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Las guerras globales y las potencias emergentes

Con la inauguración del siglo XXI, hace apenas 16 años, hay voces que comienzan a dudar de la dominación y hegemonía global de EE.UU.



Señalan que hay algunas potencias ‘emergentes' (China) que pueden cuestionar este liderazgo y reemplazar a Washington en los próximos cien años.

Marco A. Gandásegui, h. / ALAI


Las guerras en el entorno global siguieron en 2015 la misma lógica de siempre. Desde hace unos 200 años, se refuerzan por la incesante expansión del mercado capitalista. 

Los grandes capitales se organizaron en torno a poderosas monarquías o repúblicas que apostaban a nuevas conquistas más allá de sus fronteras. En el siglo XIX las potencias capitalistas se repartieron el planeta en una carrera por territorios (colonias), recursos naturales (minerales y alimentos) y mano de obra barata. 

En el siglo XX las potencias emergentes (Alemania, Japón, EE.UU. y Rusia) se introdujeron en la carrera y chocaron con las grandes naciones del occidente europeo.

Alemania necesitaba urgentemente una salida al Atlántico para que su economía capitalista, recién reorganizada, pudiera crecer más rápido. 

Al mismo tiempo, con desesperación veía las ricas zonas agrícolas y mineras del este europeo (incluyendo Rusia). Japón tenía sus ojos puestos sobre China, Corea y el sureste asiático. EE.UU. ya era una potencia con costas en los dos océanos más grandes del mundo y un Canal (a partir de 1914) que los comunicara en Panamá. Rusia, a la vez, tenía recursos naturales y un vasto territorio que llegaba al Pacífico, pero le faltaba la acumulación capitalista necesaria para explotarlos. En ese panorama se desataron las dos guerras ‘mundiales' más asesinas de la historia humana: más de 60 millones de muertes.

El desenlace de los conflictos dio como resultado, a mediados del siglo XX, la emergencia de un mundo bipolar dominado por EE.UU. y la Unión Soviética (Rusia). La potencia norteamericana invirtió su enorme capital acumulado en la industria y en la innovación. Sometió al mundo a su ritmo de desarrollo y rodeó al bloque soviético (su único rival) con una red de bases militares. La ‘Guerra Fría' (1945-1990) fue un enfrentamiento de tecnología armamentista y, al mismo tiempo, una carrera por la conquista del espacio.

El triunfo sobre el bloque soviético por parte de EE.UU. sorprendió a muchos. En realidad lo que ocurrió fue una implosión del imperio que había construido Moscú en el siglo XX. Este no tenía como eje central la acumulación capitalista y no podía competir con los capitalistas concentrados en la bolsa de Nueva York. En el proceso, sin embargo, el capitalismo norteamericano también perdió su capacidad para acumular en su mercado doméstico. La producción industrial y la explotación de la clase obrera dejaron de ser rentables a fines del siglo pasado. EE.UU. se había convertido en el centro financiero y en el proveedor de servicios a escala mundial.

Los enormes déficits fiscales y comerciales de la economía norteamericana eran cubiertos por una corriente incesante de inversiones extranjeras y un endeudamiento astronómico a escala global (especialmente con China). EE.UU. seguía siendo la potencia dominante y, además, hegemónica. Por un lado, su poderío militar superaba la capacidad de todos los demás países combinados. Por el otro, los capitalistas en todo el mundo confiaban aún en su liderazgo, tanto financiero como político-cultural.

Con la inauguración del siglo XXI, hace apenas 16 años, hay voces que comienzan a dudar de la dominación y hegemonía global de EE.UU. Señalan que hay algunas potencias ‘emergentes' (China) que pueden cuestionar este liderazgo y reemplazar a Washington en los próximos cien años.

El mundo es un lugar muy complicado. Sabemos, sin embargo, que hay reglas y los países con proyectos de acumulación capitalista globales se atienen a ellas. Las reglas pueden cambiarse. Pero primero hay que conocer el juego. La mayoría de los países no sabe o no puede poner en práctica el juego y sus reglas. El país que aprendió las reglas de la acumulación capitalista muy rápido fue China. En apenas 60 años se sometió a una ‘revolución cultural' y después a una transformación económica que dejó el mundo con la ‘boca abierta'. En solo varias décadas, hizo lo que a Inglaterra y Francia les tomó casi dos siglos y a Alemania, Japón y EE.UU. poco más de un siglo.

Tomando prestado algunos conceptos de Gramsci, podemos decir que lo primero que hicieron las potencias capitalistas globales fue desatar una guerra de posiciones. Cada una se atrincheró en su territorio, el nuevo Estado-nación. En este espacio construyeron un mercado capitalista nacional, un sentimiento de unidad que superara los enfrentamientos de clase, levantaron una fuerza militar inexpugnable y tejieron un sistema financiero que protegiera su comercio interno y preparara una expansión al exterior.

La presencia china en América Latina ha hecho que EEUU reaccione preocupada por su monopolio petrolero en Venezuela. Mayor preocupación ha mostrado EEUU en el Medio Oriente, donde China se ha convertido en el consumidor principal de petróleo en la región.

La semana pasada interrumpimos la primera parte de este artículo cuando analizábamos los aportes de Gramsci a la teoría de la formación del Estado nación.

Una vez consolidados los Estados naciones capitalistas, cada uno se lanzó a la conquista del planeta. Se inició lo que Gramsci llamaría la guerra de movimientos. Los nuevos Estados-naciones pretendieron apoderarse de las rutas comerciales, de los territorios con riquezas naturales y fundar colonias en los diferentes continentes. Las guerras de los siglos XVIII y XIX entre Francia e Inglaterra (apoyada por sus aliados rusos y austro-húngaros) son históricas. Después siguieron las guerras entre Francia y Alemania. En el siglo XX Alemania (y, en parte, Japón) se enfrentó a la alianza anglo-francesa y sus aliados ruso-norteamericanos. Las guerras tenían como objetivo asegurar las rutas comerciales, los recursos naturales y los territorios a escala global para seguir acumulando capital.

En el siglo XXI los objetivos siguen siendo los mismos: El control de las rutas, los recursos naturales y territorios a escala global. En la actualidad, se ha sumado otra potencia capitalista (que conoce y aplica muy bien las reglas) que es China. Una vez consolidada su posición en el extremo oriente, la nueva potencia se ha movido trazando nuevas rutas comerciales (las ‘rutas de seda’), firmando acuerdos para tener acceso a recursos naturales y ha logrado hacer sentir su presencia en todos los continentes.

La presencia china en América Latina ha hecho que EEUU reaccione preocupada por su monopolio petrolero en Venezuela. Mayor preocupación ha mostrado EEUU en el Medio Oriente, donde China se ha convertido en el consumidor principal de petróleo en la región. Washington también está decidida en no ceder su control de las aguas del Pacífico oriental. En África ha logrado desestabilizar varios países del sub-Sahara.

En forma indirecta, EEUU ha enfrentado a China en el oriente europeo donde ha hecho retroceder a Rusia. Los países del colapsado Pacto de Varsovia y algunas antiguas repúblicas soviéticas han sido ocupados por la OTAN. Rusia se ha movido en forma desesperada para proteger el Mar Negro y su salida al Mediterráneo. 

En el contexto geopolítico que enfrenta a EEUU y China, en el Medio Oriente surgió el llamado Estado Islámico. En 2015 consolidó su presencia en Iraq y Siria, donde controla aproximadamente 40 mil kilómetros cuadrados. Al igual que en Afganistán, donde EEUU apoyó a los Talibán (Estudiantes del Corán) en la década de 1990, los islamistas en el Medio Oriente tienen una estructura militar, además de una militancia sunita. Su existencia sólo se explica gracias al apoyo logístico de Turquía y financiero de Arabia Saudita. Estos últimos, aliados claves de EEUU en la región.

Al mismo tiempo, EEUU apoya a Iraq en su guerra contra el Estado Islámico y dice entenderse con Rusia que apoya militarmente al gobierno de Siria en su guerra contra las milicias islámicas. La confusión se aclara sólo cuando se identifican los verdaderos actores en este enfrentamiento por los yacimientos de petróleo en la región: EEUU y China.

En el caso de América Latina, China se ha convertido en el principal comprador de materias primas (commodities) de la región. La reciente pérdida de valor de las exportaciones latinoamericanas, sin embargo, están teniendo un efecto político desestabilizador. Los neoliberales regresaron al poder en Argentina, los conservadores ganaron elecciones parlamentarias en Venezuela y en Brasil el gobierno tambalea ante acusaciones de corrupción. EEUU ha logrado desestabilizar a los países de la cuenca caribeña, comenzando por México, siguiendo por Centro América y Panamá, así como Colombia. Washington ha utilizado como herramienta la política de la “guerra contra las drogas” que ha costado miles de vidas y miles de millones de dólares en gastos militares.

Cuba se ha convertido en un eje clave para la política exterior de EEUU. Washington quiere abandonar su política de confrontación con la isla y adoptar una estrategia de acercamiento. El objetivo que persigue sigue siendo el mismo: destruir la Revolución y reemplazar el gobierno socialista con un régimen neoliberal. Pareciera que los estrategas norteamericanos quieren descartar las propuestas de Brzezinski (confrontación) y adoptar las ideas de Kissinger (acercamiento). Este último insiste que la Casa Blanca debe aliarse con Rusia para contener a China. En cambio, el primero sostiene que EEUU debe acabar de una vez por todas con Rusia y establecer un acuerdo con Pekín para consolidar un nuevo eje de poder global.

La respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no siempre se complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden, basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más.

La semana pasada interrumpimos la segunda parte de este artículo cuando analizábamos los enfrentamientos militares del siglo XXI.

Aunque no aparecen enfrentados militarmente en escenario alguno, los principales actores del siglo XXI son EEUU y China. El primero defiende sus posiciones conquistadas en el siglo XX, el segundo se mueve rápidamente para convertirse en la potencia dominante del siglo XXI. Pareciera que los dos países se movieran por rieles paralelos. Sin embargo, hay un enfrentamiento sordo entre ambas potencias que es contenido por la diplomacia de ambas potencias. China rara vez muestra su poderío en forma directa utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies). Sólo cuando EEUU se introduce en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen, Tibet, Hong Kong, Taiwán o el Mar del Sur de China.

La estrategia de EEUU consiste en dominar las redes financieras globales que aseguren su control sobre la economía mundial. Hace varios lustros perdió su primacía en el mundo de la producción industrial y su clase obrera disminuye con el paso de los años. Cuenta con dos cartas adicionales: Por un lado, su hegemonía ideológica-cultural y, por el otro, su inmenso arsenal militar que le permite intervenir en casi cualquier rincón del mundo. Con estas dos herramientas intenta socavar las alianzas de Pekín con sus vecinos (Rusia e India), así como con potencias medianas en otros continentes (Alemania, Brasil, África del Sur).

La estrategia de China consiste en convertirse en el motor industrial del mundo, objetivo que ya logró. Además, la acumulación capitalista le permite, en la actualidad, competir en el plano financiero global y colocarse en la punta de la carrera armamentista y espacial. China también pretende lograr estos objetivos sin chocar directamente con EEUU. Mejoró sus relaciones con Moscú y está trabajando para establecer un eje euro-asiático cuyos polos serían Pekín y Berlín.

La respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no siempre se complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden, basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el caso del primero, sería encerrar a China definitivamente mediante una alianza entre Washington y Moscú. Es la estrategia de la contención que dio buenos resultados durante la “Guerra Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta alianza se realice fue descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN ocupó los países del antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas. La dirección rusa actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra cuando negoció con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión Soviética.

Los gobernantes norteamericanos desde 1991 se han inclinado más hacía la propuesta de Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de la antigua Unión Soviética y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal. El asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una Rusia dividida en tres partes: la parte europea, la Siberia asiática y el extremo oriente (Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras de la OTAN hacia el norte y oeste de China.

En la actual campaña electoral de EEUU ha surgido un candidato extemporáneo y aparentemente díscolo en el Partido Republicano. En sus discursos siempre incluye algo inusitado que desconcierta a los políticos tradicionales (establishment). Está siempre dispuesto a hablar mal de los mexicanos, insultar a las mujeres o denigrar a los musulmanes. Lo que no aparece en el radar de los medios de comunicación sobre el candidato favorito del Partido Republicano, Donald Trump, es su interés en llegar a un acuerdo con Rusia.

Trump es el primer candidato con posibilidades de ganar la convención de un partido importante en la historia de EEUU que no surge de las filas partidistas. Su popularidad es producto de la existencia de una enorme masa de norteamericanos descontenta con la decadencia de la economía de ese país. Son miembros de las capas medias que sienten frustración al ver que sus niveles de vida son interiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la actual generación ha retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la anterior.

La emergencia de las nuevas potencias y los conflictos globales que se anuncian para un futuro no muy lejano, pueden provocar desajustes inimaginables. Nuestra América tiene que estar preparada para enfrentar esos escenarios con planes de contingencia y mucha inteligencia.

Esta es la cuarta y última entrega de esta serie que analiza los conflictos globales que marcan el inicio del siglo XXI. 

Las posibilidades en este momento de un triunfo electoral de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2016 en EEUU son cada vez menos remotas. Muchos de sus seguidores son elementos frustrados de la derecha norteamericana que hace poco simpatizaban con el Tea Party, grupo político que se inspiraba en los héroes de la guerra de independencia de EEUU (1776). Pero Trump también tiene un lazo muy interesante que lo une a los grandes capitalistas de su país así como del extranjero. Su visión del mundo no es liberal (ni neoliberal), más bien es conservadora. No apuesta a la inclusión. Más bien rechaza la visión “humanitaria” del capitalismo salvaje que promueven los Clinton, Bush y Obama (y sus antecesores).

Con relación a Rusia, Trump –al igual que Kissinger- propone la subordinación de Moscú a EEUU como aliado, similar a las antiguas potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Alemania) y Japón. Kissinger es partidario de la “integración” de Rusia al ‘orden internacional’. Trump sostiene que EEUU tiene que evitar que China y Rusia se junten.

Los otros pre-candidatos a la Casa Blanca son partidarios de las consignas de Brzezinski. Hillary Clinton, favorita del Partido Demócrata, es partidaria de la confrontación en la medida en que esta política estimula la industria armamentista. Según las encuestas en EEUU, la señora Clinton tiene las mayores probabilidades de ganar las elecciones en noviembre. Seguirá la misma política en el escenario mundial que sus predecesores: Subordinar a sus aliados, crear el caos en las regiones que pretenden ser más autónomas y destruir los países que escogen otro camino que no sea el ‘consenso’ de Washington.

Las guerras globales y las potencias emergentes del siglo XXI impactan directamente a América latina. Sin duda, los próximos años y décadas serán testigos de grandes transformaciones. Los cambios pueden ser muy beneficiosos para los países de la región que saben aprovechar la coyuntura. En cambio, puede ser un período de transformaciones negativas para aquellos países que no actúan a tiempo.

Todo dependerá de las actuaciones de las clases sociales que tienen proyectos bien definidos y con capacidad de identificar a sus aliados, tanto a lo interno como en el resto de la región.

La historia del capitalismo demuestra que los imperios más poderosos pueden ser vencidos por quienes producen mercancías. Los ingleses en una pequeña isla derrotaron el Imperio español y después acabaron con los ejércitos de Napoleón. Pusieron a China de rodillas en el siglo XIX. Se enfrentaron con éxito a todos sus adversarios vendiendo mercancías a precios más baratos. Sólo fue en el siglo XX que fueron superados por los norteamericanos. Todo indica que los chinos, que han dominado el ‘arte’ de producir más, con mayor calidad y más barato, serán los nuevos líderes capitalistas en el siglo XXI.

En Inglaterra las mercancías baratas las producían los campesinos despojados de sus tierras, a lo largo del siglo XIX, que fueron transformados en obreros industriales. En EEUU la revolución industrial fue alimentada por 60 millones de campesinos que cruzaron el Atlántico para entrar a las fábricas de los Rockefeller, Ford y otros en el siglo XX. En China, la Revolución la hicieron mil millones de campesinos que en el siglo XXI constituyen un ejército compacto de 300 millones de obreros y creciendo.

Los ingleses, norteamericanos y chinos lograron estos avances sobre la base de una disciplina y un sentido nacionalista (endogamia rayando con la xenofobia) de sus clases dirigentes que explotaron a sus clases trabajadoras hasta el límite. En el caso de Nuestra América, se requiere disciplina, un nacionalismo económico y un sistema laboral justo, para alcanzar las metas de bienestar que anhelan los pueblos. La disciplina es necesaria para erradicar la corrupción y evitar la infiltración de intereses extranjeros que desestabilizan cualquier proyecto de nación. El nacionalismo económico consiste en la reducción de toda actividad a las demandas y los intereses del país y su población. El sistema laboral justo es que cada trabajador recibe lo que corresponde a su contribución a la producción del país. En los casos anotados, con excepción de la cuestión laboral, el desarrollo capitalista se basó en esos principios.

La emergencia de las nuevas potencias y los conflictos globales que se anuncian para un futuro no muy lejano, pueden provocar desajustes inimaginables. Nuestra América tiene que estar preparada para enfrentar esos escenarios con planes de contingencia y mucha inteligencia.

Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA) www.marcoagandasegui14.blogspot.com, www.salacela.net

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