La primera mujer médico de Centroamérica nació y murió en Nicaragua. Vivió 50 años de exilio político, atendió a sobrevivientes de campos de concentración nazi y regresó al país para recibir honores por su labor médica y revolucionaria en el exterior.
Así fue la vida de Concepción Palacios Herrera
Nacimiento: 5 de diciembre de 1893, El Sauce
Fecha de la muerte: 1 de mayo de 1981
Baltazara Herrera curaba con hierbas a todo el que se lo pidiera, mientras Pío Palacios se dedicaba al aserradero familiar en El Sauce, León.
El matrimonio Palacios Herrera tuvo siete hijos, dos de ellos, Concepción y Pío Perfecto, serían la primera generación de médicos en la familia.
En 1927 Concepción Palacios Herrera, la mayor de las cuatro hijas, obtuvo el título de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México y se convirtió en la primera doctora de Centroamérica.
“Ella tuvo el apoyo de mis abuelos. Su madre, sobre todo, la impulsó a irse para cumplir su deseo de convertirse en doctora y hacer el algo por el país, pero fue solo apoyo moral, ellos no tenían recursos que ofrecerle, eran una familia pobre, pero confiaban en la inteligencia y el coraje de su hija”, comparte Concepción Palacios Pastora, de 69 años, hija de Pío Perfecto Palacios Herrera, hermano menor de la doctora Palacios. “Tía Conchita” le llama y es casi la única de la familia que la recuerda o que conserva información y hasta su diploma universitario fechado el 28 de noviembre de 1928.
Ellos son los Palacios de El Sauce, la tercera y cuarta generación del matrimonio de Baltazara y Pío.
De sus siete hijos solo un par quedan con vida. Superan los ochenta años, cargan tantas canas y arrugas como dolencias, y no pueden hablar o no recuerdan a sus padres ni a su hermana “Conchita”.
En Managua, a casi 150 kilómetros de aquel pueblo, está el complejo del Ministerio de Salud que lleva su nombre como un homenaje póstumo por ser la primera médico del país y haber apoyado desde México la revolución sandinista.
El complejo Concepción Palacios o “ el Conchita” como se le conoce popularmente, tiene también una cancha de futbol con el mismo nombre.
Aunque se trate de un punto de referencia popular en la zona sureste de la capital, la gente poco o nada sabe sobre quién fue Concepción Palacios Herrera, la mujer que hizo historia y cuya memoria se desvanece entre lo que queda de su familia.
Para salir de El Sauce, donde solo había escuela primaria, Concepción solicitó una beca al entonces Ministerio de Educación Pública, fue así que ingresó a la Escuela Normal de Señoritas de Managua.
La apariencia humilde y serena de Concepción contrastaba con su temple fuerte, su determinación y la actitud curiosa en las clases. Destacó no solo con sus calificaciones, sino también por sus cuestionamientos e ideas progresistas, pero fue eso mismo lo que le valió una expulsión y puso trabas a la continuación de sus estudios.
Sin embargo, rápidamente encontró una madrina para su causa: Josefa Toledo de Aguerri, la primera pedagoga nicaragüense, quien se convertiría después en directora general de Instrucción Pública. Josefa Toledo, feminista y progresista, se hizo cargo del caso y realizó las gestiones para que Concepción continuara su formación académica y consiguiera su título de bachiller.
Con una madre dedicaba a la medicina natural y que también era la partera del pueblo, del seno de una familia que sopló la chispa de su talento por las ciencias y con su vocación al servicio, sería lógico pensar que Concepción Palacios Herrera decidiera estudiar Medicina.
Pero en 1918, cuando decidió matricularse en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua en León, ninguna mujer se había “atrevido” a estudiar Medicina. En la sociedad de la época era totalmente inapropiado que una dama aplicara a una “carrera de hombres”.
“Era una mujer de carácter fuerte, muy inteligente y determinada. En ese entonces se consideraba que la medicina solo la estudiaban varones.
No había una prohibición legal o en los estatutos de la universidad, pero socialmente no era bien visto que una mujer se expusiera al contacto con cuerpos desnudos, cadáveres, que estuviera interna e hicieran turnos nocturnos rodeada de hombres. Ella rompió con los tabúes”, dice el doctor Carlos Tünnermann Bernheim.
Entrar en la Facultad fue solo parte del reto. Durante los dos años que permaneció en la UNAN-León, además de rendir y destacar en las clases debía sortear las zancadillas de la sociedad. Un día le llovía agua sucia de alguna casa donde la matrona desaprobaba que una jovencita fuera a la universidad a estudiar Medicina con los hombres, otro día se encontraba un dedo o un testículo en los bolsillos de su bata blanca, puesto por alguno de sus compañeros para molestarla, y hasta los sacerdotes le decían que no era correcto lo que hacía.
Que una mujer debía estudiar algo acorde a su género, o mejor aún, estudiar para luego casarse, tener hijos y quedarse en casa. Pero esa no era la vida que quería “Conchita”.
“Incluso cuando yo empecé mis estudios en la UNAN, en 1951, las muchachas que estudiaban Medicina eran poquísimas, no como ahora que para bien tenemos muchas doctoras. Desafortunadamente todavía en los 50 algunos profesores aprovechaban ciertas clases para intimidar a las muchachas.
Innecesariamente hacían referencias a aspectos sexuales para avergonzarlas, pero ellas se quedaban, resistían las provocaciones e irrespeto, fueron mujeres valientes”, sostiene el doctor Carlos Tünnermann. Mujeres que siguieron la brecha que abrió Concepción Palacios en 1918.
En Nicaragua no le fue posible continuar estudiando y para poder culminar su carrera consiguió una beca y viajó a México. Ingresó a la Escuela Nacional de Medicina de la Universidad Autónoma de México en 1920.
Ese mismo año, por problemas personales, Augusto C. Sandino había salido de Nicaragua rumbo a Honduras, pasó por Guatemala y tres años después llegó a México.
Ahí su relación con líderes sindicales, masones y militares socialistas reforzaron su sentimiento nacionalista y sus ideas antimperialistas. Se integró a luchas sindicales, se embebió con la revolución mexicana y definió su postura contra la ocupación estadounidense en Nicaragua.
Ahí recibió la inyección ideológica y económica para emprender su lucha. En ese mismo contexto, Concepción Palacios, estudiante de Medicina, se fue identificando con la causa sandinista que exaltaba el nacionalismo, nacionalismo que se convirtió en el imán que jalaba su corazón de hierro para volver a Nicaragua.
“La tía Conchita tenía muchos deseos de superación, pero sobre todo de servicio, estaba empeñada en ser médico para volver y aportar a su país desde este campo”, comenta su sobrina Concepción.
Su padre, Pío Perfecto Palacios Herrera, la bautizó en honor a ella, quien le dio apoyo económico y su respaldo para que él también estudiara Medicina en México.
Destacó tanto en los estudios que la eligieron para dictar el discurso de bienvenida a Gabriela Mistral, pedagoga, feminista y poeta chilena, que llegaba a la UNAM México para apoyar la reforma educativa.
“La ciencia no tiene sexo, ni credo religioso, ni color político, mucho menos estatus social. Por eso invito a todas las mujeres que aspiran por una carrera profesional o técnica, a todas las mujeres que poseen inquietudes científicas, a que nos unamos y luchemos juntas en pro de la consecución de estos ideales, de estas aspiraciones”, dijo Concepción Palacios.
Gabriela Mistral quedó impresionada con el ímpetu de aquella muchacha de rostro anguloso, cabello negro y voz ronca, y recomendó que se le otorgara una beca completa para continuar su especialización.
La misma Mistral alentaría la lucha de Sandino y bautizó a sus hombres como el “Pequeño Ejército Loco” que luchaba contra la ocupación estadounidense.
Según su familia y los primeros registros, nació el 5 de diciembre de 1893, pero sus documentos personales posteriores apuntan que fue en 1901.
El cambio de fechas debió hacerlo ella misma, cuando necesitaba presentarse con menor edad para aplicar a una beca de posgrado, según la semblanza que muestra el Centro de Documentación en derechos de las mujeres de Centroamérica.
Se especializó en Obstetricia y dedicaba parte de su tiempo a trabajo voluntario en clínicas para mujeres “que no gozan en el mundo de todos los derechos que merecen”, decía. En 1928, ya con título de Médico Cirujano, regresó por primera vez a Nicaragua.
En agosto de 1925, después de 13 años de ocupación, Estados Unidos retira sus tropas de Nicaragua. Pero en mayo de 1926 se desata la guerra constitucionalista entre conservadores y liberales, y las tropas norteamericanas desembarcan en Puerto Cabezas. Sandino regresa a Nicaragua en junio, consigue formar su pequeño ejército y emprende su avance en Las Segovias, exigiendo la soberanía del país.
Durante sus estudios en México, Conchita estuvo al tanto de lo que pasaba en su país. Además del ejercicio de la medicina y de involucrarse en proyectos voluntarios de salud, Concepción se sentía identificada con la lucha de Sandino y al volver se involucró en actividades políticas.
En 1929, bajo órdenes del presidente José María Moncada, fue encarcelada y exiliada por ser colaboradora activa de la causa sandinista.
“Cuando a mí me expulsaron yo ya me había ido. Yo ya había sido expulsada de todas las escuelas de Nicaragua por autonomista, fui expulsada de Nicaragua por liberada”, dijo Concepción Palacios en una entrevista concedida a La Prensa poco antes de su muerte. “Me ocupé toda mi vida de luchar contra Somoza”, sostuvo.
Vuelve a México a la fuerza, viaja a Estados Unidos en misiones humanitarias donde se integra a cuerpos médicos voluntarios, Cruz Roja y Naciones Unidas, y recorre Europa atendiendo víctimas de la Segunda Guerra Mundial.
Se encargó de la atención y recuperación de muchos sobrevivientes de los campos de concentración nazi.
Además de su labor humanitaria, Concepción Palacios mantuvo su convicción y vínculos políticos en el país.
En su residencia en México recibía a los exiliados que iban llegando y participaba en reuniones con dirigentes y miembros del movimiento revolucionario nicaragüenses.
Estuvo en La Habana durante el triunfo de la revolución cubana, estrechó lazos con algunos dirigentes sandinistas y luego volvió a México para continuar colaborando con el FSLN desde la parte logística, recibiendo y guiando a los exiliados, y gestionando ayuda y proyectos sociales orientados a la salud.
“Allá supo combinar el ejercicio de la profesión médica y la solidaridad activa por la liberación de Nicaragua, sin tregua y sin reposo (…)
La presencia de la doctora Concepción Palacios entre nosotros, socialistas de aquel tiempo, era la expresión de que compartíamos pensamiento y acción”, escribió Armando Amador, en su libro El Exilio y las banderas de Nicaragua.
Entre su ir y venir en hospitales, política y viajes, Concepción Palacios se casó con el ingeniero hondureño Lorenzo Zelaya, con quien procreó una hija.
Pero el matrimonio no duró mucho. Él tampoco aceptaba que su esposa estuviera entregada a la medicina, se desviviera por la labor humanitaria y además se comprometiera con un proyecto de revolución.
Luego de su separación ella se dedicó de lleno a sus proyectos y a la crianza de su hija.
“Estoy aquí, en Nicaragua esperando la muerte, entonces ¡hay que hacer algo! No estar de tontos perdiendo el tiempo.
La Patria no necesita que vivamos cómodamente, no necesita que si podemos hacer algo lo dejemos de hacer porque ya es tiempo para estar más cómodos o de descansar… es una lucha inclaudicable, una lucha en beneficio de todos”.
Concepción Palacios Herrera, en entrevista a La Prensa.
Conchita Palacios pagó con 50 años de exilio su ideología política.
Fue hasta finales de 1979, tras el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, que pudo regresar a Nicaragua.
Le había prometido a su mamá Baltazara que volvería convertida en una gran doctora.
Volvió. Había jurado también trabajar por la salud de las mujeres nicaragüenses.
Llegó emocionada por el triunfo del proyecto en el que colaboró desde México, pero su cuerpo cansado por más de 80 años y abatido por una leucemia detectada en 1971, no le permitió integrarse de manera activa al nuevo proyecto de reconstrucción del país ni desarrollar sus planes personales.
En 1980 la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua le otorgó el doctorado Honoris Causa.
Dirigentes del Frente Sandinista reconocieron su aporte a la lucha en un acto público.
Apenas tuvo tiempo para saborear sus reconocimientos y el 2 de mayo de 1982 falleció en Managua.
En septiembre de ese mismo año el Gobierno inauguró el Complejo de Salud Central de Nicaragua con el nombre de Dra. Concepción Palacios.
El edificio, ubicado al sureste de Managua, con el área administrativa del Ministerio, laboratorios de investigación y bodegas de medicamentos, tuvo un costo de 45 millones de córdobas.
Ni ella ni su familia estuvieron ahí. Conchita tampoco pudo abrir el consultorio popular que tanto quería en su pueblo natal para “ayudar en algo, hacer algo por el pueblo”, según declaró a La Prensa en una corta entrevista tras su regreso.
“Muere Conchita, una sandinista de corazón”, tituló La Prensa el 3 de mayo del 82. Ese día el cuerpo de la doctora Conchita Palacios Herrera viajó de regreso hasta El Sauce, León, donde cumplieron su voluntad de enterrarla junto a sus padres, don Pío el aserrador y Baltazara la curandera del pueblo.
Las primeras
Concepción Palacios Herrera fue la primera mujer en Nicaragua y Centroamérica en estudiar Medicina. Ingresó a la Facultad de la UNAN León en 1918 y se graduó como cirujano en 1927 en México.
Elizabeth Blackwell, inglesa (1821-1910), fue la primera mujer que logró estudiar y ejercer como médico en Estados Unidos y el mundo.
Pero según investigaciones, antes de Blackwell hubo otra mujer médico en el mundo, pero nadie lo sabía.
La historia de James Barry no tiene fecha exacta, pero se calcula que pudo haber empezado en 1795. La joven se habría hecho pasar por hombre, bajo el nombre de James Berry.
En 1813 se alistó en la Armada Británica como médico y recorrió otros países brindando servicios humanitarios.
Por Tammy Zoad Mendoza M.
https://www.magazine.com.ni/reportaje/doctora-conchita-palacios/