Carlos Santa María
Es innegable que el nivel de estadistas alcanzado por varios presidentes estadounidenses fue un símbolo del poderío internacional y la reciedumbre interna.
Figuras que destacaron en situaciones de crisis innegables como en decisiones trascendentales mostraron el temple de algunos mandatarios, independientemente de los errores en sus actuaciones.
Sin embargo, el declive progresivo ha sido manifiesto con las administraciones de Ronald Reagan y profundizadas por Bill Clinton, George Bush y Barack Obama, donde el concepto de líder reconocido se ha perdido por completo para ser catalogados como presidentes del momento y sin proyectos razonables para el país.
La pérdida de poder político, económico y de liderazgo ha sido cada vez más fuerte hasta tal punto que hoy ya no es Estados Unidos la potencia única y de respeto con temor que logró en determinado período, pues actualmente impone sus proyectos a través de la fuerza preferentemente.
Por el contrario de aquella visión, los escándalos, las guerras provocadas y que han finalizado en derrotas crasas, la debilidad económica y los manejos del mercado, junto con la corrupción y el apoyo directo a ejércitos mercenarios como Daesh o Al Qaeda, evidencia que los últimos presidentes ya no alcanzan los niveles de dignatarios con proyectos propios, independientes e ideológicamente sustentados pese a su debilidad democrática.
En esta dirección, esta última carrera se nutre de dos aspirantes que corroboran volatilidad, falta de proyectos serios para resolver sus problemas internos, propuestas demagógicas y, por sobre todo, la falta de un discurso de altura diplomática.
En el caso de Donald Trump, hay que analizarlo en su doble faceta: la histriónica y la real, pues lo que interesa ahora es ganar la Casa Blanca.
Y de igual modo, los intereses que representa y a quien se enfrenta ya que lo primero a mencionar es que la contienda ya no es definitivamente entre Republicanos y Demócratas sino entre dos opciones conservadoras donde una de ellas es peligrosa para la paz mundial pese a que la otra pareciera la más agresiva.
Para el mundo latino ambos son nocivos pues están absolutamente de acuerdo en el manejo condicionado de la región, además de detener la inmigración en forma riesgosa, aunque Clinton manifiesta un discurso más de consenso pese a que en efecto su posición contradictoria ha sido permanente y no ha realizado esfuerzos notables en este sentido que puedan ser mostrados al elector: su posición despectiva sobre negros, indios, latinos y árabes es manifiesta.
El candidato considera que si llega a ser elegido presidente de Estados Unidos podrá obligar a otros gobiernos (gracias a su supremacía militar y como superpotencia), para que accedan a sus órdenes, similar a lo sostenido por Barack Obama y refrendado aunque sutilmente en esta coyuntura por Hillary, debido a su condición de nación indispensable.
Para el Medio Oriente parecería que pese a la actitud agresiva con los inmigrantes por parte de Trump, se suaviza en cierto modo respecto al papel del gobierno y las agencias de seguridad en torno a la acción violenta ejercida en contra del mundo por medio de las intervenciones. Su planteamiento de respeto por Vladímir Putin y su forma negativa de ver a Barack Obama han hecho reaccionar a los enclaves del poder industrial militar.
No sin razón se ha comentado que se han reunido recientemente en Sea Island, en la costa del estado de Georgia, para establecer la estrategia que impida al magnate ser elegido como inquilino de la Casa Roja.
Naturalmente su posición es de una dura reforma a la inmigración ilegal. Construir un muro en la frontera sur para taponar los flujos clandestinos, con todos los gastos a cargo de México pues sus dirigentes han usado la inmigración ilegal para exportar el crimen y la pobreza de su propio país afectando extraordinariamente al contribuyente estadounidense, es el camino. Propone la confiscación de los pagos de remesas derivadas de sueldos ilegales y, en definitiva, expulsar a los inmigrantes sin papeles.
Su posición internacional plantea controlar a Irán por su potencial nuclear aunque no “haría añicos” el acuerdo logrado recientemente. Su posición anti islam ha sido cuestionada especialmente al publicitar que "el islam nos odia". Ha propuesto enviar tropas a Libia aunque siempre con la contundencia que produzca el triunfo y no como ahora que es solo caos.
Es partidario de enviar tropas de EE. UU. para combatir sobre el terreno a Daesh en Irak, indicando que la clave para derrotarlo es quitarle el control de los pozos petroleros con el fin de eliminar sus finanzas. Ha propuesto medidas importantes pues exige que Arabia Saudí le pague a EE. UU. debido a su apoyo, reconociendo que es un enclave de esta nación americana y, por tanto, cumple órdenes.
Todo ello ha sido considerado perjudicial para la clase dominante estadounidense que ve en Trump un cuasi enemigo interno y debilitador de los negocios mundiales a través de la guerra sostenida, mientras que Hillary Clinton ha usado un tono mesurado para hacer propuestas gaseosas sin fijar cifras, fechas, mecanismos, realidades, y ha sostenido en su actuación que es preferible la imagen mediática que un discurso claro y preciso, especialmente porque podría enfrentarla con sectores medios del país.
Ha tocado el impulso a energías limpias considerando el cambio climático como “una de las amenazas definitorias de nuestro tiempo” y criticó que el Partido Republicano minimice su impacto: su promesa de convertir Estados Unidos en el “superpoder de la energía limpia del siglo XXI” ha sido magnificada enormemente. En cuanto a la regularización de inmigrantes indocumentados para acceder a la ciudadanía con plenos derechos, aprueba dicha medida sin dar una cifra estimada.
Unido a los cambios fiscales para apoyar a la clase trabajadora, sin manifestar que ésta deja por fuera los grandes impuestos a las transnacionales que se favorecen con el gobierno actual y continuaría con Clinton, más el proyecto populista extremo de aumento del sueldo mínimo y mayor asistencia social (que paradójicamente ella ha criticado en otros países con mucho ahínco), corrobora la incoherencia en campaña, especialmente al hablar de paz cuando ha sido impulsora de las intervenciones en Medio Oriente y Ucrania, entre otras, por lo cual no es una candidata de la pacificación o el diálogo.
Clinton prometió hacer accesible a todos los niños el acceso a educación preescolar y la universidad, establecer una baja maternal pagada, naturalmente sin concretar lo dicho.
Lo claro es que el establecimiento está dispuesto a sacar a Trump de la contienda lo que demuestra que los halcones están respaldando a Clinton por su posición mucho más agresiva realmente y su política guerrerista de alto nivel, dando a entender que el “millonario” es el riesgo.
La exacerbación del tema migratorio, el cual no podrá ser tratado así luego de posesionado el presidente, es inferior como tema para la Corporatocracia. La desmitificación de la ilusión democrática exponiendo que las reglas de juego del debate político están manipuladas y al denunciar toda la trama, ha significado un enfrentamiento con Wall Street; el axioma es que mientras los empresarios donan, los políticos legislan, permitiendo ganar a los empresarios y políticos, perdiendo los electores.
Ello ha dejado nítidamente una lección: los políticos no sirven el bien común y si los intereses de la élite. El jaque mate lo ha dado al denunciar a Clinton como responsable de "cientos de miles" de muertes ocurridas en estos cuatro años en Siria y de ser culpable del fortalecimiento del terrorismo con la creación de Daesh-Estado Islámico.
Lo cierto es que el nivel y la imagen de ambos contendientes demuestra el ocaso de los aspirantes estadounidenses y el desmoronamiento de una potencia debido a la dirección errática de sus gobiernos cuyo fin ha sido favorecer a corporaciones privilegiadas y no al pueblo estadounidense, cada vez más afectado por las guerras y la recesión.
El aspirante a la silla presidencial deberá enfrentar el declive de la nación norteamericana en el plano diplomático y sus continuos fracasos en imponer la guerra, auspiciada a través de la ONU, lo que permite prever un mayor debilitamiento favoreciendo a las naciones que proponen la soberanía como estandarte y, a su vez, dependiendo del candidato seleccionado, la guerra inmisericorde o su atenuación será el resultado definitivo.
Cuando la última encuesta efectuada por el diario local Washington Post-ABC News expone que 7 de cada 10 estadounidenses (72 %), creen que no se puede confiar en la mayoría de los políticos norteamericanos, sustenta lo escrito. Así, la apreciación del expresidente Jimmy Carter tiene validez cuando afirma que se está violando “la esencia de lo que hizo a Estados Unidos un gran país en su sistema político.
Ahora es solo una oligarquía, que con el soborno político ilimitado (donaciones) se convirtió en la clave para conseguir las nominaciones a la presidencia o para elegir el presidente”. La frase lapidaria de Trump respecto al Medio Oriente define la sentencia: "Dice que yo soy peligroso: ella (Hillary) ha matado a cientos de miles de personas con su estupidez".
Para el mundo realmente amante de la libertad, lo más adecuado es que un candidato como Bernie Sanders alcance la presidencia pues así la humanización de las administraciones del poder podría llevar a reconsiderar al mundo ya no como su patio trasero, reconociendo la necesidad de un mundo multilateral y justo integralmente.
La falta de un programa estructurado de largo aliento y el modo como se trata la política nacional o internacional muestra el escaso nivel de estadista que poseen los contendientes actuales donde Sanders parece ser casi el único que posee una sólida propuesta de envergadura.
Lo delicado es como tratará al mundo y sus ciudadanos el próximo inquilino con esa falta de idoneidad ideológica.