Pablo Gonzalez

“Trumpismo”, una lucidez pervertida


Trump no se opone más que Clinton a Wall Street: ésta es capaz de “calmar” algunas de sus veleidades verbales de coloración anticapitalista: la América “de abajo” se apercibirá deprisa…

En el período gris que el mundo occidental atraviesa, de algunos destellos de lucidez ciertos tienden a hacer “claros de luna”, como dice el poeta, mientras que otros amenazan con desencadenar tormentas. Sanders en los Estados Unidos, la nueva dirección del Partido Laborista británico, Podemos en España (a pesar del fracaso de Syriza), las corrientes comunistas que se niegan a compromisos electorales sin salida con los partidos “socialistas”, ellos mismos en plena decadencia, no son más que el comienzo de su búsqueda de nuevas vías sobre las que las masas populares están sólo moderadamente sensibilizadas.

Por contra, los neo-conservadores y neofascistas, prudentemente llamados “populistas” de derecha, consiguen por todas partes, en los Estados Unidos y en Europa, atraer a su movimiento a los desposeídos y más ampliamente a las víctimas del capitalismo (para el que los medios de comunicación prefieren el término de “globalización” más “neutral”).

La victoria de Trump y los ultras del Partido Republicano en los EE.UU. es espectacular, aunque sea necesario relativizarla: el 47% se abstuvo, Clinton tiene 200.000 votos más sin ningún efecto en el resultado, y el electorado de los Republicanos no es homogéneo, mezclando las voces de categorías muy privilegiadas con las de los más desfavorecidos.

Estando el sistema de Estados Unidos y su lógica de negocios fuertemente “bloqueado” (sistema federal, el papel de la Corte Suprema, el peso de los grupos de presión y de las redes, especialmente las religiosas, etc.), Trump no podrá ir más allá de ciertos límites, así como Obama no ha podido ir muy lejos en las reformas.

Lo esencial es lo que muestra claramente el éxito de Trump: la sociedad estadounidense, fundada originalmente en la esclavitud y el racismo, en aventureros por dinero y la violencia armada, tiene graves secuelas después de siglos de capitalismo desenfrenado. Millones de pobres sin conciencia de clase clara designan un multimillonario oportunista para representarlos. Una incultura política de masas ignorando el mundo deja a los oligarcas decidir el destino del planeta y de la vida de muchos pueblos.

Además, lo más significativo para el futuro no es Trump, es Sanders, quien consiguió, con la juventud americana, ¡iniciar los valores socialistas en la ciudad del dólar!

Lo que “molesta” al pensamiento-correcto europeo es que las castas dominantes (calificadas de “élites”) sean cada vez más a menudo tambaleadas, no sólo en Polonia, en Hungría, en los Países Bálticos, en Austria, etc., sino en la meca del neoliberalismo y del mercantilismo triunfante. Las explicaciones mediáticas y políticas florecen: son psicológicas y etológicas. La “élite”, como ellos repiten a pesar de todo, ¡fue inconvenientemente cegada por “vivir en lo suyo” y no haber “percibido” los cambios en la sociedad civil!

Las respuestas están sin duda en otros lugares.

El sistema capitalista tiene una lógica imparable: fabrica la concentración y el gigantismo de algunos poderes económicos y financieros privados que se creen con todos los permisos; cava desigualdades abismales; produce el desempleo masivo, la precariedad y la inseguridad social generalizada, cuando no lanza sus ejércitos a aventuras militares productoras de caos. Él se muestra incapaz (porque no encuentra ningún interés) de resolver los grandes problemas sociales y dirige los pueblos a una “tercer-mundialización” insoportable para la mayoría (deterioro de los servicios públicos, fiscalizad discriminatoria, decadencia de las coberturas sociales, etc.). El resultado es un descontento y temor crecientes, fuente de rechazo de las formas tradicionales de dominación, lo que es un comienzo…

Las “Recetas” de la socialdemocracia europea, cada vez menos social y de menos en menos democrática, ya no funcionan, como lo testimonian las derivas de los partidos socialistas franceses o españoles, especialmente, cuyas acciones se centran en algunas medidas sociales mientras que son cómplices de los poderes económicos y financieros. Ellos desalientan a las capas populares, cuya confusión está creciendo, pero que finalmente han encontrado un enemigo que se presenta como un aliado …

En cuanto al movimiento comunista, se ve seriamente afectado por la acumulación de derrotas, por una imagen deteriorada no sólo por una incesante propaganda hostil sino por sus insuficiencias (por ejemplo, en el campo de la ecología), sus ambigüedades incómodas ligadas a un electoralismo de supervivencia : no es percibido ya como una alternativa creíble.

Las propuestas comunistas ya no son escuchadas, incluso cuando son de calidad e inéditas, habiéndose perdido la mayor parte de las batallas ideológicas de estas últimas décadas. El truco de los neoconservadores es el de no hacer brillar la luz sobre ellos usando un “silencio anticomunista”. Pero en el seno del movimiento comunista nace un nuevo radicalismo que se manifiesta, por ejemplo, en el primer sindicato francés, la CGT. Este puede ser el comienzo de un renacimiento.

En Occidente, el primer “partido” es el de la abstención que, por ahora, no perturba a los intereses dominantes. El capitalismo no necesita ciudadanos activos ni democracia. Está en trance de acomodarse, aunque sin entusiasmo, al neo-conservadurismo (en los Estados Unidos, la Teaparty, el trumpismo) e incluso en Europa de un neofascismo que ha “renovado su fachada”, estando lejos y olvidados los años 1930-1940. Sus pseudo-remedios son sin embargo los más antiguos del mundo: búsqueda de cabezas de turco y líderes carismáticos, elogio de la virilidad y del Estado “fuerte”, etc., empero un simple arreglo del modo de producción. ¡Es la incultura de las masas y su infantilización, cuidadosamente cultivadas, el egocentrismo de los círculos intelectuales, las manipulaciones de los grandes medios de comunicación los que dan a esas antiguallas un aspecto atractivo y “no políticamente correcto”!

En este paisaje devastado, una cierta lucidez emerge: se comienza a percibir que el sistema que le ofrece todo al 10% de la población y prácticamente nada a los demás se ha vuelto insoportable.

Numerosos ciudadanos maltratados, rechazando firmemente a los medios, entienden que son objeto de todas las maniobras electorales, y que es necesario, para vivir decentemente, de no dejarse hacer más.

Tras la apatía más o menos “apolítica”, la democracia del chisme y del falso acuerdo, nace la necesidad de adoptar otro sistema en el que lo cotidiano sea menos difícil de vivir.

Este principio de lucidez está, sin embargo, pervertido. No conduce a una voluntad de apropiación del aparato económico y social, a la invención de una nueva ciudadanía activa. Apunta a nuevos maestros, peores que los de hoy en día, tal como los alemanes se han adherido, para salirse, al nazismo. La conciencia de clase está presente de cara a lo que se llama la “élite”, fórmula anónima y sin contenido real, pero no se extrae más que una lección patológica. No hay confrontación con los explotadores (es verdad que no muy visibles en la niebla de los medios de comunicación). Permanece en efecto a favor del capitalismo, el culto al llamado “éxito” del dinero, la seducción de un consumo innecesario, la personalización del político forjado a largo plazo…

Puede ser que los pueblos se condenen, para alcanzar un nivel superior de clarividencia, a experimentar de nuevo el autoritarismo de un capitalismo fascista, aplicando dosis masivas de contra-reformas: la historia del progreso está hecha de breves avances y largas regresiones. Es que el neofascismo en desarrollo es “fácil”. Esta es su gran fuerza. No está dirigido a la transformación socio-económica de la sociedad y se contenta con discursos “radicales”. Cultiva los instintos más básicos del hombre. Él es un cómplice de los medios de negocios y no los pone en cuestión más que formalmente tanto tiempo que esos poderes privados dominantes esperan todavía que la izquierda y la derecha “clásicos” tengan la capacidad de evitar las “perturbaciones” sociales.

Trump no se opone más que Clinton a Wall Street que tiene los medios para “calmar” algunas de sus veleidades verbales de coloración anticapitalista: la América “de abajo” se apercibirá deprisa…: la comedia de la falsa democracia estadounidense deberá entonces redoblar su intensidad para evitar una crisis global de la primera potencia mundial en declive.

Mientras tanto, la lucidez pervertida de masas humanas importantes prepara un mañana que no canta. Es, pues, cada vez más urgente hacer saludable y transformador lo que es sólo un balbuceo golpeado por múltiples patologías. El Trumpismo es una nueva señal de alarma de ese viejo mundo euro-americano desgastado y decadente.

Robert CHARVIN
Noviembre 2016

Traducido del francés por Carles Acózar para Investig’Action


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