A mediados del mes de abril del 2018 la población nicaragüense vivía (algunos sin siquiera darse cuenta) tal vez, la mejor época de su existencia como ciudadanos de un país empobrecido y eternamente en conflicto, que por fin ascendía- en relativa paz- los primeros peldaños del progreso económico y el bienestar social.
El gobierno sandinista encabezado por el comandante Daniel Ortega Saavedra arribó al poder en el 2006, luego de ganar inapelablemente unas elecciones llenas de zancadillas del bando perdedor, pero con las esperanzas de todo un pueblo a cuestas, pueblo que para entonces había sido la victima principal de los experimentos neoliberales a que la oligarquía había sometido al país por largos diez y seis años, mientras desmontaba-pieza a pieza- las conquistas del gobierno revolucionario sandinista de la década de los ochenta.
En su tercer periodo presidencial consecutivo y arribando a su treceavo año de gobierno, el comandante Ortega, de no ser tan humilde, hubiera podido vanagloriarse de ser el mandatario más exitoso y efectivo en los 197 años de vida republicana del país:
Sin ser detenido por las obvias dificultades económicas y financieras, producto de los desbalances estructurales de nuestra condición de país tercermundista y por las consecuencias desastrosas de la imposición del neoliberalismo, un modelo fracasado y profundamente antipopular y elitista y dándole menor importancia a las contradicciones sociales, políticas e ideológicas subyacentes en la sociedad nicaragüense, se inauguró (para asombro del mundo) una era virtuosa de reconstrucción de nación, que partía (aprovechando su enorme liderazgo, experiencia y visión) de una forma de gobierno inclusiva y popular, un plan maestro de desarrollo humano y una política de unidad nacional que debía de garantizar la paz y la estabilidad.
Creada esta plataforma de arranque, inició un frenético pero bien pensado plan de construcción de infraestructura vial y de telecomunicaciones, generación y distribución de energía eléctrica, de edificios para la educación, salubridad pública, habitacional, saneamiento, agua potable, puertos, aeropuertos, infraestructura deportiva y de recreación, etc.
Al mismo tiempo que su gobierno creó programas de apoyo, financiamiento y facilidades de emprendimiento a los más pobres, asistencia a todos los niveles del área productiva, el comercio, la exportación, la atracción de inversiones extranjeras y el turismo internacional. }
Buscó y encontró responsablemente fuentes de financiamiento externos para estos planes, al mismo tiempo que administraba y distribuía con inteligencia y tino el Presupuesto nacional.
Todo esto con un solo fin: Garantizar seguridad, educación, inclusión, progreso sostenido, paz y felicidad para todos los ciudadanos del país. ¡Y el comandante casi lo logra!
Casi, porque el comandante Ortega (superado por sus buenas intenciones) no contó con algo que ha sido (al igual que los conflictos armados que nos han agobiado durante dos siglos) una constante en nuestra Sociedad: El odio ideológico y social, las ambiciones políticas y el entreguismo de la oligarquía “nicaragüense” y sus empleados, la cúpula conservadora de la Iglesia católica y sobre todo, el odio de los yanquis a cualquier gobierno que no se arrodille ante su Imperio económico y militar. ¡EL ODIO DE CLASE!
A la oligarquía y la burguesía criolla no le importó el enriquecimiento estratosférico logrado con su “alianza” con el gobierno, no le importaron la modernización y crecimiento en flecha de nuestras ciudades, abiertas al auge empresarial, la industrialización de la agricultura, los hospitales nuevos, los miles de kilómetros de nuevas carreteras que dan conectividad a todo el país, las miles de nuevas aulas que incluían Universidades privadas y extranjeras exclusivas para sus amanerados y alienados vástagos; restaurantes y discotecas, clubes sociales con campos de golf y tenis, el surgir como hongos no sólo de repartos para los estratos populares, sino también lujosos residenciales donde abunda el mármol y la grifería fina importada para la “clase media” y los más acaudalados; la contratación por el Estado de miles de nuevos maestros, policías, bomberos, personal médico y sanitario para cuidar a los nicaragüenses y potenciar al país a una nueva era de progreso que incluía a esas élites y familias ricas tradicionales a cuyas empresas también se les dispensó generosos incentivos fiscales y exoneraciones al igual que a la Iglesia católica; no valió para ellos que Nicaragua apareciera como novedosa ruta de negocios en las revistas especializadas del capitalismo mundial…¡Les valió ver-a!
Si no les importó su propio beneficio y “profit”, la ganancia que esconde la indecente plusvalía robada a los trabajadores, mucho menos que le interesara el enorme impacto de las innumerables políticas y beneficios sociales para el pueblo humilde y trabajador impulsadas por el gobierno sandinista. Tal vez, esto último haya sido una de las principales causas de su encono.
Durante casi tres meses (hasta que el mismo comandante Ortega, el sandinismo histórico y el pueblo organizado, mandaron a parar la degollina contra la ciudadanía, el irrespeto a las leyes y la destrucción de nuestra economía), estas élites beneficiadas junto a una claque, dizque “de izquierda” atrincherada en numerosos ONG tarifados por nuestros enemigos exteriores de siempre, con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia católica, bandas e individuos del proletariado lumpen y un sector de nuestra juventud, enceguecida por las brillantes luces del consumismo capitalista y la alienación causada por las redes sociales, con antorchas, bombas y armas de fuego en mano y mucho odio, intentaron liquidar al gobierno sandinista, al Sandinismo con el claro objetivo de tomar el poder por la fuerza. Se esforzaron, pero NO PUDIERON.
El gobierno sandinista, en estos dos años que han pasado luego de ese fallido intento de golpe de Estado, ha reconstruido o repuesto todo lo destruido y robado: Hospitales, centros de salud, edificios públicos, ambulancias, escuelas, universidades, mobiliario, equipos de construcción de carreteras del gobierno y alcaldías, monumentos públicos, calles, casas de habitación de ciudadanos afectados, ha retomado el control de la seguridad ciudadana y nunca ha detenido sus planes y proyectos de beneficio al pueblo y al país.
Pero lo que no se podrán reponer son las vidas destruidas de las victimas del odio, los ciudadanos y servidores públicos asesinados, el daño colateral a sus familias, todos caídos en la vorágine de muerte en tranques, campos y ciudades, iniciada por los golpistas en abril del 2018.
El comandante ha respondido con altura y amor al agravio, no ha pedido ni promovido venganza, tercamente les tiende la mano como corresponde a un estadista.
Continúa trabajando sin descanso y con la habilidad del viejo capitán, conduciendo al futuro al país que se le ha confiado llevar a puertos de progreso y paz, mientras las estadísticas positivas de su buen gobierno siguen en aumento.
Hoy, exitosamente está al frente de la lucha en el país contra la pandemia que asola al mundo, pero no olvida que hay que seguir adelante y en señal de paz, ha ordenado la creación (con el nombre de un héroe vejado y asesinado en los tranques de la muerte), de un gran proyecto social que tal vez beneficie hasta a algunos de sus propios verdugos: El proyecto habitacional “Bismarck Martínez”, el hombre en que se resume todo el horror vivido, pero que también patentiza la calidad moral del revolucionario sandinista.
La vida es el escenario de una lucha social que terminará sólo con la victoria de la clase trabajadora. Es la LUCHA DE CLASES, que es a muerte, la muerte de un sistema, de una clase social opresora y parasitaria.
No es que -como decía poéticamente Darío- “en el Hombre hay mala levadura”, sino que la burguesía es mala por que explota y vive del trabajo y los sueños robados a los trabajadores, a los humildes que mueren en pobreza y desesperanza.
La militancia sandinista ha abierto los ojos.
Podemos perdonar, pero no olvidar, pues si nos confiamos de nuevo y damos calor a la víbora moribunda, nos volverá a morder.
Tal vez un sector arrastrado ciegamente por los golpistas (sobre todo los elementos jóvenes pertenecientes a los estratos pobres) pudiera ser “rescatado” y atraído a posiciones más patrióticas, pero PERDAMOS TODA ESPERANZA, si es que alguien la tiene, en que la oligarquía, la burguesía y los tránsfugas “de izquierda”, puedan ser “nuevamente” nuestros aliados en un proyecto de transformaciones profundas de la sociedad nicaragüense.
Abril (ese abril), no debe de volver JAMAS.