Pablo Gonzalez

Ideología y hegemonía en la obra de Gramsci


Gramsci intenta indicar los medios por los que la ideología dominante penetra y controla a los oprimidos. Y el papel de la filosofía de la praxis para construir con los trabajadores una “visión crítica del mundo”.

Gramsci, en este punto, se aproxima a Lenin al enfrentar la ideología como “una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en las actividades económicas y en todas las manifestaciones de la vida intelectual y colectiva“(1).

“En ella (la ideología) son incluidas todas las actividades del grupo social dominante, aquellos aparentemente menos ideológicos, en particular las ciencias (…) incluso la ciencia es parte integrante de la superestructura (…) una categoría histórica“(2). 

Así que, para Gramsci, la ideología está presente en todas las actividades humanas, no se traduce sólo en el campo de la producción de ideas, pero se reduce en la práctica, ya sea cotidiana o científica.

Para Gramsci, solamente las “ideologías orgánicas” debían ser consideradas, es decir, sólo aquellas vinculadas a una de las clases fundamentales de la sociedad, en el caso del capitalismo, la burguesía y el proletariado. Establece niveles dentro de todo eso que podemos llamar ideología dominante, es decir, entre la concepción del mundo “producida” por los intelectuales orgánicos de la clase dominante y las ideas, sentido común, de las clases subalternas, informadas por aquella concepción del mundo. 

Esta diferencia en niveles es engendrada por las contradicciones objetivas inherentes a la sociedad dividida en clases sociales antagónicas. 

Esta contradicción es la fuente de las constantes fisuras; responsable, en cierto sentido, de la falta de homogeneidad entre el discurso (siempre ideológico) de dominantes y dominados, a pesar de que estos últimos, en lo fundamental, están atrapados en los lazos de la ideología burguesa que los informa.

“La ideología difundida en los estratos sociales dirigentes es evidentemente más elaborada que sus fragmentos encontrados en la cultura popular (…) en la cumbre, la concepción del mundo más elaborada, la filosofía, al nivel más bajo, el folclore. Hay entre estos dos niveles extremos, el sentido común“(3).

La filosofía, como nivel “superior” de la ideología, como afirma Gramsci, es la “llave maestra de la ideología”, la principal fuerza de cohesión, que es justamente ella la que modela y dirige los demás niveles, en especial el sentido común. Dirige, respetando los límites anteriormente señalados.


Pero, si una filosofía desea cumplir su función debe, necesariamente, mantenerse unida a las clases más bajas, a las masas populares, sin eso perdería su capacidad de dirección política e ideológica. Marx decía que la teoría sólo adquiere fuerza material cuando penetra en las masas.

El sentido común a su vez se revela como una amalgama de diversas ideologías tradicionales y de la ideología de la clase dominante. El sentido común aparece en la obra de Gramsci como “folklore de la filosofía”.


La ideología no es inherente al sujeto, sino el fruto de todo un proceso social

“Cada grupo social posee su propio sentido común (…) su rasgo más característico es el de construir (incluso a nivel de cada cerebro) una concepción fragmentada, incoherente, inconsecuente, conforme a la situación social y cultural de la multitud para la que este rasgo también es la filosofía“(4).

Gramsci busca, también, comprender los medios por los que la ideología de las clases dominantes (su filosofía) penetra y ayuda, en cierto sentido, a cohesionar las clases más bajas bajo su dirección, impidiendo la ruptura violenta del Status Quo de dominación, manteniendo cohesionado el edificio social. A estos instrumentos de producción y reproducción de ideologías, en su conjunto, Gramsci los denomina de “estructura ideológica”, es decir, una “organización material destinada a mantener, defender y desarrollar el frente teórico“.

Esta estructura está compuesta por diversas instituciones, entre ellas, las principales, para Gramsci, son la iglesia, la escuela y la prensa; junto a éstas componen la “estructura” todas las instituciones que, de una forma u otra, “pueden influir, directa o indirectamente, sobre la opinión pública“, sobre el pensamiento y el hacer de las clases sociales más bajas. En este rol de instituciones podemos incluir bibliotecas, clubes, etc. 

Estos, a su vez, necesitan canales de expresión -los materiales ideológicos- que Gramsci clasifica según su grado de eficiencia, “los medios audiovisuales (…) son los medios de difusión que poseen mayor rapidez, rayos de acción e impacto emotivo mucho más amplios que la comunicación escrita (libros, periódicos), pero superficialmente y no en profundidad“(5).

“En todo hombre está presente una conciencia impuesta por el entorno en que vive, y para la cual, por tanto, concurren influencias diversas y contradictorias. En la conciencia del hombre, abandonado a la propia espontaneidad, no es aún críticamente consciente de si mismo, vive al mismo tiempo influencias ideológicas diferentes, elementos dispares, que se acumularon a través de las estratificaciones sociales y culturales diversas“(6).

Gramsci tiene claro que la formación de la conciencia, la construcción de la ideología, no es algo inherente al sujeto, sino fruto de todo un proceso social, de relaciones sociales e históricas bastante concretas. 

Conoce también la capacidad de influencia que la ideología de las clases dominantes ejercen sobre la manera de pensar y de actuar (dos aspectos de la ideología) de las clases bajas. Es la ideología dominante la que, en gran parte, informa y forma la conciencia (o falsa conciencia – Luckacs) de las clases sociales dominadas.

No sin razón Marx ya afirmaba en su obra “La ideología alemana” que las ideas dominantes eran siempre las ideas de las clases económicamente (y, por lo tanto, políticamente) dominantes, al menos, como advertía Gramsci, en los momentos en que no existe la crisis de la hegemonía,es decir, en los momentos en que la revolución no se presenta como problema inmediato a resolver.

La preocupación de Gramsci, en cierto sentido, fue también una preocupación de Lenin. 

Era necesario no sustituir la lucha ideológica, en nombre de la lucha exclusivamente económica. 

Era necesario no dejar a la clase obrera en el espontaneísmo de las luchas reivindicativas inmediatas, ya que no sería a través de ellas como vendría su conciencia de clase. La clase obrera dejada a su propia suerte caminaría, no en el sentido de la construcción de la conciencia socialista, sino en el sentido de la ideología meramente sindical-empresarial, incluso burguesa.

“¿Pero, por qué, pregunta Lenin, el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resistencia, conduce precisamente a la dominación de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que la ideología burguesa es mucho más antigua que la ideología socialista y está completamente elaborada y posee medios de difusión infinitamente mayores (…) la ideología burguesa más difundida (resucitada bajo las más diversas formas) es aquella que se impone espontáneamente, especialmente a los trabajadores“(7).

La función del miembro del Partido es organizativa y política, es decir, intelectual

No necesitamos hacer aquí un minucioso trabajo de comparación entre las obras de ambos autores para notar la deuda de Gramsci con Lenin y y de este con Marx, especialmente en lo que respecta al papel desempeñado por la ideología (como un conjunto de ideas), junto a las clases sociales explotadas (o subordinadas) en cuanto a encajarlas en el sistema. 

Gramsci avanza al descubrir que entre la concepción del mundo compartida por las clases populares -“impuestas” por la burguesía- y su acción (práctica) concreta, como clases explotadas, existe una contradicción insoluble, ya que su condición objetiva de clase explotada la lleva constantemente a poner en jaque la hegemonía de las clases dominantes, amenazando superarla.

El problema central, para Gramsci, se trataba entonces de hacer explícitas (a través de la filosofía de la praxis) las condiciones de explotación, que de una manera u otra, transpiran en la acción de las clases sociales, criticando también la concepción del mundo impuesta a las clases subalternas, a través de los aparatos ideológicos, para superarla, estableciendo así una “unidad entre la teoría y la práctica, entre la política y la filosofía“.

Pero esta nueva concepción del mundo, la proletaria, que es representada por la filosofía de la praxis, debe partir de las experiencias concretas de las masas -a partir de su comprensión, aunque fragmentaria de la realidad, del sentido común- no para quedarse pegado a ella, sino para criticarla, depurarla de influencias burguesas, unificarla y elevarla a un nivel superior, al buen sentido (la filosofía), construyendo así una “visión crítica del mundo”.

Y para Gramsci, “solamente la filosofía de la praxis es una filosofía capaz de unificar y elevar a la gente sencilla al nivel de una visión superior (la filosofía)” porque a diferencia de las otras filosofías, en especial la católica, “no tiende a mantener a la gente sencilla en su filosofía primitiva, el sentido común, sino que tiende a conducirlas a una concepción superior de la vida. Afirma la exigencia de la relación entre los intelectuales y la gente sencilla“.(8).

Todavía queda una pregunta: Si la nueva concepción del mundo, la ideología socialista, como la llama Lenin, no nace espontáneamente, ¿de dónde viene? Sólo podría venir entonces de fuera de la relación directa entre el trabajador y el patrón en la fábrica. Kautsky decía:

 “La conciencia socialista de hoy no puede surgir sino de un profundo conocimiento científico (…) así la conciencia socialista es un elemento importado de fuera (…) y no algo que surgió espontáneamente“. (9).

Sin embargo, ¿quiénes son los portadores, los divulgadores, de esta ideología? Son los teóricos del socialismo, los intelectuales orgánicos de la clase obrera.

“Naturalmente, dice Lenin, esto no significa que los trabajadores no participen en este desarrollo. Pero no participan en calidad de trabajadores, participan como teóricos del socialismo“(10).

Hoy en día, la tarea de construir una nueva hegemonía, decía Gramsci, no podría ser obra de un hombre, de una persona, pero debería ser obra de “un organismo en el que ya haya comenzado la concretización de una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Ese organismo ya fue dado por el desarrollo histórico y es el partido político, la primera célula en la que están contenidos los gérmenes de la voluntad colectiva que tienden a ser universales“(11).

Sin embargo, la gran diferencia entre la estructura de un partido obrero y las demás organizaciones es que él, aunque está dividido en varios niveles, busca superar esta división en su seno entres líderes y liderados, grandes y pequeños intelectuales. 

Si la filosofía de la praxis busca elevar a las clases bajas del sentido común al nivel del buen sentido, en el seno del partido ella busca empoderar al militante de base para ejercer funciones de dirigentes políticos.

Por eso, la tarea del partido consiste en superar los residuos corporativos (los momentos egoístas-apasionados) a través de lo que Gramsci llama “proceso catártico”, es decir, la superación del interés mezquino del “espíritu de cuerpo” a través de la acción política.

“En el partido político, los elementos de un grupo social económico superan este momento (corporativo, egoísta-apasionado) de su desarrollo histórico y se convierten en agentes de actividades generales, de carácter nacional e internacional“(12).

“Un comerciante” continúa Gramsci, “no entra a formar parte de un partido para hacer comercio, ni un industrial para producir más y a menor costo“(13).

Solamente la filosofía de la praxis eleva a las personas al nivel de una visión superior

Lo que destaca Gramsci del problema de los intelectuales está estrechamente ligado a la importancia que tiene para él el problema de la hegemonía. No es por nada que definía a los intelectuales como la “hegemonía de los empleados”.

“Los intelectuales (…) no son un grupo social autónomo (…) dan uniformidad a la clase dominante (…) todo el grupo social debe desarrollar su propia hegemonía político-cultural, debe crear, por lo tanto, los propios cuadros, sus propios intelectuales“.(14)

¿Cuál es el concepto de intelectual para Gramsci?

“Todos los hombres son intelectuales (…), pero no todos los hombres desempeñan en la sociedad la función de intelectuales“, y continúa, “cuando se distingue entre intelectuales y no intelectuales se hace referencia, en realidad, a tan sólo la inmediata función social de la categoría profesional social de los intelectuales, es decir, se tiene en cuenta la dirección sobre la que incide el grueso de la actividad profesional específica, o en la elaboración intelectual o en el esfuerzo muscular nervioso”(15).

Gramsci busca captar a los hombres en sus múltiples relaciones. Para él era imposible separar el “homo faber” del “homo sapiens”. “Incluso en el más mecánico y degradado (trabajo físico) existe un mínimo de cualificación técnica, es decir, un mínimo de actividad intelectual creativa“(16).

Por lo tanto, supera la visión tradicional de intelectual que siempre fue traducida en la figura del gran hombre de letras, del filósofo, del artista. 

La concepción de Gramsci en algunos pasajes de su obra es más amplia de lo que afirman algunos autores, como Gruppi, por el que Gramsci habría cambiado “por completo la noción de intelectual. Intelectual no sería quién sabe latín o griego antiguo, el escritor o cosa parecida. 

El intelectual es el dirigente de la sociedad, el cuadro social“(17).

Como hemos visto en citas anteriores, observamos que el concepto de Gramsci es aún más amplio en todo trabajo, hasta en el más mecánico está implícita la necesidad de cierto esfuerzo intelectual, por eso “todo hombre es un intelectual“.

Sin embargo ¿será que Luciano Gruppi y otros marxistas estaban también equivocados? ¿No habrá, en la obra de Gramsci, ciertas ambigüedades que den lugar a otras interpretaciones?

Creo que sí. En una lectura más profunda podemos ver que Gramsci, al mismo tiempo que amplía “hasta el infinito” su concepto de intelectual (hombre = intelectual = faber + sapiens), siente cierta necesidad de imponerle algunos límites. Primero explota el concepto tradicional para después rescatarlo en otro nivel. Refiriéndose al Partido, Gramsci dijo: 

“Todos los miembros del partido deben ser considerados como intelectuales (…) lo que importa es la función directiva y organizativa, es decir, educativa, intelectual“(18). 

Es decir, Gramsci relaciona el concepto de intelectual y la función dirigente. Cualquier elemento que ejerza en la sociedad un papel educador y el de dirección (en este se incluye al campesino, incluso hasta al analfabeto, que sea dirigente de una de las muchas ligas campesinas existentes en Italia) se puede considerar intelectual.

“Todos los hombres son intelectuales (…), pero no todos los hombres desempeñan en la sociedad la función de intelectuales“, e incluso esos pocos se dividen en una verdadera jerarquía de “intelectuales”.

“Existe una jerarquía cualitativa entre los intelectuales, esta jerarquía excluye a aquellos que (…) no ejerzan funciones de intelectuales; los agentes subalternos, que no tienen la función de dirección. En el aparato de dirección social y gubernamental existe toda una clase de empleos de carácter manual e instrumental”(19).

Estos sectores, los agentes subalternos, no tendrían gran papel en la construcción de la hegemonía, los intelectuales, propiamente dichos, se dividían según el grado de eficacia como agentes de la hegemonía: en la cúpula, los creadores de la nueva concepción del mundo y de sus diversas ramas, como la ciencia, la filosofía, el derecho; en el escalón inferior, aquellos que están a cargo de administrar o divulga esta ideología (20).

 Gramsci hace una división entre aquellos que producen la cultura y aquellos que, de una manera u otra, la reproducen. Esto tiene consecuencias prácticas, en la elaboración de una política, de una estrategia en la lucha ideológica, en la lucha por la superación de la hegemonía de las clases explotadoras.

“En el frente ideológico, la derrota de los auxiliares y de los partidarios menores tiene una importancia casi insignificante, es una lucha en la que es preciso reservar los golpes para los más eminentes. Si no se confunde el periódico con el trabajo científico, es necesario abandonar la serie de casos infinitos de la política que toca a los periódicos“(21).

Una vez más podemos sentir la influencia del pensamiento de Lenin sobre Gramsci. En sus diversas cartas en las que trata el problema de la producción intelectual, en particular las dirigidas a su amigo Máximo Gorki, Lenin declara: 

“Si los pequeños artículos, periódicos (semanales o quincenales) no os dicen nada, si usted se siente bien al trabajar en una gran obra, naturalmente que no le aconsejaría interrumpirla. Será mucho más útil“.(22)

Pero, no debemos concluir precipitadamente que la importancia dada a los “grandes intelectuales” signifique necesariamente la sustitución del papel que desempeñan los pequeños intelectuales como agentes reproductores de la ideología. Especialmente cuando se trata de comprender su importancia en la sociedad política (= Estado), cuya táctica (=estrategia) fundamental sigue siendo la de “guerra de posiciones”.

“Puede ser interesante emplear la táctica que consiste en forzar los puntos de menor consistencia para tener condiciones de probar el asalto del punto más fuerte disponiendo de la máxima potencia, en la medida en que se liberan las fuerzas para la eliminación de los más auxiliares más débiles” es decir, en la lucha política, las clases dominadas nunca deben pasar por alto el papel desempeñado por los intelectuales subalternos bajo la pena de sufrir contratiempos graves. 

Por eso era necesario neutralizar este sector que tiene su importancia en la estrategia revolucionaria de Gramsci, la guerra de posiciones.

“No existe una clase independiente de intelectuales, pero cada grupo social posee su propia capa de intelectuales o tiende a formarla“.

Un intelectual sin organización es tan despreciable como la ideología que produce

Para Gramsci es precisamente el grado de vínculo orgánico (grupo social y capa de intelectuales) el que define, en última instancia, a cualquier intelectual. 

Dependiendo del grado de esta relación tenemos un nivel intelectual, siendo las capas más importantes y complejas (de mayor influencia y de mayor poder de cohesión) las que tienen mayor conexión orgánica con una de las clases fundamentales de la sociedad, en particular, con la clase que ostenta la dirección política del Estado y poder económico. 

Y esa relación es más estrecha, por lo tanto orgánica, cuando el intelectual es originado de la clase que representa, pero advierte: “el jefe de la empresa-hombre político aparecerá como intelectual orgánico de la burguesía y no como jefe de la empresa, su función predomina sobre su origen social“.(24)

Es cierto, incluso para Gramsci, que estas declaraciones deben ser colocadas en su contexto, al menos en algunos casos, pues sirven muy bien para las clases dominantes, no encajan con la misma precisión en el caso de las clases más bajas que, “por lo menos inicialmente, son obligadas a importar a sus intelectuales entre los grandes intelectuales“.(25) 

Esto coloca a las clases subalternas en una situación de inferioridad, viviendo en medio del riesgo de ver a sus intelectuales siendo captados por los grandes intelectuales de las clases dominantes, a través del proceso que Gramsci llama “transformismo”.

Por lo tanto, para Gramsci, el intelectual no es autónomo en relación a las clases sociales y este carácter de clase del vínculo orgánico provoca consecuencias: el carácter “improductivo” de cualquier intelectual aislado de una clase social: “un intelectual sin vínculo orgánico tiene una importancia tan despreciable como las ideologías que produce“.(26)

Entonces, ¿cuál es la verdadera función del intelectual orgánico de las clases dominantes en la sociedad? “Son aquellos que elaboran la ideología de la clase dominante dándole conciencia de su papel y transformándola en una visión del mundo que impregna todo el cuerpo social (…) están a cargo de la animación y la gestión de la ‘estructura ideológica’ de la clase dominante en el seno de las organizaciones de la sociedad civil (…) y de su material de difusión (…) agentes de la sociedad política, responsable de la gestión de los aparatos estatales”. 

Son ellos los que “mantienen unido el bloque histórico, los que elaboran la hegemonía de la clase dominante que, sin ellos, no podría ser dirigente: sólo sería dominante y opresiva, careciendo de base de masas, el consenso necesario para ejercer su poder“. ( 27) 

Los intelectuales, aquellos que garantizan el consenso de las clases subalternas en torno a las clases dominantes, que sirven de enlace entre la superestructura y la infraestructura del bloque histórico.

A pesar de entender al intelectual como “funcionario de la superestructura” o “funcionario de la hegemonía”, no incurre en un error bastante común de la “sociología”, que establece una relación mecánica entre los intelectuales y las clases sociales. Para él en las relaciones intelectuales y en las clases sociales debe haber la misma mediación existente entre la infraestructura y la superestructura dentro de un determinado bloque histórico. 

La estructura económica determina, pero sólo en última instancia, la superestructura y esta, a su vez, tienen relativa autonomía en relación a la infraestructura que lo soporta. Por lo tanto, el intelectual como elemento (= agente) de la superestructura, también posee una autonomía relativa en relación a las clases sociales, de las que no es un reflejo pasivo.

“La evolución de la estructura, para Gramsci, puede incluso retrasarse o hasta ser retenida por una evolución más lenta de los intelectuales, en particular, por el mantenimiento de líderes políticos tradicionales”. (28) Es el propio Engels el que dice: “aunque las condiciones materiales de vida sean las primeras causas, esto no impide que la esfera ideológica reaccione a su vez sobre ella“.

En momentos de crisis todos los aparatos ideológicos sufren alteraciones

Basándose nuevamente en Engels, Gramsci afirma que: “La relación entre los intelectuales y el mundo de la producción no es inmediata, como acontece para los grupos sociales fundamentales, sino «mediada», en diverso grado, por todo el entramado social, por el complejo de las sobrestructuras“.(30)

Es justamente esta relativa autonomía, impulsada principalmente por las contradicciones internas de la sociedad, la que permite, de vez en cuando, que algunos intelectuales se cambien de la situación reproductiva de la ideología dominante a la de los portadores de una nueva “ideología”, la filosofía de la praxis, uniéndose orgánicamente a las clases más bajas, especialmente, al proletariado.






Marx, en varias de sus obras afirma que las bases, las causas de cualquier revolución social, inclusive la socialista, deben ser buscadas en el mundo de la producción, ya que son el resultado de la contradicción irreconciliable entre las fuerzas productivas, que presentan un desarrollo continuo y las relaciones de producción, que tienden a desarrollar más lentamente.

“Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes.

 De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre, así, una época de revolución social“.(31) Ya lo decía Marx.

Gramsci también parte de ese supuesto marxista de que toda la crisis revolucionaria es, en última instancia, determinada por las contradicciones que se dan en el mundo de la producción, por lo tanto tiene un carácter objetivo.

 Pero él avanza sobre esa premisa como ya lo había hecho Lenin, al dirigir su atención a otro aspecto de la crisis revolucionaria -que es el aspecto subjetivo, ideológico- ella (la crisis revolucionaria) es vista por él, por encima de todo, como una crisis de la superestructura, “es leída en el nivel de la superestructura y es concebida como una crisis de hegemonía“. (32) Lenin ya había esbozado las dos condiciones básicas (desde un punto de vista político) de una crisis revolucionaria:

 1) los de abajo no se someten a ser gobernados como antes;

2) los de encima ya no pueden gobernar como antes. 

Podemos notar que Lenin también daba mucho valor a este aspecto superestructural de la crisis, tan subestimado por los teóricos de la II Internacional, presos de una lectura mecanicista y fatalista de las obras de Marx.

 Estos “teóricos” creían que el propio desarrollo del capitalismo llevaría necesariamente al socialismo, nos guste o no. Subestiman así el papel activo desempeñado por el hombre en la historia como agente transformador.

 De hecho, esta posición aparentemente dogmática era la manera de encubrir una política reformista, de la eterna espera de la situación madura, que por si sola traería cambios. La clase obrera debía esperar, pacientemente, a que la oruga se convirtiese en mariposa.

La Revolución Rusa de 1917 vendría a desacreditar tales teorías. No por casualidad el joven Gramsci saludó la revolución rusa como una revolución contra El Capital. De hecho, se trataba de una revolución contra un determinado tipo de lectura de El Capital. El Capital se había transformado en manos de la socialdemocracia europea en un manual de economía y no en una guía para la acción política revolucionaria.

Volvamos de nuevo a Gramsci para ver cómo encara el problema de la crisis.

“Esta hegemonía“, según Gruppi, “entra en crisis cuando desaparece su capacidad de justificar un determinado orden económico y político de la sociedad. 

Esto ocurre cuando las fuerzas productivas se desarrollan a tal nivel que pone en tela de juicio las relaciones de producción existentes“(33), es decir, las presiones impuestas por la infraestructura se traducen en un desarrollo sin precedentes del movimiento social de las clases explotadas, en el aumento de su acción política, lo que conduce, a su vez, a las clases hasta ahora hegemónicas a perder, en gran parte, su eficacia como “agentes del consenso” ante la contra-ideología, que va ganando a las clases dominantes en la lucha. 

Así, la revolución (una ruptura radical con la hegemonía anterior) sólo se logra cuando se forja la unidad férrea entre la filosofía de la praxis, interpuesta por el partido, y el movimiento espontáneo de las masas, entendidas aquí como clases bajas.

El grupo dominante, aunque mantiene la dominación política y económica, pierde toda (o la mayoría) capacidad dirigente; es cuando una concepción del mundo que durante siglos consiguió imponerse al conjunto de la sociedad entra en crisis y en su lugar se desarrolla una nueva forma de pensar y de actuar, una nueva ideología, informada por la filosofía de la praxis.

En este momento particular de la crisis, todos los aparatos de reproducción ideológica o de dominación política experimentan profundas alteraciones: 

“Los partidos tradicionales (…) como los hombres que los dirigen, no son reconocidos más que como una expresión propia de su clase, o fracción de clase (…) el partido termina por convertirse en anacrónico y, en tiempos de crisis aguda, llega a ser vaciado por completo de su contenido social y queda como si fuese construido en el vacío“.(34)

Ninguna revolución se lleva a cabo sin solucionar el problema clave de la hegemonía

La crisis de la hegemonía, que es siempre una condición de crisis revolucionaria, no lleva necesariamente a la ruptura, sólo abre los espacios para que ocurra, su condición sine qua non. La ruptura, como hemos dicho anteriormente, exige la acción (teórico-práctica) de los intelectuales orgánicos de la clase, en este caso, el Partido (definido por Togliatti como intelectual colectivo).

“La crisis genera situaciones inmediatas, peligrosas, porque diferentes capas de la población no poseen la misma capacidad de orientarse rapidamente y organizarse con el mismo ritmo“(35).

 Las clases más bajas, incluso en estos tiempos de crisis, que en teoría les parecía más favorable, todavía están en una posición de relativa desventaja frente a la clase aún en el poder, por lo tanto, posee el control sobre los aparatos de coherción y captación (que incluso debilitado, mantiene, en parte, su eficacia). Gramsci ya advertía que el “proletariado, como clase, es débil en elementos organizadores, no posee y no puede dotarse de una capa de intelectuales sino muy lentamente (…) y sólo después de la conquista del poder estatal”. 

Aquí, por supuesto, Gramsci se basaba en la experiencia de la Revolución Rusa que tuvo en la conquista de la intelectualidad, educada por la burguesía, un problema crucial. Pero posteriormente defendería la tesis de la posibilidad y de la necesidad de ganar amplias capas de la intelectualidad, antes incluso de la conquista del poder, como condición.

“Sin duda, es importante y útil para el proletariado que uno o más intelectuales se adhieran a título individual a su programa, a su doctrina, que se unan al proletariado y se sientan parte de él (…) 

Hoy en día, son los intelectuales como masa y no como individuos los que nos interesan (…) es tan importante como útil que se opere en la masa de los intelectuales una ruptura de carácter orgánico históricamente determinada que se manifieste como formación de masas, una tendencia de izquierda en el sentido moderno del término, es decir, un giro en dirección al proletariado revolucionario“(36). Gramsci fue consciente del papel del Partido como intelectual colectivo de clase. Era, para Gramsci, 

“El elemento decisivo en cualquier situación, la fuerza permanente, organizado, preparado con mucha antelación y que puede hacer avanzar cuando se considere que la situación es favorable (y sólo será favorable en la medida en que tal fuerza exista y está llena de ardor combativo) por eso, la tarea esencial es sistemática y parcialmente, formar, desarrollar, hacer esa fuerza cada vez más homogénea, compacta y consciente“(37).

Luciano Gruppi ya alertó y, pienso si no vanamente, que no era Marx lo que Gramsci intentaba desarrollar, sino Lenin.

 Digo vanamente debido a que en las últimas décadas la Universidad ha sido invadido por una serie de obras que tienen en Gramsci a su principal referencia teórica, mientras que otros autores clásicos del pensamiento marxista, especialmente Lenin, son abandonados de forma sistemática, como referencias teóricas, sin ser incluídos en nuestros curriculums, aunque sean pocos aquellos que nieguen publicamente la importancia de su pensamiento.

Hoy en día, algunos autores llegan incluso a erigir una verdadera muralla china entre estos dos pensadores, uno considerado dogmático, ortodoxo y, el otro, original y crítico. Las citas de Gramsci se multiplican en los artículos y monografías, mientras que Lenin aparece raras veces. 

Es precisamente ahí donde radica la contradicción, ya que Gramsci siempre se consideró leninista y trató de aplicar las tesis de Lenin, de una manera original, a la realidad italiana. Esta originalidad jamás significó la liberación de un límite, el pensamiento de Lenin. Esto es lo que, en cierto sentido, este trabajo buscó, aunque modestamente, rescatar.

La hegemonía es, ciertamente, un problema puesto delante de cualquier clase que desea conquistar y mantener el poder político.

 Pero sólo a partir de finales del siglo XIX este concepto pasaría a componer el marco teórico de lo que llamamos, a grosso modo, ciencia política marxista, una preocupación que robaría tiempo y sueño a muchos intelectuales revolucionarios.

 Pues sólo para los que tenían en la Revolución un problema que había que resolver es que la hegemonía aparece también como problema clave; para los que la cuestión del poder no se planteaba, la hegemonía tampoco podía ser un centro de preocupaciones más serias.

 Ninguna revolución, hasta nuestros días, se ha realizado sin tener la solución al problema de la hegemonía, es decir, sin que la clase revolucionaria y su partido lograsen el consentimiento de las otras clases subalternas para su proyecto político.

Entre todos estos teóricos, incluido Lenin, sería Gramsci el que más se centró en desarrollar el concepto como una dirección político-ideológica, como momento de predominio del consentimiento sobre la coerción. 

Su estudio tiene como referencia teórica las sociedades europeas occidentales, más desarrolladas económica y políticamente que la Rusia zarista, pero no se limita a ellas y puede ser extendido al estudio del Estado en general. Gramsci fue al rescate del papel de la ideología y de los aparatos ideológicos como instrumentos privilegiados en la construcción de la hegemonía; en el caso de la ideología imperante, serviría como cemento que daba homogeneidad y cohesión a todo edificio social, un agente al servicio de la producción y de la reproducción de las relaciones sociales de producción.

Rescata el papel activo de la ideología, no como reflejo mecánico de la estructura económica, comprendiéndola en su autonomía, aunque relativa, como ya había observado Engels en sus últimos días.

Pero si la ideología es el cemento que busca mantener unido el edificio social, los intelectuales fueron los artífices de este trabajo, son ellos (los intelectuales) los portadores y reproductores privilegiados de las ideologías, tratando de darles un estatuto de ciencia.

Gramsci también comprendió que la mediación que debe existir entre los intelectuales y las clases sociales que le dan apoyo es la misma que existe entre la infra y la superestructura, es decir, intelectuales no son reflejos mecánicos de las clases de las cuales se originan o deberían representar. Es esta contradicción que, cuando se lleva al extremo, puede conducir a la ruptura de las acciones de la intelectualidad con la clase de la que proceden y su adhesión al proyecto político de otras clases sociales.

Notas:

(1) Gramsci, A. “Concepción dialéctica de la historia“, p.16.

(2) Portelli, Hugues. “Gramsci y el bloque histórico“, p. 23.

(3) Portelli, Hugues. op. cit., p. 23.

(4) Gramsci, A., citado por Portelli, H. “El concepto del bloque histórico“, p. 26.

(5) Gramsci, A., ibid p. 28.

(6) Gruppi, L. “El concepto de hegemonía en Gramsci“, p. 6.

(7) Lenin, V.I. “¿Qué hacer?“, P. 33.

(8) Gramsci, A. “La concepción dialéctica de la historia“, p. 10-11.

(9) Kautsky K, citado por Lenin, V.I. “¿Qué hacer?“, p. 31.

(10) Lenin, V.I. “¿Qué hacer?“, P. 31.

(11) Gramsci, A. “Maquiavelo, La política y el Estado moderno“, p. 208

(12) Ibid.

(13) Ibid.

(14) Gruppi, L. “El concepto de hegemonía en Gramsci“, p. 80.

(15) Gramsci, A. “Los intelectuales y la Organización de la Cultura”, p. 7.

(16) Ibid.

(17) Gruppi, L. “Todo comenzó con Maquiavelo“, p. 84.

(18) Gramsci, A. “Los intelectuales y la organización de la Cultura“, p. 15.

(19) PortelliI, H. “Gramsci y el bloque histórico“, p. 96.

(20) Ibid, p. 97.

(21) Gramsci, A. “La concepción dialéctica de la historia“, p. 157

(22) Lenin, V.I., citado por J.M. PALMER; “Lenin: Arte y Revolución“, p. 117.

(23) Gramsci, A., citado por Portelli, Hugues. “Gramsci y el bloque histórico“, p. 85.

(24) PortelliI, H. op. cit., p. 85

(25) ibid.

(26) ibid.

(27) Portelli, H. p. cit., p. 87.

(28) Ibid, p. 89.

(29) Engels, F. Obras Escogidas, t. 3.

(30) Gramsci, A. “Los intelectuales y la organización de la Cultura“, p. 9.

(31) Marx, K. “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política“.

(32) Gruppi, L. “El concepto de hegemonía en Gramsci“, p.90

(33) Ibid, p. 90.

(34) Gramsci, A. “Maquiavelo, la política y el Estado moderno“, p. 56.

(35) Ibid, p. 55.

(36) Gramsci, A. citado por C.Buci-Glucksman, p. 45-46.

(37) Gramsci, A. “Maquiavelo, la política y el Estado moderno“, p. 54

Traducido por “Cultura Proletaria” de la revista “Principios”, Nº 21, Mayo, Junio y Julio de 1991.

https://culturaproletaria.wordpress.com/2016/10/29/ideologia-y-hegemonia-en-la-obra-de-gramsci/

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