Pablo Gonzalez

Italia: A Sicilian History X

En 1924, Benito Mussolini, jefe del gobierno italiano desde hacía dos años, envió al prefecto Cesare Mori a Sicilia con una sola orden: acabar con la mafia, exterminarla utilizando todos los medios disponibles, incluyendo los propios de los mafiosos.

Combate éste que no estuvo, por supuesto, relacionado con el bienestar de esa sociedad isleña cuyos habitantes manifiestan una “obstinación en la vida, como en ningún otro país de Europa, [que] recubre con victoriosa tenacidad los signos y las huellas de la muerte y los retransforma en vida” —escribe Lea Ritter Santini en Leonardo Sciascia, La desaparición de Majorana (con un ensayo de Lea Ritter Santini) (Barcelona: Tusquets, 1975)—, sino al objetivo de controlar la política y la economía en esa zona muy alejada de la lógica envolvente del estado en esos tiempos, donde la mediación mafiosa fungía como el espacio e instancia en que por la buena o por la mala se dirimían los problemas, contradicciones y conflictos, y a motivos personales del dictador.

La mafia era por entonces simpatizante de los liberales ya que así convenía a sus intereses. Ciccio Cucci, capo poderoso y alcalde de Piana dei Greci, había avergonzado al Duce en su visita a la isla: Mussolinni llegó protegido por muchos guardias personales a una zona simpatizante de los socialistas y el alcalde le dijo en el mitin de recepción: “Vuecencia no tiene nada que temer a mi lado, porque aquí mando yo… Que nadie le toque ni un pelo a Mussolini, mi amigo”. 

Tales fueron las circunstancias bajo las cuales el dictador italiano ordenó a Mori combatir a la mafia siciliana. (Según Sciascia, “los sicilianos ‘buenos’, como todos los sicilianos mejores [no forman grupo]… son los sicilianos peores los que sienten la llamada del grupo, de la cosca”.) 

Y esas mismas circunstancias históricas, culturales y políticas de Sicilia en los años veinte del siglo pasado albergaron una historia familiar, una Sicilian History X, una de tantas historias con minúsculas, pues: la de la familia Sacco, recuperada por Andrea Camilleri en La banda de los Sacco (Barcelona: Destino, 2015) —de donde provienen las citas.

Conocido mundialmente como autor de la saga del comisario Montalbano, Camilleri acumula al respecto más de treinta novelas —incluida una a cuatro manos con Carlo Lucarelli, donde el comisario resuelve un caso junto a la inspectora Grazia Negro—, pero además ha escrito, durante cincuenta y cinco años (entre 1959 y 2015), más de seis decenas de libros que incluyen crónicas, relatos, teatro…[1] 

Echando mano de una ágil prosa, que se inserta por derecho propio en los ámbito de la mejor no fiction novel con anclaje en la microhistoria —“western de la Cosa Nostra”, le llama el autor en homenaje a Sciascia—, edifica una crónica detallista, sustentada en una acuciosa pesquisa que tiene por eje documentos oficiales, textos familiares y actas de los procesos judiciales, que le hizo llegar al escritor Giovanni Sacco, uno de los seis hijos de uno de los hermanos integrante de la presunta “banda”: Girolamo.


Alfonso, Salvatore y Vianni Sacco. (Foto tomada de aquí.)

La historia

Luigi Sacco era un muchacho jornalero oriundo de Raffadali, comuna de la provincia de Agrigento, que a fines del siglo XIX, después de haber ganado prestigio como cultivador-injertador de árboles de pistache, se uniría a Antonina Randisi, con quien procrearía cinco hijos: Vincenzo, Salvatore, Giovanni o Vanni, Girolamo, Filomena y Alfonso.

Familia unida con arraigo a la matria y apreciada por sus vecinos como gente honesta, durante la segunda década del siglo XX sus integrantes —excepto Alfonso, que es menor de edad y quien estudiará derecho sostenido por los demás— trabajan las tierras compradas a plazos, por lo que Salvatore y Vincenzo salen del pueblo a ganar más dinero que ayude a pagarlas: el primero una corta temporada a Estados Unidos y el segundo, durante ocho años, a Argentina. 

Todos los Sacco, al igual que el común de sus iguales, son casi analfabetos —apenas saben firmar—; son también de ideas socialistas. El propio Alfonso asienta en sus Memorias, citadas por Camilleri, “que, de todos los jornaleros de su pueblo, sólo uno, de ideas socialistas, era capaz de leer el periódico, aunque lo hacía despacio y no sin dificultad”.

Llamados a filas Giovanni, Girolamo y Salvatore, el menor, Alfonso, tiene que dejar los estudios y ayudar a la familia, hasta que terminada la guerra regresan los tres hermanos y se reúnen con Vincenzo, quien ha vuelto de Sudamérica convertido en fotógrafo y trabaja como tal en Raffadali, que “a principios de la segunda década de del siglo XX… está completamente dominada por la mafia, que ha sustituido en todo y por todo al estado”. 

El capataz Giuseppe Cuffaro y el carnicero Giovanni Terrazino son la autoridad a la que se acude para dirimir conflictos en lugar de hacerlo ante el mariscal de los carabineros: deciden vidas, otorgan bienes, castigan como verdugos y, sobre todo, extorsionan, mediante el pago por protección, tanto a los terratenientes como al más pobre jornalero. 

Y obedecen a un capo mayor: el abogado C.

A inicios de 1920, la vida de la familia cambia abruptamente cuando Luigi recibe una carta de la mafia exigiéndole el pago de mucho dinero. Alfonso la lee para todos los Sacco, el padre la quema, no la responde y acude a denunciar el hecho ante el mariscal de los carabineros, quien le pregunta:

—¿De verdad quiere presentar la denuncia?
—Sí, señor.
—¿Sabe que es inútil, que no podemos hacer nada?
—De todos modos, quiero denunciarlo.

Al salir un hombre se cruza con él y le dice por vez primera que se había equivocado; continuaría haciéndolo cuando los hechos subsiguientes fueran igualmente denunciados por Luigi Sacco y la mafia pasara de las amenazas a las agresiones directas, como el incendio de dos cobertizos, los intentos de asesinato, las falsas acusaciones de delitos con testigos pagados.

 “Aquí termina nuestra tranquilidad [acota Alfonso] 

La paz huye de nuestra familia y entramos en la selva oscura de donde ya no hemos podido salir.”

El asedio y las mentiras rinden sus frutos: Vanni es apresado y trasladado de la prisión de Agrigento a la de Aragona. La familia decide que sea el padre quien vaya a visitarlo cada domingo y en uno de éstos Luigi es encontrado muerto en el camino. 

Muerte natural por afección cardíaca, dice el médico; estrangulamiento, dicen los moretones que circunvalan el cuello del viejo jefe de familia de 72 años de edad.

 La mafia no se atrevió a dispararle porque ello evidenciaría la pérdida de un supuesto código de honor. Vianni se fuga poco después, ayudado por reclusos y carceleros; llega a su casa, coge sus armas, se despide de la familia y sube a la montaña Palombaia.

 Le seguirá tiempo después en la clandestinidad Alfonso, perseguido por mafiosos y autoridades coludidas: “he tenido que huir de la justicia [dijo] no por haber robado ni… matado… sino por voluntad del mariscal… quien, en lugar de salvaguardar la ley, lo que hace es pervertirla”.

El 7 de julio de 1923 es asesinado el capo Cuffaro y obviamente los Sacco acusados del crimen. Vanni y Alfonso se deslindan del asesinato y los cinco hermanos son enjuiciados, pero a pesar de las trampas y mentiras no se les puede comprobar nada. Son absueltos. Vincenzo decide entonces enmontarse y acompañar a Vianni y Alfonso. Tres semanas más tarde son asesinados sus primos Giovanni Plano y Stefano Mangione. 

El 10 de enero de 1925, por la mañana, desconocidos matan al nuevo capo Terrazino, quien iba acompañado de su hermano Domenico, sobreviviente que, obviamente, acusa a Vianni, a Alfonso, a Filippo Marzullo y Pietro La Porta de ser los asesinos.

 Los Sacco saben lo que saben todos en la zona: que el capo máximo, el abogado C, ha dado orden de cazarlos vivos o muertos, orden que no cambia ni cuando “el abogado está cerrando la puerta [de su casa y] una ráfaga de disparos de mosquete estampan su silueta sobre la madera de la puerta”, lo que lo obliga a recluirse en tanto los Sacco no sean apresados a costa de perder “todo su prestigio y poder. Vanni, Alfonso y Salvatores ahora parecen inasibles” y se ganan el respeto de su gente.

En el verano de 1925, la familia Sacco se reúne. Sabe que en cualquier momento los hermanos tendrán que defenderse y matar a alguien, convirtiéndose en los delincuentes que hasta entonces no son. Deciden entregarse, aunque corran el peligro de morir, en aras de salvar al resto de la familia, que está permanentemente amenazada. En tanto, el enviado de Mussolini para acabar con la mafia, Mori, expone que en su cometido está también acabar con el bandolerismo ya casi inexistente en la región y… convierte a los hermanos en bandoleros. 

Los llama “La banda de los Sacco”. 

El 3 de mayo de 1926, Raffadali amanece sitiado. Son apresados, bajo acusación de proteger a los Sacco, un ex alcalde, un ex vicelcalde y un ex consejal socialistas; un notario y cinco cuñados de éste; un funcionario del servicio postal, un médico y toda la familia Sacco: desde la anciana madre hasta dos primos de los perseguidos, pasando por las esposas de Vanni y Vincenzo y la tía de ellos. “Ochenta y seis de los más de cien arrestados reciben penas de entre cuatro y nueve años de cárcel… 

La declaración de los primos… realizada bajo tortura y completamente falsa, servirá para abrir el proceso por homicidio del mafioso Giovanni Terrazino, del cual Vanni y Alfonso habían sido ya absueltos”.

El 15 de octubre de 1926, los carabineros sitian a los Sacco, a Marzullo y a La Porta. 

Estos entregan, los forman y les disparan. Muere La Porta. Alfonso es herido en la cabeza, en el antebrazo y la pierna izquierda. Salvatore es herido en el pecho. Vanni y Marzullo, quien moriría enfermo y prisionero durante la guerra, tienen heridas leves. Mori acusa a Vanni y Alfonso de cuatro homicidios, a Salvatore y Marzullo de uno. 

Es 1928 y la marcha sobre Roma, el 28 de octubre, ya es motivo de fiesta nacional: “hay quien sostiene [dice Camilleri] que, si en la época de la marcha sobre Roma todos los socialistas hubieran actuado como… los Sacco, el fascismo nunca habría alcanzado el poder” —hipótesis válida en grado de tentativa en tanto no se demuestre lo contrario, que conste. 

Como fuere, los Sacco son acusados de subversivos por su relación, dice el fiscal, con Pablo Tuttolomondo, primo refugiado en Estados Unidos ligado a Antonio Gramsci.

“Mi familia era socialista y nunca dejamos de serlo [afirma Alfonso]; es más, nuestras ideas se vieron reforzadas en la cárcel. Vanni y Girolamo tuvieron ocasión de estar en la misma cárcel que… Gramsci” e hicieron amistad. 

Y cuando Girolamo quedó en libertad, Gramsci le confió algunos papeles para que los sacara.

Los Sacco son condenados a cadena perpetua mediante testimonios falsos y a pasar sus primeros doce años incomunicados. 

Girolamo se dedicará a buscar sacarlos de la cárcel pero no los conseguirá. Caído el fascismo, el fiscal jefe de Saluzzo, que también dirige la cárcel, pide liberen a los hermanos, e incluso en 1960 Girolamo consigue cinco mil firmas de raffadalianos solicitando su liberación —el pueblo tiene 12 294 habitantes incluyendo niños y emigrados—, y nada. Pero los tres hermanos no quieren la gracia, sino la revisión de su proceso. 

Lo solicitan al senador Umberto Terracini por recomendación de Salvatore Di Benedetto, oriundo de Raffadali, ex alcalde y también senador. Terracini, atendiendo a que los hermanos ya son ancianos, insiste con solicitar la gracia; estos siguen negándose y el senador hace por ellos sin que lo sepan. 

Así, en octubre de 1962 le informan a Alfonso casi en secreto que el presidente Antonio Segni les ha concedido la libertad con “una condición: si… se van a vivir al continente, podrían salir a la vez; si… tienen la intención de establecerse en Sicilia, deben salir uno cada seis meses”.

Salvatore sale el 12 de octubre de 1962, Vanni el 12 de abril del siguiente año y Alfonso a fines del mismo. Habían pasado más de treinta años y más de media vida en prisión.


[1] El apellido del comisario es un homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, creador de José Carvalho, detective gallego que actúa en Barcelona durante una veintena de novelas, relatos, películas y una serie de televisión. 

Las historias de Salvatore Montalbano están editadas en español por Salamadra, principalmente, y Quinteto.

 El resto de casi toda su otra obra se encuentra diseminada en muchas editoriales. La novela se titula Por la boca muere el pez(Barcelona: Papel de Liar, 2011). Las otras cuatro historias, dos de ellas llevadas al cine, de la veinteañera inspectora romana, aún no traducidas a nuestro idioma, transcurren entre 1994 y 2011. Lucarelli es famoso como autor de la trilogía del comisario De Luca, transcurrida entre 1945 y 1948 y que fueron editadas en un solo volumen en español por Témpora (2006).

El recuento

Eric Hobsbawm afirma, en su ya clásica obra sobre el bandolerismo social —Bandidos (Barcelona: Ariel, [1967] 1976)—, que los hombres que se niegan a asumir el papel social manso y pasivo del campesinado sometido; los testarudos y recalcitrantes, los rebeldes individuales. 

Son, según frase familiar a los campesinos: “los que se hacen respetar, [los] que, cuando se enfrentan a algún acto de injusticia o de persecución, no claudican dócilmente ante la fuerza o la superioridad social sino que eligen el camino de la resistencia y de la proscripción” (35).

Como los hermanos Sacco, a quienes posiblemente sus vecinos empezaron a considerar como tales cuando el abogado C, jefe de la mafia en la región, se enclaustró temeroso durante años luego de ser balaceado en el pórtico de su casa por desconocidos.

¿Fueron los Sacco o simpatizantes anónimos de ellos? Alfonso no lo aclara en sus memorias ni en “La banda de los Sacco” —escrita en 1959, estando preso en la cárcel de Saluzzo— ni en la entrevista con Giuseppe Pirello a los ochenta y siete años. 

Lo que no obsta para que, en La banda de los Sacco (Barcelona: Debate, 2015), Andrea Camilleri extraiga de esas fuentes, de otras más y de una posición justa con los hechos y los personajes, pero sobre todo con la historia, con la historiografía y la narrativa integral, conclusiones interesantes acerca de esta historia familiar siciliana devenida historia social.

 Una de tantas, X por ser desconocida más allá del ámbito parroquial.


Andrea Camilleri. (Foto tomada de aquí.)

Los Sacco personificaron involuntariamente por fuerza de su resistencia, y continúan haciéndolo, al bandido social, quien, de nuevo según Hobsbawm, es visto no sólo como un hombre, sino también como un símbolo porque “es valiente, tanto cuando actúa como cuando es víctima” (170). 

El acercamiento, que da pie a la revelación histórica ampliada mas allá de la parroquia y de las fronteras nacionales, de Andrea Camilleri al caso, mediante una estructura que integra el corpus de la obra en 16 capítulos conteniendo la crónica, 15 de consideraciones hermenéuticas sobre éstos, una nota final y las notas y referencias del aparato crítico utilizado, es tan puntual y honesto como su atuendo: una prosa de altos vuelos literarios, patrimonio inherente a su autor, quien a los noventa años —en esta entrevista con Pablo Ordaz aparecida en Babelia— asume autocríticamente:


Mis ideas políticas ya no son realizables. Porque han fracasado en todos sitios… Pero yo continúo fiel a aquel ideal que es el de dar a todos la misma base de partida. Digo, madre mía, he vivido tanto, he luchado políticamente, y estoy dejando en herencia a mis nietos y a mis bisnietos la incertidumbre absoluta sobre su futuro… [aunque] la vida es más fuerte que toda esta situación desgraciada.

Si en el imaginario colectivo la involuntaria personificación de los hermanos Sacco como bandidos sociales permanece cual símbolo de la resistencia frente al poder, la mafia siciliana también está ahí, sólo que ella voluntariamente, viendo pasar el tiempo sin que cambie el estado de cosas, al igual que lo están sus congéneres: la camorra napolitana, la ‘ndrangheta calabresa, las mafias de los países del socialismo hoy realmente inexistente, de todos los cárteles globalizados que, siameses de los cárteles aparentemente legales y de los gobiernos nacionales, trascienden las viejas fronteras nacionales. 

En Cosa nostra: La mafia siciliana (Barcelona: Debate, 2006), John Dikie afirma que las mafias nacieron con la unificación que originó el estado italiano: “La mafia y la nueva nación de Italia nacieron juntas. 

De hecho, el modo en que surgió y se generalizó el término mafia resulta bastante curioso, sobre todo porque el mismo gobierno italiano que descubrió el nombre también tuvo un importante papel a la hora de nutrir a la organización que lo llevaba.”

Si el fin de la historia es hasta hoy no sólo improbable y sólo posible en mentes hiperideologizadas que generan visiones anudadas a sus supersticiones y deseos, una de las finalidades de la historiografía es develar las historias con minúsculas. 

Revelar y vencer con la fuerza de la tozuda memoria al cruel olvido que mantiene ocultas historias injustas, como la de los hermanos Sacco, contada por Andrea Camilleri y que es “el resultado de la suma de dos componentes: por un lado, el asesinato de Luigi Sacco por obra de los mafiosos; por el otro, una cantidad insoportable de abusos por parte de las fuerzas del orden y de la justicia”.

 Hechos semejantes continúan reproduciéndose en el siglo que corre quizás porque, aunque los tiempos hayan cambiado, la injusticia es la misma, y porque la historia de la justicia camina por el lado salvaje y oscuro que le da la razón al aforismo del clásico: todo documento de cultura, como el trabajo de Camilleri, es también un documento de barbarie, la historia de los Sacco. 

Trabajos como el puesto en cuestión mediante estas líneas que andan terminando apuntalan a la microhistoria, la historia social, la crónica, la historiografía, la literatura y a la justicia per se.

https://elpresentedelpasado.com/2017/06/26/a-sicilian-history-x-1-de-2/

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