El asesinato de la concejala Marielle Franco ha puesto sobre la mesa varios de los males que aquejan a Brasil: no sólo es el país donde más se asesina a homosexuales, jóvenes negros y campesinos; también es el lugar donde mueren más defensores de los Derechos Humanos.
La vemos en las calles. En los muros.
En las aceras. En las camisetas de la gente. Incluso tatuada en los cuerpos. Su caballera negra sostenida por un turbante y su sonrisa infinita están en cada esquina de Rio de Janeiro. También en Sao Paulo. Recife. Belo Horizonte.
"Tenemos que ocupar con nuestros cuerpos todos los espacios", dijo Marielle Franco en la Rueda de Conversaciones Mujeres Negras Moviendo Estructuras, el último acto donde se la vio con vida. Hoy todas sus frases resuenan como premonitorias:
"¿Cuántas personas más tienen que morir para que esto acabe?", dijo 24 horas antes de recibir cuatro disparos en la cabeza.
Se refería a la guerra que desde hace años enfrenta a la policía carioca con los vecinos de las favelas. Se refería a la actuación de las Fuerzas Militares que desde hace cincuenta días gestionan la Seguridad Pública de Rio de Janeiro.
Esta concejala también era la encargada de evaluar en la Asamblea Legislativa el trabajo de los hombres de verde.
Marielle Franco, de 38 años, nacida y criada en la favela de La Maré, estaba acostumbrada a lidiar con la muerte y la violencia. Ella optó por enfrentarlas.
El asesinato de una de sus mejores amigas cuando tenía 21 años fue el detonante para hacer de su vida un camino de lucha contra las injusticias.
Un ejemplo de como se puede ir contra las estadísticas, pulverizar los clichés.
Negra y también madre adolescente. Universitaria. Licenciada en Sociología y con un Master en Administración Pública. Lesbiana. Siempre en la favela.
Con su gente y por su gente se dedicó a defender los derechos de las minorías, y el de las mayorías pobres.
Denunció la violencia policial, el racismo institucionalizado, el asesinato y las violaciones de mujeres.
Cuando había un derecho vulnerado, allí estaba Marielle como la Mujer Maravilla, dispuesta a todo.
Dicen que por eso la mataron:
"Lo único que sabemos es que la asesinaron por sus ideas", nos dice César Muñoz, de Human Rights Watch Brasil (HRW).
"La mataron por hacer las cosas bien", rubrica una de sus compañeras, quien prefiere no dar su nombre.
"El asesinato de Marielle tiene dirección (favela) color (negra) y género (mujer)"
El rostro de Marielle ha entrado en la galería de mitos como el del periodista brasileño Vladimir Herzog, asesinado durante la dictadura en Sao Paulo, y que los militares quisieron hacerle pasar por un suicida.
O el del ambientalista Chico Mendes al que le pegaron un tiro en el jardín de su casa. La muerte de Marielle también sacó a miles de brasileños de sus casas para gritar "basta".
Esta concejala —la quinta más votada de Río de Janeiro—, activista, mujer y madre despertó a la Ciudad Maravillosa de la anestesia de violencia y miseria en la que estaba sumida desde el final de los Juegos Olímpicos.
Y es que en Río de Janeiro los tiros también adormilan, encierran, hacen callar. Pero esas cuatro balas de 9 mm que arrancaron la vida de la "cría de La Maré” —así se hacía llamar— tuvieron el efecto contrario.
Al menos los primeros días, cuando en la plaza de Cinelandia miles de cariocas acompañaron un acto ecuménico que más que una despedida, fue un homenaje.
Y en los días siguientes, con actos en otras plazas y ciudades, en universidades, en avenidas, en centros sociales.
Marcados para morir
"El asesinato de Marielle tiene dirección (favela) color (negra) y género (mujer)", afirma Alice De Marchi, investigadora de la ONG Justicia Global que se centra en los Derechos Humanos y en la protección de activistas de esta área.
"Y orientación sexual", añade.
"Era una mujer negra, lesbiana, de origen humilde en una de las Asambleas Legislativas más retrógradas del país. Su muerte toca a muchos movimientos sociales, ella representaba todas las causas que son ninguneadas en el país, por eso hemos visto a miles de personas en la calle", explica De Marchi.
La repercusión internacional del crimen también ha sido excepcional. Naciones Unidas ha exigido al gobierno brasileño máxima celeridad en la investigación de los hechos:
"Pedimos a las autoridades brasileñas que hagan todos los esfuerzos posibles para resolver este asesinato, revisen sus decisiones a la hora de gestionar la Seguridad Pública e intensifiquen la protección a los defensores de derechos humanos que son hoy más vulnerables que nunca", dijo el organismo internacional esta semana en un comunicado.
La muerte de Franco ha puesto al descubierto varios de los demonios de Brasil, el país donde más se asesina a homosexuales, jóvenes negros, y campesinos y, junto a Colombia y México, el lugar del mundo donde mueren más defensores de los Derechos Humanos. Tres de cada cuatro activistas son asesinados en América Latina, recuerda la ONG Global Witness.
El pasado año en Brasil murieron 66 activistas de los derechos humanos, diez más que en 2016. Y en lo que va de 2018 han ejecutado a otros doce.
Aunque la mayoría de las víctimas son activistas vinculados con problemas del campo y de lucha por la tierra, desde Amnistía Internacional recuerdan que en el último año han aumentado el número de víctimas que defendían causas relacionadas con la exclusión social y las minorías.
El pasado año en Brasil murieron 66 activistas de los derechos humanos, diez más que en 2016. Y en lo que va de 2018 han ejecutado a otros doce
Los que denuncian la violencia y los abusos policiales, como hacía Marielle desde la Asamblea de Río de Janeiro, son otro de los grupos más vulnerables. "Han querido dar un recado asesinando a un miembro del poder legislativo", dice De Marchi.
Los activistas que llevan años haciendo las mismas denuncias, pero desde las favelas, hoy están asustados; algunos han abandonado sus hogares por miedo a represalias:
"Buscaban provocar miedo y en parte lo han conseguido porque piensan que si tocaron a una concejala, qué les puede pasar a ellos", dice la investigadora de Justicia Global.
Los parecidos del caso de Marielle con el de la juez Patricia Acioli, ejecutada con 21 tiros cuando volvía a su casa de Niteroi en agosto de 2011 son estremecedores. Ambas mujeres, en posiciones de poder, una en el Legislativo y otra en el Judicial, que se dedicaban a combatir la violencia del Estado y a vigilar "los excesos" de las fuerzas del orden.
La jueza Acioli había metido en la cárcel a sesenta policías que pertenecían a milicias y que habían cometido diversos crímenes.
A Patrícia la mataron once policías militares. Su nombre estaba en una lista de "marcados para morir", como llaman a los objetivos ejecutables. Marielle también tenía su nombre marcado, pero no se sabe por quién.
La información que se tiene es que el coche en el que iba recibió trece tiros, la munición pertenecía a la Policía Federal (aunque es común que se trafique con municiones) y había sido utilizada en 2015 en las masacres de Osasco y Barueri (Sao Paulo) donde mataron a 17 personas.
No se sabe si fue pistola o ametralladora, cuántos dispararon, quiénes eran, quién puso el nombre en la lista.
Desde Human Rights Watch reconocen que el gobierno brasileño hace un "trabajo ineficiente" a la hora de proteger a los defensores de Derechos Humanos. La investigadora de Justicia Global es más dura: "El Estado no hace nada por ellos, la situación es de extrema vulnerabilidad y el gobierno que tenemos además de ilegítimo —Michel Temer alcanzó la presidencia a través de un polémico impeachment— es extremadamente conservador, solo hay que ver que ha optado por poner la seguridad de Río de Janeiro en mano de los militares", dice De Marchi, quien también es crítica con el Programa de Protección de Defensores de los Derechos Humanos que ampara a 342 activistas: "Deberían proteger a muchos más que lo solicitan. Han muerto decenas de ellos esperando esa protección".
Brasil: ¿Qué son los Derechos Humanos?
Pero si el Estado se preocupa poco por los Derechos Humanos, buena parte de la sociedad brasileña todavía menos.
Según datos del Observatorio de la Violencia de la Universidad Estatal de Rio de Janeiro, el 40% de los brasileños apoya la frase que dice "bandido bueno, bandido muerto".
El segundo candidato favorito para las elecciones presidenciales de octubre, el ex militar Jair Bolsonaro, asegura que los defensores de derechos humanos defienden a vagos o a narcotraficantes, una afirmación que se repite en las calles junto con otra frase hecha:
"Si te preocupan los derechos de los bandidos, llévate uno a tu casa".
Por eso no fue de extrañar que tras el asesinato de Marielle, diversas webs se llenaran de fake news que asociaban a la concejala con narcotraficantes de la facción Comando Vermelho. A los pocos días se demostró la falsedad de las especulaciones:
"Querían desprestigiar a Marielle, como hacen siempre con los defensores de los pobres", dice la investigadora de Justicia Global, Alice De Marchi.
"En Brasil no hemos tenido ni memoria, ni verdad, ni justicia para las víctimas del régimen militar. Nunca se ha responsabilizado a nadie, como si nada hubiera pasado"
El periódico carioca Extra publicó un artículo para mostrar su rechazo a los comentarios violentos de sus lectores hacia la concejala y en una de sus páginas ofreció una larga explicación sobre el significado de los Derechos Humanos y puso algunos de los artículos fundamentales de la Declaración de París como ejemplo.
Según el investigador de HRW, César Muñoz, Brasil es "un país muy desigual, clasista y racista en el que cuando se dice que los Derechos Humanos defienden a los minorías, la sociedad los rechaza porque tienen una visión anquilosada en el siglo XVII".
Di Marchi recuerda que la historia de Brasil está marcada por 300 años de esclavitud y por un país que tuvo una de las dictaduras más largas de la región y miró hacia otro lado:
"No hemos tenido ni memoria, ni verdad, ni justicia para las víctimas del régimen militar.
Nunca se ha responsabilizado a nadie, como si nada hubiera pasado. Vulnerar derechos pasa en blanco, se permite, está legitimado por el estado que no se responsabiliza de nada.
Eso deja huellas en la sociedad, marcas de conservadurismo y de intransigencia aceptadas como cotidiana", dice esta socióloga a quien a pesar de todo le gana el optimismo:
"La muerte de Marielle ha iluminado problemas gravísimos de nuestra sociedad, y aunque también ha traído miedo, sobre todo ha provocado más ganas de luchar y de defender las causas que una vez más han querido silenciar".