Regresó al país aquel chatel, que aún no sabe cómo se llama, aquel imberbe, tapudo, irresponsable, arrogante y prepotente, que antes de que empezara esa pantomima montada por algunos obispos vandálicos -se acuerdan aquel circo- lo mató de entrada cuando dijo, con lo único de viril que tiene, que aquella no era una mesa de negociación sino una mesa de rendición y el mismo que conminó a todos los que estábamos ahí a tomar el primer vuelo del día siguiente porque de lo contrario iríamos al paredón.
No me sorprende el retorno ni de este ni de otros cobardes que fueron los primeros en salir en desbandada tras los actos terroristas que hicieron, porque es algo que anunciamos desde aquí al ser conminados por sus padrinos, los yanquis, a dar la cara y no se tenga por lectura que lo de este chatel o de cualquier otro que tenga por procedencia el imperio, es porque les cuelgan, sino que no tuvieron más remedio porque de lo contrario les cortan la paga, así de simple.
El más grande fiasco, y seguramente debe doler hasta los tuétanos a los comejenes, es que las más oscuras fichas del fallido golpe de estado, las que como loras repiten que aquí nada está normal, aunque todo luce estarlo, no es solo que están regresando, sino que lo están haciendo como cucarachas recién fumigadas, sin tener quien los reciba, sin tener donde ir, sin que alguien les quiera dar sombra, ni casa, ni asilo, porque mientras esos salieron huyendo como forajidos, para ir a despotricar desde miles de kilómetros de distancia, aquí, en Nicaragua, otros que también se quedaron despotricando, ahora reclaman méritos que no conceden a los oportunistas y a los vivianes que se dedicaron a trotar por el mundo “sacrificándose” en hoteles de cinco estrellas, en restaurantes exclusivos, bacanaleando con sus novios en los clubes nocturnos, viajando en clase ejecutiva y con una buena marmaja de viáticos en la bolsa, que por supuesto nunca verán pasar los pobres indigentes nicaragüenses que pernoctan todos los días en cualquier rincón, esquina o en la fría banca de un parque en San José, Costa Rica, donde habitan los enganchados, a los que ofrecieron el paraíso para que se fueran y ahora mueren de hambre.
Es curioso que el más reciente de los conminados a venir a recibir la paga aquí a cambio de seguir destruyendo nuestro país, la primera brutalidad que se le vino a la jupa, por supuesto ante una batería mediática que le hace la corte por intereses afines, fue la de acentuar que él no regresa para significar que aquí todo está normal y que no recomienda a los indigentes nicaragüenses que padecen en Costa Rica retornar, pero el sí y ni siquiera por veredas sino por el aeropuerto internacional del que se quejó porque lo habían atendido muy lentamente pues seguramente quería una alfombra roja, cubierta de rosas, para que la criatura tuviera una recepción más privilegiada a los otros pasajeros que bajaron primero del avión.
Que este chatel haya regresado al país es un reconocimiento tácito a la normalidad de un país que se está ocupando de temas importantes que tienen que ver con la recuperación económica y no con la visión apocalíptica que interesa solo ha descerebrados que viven en otro mundo.
Está tan normal el país que Juancho Chamorro este fin de semana fue evidenciado en las Villas del Mombacho con sus buenos entre pecho y espalda, disfrutando de la tranquilidad que gozan clandestinamente porque para hacerlo los payasos se disfrazan de pantalones chingos, con anteojos de sol grandes y con sombrerones tipo mariachis, aunque todo el mundo los reconozca como lo que son y en consecuencia haya quienes, que no son pocos, que les reclaman toda la barbarie que hicieron, pero eso sí sin asesinarlos, sin torturarlos, sin secuestrarlos, sin pintarlos, apenas exponiéndolos como hipócritas porque si aquí nada está normal entonces qué andan haciendo en restaurantes exclusivos y en centros campestres bebiendo guaro y lo peor como borrachos necios porque como Juancho Chamorro lo hizo, se les ocurre andar saludando de mesa y mesa a la gente, queriendo repartir besos, tipo candidatos presidenciales, y solo para recibir lo que verdaderamente merecen porque además de algunos verbos les dicen vende patria, traidores, terroristas, asesinos, torturadores por lo que al final se van como llegaron sin pena ni gloria y despreciados por el juicio del pueblo.
Uno para darse a creer de los demás debe ser coherente. No es posible decir una cosa y hacer otra. Si aquí nada está normal que anda haciendo Juancho Chamorro bebiendo guaro en lugares públicos, será indudablemente su derecho, pero por favor no digas que aquí todo es anormal porque quienes lo financian, cuando lo ven borracho en videos subidos en las redes sociales, vestido veraneramente y repartiendo besos a diestra y siniestra, para según él caer bien ante quienes cae mal, entonces yo pregunto que le pasa a este tipo, de que cosa no se da cuenta, acaso piensa que me está haciendo un favor cuando yo, el imperio, que te pago porque ni empleo tienes, lo que me interesa es demostrar que en Nicaragua todo el mundo tiene miedo, que nadie sale a las calles, que hay represión, que me pueden echar preso, que me pueden agredir y otras locuras más, que porque no suceden, es que los vandálicos se han dedicado a gozar la dulce vita y a gastar los dólares que para unos son abundantes y para otros un deseo fallido de que algún día los lleguen a tener y esos son los tontos útiles que se mueren de hambre mientras la élite golpista bacanalea a más no poder en los más exclusivos lugares del país.
La más alta expresión de brutalidad de los golpistas para graficar que aquí nada está normal, aunque los únicos anormales sean ellos mismos, es cuando repugnantemente ponen patas arriba la bandera de Nicaragua, cuando la usan para cubrirse el rostro como lo hacen los delincuentes para que no los reconozcan, cuando los obispos y sacerdotes terroristas la utilizan como mantel en los altares que en realidad son piedras de sacrificios humanos pues desde ellos muchos crímenes y torturas fueron bendecidos, cuando agarran la azul y blanco y se la cuelgan como capa o lo peor cuando alguno de esos animales se la pasa por el regollín del termostato para decir con semejante vulgaridad y blasfemia contra la patria que les vale lo que se diga o se piense de ellos.
Van a seguir viniendo los terroristas como jinetes de la destrucción para aparecer en cámaras, para que aquellos que niegan al periodismo, los reciban como los hijos pródigos y los exhiban como grandes cosas; van a seguir viniendo a decir en reuniones cerradas que son los tagarotes, que regresan para misiones espaciales como por ejemplo irse a lanzar un enorme churrasco a los Ranchos en un día de esos en los que convocan a un paro de consumo y solo para salir otra vez de nuevo como perro asustado con la cola entre el rabo porque alguien en la calle le retorció los ojos o porque le sacaron la lengua o porque alguien más indignado le recordó a su madre o le dijo mal nacido porque su patria nunca fue Nicaragua.
Los que queremos la paz efectiva en Nicaragua siempre daremos la bienvenida a la normalidad que tenemos a todos los anormales, pero lo que no cambiará jamás es que entre los vandálicos oligarcas y los vandálicos de la calle hay un enorme problema porque los que se sienten instrumentalizados son los autores de la rebelión en la granja.
Ese título de “Rebelión en la granja” me trae a la mente aquella obra literaria de George Orson Welles en que medularmente nos resumía que «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros» y con ello nos resumía la gran mentira de aquellos que pregonaban la libertad y esclavizaban, que hablan de justicia y son injustos, se dicen libertadores y son dictadores.
La historia es sobre una granja que se revela contra su amo. Pretenden ser libres, comer más y que nadie les dé con el látigo y resulta que los cerditos son los animales más inteligentes de la granja, son los que proponen, levantan el tumulto y rápidamente se hacen con una posición de liderazgo. Los cerdos, hacen ver que los hombres son el peor ser vivo que existe en la Tierra y los odian. Partiendo de esta premisa se forman unos «mandamientos» con los cuales la ganadería debe regir sus vidas.
Al principio todo va genial hasta que los cerdos se empiezan a quedar con más comida que los demás para alimentar su “gran cerebro” y nadie dice nada en contra, al contrario, todos hacen caso a los cerdos.
Hasta que un día este declive en la sociedad perfecta para los animales explota como un divieso lleno de pus de tanta corrupción y desde mi punto de vista eso está ocurriendo con el oposicionismo actual donde el robo y el pillaje es tal que sus cabecillas más notorios, ante tanta evidencia, no han tenido de otra que reconocer la inmensa millonada de dólares que han pasado por sus pezuñas para destruir al país sin que los otros animalitos hayan podido probar un poquito del machigüe que aún siguen disfrutando los cerdos de alto linaje.