Un día se para Fidel en la Universidad y dice que quienes pudiéramos acabar con la Revolución somos los revolucionarios. Muchos tenemos la misma percepción: es nuestra incapacidad para aprender de errores propios y ajenos, nuestra comodidad y a veces hasta nuestra desidia las que pueden extinguir el proyecto social más humano y trascendente de nuestra historia.
Por eso aplaudimos la amarga honestidad de ese gran hombre y todo el que tiene un poco de vergüenza, desde el mínimo espacio que defiende, promete que por allí no pasará el pasado.
Otro día Fidel define lo que es Revolución:
“…sentido del momento histórico… cambiar todo lo que debe ser cambiado… igualdad y libertad plenas… ser tratado y tratar a los demás como seres humanos… emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos… desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional… defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio… modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo… luchar con audacia, inteligencia y realismo… no mentir jamás ni violar principios éticos… convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas...”
Y constatamos la coherencia con la primera frase suya que cuando niños nos aprendimos de memoria: “Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella; por eso nos parece que se hunde el mundo cuando oímos la verdad; como si no valiera la pena que el mundo se hundiera, antes que vivir en la mentira”.
Más que razones para volver a decir: por este pedacito mío no pasará el pasado.
Tiempo después Raúl se para en la Asamblea y se atreve a decir que su generación está ante la última oportunidad de enrumbar debidamente el proceso cubano, que hay que acabar con la corrupción, dar la batalla por la productividad, ahorrar y ser conscientes.
No caben dudas de que los pobres tenemos que saber administrar nuestras parcelas de sueños, es lo que una realidad de décadas nos restriega en los ojos.
Y es por lo que uno repite en sus adentros: por el punto perdido en el mapa que me corresponde defender, no pasará el pasado.
Pero llevo tantos años defendiendo, cayendo, levantando, teniendo hijos, nietos, viendo al mundo emanciparse por momentos e hipotecándose por otros, y deduzco que quizá alguna parte mía, por muy entrañable que me fuera alguna vez, pudiera ya ser parte del pasado.
Entonces pienso que me faltan canciones como aquellas por las que me pegaban “con una soga y con un palo”, como diría Vallejo.
Menos mal que todavía hay jóvenes que cantan nuestras duras realidades. Y me pregunto ¿qué puedo hacer para cantar con ellos?:
Entonces me sorprendo enumerando en voz alta, como un loco:
Seguir la gira interminable, mi Canción de barrio;
seguir Segunda cita (vocecita) en el éter inmenso;
seguir denunciando lo mal hecho, pésele al sietemesino que le pese.
En fin: seguir siguiendo, como dicen Tony Guerrero y Victoriano de las Causas.
Así que por último me digo: por el ínfimo espacio que me toca no pasará el pasado. Y que la parte de mi que sea inservible y yo no vea, que algún hermano nos haga el favor de tampoco dejarla pasar.
CANCION DEL PASADO
Se negaba una mujer,
con una mano, a ir a la cama;
con la otra entretenía
su pasión amordazada.
Y las sábanas tenían
el semblante del pasado
que, contento, sonreía.
El vendedor de ventanas
se negó a darme la mía,
porque a cambio no le daba
mis reservas de alegría.
El pasado estaba quieto
sobre el almacén del día.
Lo tenían bien sujeto.
Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer.
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.
El pasado tiene nombre
de millones de sujetos,
bebe, come, se va al cine
y a veces no es tan viejo.
Tiene un poco de mi nombre
y otro poco del de ustedes,
aunque busquemos el hombre.
Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer,
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.
El pasado es el espectro
de un bufón con triple cara:
fue de ayer, es de este día
y será de otra mañana.
El pasado es ese insecto
que la música no apaga.
El pasado es insurrecto.
Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer.
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.
Silvio Rodriguez.