta, la Patria y soberanía tienen un afán utilitario, vacío de contenido.
En una de tantas guerras, un sector oligárquico no tuvo escrúpulo para aliarse con el yanqui William Walker con el propósito de derrotar al otro sector y tomar el poder político. Hasta le otorgaron el grado de coronel, y uno sus sacerdotes, el cura Agustín Vigil, le llamó “lucero del alba” y “ángel tutelar del norte”. Cuando el yanqui se convirtió en amenaza para todos, entonces pactaron una alianza. Les preocupó su propia riqueza y preservarse como casta dominante. La defensa de la soberanía nacional fue algo tangencial, producto de las circunstancias.
Al terminar la guerra, lejos de ampliar derechos al pueblo, siguieron negándolos. La ciudadanía como su patrimonio continuo inalterable. Lo establecieron en la constitución del 1858 para que nadie de abajo se equivoque. Ciudadanos los que tuvieran propiedad no menor de cien pesos o industria o profesión que produzco lo mismo.
En el siglo XX hubo renovadas pugnas intra oligárquicas y atropellos a la soberanía nacional. Cuando el 6 de Marzo de 1912 arriba a Corinto Philander C. Knox; derroche de servidumbre mostraron al rendirle homenaje, arco de triunfo incluido. Por si no bastaba, el alcalde Samuel Portocarrero entregó al visitante una llave de oro simbólica de la ciudad. Hacía dos años y tres meses que la imperial nota Knox había motivado la renuncia del Presidente José Santos Zelaya. La insolencia del ministro estadounidense era una clara violación a la soberanía del país, consideración venida a menos por los oligarcas conservadores. Para ellos era el medio vuelto a los liberales.
El General Benjamín Zeledón hizo la diferencia: “Queremos que la Hacienda Pública sea regentada por personas aptas y honorables, que la Soberanía Nacional, simbolizada por nuestra bandera azul y blanco, sea efectiva y no la batan vientos intervencionistas”. Fue un destello de luz apagado a sangre y fuego por la intervención.
Desde entonces, la dependencia de los yanquis se convirtió en credo oligárquico, alfa y omega de su vergonzante entreguismo. La embajada yanqui, ayer y hoy, una especie de santuario perverso al que recurrir en busca de aguas bautismales, la unción de gracia del imperio como si de tablas de la ley se tratara.
Asumieron la indecencia como norma cotidiana y criterio de acción política. Sobresalen Emiliano y Diego Manuel Chamorro, tío y sobrino; ambos, presidentes en la segunda década del siglo 20.
En su afán de congraciarse con los amos hipotecaron Nicaragua. Los banqueros yanquis administraban como cosa propia las aduanas, el Banco Nacional y el Ferrocarril del Pacífico –que, por cierto, fue desmantelado a finales del mismo siglo por otro presidente de su mismo clan, Violeta B. Chamorro.
Quince años más tarde de la insurrección del General Zeledón, se alza como trueno libertario la figura limpia y vigorosa del General Sandino. Con su lucha alcanza vigencia como construcción histórica la soberanía nacional, en un contexto de reafirmación ante el imperialismo yanqui.
Sandino resignifica la lucha por la soberanía nacional a partir del compromiso con los oprimidos desde tiempos coloniales.
El horizonte de su lucha rompe con el monopolio narrativo de la oligarquía y, al dar voz y vida a los excluidos, reconfigura los atributos sociales de la soberanía nacional como vivencia cotidiana del pueblo. Con Sandino, el pueblo adquiere protagonismo decisivo como actor determinante de la soberanía. “Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y nervio de la raza”, proclamó el General.
Sandino inicia la reconfiguración de la identidad nicaragüense como un pueblo capaz de construir su propio destino soberano, sin intromisión extranjera.
La soberanía como expresión emancipadora fue y continúa siendo una dimensión desconocida para los grupos oligárquicos de Nicaragua que se adscriben naturalmente a la tutela imperial.
La soberanía como patrimonio que defender en tanto es la síntesis la suma de realización y existencia como país independiente, adquirió contenido nacional en nuestra historia en la lucha antimperialista dirigida por el general Sandino, legado continuado por pueblo y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que han mantenido en alto la bandera de dignidad nacional.
Una Nicaragua libre que no volverá a ser hipotecada por las oligarquías. Podrán delirar con sus apellidos de alcurnia en ilusiones de gamonal obsoleto y regocijarse hasta el arrebato por la bendición de los yanquis, pero jamás volverán al poder por que el pueblo victorioso junto al FSLN sabrá mandarlos al estercolero de la historia, donde los traidores vendepatria pertenecen.
Por Edgar Palazio Galo, profesor UNAN Managua
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