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Un informe de la ONU desmonta la falsa acusación contra Venezuela

El informe sobre conclusiones y consecuencias en materia de políticas de drogas de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD), correspondiente a 2019, revela que Colombia es el mayor productor de cocaína a nivel mundial y Estados Unidos el consumidor más importante de su principal “fruto” nacional para la exportación.

En las 64 páginas de este informe no aparece mención alguna sobre Venezuela, mientras que Estados Unidos figura en casi todos los tópicos que la ONUDD presenta como alarmantes: el aumento del consumo de heroína, metanfetamina y opiáceos, así como el crecimiento de las redes de distribución de drogas que derivan en un número mayor de muertes cada año.

Lo que devela este informe es que, en términos de producción, exportación o tráfico de drogas, Venezuela no figura en el mapa como un país involucrado en la trama del narcotráfico internacional, un aspecto que escuece la narrativa estadounidense para implicar a la República Bolivariana en actividades de narcotráfico.

Tampoco figura algo sobre el tan mentado “Cártel de los Soles” o la supuesta relación entre Maduro, Diosdado y las FARC de Colombia para traficar cocaína hacia Estados Unidos, argumento central utilizado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos para acusar falsamente al presidente Nicolás Maduro y demás líderes venezolanos.

En cambio, aparecen de manera reiterativa Colombia, México y Afganistán, tres países que han sido intervenidos militarmente por Washington de diversas formas en las últimas dos décadas: el primero con el Plan Colombia, el segundo con la Iniciativa Mérida y el último tras una guerra ilegal de agresión que comenzó en 2001 y aún no termina.

Aunque la ONUDD no lo indica directamente en sus conclusiones, es muy fácil establecer un patrón estructural: donde Washington se involucra militarmente, crece la producción de drogas y los envíos de las mismas hacia Estados Unidos, impulsando con ello las muertes por sobredosis que alcanzaron, según reportan las instituciones oficiales en 2019, más de 69 mil en el país norteamericano.

Las acciones militares ilegales y coloniales por parte de Estados Unidos en el extranjero han tenido un reflejo a lo interno de su propia sociedad. 

La muy publicitada “Guerra contra las Drogas” (en su segunda edición, ya que la primera fue declarada en 1971), que ya ha dejado más de medio millón de muertos en su paso por México y Colombia, se enmarca en una estrategia de militarización según lo expresado por el periodista Mike Whitney en 2011, quien entiende al narcotráfico como un eslabón del poder financiero estadounidense.

Sobre la “Guerra contra las Drogas”, Whitney advierte:

“Esto no tiene que ver con las drogas; se trata de una política exterior chiflada que apoya a ejércitos por delegación para imponer el orden por medio de la represión y militarización del Estado policial. Se trata de expandir el poder norteamericano y de que engorden los beneficios de Wall Street”.

Esta lógica económica, militar y empresarial al mismo tiempo genera un doble efecto: por un lado, una ola de violencia en los países donde la DEA, la CIA y el FBI actúan en alianza con los carteles, y por otro, la destrucción de la salud de los estadounidenses adictos a las sustancias ilícitas, factor que representa la primera causa de mortalidad en el país por encima de los accidentes de tránsito y los asesinatos por armas de fuego.

A esa epidemia de salud pública ha contribuido decisivamente la política de guerra de agresión de Washington.
La narcopolítica

El periodista Alfonso León en El Espectador de Colombia nos detalla el primer antecedente en que las drogas y la política de injerencia de Estados Unidos se configuraron como un arma de guerra. 

Para ello hay que remitirse a Vietnam años antes de que, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, Washington entrara formalmente al conflicto armado del país asiático tras la bandera falsa del Golfo de Tonkín.
León cuenta:

“A instancias de la CIA, los hombres de Diem (quien derrocó al ‘emperador títere’ de los franceses Bao Dai en los cincuenta) empezaron a utilizar aviones norteamericanos para transportar armas y suministros en apoyo a las fuerzas del Kuomintang que enfrentaban a la revolución comunista en China. Las operaciones de regreso se utilizaron para cargar las aeronaves con opio, a la vista de todo el mundo, para financiar la naciente guerra en Laos y Camboya. Las compañías aéreas fueron popularmente bautizadas como ‘Air Opium’”.

Ya involucrados directamente en la guerra, y perdiéndola, el presidente John F. Kennedy intentó forzar un viraje en los apoyos a sus aliados vietnamitas para salvar la credibilidad de la participación en el conflicto. 

Ya el negocio se había diversificado transformando el opio en heroína con productos químicos importados desde la colonia británica de Hong Kong. Tal viraje no ocurrió del todo por un hecho que León precisa con contundencia:

“Perseguir la heroína implicaba enfrentar a sus aliados y, en plena Guerra Fría, bajo el peligro del ‘efecto dominó’, cualquier cosa era preferible a la instauración de un nuevo régimen comunista en Asia”.

La guerra contra Ho Chi Minh y su pueblo abrió una narcorruta oceánica por el Pacífico y abrió las fronteras estadounidenses a la heroína, los traumatizados soldados se volvían adictos a esta droga pero también a la marihuana y, cuenta León, ya el 60% de los efectivos militares consumía algún tipo de estupefaciente para 1965.

El investigador polaco Łukasz Kamieński, autor de Las drogas en la guerra, asevera que la Guerra de Vietnam representó para Estados Unidos “la primera guerra farmacológica real” debido al “acceso a múltiples drogas diferentes con las que los soldados se automedicaban como alcohol, marihuana, heroína, LSD, opio o barbitúricos, en general consumían todo lo que cayera en sus manos y Vietnam era un paraíso de las drogas”.


Cartel de ‘Platoon’, película de Oliver Stone que muestra cómo lo primero que se pierde en la guerra es la inocencia. Foto: Orion Pictures

El efecto del narcotráfico combinado a la guerra fue tan poderoso que, como imágenes históricas, tenemos a Charlee Sheen siendo un joven soldado estadounidense que fumaba marihuana para soportar la tensión de la guerra en la película Platoon de Oliver Stone, pero también los festivales y las movilizaciones contra esa misma guerra repletas de LSD y otras sustancias que inundaban las principales ciudades estadounidenses.

A partir de ahí, el narcotráfico se transformaría en un instrumento para las guerras ilegales y coloniales de las élites políticas en adelante, pero también en un negocio transnacional que transformaba a la propios estadounidenses en clientes-esclavos de una inmensa maquinaria de transporte, importación, distribución y venta controlada de drogas por las agencias de seguridad y espionaje de su propio gobierno, abultando en última instancia los bolsillos de los grandes banqueros.

La revolución sandinista y los movimientos guerrilleros en Centroamérica en los años 80 darían una nueva oportunidad para probar lo aprendido en Vietnam.

La Administración Reagan desplegó un plan de guerra mercenaria y de desgaste contra la naciente revolución nicaragüense a través de los Contras, un ejército mercenario financiado y entrenado por la CIA y nutrido por policías y militares removidos luego de la caída del dictador Anastacio Somoza.

La oposición del Congreso estadounidense y la ilegalidad de esta operación obligó a recurrir a canales irregulares para financiar el movimiento que debía derrocar al sandinismo.

Apoyándose en los carteles del narco en Colombia y México, y a través de aviones de la CIA, se transportaba cocaína y crack que luego serían vendidas en ciudades estadounidenses; con el dinero recaudado, los Contras recibirían armas y pertrechos para prolongar la guerra contra el gobierno sandinista.

Esa misma traza del narcotráfico como factor de acumulación económica e instrumento de intervención militar se reforzaría decisivamente con la invasión a Panamá en 1989 (para, a partir de ahí, controlar la ruta caribeña) y con el respaldo a los sectarios muyahidines contra la Unión Soviética en Afganistán. El narco es el hilo común de los procesos globales que abarcan todo el hemisferio.

Políticamente, el mando de la operación contra Nicaragua estuvo a manos del vicepresidente George Bush, padre del psicópata que invadió a Irak y Afganistán entrando el nuevo milenio. 

Lo acompañarían en primera línea dos auténticos criminales de guerra: el coronel Oliver North y Elliott Abrams, quien hoy en día funge como intermediario entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado en la guerra de cambio de régimen contra Venezuela.

Como resultado de esta operación en Los Angeles emergió lo que se conocería tiempo después como “la epidemia del crack”, debido a la debacle social y espiral de violencia y asesinatos, producto del narcotráfico, que cambió para siempre la ciudad. 

Un documental de años recientes llamado Snowfall retrata no sólo las terribles consecuencias humanas que generó la masificación del consumo de crack en Los Angeles, sino cómo la misma CIA controlaba redes de venta y distribución que iban desde Colombia, pasando por México hasta llegar a la ciudad norteamericana donde se recaudaba parte del dinero que sería enviado a los Contras.


El coronel Oliver North, jefe operador del narcofinanciamiento a los Contras, confesó que el presidente Reagan sabía de la operación. Foto: TIME

La narrativa anticomunista de Reagan en Centroamérica le costó la vida de cientos de miles de estadounidenses que decía querer proteger de la amenaza soviética. 

Por cada 10 nicaragüenses inocentes asesinados por los Contras, “florecían” decenas de adictos al crack que transformarían la ciudad de Los Angeles en una escena de The Walking Dead.

Aunque avanzado los años 80 ya se hacía evidente la trama entre la CIA y el narcotráfico para financiar ilegalmente la guerra contra Nicaragua, no sería hasta 1996 que la olla se destaparía. 

El periodista Gary Webb publicó una serie de artículos en el periódico San Jose Mercury New de California que haría historia al desvelar las conexiones entre la CIA, el narcotráfico y la guerra contra Nicaragua.

Destapado el caso y evidenciadas las conexiones que representaron un enorme daño reputacional a los compinches de la Administración Reagan, la decisión era cargar todas las baterías contra Webb. Periodistas que antes le habían profesado su amistad en medios corporativos como The New York Times y The Washington Post pidieron su renuncia, a lo que el San Jose Mercury New accedió finalmente.

Las presiones escalaron a tal punto que Webb quedó aislado, sin trabajo y dañada su reputación (culminando en un posterior y dudoso suicidio), aunque su trabajo periodístico, años después, ha demostrado ser revelador y seguir estando vigente.

El nacimiento del narcocapitalismo

La acumulación de estas operaciones del narco comandadas por las agencias estadounidenses tuvieron un efecto decisivo a largo plazo: las fronteras entre las drogas y cualquier otra mercancía fueron definitivamente borradas, pasando a convertirse en un negocio que, por la tasa de rendimiento que tiene en el mercado, supera la brecha de beneficios de negocios como el petrolero o de la industria farmacéutica.

Para el investigador colombiano Renán Vega Cantor, también profesor de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá: “Lo que hizo el narcotráfico fue generalizar un tipo de comportamiento empresarial (…) los narcotraficantes son empresarios capitalistas”.

Argumenta que “el narcotráfico es un negocio capitalista. Por eso es que cuando se analiza el fenómeno hay mucha hipocresía. En el fondo no hay mucha diferencia entre vender cigarrillos, vino, café o cocaína. Desde el punto de vista comercial no hay ningún tipo de diferencia”.

Cantor comparte la opinión de Whitney de que la “Guerra contra las Drogas” ha derivado en la militarización:

“Las vías (de tráfico) convencionales han sido controladas con muchos mecanismos: radares, aviación, submarinos, una parafernalia tecnológica muy costosa que usa Estados Unidos y que incluso le ha servido como pretexto para militarizar países como Colombia”.

El mencionado informe de la ONUDD relata el fracaso de la lucha “antidrogas” del Plan Colombia, o más bien, ofrece un testimonio riguroso de cómo el negocio es controlado directamente por Estados Unidos a través de organizaciones narcoparamilitares y contratistas estadounidenses que se apoderan de grandes segmentos de la producción y exportación de la cocaína.

Puede decirse que el matrimonio entre capitalismo y narcotráfico, que es el espejo del de Wall Street con la élite política, fue una maniobra desde arriba donde el establecimiento político de Washington jugó un papel decisivo en la centralización de una maquinaria que coincidió a la perfección en el contexto neoliberal.


El lobo de Wall Street’, película de Martin Scorsese, apenas expresa la punta del iceberg de la conexión narcotráfico-capital financiero estadounidense. Foto: Paramount Pictures

Una extensa investigación de Michael C. Ruppert relata que Dick Cheney, gerente general de la petrolera Halliburton, vicepresidente durante la era Bush hijo y furibundo neoconservador,


“(…) como Secretario de Defensa de Bush durante la operación ‘Tormenta del Desierto’ (1990-91), también dirigió operaciones especiales que involucraban a rebeldes kurdos en el norte de Irán. La principal fuente de ingresos de los kurdos durante más de cincuenta años ha sido el contrabando de heroína desde Afganistán y Pakistán a través de Irán, Irak y Turquía”.

Sigue Ruppert:

“De 1994 a 1999, durante la intervención militar de los Estados Unidos en los Balcanes (…) el Ejército de Liberación de Kosovo controlaba el 70% de la heroína que ingresa a Europa occidental, ahí donde la subsidiaria de Halliburton, Brown and Root, ganó miles de millones de dólares que abastecen a las tropas estadounidenses desde grandes instalaciones en la región. Las operaciones de apoyo de Brown and Root continúan en Bosnia, Kosovo y Macedonia hasta el día de hoy”.

La investigación, más adelante, concluye:

“Las huellas de Dick Cheney se han acercado a las drogas más de lo que uno podría sospechar (…) Sería correcto decir que existe un vínculo directo entre las instalaciones de Brown and Root, a menudo en regiones remotas y peligrosas, entre cada región productora de drogas y cada región consumidora de drogas del mundo”.

Ruppert también afirma:

“La Administración Clinton se ocupó de todo lo que se desperdició en viajes de heroína con la destrucción de Serbia y Kosovo en 1998 (…) Eso abrió una línea directa desde Afganistán a Europa occidental y Brown and Root también estaban justo en el medio de eso. 

La habilidad de Clinton para racionalizar las operaciones de drogas se describió en detalle en la edición de mayo de FTW en una historia titulada ‘El Gasto Presidencial del Dinero de Drogas del Partido Demócrata’ (…) 

La esencia de la lección económica de las drogas fue que al cultivar opio en Colombia y contrabandear cocaína y heroína desde Colombia a la ciudad de Nueva York a través de República Dominicana y Puerto Rico (una línea recta virtual), las rutas tradicionales de contrabando podrían acortarse o incluso eliminarse. Esto redujo tanto el riesgo como el costo, aumentó las ganancias y eliminó la competencia”.

Este modelo keynesiano aplicado al narcotráfico y apoyado en la dirección política de la élite norteamericana que convirtió la infraestructura militar y empresarial de Estados Unidos en rutas de control y distribución de drogas, ha convertido este negocio en una válvula de escape dentro de la fallida economía estadounidense. Es el más lucrativo del presente siglo.

El escritor italiano Roberto Saviano, autor de las obras Gomorra y CeroCeroCero, afirma:

“Ningún negocio en el mundo es tan dinámico, tan inquietantemente innovador, tan leal al espíritu puro del libre mercado como el negocio de la cocaína (…) La cocaína es un activo seguro. La cocaína es un activo anticíclico. La cocaína es el activo que no teme ni a la escasez de recursos ni a la inflación del mercado (…) La cocaína se convierte en un producto como el oro o el petróleo”.

Desde principios del siglo XXI hay un consenso de que el dinero del narcotráfico lavado por bancos estadounidenses asciende a 3 billones de dólares, y es posible que la cifra en la actualidad duplique o triplique esa estimación.

Así, lo que inició con el narcofinanciamiento a los sindicatos mafiosos de los corsos en Francia en los 50, y que luego se fortaleció con el “Triángulo del Opio” en Asia para luchar contra los comunistas chinos, lógica que después se extendió hacia Australia, Panamá, Colombia, Centroamérica y Afganistán con el objetivo de controlar áreas cada vez más grandes del negocio, se transformó en una compleja estructura financiera que vincula, orgánicamente, al sistema económico estadounidense, sus bancos, y a su élite política.

Siendo el narcotráfico un nuevo nicho de acumulación “originaria” dentro del capitalismo mundial, no escapa de las dinámicas de concentración y centralización que describen el funcionamiento general del sistema.

Por tal motivo, estas últimas dos décadas que coinciden con el lanzamiento del Plan Colombia y la Iniciativa Mérida por un lado, y la invasión contra Irak y Afganistán por otro, han derivado en un cambio en la estructura gerencial y económica del narcotráfico.

Ahora los capos colombianos se han transformado en el ejército fabril encargado de la producción, los carteles mexicanos han emergido como poderosos distribuidores y productores de heroína, mientras que en lo más alto de la pirámide, los principales banqueros estadounidenses concentran la mayor parte de las ganancias, inyectan el dinero lavado en el aparato circulatorio de la economía y sostienen una sociedad de consumo construida bajo el artificio de que nunca se acabará… la cocaína.

Cuando el cártel es la propia DEA

Hace pocos años, se filtró un conjunto de mapas de la DEA que demostraban el alcance del Cártel de Sinaloa, cuyo rostro principal era Joaquín “El Chapo” Guzmán (y otros carteles mexicanos), confirmando la complicidad de la agencia de narcotráfico territorio adentro de Estados Unidos.


Los círculos muestran las áreas urbanas donde los carteles tienen mayor poder, siendo el Cártel de Sinaloa (en amarillo) el de mayor expansión a lo largo de Estados Unidos. Fuente: Daily Mail

“El Chapo” controlaba amplias zonas en una red que se extendía por el centro de Estados Unidos hasta ambas costas oceánicas del país bajo la mirada permisiva de las instituciones que deberían velar y hacer efectivo su desmantelamiento.


En amarillo oscuro y pálido se muestran las áreas en las que el Cártel de Sinaloa tiene mayor influencia en el mapa estadounidense. Fuente: Daily Mail

Más revelador resulta la investigación de la periodista mexicana Anabel Hernández sobre los contratos de la DEA con Ismael “El Mayo” Zambada para que el Cártel de Sinaloa monopolizara el mercado de sustancias ilícitas a cambio de información e incautación de los negocios de los carteles rivales en México y Estados Unidos. 

Los hallazgos de Hernández cuestionan la legitimidad de la principal agencia antidrogas estadounidense, que pareciera tener en los Zambada más como aliado y socio que como enemigo.

En febrero de este mismo año, confirmando las conexiones entre esta agencia y los carteles del narco, “las autoridades estadounidenses arrestaron el viernes a un ex agente de la Administración de Control de Drogas, acusado de conspirar con narcotraficantes colombianos para robar millones de dólares que el gobierno estadounidense había confiscado a presuntos traficantes”, según reportó la agencia Reuters.

El agente José Irizarry fue acusado por fiscales federales de enriquecerse al “usar secretamente su posición y su acceso especial a la información”. Usaron el dinero, dijeron, para financiar un lujoso estilo de vida de casas y autos caros y un anillo de Tiffany de 30 mil dólares”.

Reuters también afirma:

“Los fiscales alegaron que Irizarry, una vez un agente condecorado, aprovechó un tipo particularmente sensible de investigación encubierta de la DEA, en la que los agentes se hacen pasar por lavadores de dinero, recolectando efectivo de los traficantes de drogas y canalizándolo a través de cuentas bancarias encubiertas. Dijeron que Irizarry desvió secretamente ese dinero a cuentas que él y otros conspiradores controlaban. 

A fines de 2013, dijeron los fiscales, Irizarry ayudó a recolectar casi mil 100 millones de dólares de presuntos narcotraficantes que fueron depositados en cuentas bancarias encubiertas de la DEA. Irizarry tenía más de la mitad de ese dinero transferido a cuentas controladas por uno de sus asociados”.

En 2017, una confesión cambiaría todo y volvería a confirmar a la DEA como un cartel del narcotráfico. El hijo de Pablo Escobar, líder del famoso Cártel de Medellín, dio a conocer las conexiones de su papá con agencias estadounidenses, desmontando de manera explosiva el mito de la “Guerra contra las Drogas” encabezada principalmente por la DEA.

Juan Pablo Escobar, en una entrevista para El Confidencial de España, confesó:

“En honor a la verdad hay que contar cómo mi padre llegó a obtener semejante cantidad de poder y dinero. Es, sin duda, gracias a las alianzas. Le mandó 92 mil kilos de cocaína a la DEA durante tres años y se embolsó 700 y pico millones de dólares, que le permitieron comprar voluntades, bandidos, financiar terrorismo y causas para su propio beneficio. Las palabras literales de mi padre fueron: ‘Terminamos trabajando con quienes nos perseguían’. Más claro no canta un gallo. Esto mismo sucede hoy, 23 años después”.

También este año fue acusado y sentenciado el agente de la DEA Fernando Gómez “por su papel en una conspiración de drogas de una década que involucró el contrabando de miles de kilogramos de cocaína desde Puerto Rico a Nueva York”.

ABC News reseñó:

“Los fiscales acusaron a Fernando Gómez de infiltrarse en la DEA en 2011 y de ayudar a una red de narcotraficantes conocida por matar a sus rivales. Gómez se declaró culpable el año pasado de vender armas de fuego a un narcotraficante de alto volumen mientras trabajaba como oficial de policía en las afueras de Chicago. 

También ayudó a la Organización de Narcotraficantes Unidos a evitar ser detectados por las fuerzas del orden público, recogió dinero para la red de narcotraficantes y accedió incorrectamente a los registros de la DEA sobre un cooperador que creía que tenía información sobre sus cómplices”.

Como afirmaba esta tribuna hace par de años retratando un caso histórico:

“Venezuela no quedaría exenta de ser utilizada como una plataforma del narcotráfico internacional capitaneada por estos carteles norteamericanos. Varios casos explotaron en la opinión pública durante la década de los 90, más por rencillas dentro del cártel que por otra cosa, que develaron el estrecho vínculo de la CIA y la DEA en la exportación de drogas desde Venezuela, mediante la infiltración y posterior control a lo interno de las fuerzas armadas”.

El caso al que hacíamos referencia era el de Ramón Guillén Dávila, jefe antidrogas de la entonces llamada Guardia Nacional en la década de 1980, con quien la CIA y la DEA habían contrabandeando toneladas de cocaína desde Venezuela.

Precisamos en su momento:

“Reseñó The New York Times que en el año 1989 los agentes de la CIA en Venezuela, Jim Campbell y Mark McFarlin, se reunieron con la agregada de la DEA, Anabelle Grimm, para discutir envíos de cocaína a Estados Unidos (mediante su operador Ramón Guillén Dávila), para supuestamente recabar información sobre carteles colombianos. 

Aunque la agregada se opuso, los agentes de la CIA continuaron con la operación sin que ella notificara a sus mandos superiores que la agencia de inteligencia estaba traficando cocaína. La omisión es también una forma de complicidad”.

¿Con luchadores antidrogas así cómo no va a crecer el narcotráfico hasta el infinito? ¿Acaso no confirma todo el compendio relatado que Estados Unidos es el principal promotor del narcotráfico mundial? ¿No es evidente que instrumentaliza a distintos carteles globales para controlar los flujos de sustancias ilícitas?

Más aún, y a la luz de lo planteado: ¿no es Estados Unidos, sus élites y su sistema financiero, el mayor beneficiario del narcotráfico global?

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