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La nueva lucha de clases de la élite gerencial


Desde el surgimiento de la "Administración Científica", falsamente designada así por Frederic Taylor, la élite gerencial ha experimentado un ascenso estratosférico.
  Con bastante astucia y, a menudo, incluso de manera engañosa, Taylor llamó a su libro “científico” aun y cuando el mismo no contiene un solo experimento científico. Lo que él presentó fue el diseño de una ideología -no una ciencia. 

A pesar de esto, y junto con el experto francés en administración de fábricas Henri Fayol, la gestión moderna vio la luz del día. 

Pero los gerentes no son solo las personas que controlan a los trabajadores y les dicen a los empleados qué hacer, sino que también son un grupo poderoso de apparatchiks corporativos y, lo que es peor, se han establecido como una clase social cada vez más poderosa.

Formada en una de las 13,000 escuelas de negocios del mundo, la élite gerencial lenta pero de manera ininterrumpida, y hasta cierto punto implacablemente, se ha hecho del control de un número cada vez mayor de instituciones de la sociedad. 

Poco a poco, están reemplazando la democracia por el gerencialismo antidemocrático, el conocimiento gerencialista y la ideología gerencialista. 

El conocimiento gerencial se refiere a la administración de empresas y corporaciones; el conocimiento gerencialista representa la ideología del gerencialismo. A diferencia de la simple administración, el gerencialismo es una ideología aún más peligrosa.

 Si bien la administración se preocupa principalmente de la administración de un lugar de trabajo, el gerencialismo es diferente.

Se propaga rápidamente a instituciones sociales como hospitales, escuelas, universidades, etc. El gerencialismo reemplaza a la burocracia que antes estaba allí para servir al público. En cambio, el conocimiento gerencialista se basa en la idea del lucro. 

Y en aquellos casos en los que (todavía) no existe el ánimo de lucro, como las escuelas primarias, el gerencialismo opera como la ideología del “como si”. Eso significa que el gerencialismo y sus secuaces ideológicos tratan tal organización como si fuera una empresa con fines de lucro.

Más allá de eso, el poder del gerencialismo y las élites gerenciales infiltran tres áreas esenciales de la sociedad. Estos son el gobierno, la economía y el ámbito de la cultura y los medios de comunicación. En el ámbito de la economía, el capitalismo desarrolló empresas de gran tamaño durante la primera mitad del siglo XX, lo que hizo imposible que un capitalista individual como Henry Ford pudiera controlar grandes grupos de trabajadores. 

Eso exigía una nueva clase de supervisores: el gerente moderno. A medida que el capitalismo avanzaba, también creaba corporaciones propiedad de accionistas invisibles. Esto aumentó el poder de una clase de gerentes necesarios para administrar corporaciones en nombre de sus propietarios.

Con el paso del tiempo, se establecieron escuelas de comercio especiales que capacitaron a gerentes y, en una movida bastante genial, estas escuelas comerciales-administrativas que enseñan la simplicidad de la administración de empresas se asignaron ellas mismas a las universidades. Con ello, ganaron la reputación de ciencia sobre una materia que, desde sus inicios en adelante, nunca ha sido un tema científico. Desde Taylor, sus argumentos de ser una "ciencia" siguen siendo falsos. Aun así, la administración se vende a sí misma como ciencias administrativas.

Año tras año tras año, estas escuelas de negocios producen miles de apparatchiks corporativos capacitados en la simplicidad de la administración corporativa. En la actualidad, su título preferido todavía muestra los orígenes de la gerencia en la administración de fábricas. La "A" en MBA (Master of Business Administration) significa administración. 

Como tales, los gerentes con educación universitaria y los profesionales administrativos han suplantado a los anticuados capitalistas burgueses como la élite dominante. Hoy en día, esta clase ejecutiva gerencial incluso ha establecido sus áreas especiales de descanso en los aeropuertos: el salón de negocios. 

La élite gerencial y los apparatchiks corporativos también se sientan adelante de los demás, en la clase ejecutiva de un avión. Todo eso los hace sentirse únicos, privilegiados e inigualables. Los nuevos gobernantes del mundo. Lo que han reemplazado -el pluralismo democrático- se ha convertido en neoliberalismo gerencial.

A diferencia del neoliberalismo que empuja al capitalismo desde arriba, desde la economía, la élite gerencial empuja al capitalismo desde abajo, desde empresas y corporaciones. Mientras que el neoliberalismo usa la democracia, el gerencialismo reemplaza a la democracia.

 No hay democracia dentro de las empresas y corporaciones. Para los apparatchiks corporativos, no hay necesidad de democracia. Es un obstáculo para el impulso del gerencialismo hacia la llamada eficiencia, una de sus ideologías preferidas.

Debido a ello, la élite gerencial avanza. Muchos de los poderes de las legislaturas democráticas han sido usurpados o delegados a agencias ejecutivas, tribunales u organismos transnacionales. Los profesionales con educación universitaria y entre ellos la élite gerencial, tienen mucha más influencia en estas instituciones que la mayoría de la clase trabajadora.

 En otras palabras, a medida que la élite gerencial toma residencia, la clase trabajadora y el público en general se mudan. Vemos esto no solo en las instituciones económicas (FMI, Banco Mundial, Davos, OMC, NAFTA, UE, etc.), sino también en hospitales, escuelas, universidades, así como en lo que antes se consideraba el guardián de la sociedad civil: los medios de comunicación.

Simultáneamente, los medios de comunicación corporativos se han asegurado de que la cuestión de la clase haya desaparecido prácticamente del discurso público. Así como también han desaparecido palabras como sindicatos, huelga, revolución, clase trabajadora, etc. Los medios masivos de comunicación corporativos las han eliminado casi por completo de nuestro vocabulario. Si ya no tenemos palabras, ya no podemos pensar en estos términos. 

Elimina cualquier revolución mucho antes de que se piense siquiera en ella. Además, los medios de comunicación corporativos siempre trabajan duro para asegurarse de que la raza y el nacionalismo se superpongan a la clase. Modifica el pensamiento de clase vertical -burguesía vs trabajadores- al pensamiento horizontal. 

Ahora son los trabajadores blancos contra los trabajadores no blancos y los trabajadores domésticos contra los trabajadores extranjeros, el grupo interno contra el grupo externo.

Mientras tanto, la élite gerencial ha logrado el dominio. Es la verdadera nueva clase dominante de la sociedad. Junto a los propietarios de empresas y corporaciones, estos apparatchiks corporativos son las personas que controlan efectivamente los medios de producción. Dirigen Tesla, mientras Elon Musk viaja al espacio y aparece en las charlas de TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño). Dirigen Amazon, mientras Jeff Bezos cuenta sus miles de millones de dólares.

La élite gerencial ha aplastado a la clase trabajadora y está a punto de reorganizar la sociedad a su imagen. Esta imagen se construye a través de la forma en que ellos han sido formados en las escuelas de negocios. 

Para todo esto, es crucial el acceso a la élite gerencial corporativa, que se otorga casi exclusivamente a aquellos certificados por un agente de acreditación gerencial, generalmente una universidad o escuela de negocios de élite. Aquí es donde se capacita y certifica a la nueva “superclase”. No sorprende que el acceso sea a través del dinero: más de $ 200,000 en las mejores escuelas.

La membresía en la superclase gerencialista con educación universitaria representa no más del 10% o 15% de la población en un país típico de la OCDE. Es una membresía muy exclusiva y una minoría relativamente pequeña. Esta superclase acreditada de la élite gerencial posee aproximadamente la mitad de la riqueza en los Estados Unidos.

Una de las cuestiones más importantes es lo siguiente: los estudiantes universitarios estadounidenses tienden a tener uno o más padres con educación universitaria. Igualmente en otras democracias occidentales, la pertenencia a la clase gerencial con educación universitaria también es en parte hereditaria. A medida que declina la movilidad social, la élite gerencial se reproduce.

En otras palabras, existe una barrera de clase y vale la pena ser privilegiado. Sin embargo, la élite gerencial también permanece, al menos en parte, abierta al talento de abajo. En otras palabras, ocasionalmente, personas que no pertenecen a la élite ingresan a ella, pero esas son las excepciones, no la regla. En general, debe entenderse lo siguiente:

Es posible que los títulos universitarios sean boletos para salir de la pobreza, pero la mayoría de los boletos se entregan al nacer a los hijos de un pequeño número de familias con mucho dinero. En los Estados Unidos, los estudiantes con puntajes en matemáticas en la mitad inferior que provienen de familias con el nivel socioeconómico más alto tienen más probabilidades de lograr un título universitario que los estudiantes de familias con el nivel socioeconómico más bajo que tienen puntajes en matemáticas en la mitad superior del rango.

Peor aún, el ingreso familiar promedio de los padres de un estudiante típico de Harvard es de $ 168,800. El ingreso promedio de un estadounidense es de $ 40,000, una cuarta parte de eso. No es una sorpresa que el 67% de los estudiantes de Harvard provengan del 20% de los hogares estadounidenses con mayores ingresos. El resto de la Ivy League será bastante similar.

La élite gerencial capacitada en la escuela de negocios no solo recibe capacitación en universidades especiales y vuela en clase ejecutiva, sino que también vive en áreas geográficas especiales, en los llamados “hubs”. Estos son los lugares donde se ubican las casas de la superclase gerencial. En estos centros o suburbios especiales, encontramos personas dedicadas a servicios empresariales de alta gama. Ellos trabajan en software, finanzas, seguros, contabilidad, mercadeo, publicidad, consultoría y otros cuyos clientes suelen ser corporaciones, incluidas corporaciones globales que administran cadenas de suministro.

Esto tiene impactos devastadores en las ciudades a medida que estas se aburguesan. La brecha entre los más ricos y los más pobres en la ciudad de Nueva York, por ejemplo, es comparable a la de Swazilandia. Los Ángeles y Chicago son un poco más igualitarios. Ambos son comparables a República Dominicana y El Salvador.

Todo esto es posible debido al esfuerzo de los trabajadores pobres, en su mayoría en el Sur Global. Las fortunas de muchos ejecutivos de la Tecnología de la Información (IT) y de apparatchiks corporativos de San Francisco, por ejemplo, depende de las legiones de trabajadores de fábricas mal pagados en China y otros países, de torres de servidores que demandan grandes cantidades de energía ubicadas en áreas rurales remotas, y de infraestructuras masivas de comunicaciones y transporte que se extienden por vastas distancias entre ciudades y naciones y cuyo mantenimiento está a cargo de obreros.

Junto con la élite económica que representa el neoliberalismo, la élite gerencial corporativa ha marcado un distanciamiento de la regulación y, por lo tanto, ha debilitado los sindicatos en el país y en otros lugares. Esto, por supuesto, ha ayudado a mejorar los márgenes del beneficio empresarial. Con mayor frecuencia, el dinero generado, administrado y supervisado por la élite gerencial se guarda en paraísos fiscales. Hoy en día, aproximadamente una cuarta parte de toda la riqueza del mundo se encuentra en esos paraísos fiscales. Peor aún, el 43% de las ganancias extranjeras se acumulan en solo cinco paraísos fiscales: Bermuda, Irlanda, Luxemburgo, Holanda y Suiza. Los infames Papeles de Panamá son una parte minúscula de una operación que priva a los países de la OCDE de impuestos muy necesarios, lo que resulta en escuelas y hospitales con fondos insuficientes.

Más allá de eso, la élite gerencial trabaja en instituciones internacionales las cuales han eliminado en buena medida la democracia mientras que al mismo tiempo, mantienen vigente un camuflaje democrático para no ser acusados de antidemocráticos. La élite gerencial, haciendo las veces de cabilderos corporativos, mantiene este estado de cosas para asegurar un marco regulatorio positivo que apoye la maximización de ganancias.

En la Unión Europea, por ejemplo, ha habido una erosión deliberadamente diseñada de las democracias nacionales. Con la crisis financiera global de 2008/2009, este proceso solo se ha acelerado. Desde sus inicios, la UE siempre ha mostrado un sesgo crónico y deliberado a favor de las empresas y las finanzas y en contra de los sindicatos de trabajadores. 

La fuerza laboral europea ha sido pacificada con los Comités de Empresa Europeos. Estos consejos prácticamente no tienen poder. Emulan a los comités de empresa alemanes que tienen algunos poderes sobre cuestiones bastante intrascendentes -el infame color de la puerta del baño- y casi ningún poder sobre cuestiones tan importante como sueldos, salarios de los directores ejecutivos, reubicación de plantas, etc.

 En la UE, la pacificación de la fuerza laboral avanza mientras la UE le da carta libre al capital. Esto denota la mayor capacidad del capital, los inversores y los gerentes corporativos para presionar y organizarse con bastante éxito a través de las fronteras nacionales.

En Europa como en los Estados Unidos, por cada dólar gastado por los sindicatos y los grupos de interés público en cabildeo, las grandes corporaciones y sus cabilderos gastan 34 dólares. Con una proporción de 34:1, no es sorpresivo que las leyes de la UE y los EE.UU favorezcan a las empresas, no a los trabajadores. 

 Como resultado de su cabildeo, las empresas y corporaciones obtienen facturas de impuestos corporativos bajas o nulas, fácil acceso a paraísos fiscales y un sinfín de regulaciones favorables a las empresas, eufemísticamente catalogadas como desregulaciones. Esto perjudica a los trabajadores de manera sistemática. Por su escaso cabildeo de $ 1, los trabajadores obtienen salarios bajos, escasa seguridad laboral, desempleo masivo, condiciones de trabajo horribles, el aumento del precariado, el estancamiento de los salarios, trabajos temporeros en la economía gig, etc.

Durante décadas, la UE ha demostrado una persistente predisposición a favor del capital, las empresas, las finanzas y en contra de los sindicatos. Esto pone de manifiesto la mayor capacidad de los inversores, los gerentes corporativos y la élite gerencial para presionar a los políticos y eludir la democracia. Por otra parte, el antidemocrático poder judicial también le ha brindado un sólido apoyo a la élite gerencial, a las corporaciones y al capitalismo corporativo. 

De la misma manera que el Estado como tal, como la fuerza policial, en particular, la juristocracia actual -una democracia guiada por el poder judicial- ha sido importante para la élite gerencial porque la protege, así como a las empresas y corporaciones, de la mayoría democrática.

En resumen, la confianza en el sistema legal y los tribunales en lugar de una legislatura elegida democráticamente está configurando la política pública, económica y laboral al tiempo que le resta poder a los votantes de la clase trabajadora. 

Cada vez más el poder se desplaza hacia una súper clase no electa -a menudo de elite- de jueces certificados universitarios. Son los nuevos gobernantes con túnicas que representan otra súper clase acreditada que ayuda al surgimiento de la élite gerencial. Por supuesto, todo esto se suma a lo que Warren Buffett admitió en 2006:

Hay una lucha de clases, definitivamente,

pero es mi clase, la clase rica,

la que está haciendo la guerra,

y estamos ganando.

La declaración de Buffett solo muestra cuan seguro el capitalismo corporativo y su élite gerencial están en lo que están haciendo: la lucha de clases. El único desafío razonable al poder de la élite gerencial durante los últimos años no provino de la clase trabajadora. Provino del populismo de derecha. Este desafió a la súper elite gerencial, pero no al capitalismo corporativo. Sin embargo, es posible que uno se dé cuenta que la élite gerencial no es una entidad monolítica. Consta, al menos, de tres facciones:

La derecha: El primer grupo es la élite gerencial neoliberal de extrema derecha que representa la ideología del neoliberalismo de Hayek, el antisindicalismo extremo, la desregulación (es decir, la re-regulación de los negocios), la imposición de impuestos solo a la clase trabajadora y no a los ricos, etc. Esta facción está representada por la ideología de Milton Friedman y financiada por los infames hermanos Koch. Ideológicamente, cuenta con el apoyo de instituciones como el Instituto Cato.

Los moderados: La segunda facción de la élite gerencial son los más moderados como los Clinton, Obama, etc. Ellos representan una versión un poco más moderada del neoliberalismo favorable al mercado que vive con la eterna esperanza de que el capitalismo pueda ser bueno.

El Centro: Finalmente, está el centro de la élite gerencial que consiste en la dinastía Bush, el ex primer ministro británico David Cameron, la alemana Merkel y el francés Macron. Estos representan una forma centrista de neoliberalismo.

Mientras tanto, el repunte del populismo de derecha es una lucha contra estos tres grupos de la élite gerencial. La contrarrevolución de derecha de los populistas viene de fuera utilizando fuerzas que se generan desde abajo, esas que Donald Trump llama, la gente con poca educación. En resumen, los demagogos populistas de derecha apuntan a la súper clase y, por lo tanto, al stablishment. Estos son etiquetados como los enemigos. 

La lucha del populismo de derecha tiene lugar en los tres ámbitos del poder que actualmente dirige la élite gerencial: la política, la economía y la industria de la cultura mediática.

El populismo de derecha, ataca el cosmopolitismo de la élite gerencial y su impulso hacia la globalización actuando de manera decididamente nacionalista: America First! En Europa, los populistas de derecha son decididamente anti-europeos. 

Su triunfo más sobresaliente sigue siendo el Brexit. En la esfera de la cultura y los medios de comunicación, los políticos populistas de derecha deliberadamente ignoran la elaborada etiqueta política de la superclase política y gerencialista.

 El populismo de derecha usa un lenguaje vulgar, insultante y agresivo. Los populistas de derecha odian, rechazan y luchan contra la corrección política.

Mientras que Karl Marx veía la religión como el opio de las masas, el populismo de derecha ha encontrado algunos opiáceos nuevos y otros de antaño a los cuales recurrir, como la xenofobia, el racismo, sexismo, antisemitismo, nacionalismo, etc. a diferencia de la Iglesia Católica en el año 1622, Stalin y Hitler a principios del siglo XX, la propaganda de hoy se puede distribuir rápida y ampliamente a través de Facebook, Twitter, YouTube, etc. Ayer como hoy, la cuestión es de si el socialismo o la barbarie todavía está entre nosotros.

Si se quiere evitar el republicanismo bananero como destino de las democracias occidentales, es necesario luchar tanto contra la élite gerencial como contra el populismo de derecha. Por otra parte, el populismo de derecha de alguna manera tiende a ser autodestructivo. Los populistas de derecha son mucho mejores haciendo campaña que gobernando. 

Con bastante rapidez, Trump descubrió lo difícil que es dotar su administración de tecnócratas competentes de la élite legal, política y gerencial dispuestos a servir bajo un político despreciado por muchos expertos y funcionarios. En resumen, la élite gerencial-administrativa de Washington no solo rechaza a Donald Trump, sino que ni siquiera quiso trabajar para él.

Ya sea la élite gerencial, los apparatchiks corporativos o los populistas de derecha, todos son un poco como la medicina homeopática. 

Las supuestas curas que proponen para tratar nuestras enfermedades sociales, económicas, políticas y ambientales que el libre mercado del capitalismo ha causado deben ser tratadas con una fuerte dosis de más libre mercado. Esto no va a funcionar.

En lugar de la falsa solución de los populistas de derecha y la superclase gerencialista, el verdadero empoderamiento solo puede provenir de los trabajadores organizados. 

Este empoderamiento debería basarse en algo parecido a un acuerdo tripartito empresa-trabajadores-gobierno que se involucre en la negociación colectiva. 

Solo con un mecanismo de este tipo se puede mantener un control real sobre la superclase gerencial y mantener a raya a los populistas de derecha. Para el pluralismo democrático, las elecciones libres y justas siguen siendo esenciales, pero de ninguna manera son una condición suficiente para una democracia genuina.

La tripartita trabajadores-empresa-gobierno como instituciones encargadas de la fijación de salarios tiene que ajustarse al principio democrático de una persona un voto. Además de controles y contrapesos políticos, debe haber controles y contrapesos económicos y políticos para reducir y quizás eventualmente eliminar el poder de la clase gerencial.

En la actualidad, esta superclase gerencial sigue siendo una minoría. Pero ha adquirido un cuasi monopolio de riqueza, poder político, experiencia, influencia en los medios y autoridad académica. 

Dado su poder, puede reprimir con éxito y completamente a la mayoría de la clase trabajadora numéricamente mayor pero políticamente más débil. Si esto continúa en América del Norte y Europa, es muy posible que ambos se parezcan mucho al Brasil actual. 

Un país dirigido por oligarquías nepotistas agrupadas en unas pocas y extendidas áreas metropolitanas rodeadas de zonas remotas abandonadas, deterioradas, despobladas y despreciadas.

Publicado por La Cuna del Sol

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