Desde que el miércoles 28 de diciembre de 2017 se inició la primera de las protestas, estas se fueron extendiendo por varias capitales de provincia iraníes (Mashhad, Hermanshah, Rasht e Isfahan). Algunas informaciones indican que fueron los opositores conservadores del gobierno de Rohani en la ciudad nororiental de Mashhad quienes comenzaron las manifestaciones.
Sin embargo, desde entonces se han ido ampliando y escapando a su supervisión.
En las primeras fases, las demandas de los manifestantes giraban en gran medida en torno a los precios por las nubes de los alimentos básicos y presentaban las señales clásicas de frustración por el sopor económico en que se halla inmerso el país.
Ahora han llegado a Teherán y han sido asumidas por los estudiantes de la universidad en cifras limitadas.
En estos momentos, no está claro si podemos hablar de un movimiento de protesta o de varios, ya que están articulándose diferentes (y a veces conflictivas) quejas y soluciones.
Apropiándose del “Pueblo”
Los comentaristas y los supuestos expertos corrieron a formular conclusiones precipitadas y a decretar qué es lo que está impulsando el actual episodio de descontento.
El atolondrado entusiasmo de la administración Trump, de los think tanks en Washington DC y muchos otros llega casi a palparse.
Previsiblemente, las mismas voces que han exigido sistemáticamente el aislamiento de Irán, además de la imposición de sanciones, intervención militar y cambio de régimen, han tratado de subirse rápidamente al carro de las recientes expresiones de descontento y apropiárselas para sus propias agendas imperiales.
Tal oportunismo rampante y francamente malevolente resulta cuanto menos frustrante.
En el lapso de unas veinticuatro horas y con sólo un pequeño número de excepciones, casi todos los medios de comunicación occidentales se han inclinado por asimilar las expresiones legítimas de sufrimiento socieconómico y las demandas de mayor responsabilidad gubernamental en una cuestión de “cambio de régimen”.
Huelga decir que esos mismos individuos y salones han ignorado completamente una y otra vez el hecho de que innumerables huelgas y protestas, desde Khuzestan a Teherán, desde maestros a jubilados, se han convertido en hechos regulares en Irán desde la elección del presidente Hassan Rohani en las elecciones de 2013. Su gobierno y los que simpatizan con su agenda han buscado una ocasión para reducir los niveles de securitización y distinguir entre los ciudadanos que expresan quejas cívicas legítimas y quienes buscan el derrocamiento del sistema.
Puede parecer que estas distinciones tan finas no satisfacen la conciencia liberal, pero sin embargo son inmensamente importantes para la institucionalización de canales legales y mutuamente reconocidos de protesta cívica. Estos logros y otros muchos (por ejemplo, indicios de que está relajándose la vigilancia sobre el “hiyab inapropiado” y la conmutación de la pena de muerte para traficantes de droga de cantidades menores a dos kilos) no son insignificantes ni deben menospreciarse. Tienen implicaciones para las vidas de miles, cuando no millones, de iraníes.
Es casi como si muchos de estos comentaristas padecieran un ángulo muerto epistemológico fundamental que asegura ese desconocimiento y que hace que la paranoia sobre el Estado iraní sea aún más inevitable.
Casi sin excepción, cada vez que hay protestas, estos comentaristas y medios de comunicación las describen como una cuestión fundamental de legitimidad sobre el sistema en su totalidad; que a su vez sólo puede resolverse cuando dicho sistema es barrido completamente.
En efecto, uno de los grandes dividendos del período reformista, que vio que el 70% del electorado (alrededor de 20 millones de votos) elegía a Hojjat al-Islam Mohammad Khatami (1997-2005), fue su capacidad para demostrar que existen otros discursos y prácticas políticas y que están a disposición de los ciudadanos.
Como proceso, fue lento y desordenado, complicado por el paralelismo estatal y la distribución desproporcionada de poderes. No siempre produjo el alivio inmediato o la muy esperada “transición democrática”. Sin embargo, permitió que el pueblo conservara un horizonte y creencias genuinas en que sus circunstancias iban a ir gradualmente mejorando y empoderándoles como motor de cambio de los ciudadanos.
El pernicioso enfoque del “todo o nada” que impregna la cobertura del descontento dentro de Irán por parte de los medios dominantes, impide sistemáticamente que se consideren seriamente otro tipo de cuestiones.
Entre ellas figurarían la desigualdad creciente, los precios altos de los alimentos, la contaminación del aire y degradación medioambiental, la disminución de las capacidades productivas internas, la falta de diversificación económica, el desempleo de los jóvenes y la corrupción cotidiana, por mencionar algunas.
Estos problemas apenas pueden analizarse a través de las narrativas impulsadas por los deseos de “cambio de régimen” y la superficial suposición de que lo que guía las políticas de las potencias occidentales y de sus aliados es un compromiso con la democracia. En realidad, si esos mismos comentaristas pudieran escapar de sus cuadriculados prejuicios podrían darse cuenta de que a estos problemas tan reales se están enfrentando muchos países por todo el sur global y más allá.
Estos tipos mediatizados de narrativas problemáticas y asimétricas se afianzaron con la aparición del Movimiento Verde de 2009. Como han declarado destacados académicos iraníes (Hamid Dabashi entre ellos), es mejor abordar este movimiento como un impulso por los derechos civiles que trata de reformar el sistema a partir de las propias fuentes de apelación constitucionales y normativas de la República Islámica.
Los manifestantes trasmitían sus quejas a las elites políticas y dirigentes del país, porque la abrumadora mayoría de quienes participaron estaban convencidos de que sus protestas iban a tomarse en serio y podrían posiblemente provocar un cambio en la política estatal.
La base de las objeciones del pueblo era su convicción de que los elementos internos del Estado habían violado el compacto social. Su grito era “¿dónde está mi voto?” Fue por eso por lo que primero tomaron las calles, porque el derecho pacífico a la protesta está garantizado en la Constitución, no porque intentaran echar abajo el sistema.
Precedentes históricos
Las protestas actuales, al menos en su inicio (posteriormente fueron asumidas por los estudiantes alrededor de la Universidad de Teherán), son a algún nivel similares a las provinciales que tuvieron lugar bajo la presidencia del difunto Akbar Hashemi-Rafsanjani (muerto en enero de 2017), cuando la inflación de 1991-1992 llegó a más del 46% y el precio de los alimentos básicos (sobre todo del pan) se disparó.
Durante este período se produjo también la devaluación del rial iraní al 20% de su valor. Durante el segundo mandato de Rafsanjani (1993-1997), hubo repetidas protestas por las subidas de los precios, primero en Mashhad y Shiraz a mediados de 1992, y después en Islamshahr y Qazvin a mediados de 1995.
Cada una de esas protestas se difuminó y apagó finalmente, pero perjudicó posteriormente al gobierno de Rafsanjani y obligó al ambicioso presidente a ceder gran parte de su agenda política económica (reducción de subsidios, aumentos de préstamos extranjeros, etc.) a la derecha tradicional, pero también a aquellos derechistas que se tomaban más en serio las cuestiones de justicia social.
En gran medida, se debe a que los últimos (i.e., la derecha) consideraban que el núcleo de su base social emanaba de los más pobres, a menudo en los estratos provinciales.
En esta somera valoración, podemos por tanto ver diferentes movilizaciones políticas aprovechando el repentino estallido de protestas sobre el escenario: los más pobres, económicamente frustrados, que pueblan las ciudades provinciales y el sur de la capital; estudiantes y miembros descontentos de la clase media profesional y clase media asalariada, cuyas demandas se alinean más estrechamente con las protestas estudiantiles de 1999 y del Movimiento Verde de 2009, que fueron rápida y a veces violentamente reprimidas.
Si estos grupos están sencillamente ignorándose mutuamente (lo que parece probable) o demuestran ser capaces de dialogar y construir coaliciones es una pregunta que sigue abierta. Sin embargo, está garantizado el escepticismo.
Existen muchas diferencias con respecto a los precedentes mencionados, y la historia nunca se repite exactamente a sí misma. Debería decirse también que las redes sociales y sus repercusiones en la naturaleza de las movilizaciones sociales complican las cosas de forma considerable.
Muchas de las consignas gritadas en esta última ronda de protestas eran de carácter político y estaban relacionadas con las frustraciones del statu quo.
Otras, sin embargo, cómo las quejas socioeconómicas a unen a expresiones de racismo y xenofobia. Nada nuevo para quienes siguen el auge del populismo de extrema derecha en Europa y Estados Unidos.
Esos ejemplos no sólo dan voz a la ira por el apoyo estatal a Hizbollah en el Líbano y al régimen de Asad en Siria, sino también al discurso antiárabe y a una extraña nostalgia por los días del shah Reza (i.e., esta generación no vivió ni experimentó el primer gobierno de la monarquía Pahlavi); puntos de vista que en algunas ocasiones están cultivados por los medios occidentales, pero también por los canales de TV en lengua persa de la diáspora, como Manoto, cuyas fuentes han sido objeto de muchas especulaciones.
Nota sobre el factor estadounidense
Sería negligente no mencionar que la administración Trump ha continuado intentando frustrar la inversión extranjera y la integración de Irán en la economía global. Su agresiva posición anti-Irán y constante demonización del país han coincidido con la preocupación de Rouhani por reducir la inflación y recortar los subsidios en vista del colapso de los precios mundiales del petróleo, una especie de neoliberalismo light, que ha servido para exacerbar aún más las cosas.
La deriva de la administración Obama sancionando las exportaciones de petróleo de Irán y su Banco Central entre 2011 y 2015, desató una crisis similar en el valor del rial en 2012-2013, cuando el gobierno de Ahmadinejad y después el de Rouhani se apresuraron a adquirir divisas.
Además, la incapacidad de Europa para resolver el bloqueo de Irán por parte del sistema bancario internacional ha hecho que incluso las más rudimentarias transacciones financiaras, tanto para el Estado como para el sector privado, se conviertan en una tarea enrevesada.
Esos obstáculos interpuestos por Washington, junto a la inercia europea, demuestran muy poca consideración por el acuerdo alcanzado entre Irán y el P5+1 [cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU + Alemania]. Teniendo en cuenta tales dinámicas, no es de extrañar que el gobierno de Rouhani esté luchando para cuadrar el círculo.
Conclusión
Seguramente, estas protestas serán una llamada de atención para el gobierno de Rouhani. Hay pocas dudas de que se han gestionado mal las expectativas y que la gente necesita ver beneficios tangibles y materiales derivados del Plan de Acción Global Conjunto y experimentar sus dividendos en el curso de su vida cotidiana. Hasta ahora, esto no ha sucedido.
A pesar del logro que supuso el acuerdo nuclear, aún no ha generado el impulso transformador en el que muchos confiaban.
De hecho, Trump, el gobierno israelí y muchas otras fuerzas malignas cuentan con que fracase. Sin embargo, el gobierno iraní no tiene otra opción que la de reconsiderar su actual estrategia económica; que es en gran medida una resaca de la Rafsanjani: a saber, la transformación de la República Islámica en un ejemplo tecnocrático de mercado libre que favorezca a las empresas de otras naciones musulmanas.
El turismo extranjero, así como acuerdos simbólicos con Boeing (que Trump intenta desbaratar), TOTAL y las cadenas italianas de café podrían venir muy bien.
Sin embargo, para muchos iraníes con dificultades, todo esto no le va a proporcionar al país la economía política sostenible, justa y equitativa que desean y merecen.
Eskandar Sadegui-Boroujerdi es investigador docente de posgrado en el St. Cross College, Universidad de Oxfors.
Jadaliyya.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=236316