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Los engranajes de la máquina israelí siguen funcionando con total impunidad. Todo comenzó una tarde más bien triste en Cisjordania. Nada fuera de lo común. Una vez más se sepulta a un joven lleno de porvenir muerto demasiado pronto.

 Bajo la sombra aplastante del Muro y en la mira de los soldados israelíes, más de 200 personas en duelo marchan por la calle pavimentada que desciende hasta el viejo cementerio en el pueblo de Beit Ummar. 

Se oyen gritos airados acusando a los soldados de una enésima muerte inútil.

Las exequias se realizan en honor de Jafaar Awad, un estudiante. 

Apenas dos meses después de haber sido liberado de una cárcel israelí, en la que se agravara su enfermedad por la falta de atención médica, cayó en coma. 

No tenía más de 22 años al morir, con lo que se convirtió en el último de una larga lista de presos palestinos muertos en las negligentes manos de los carceleros israelíes. 

Mientras su familia se reunía alrededor de su tumba, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) lanzaban varias bombas lacrimógenas al cortejo fúnebre y dispersaban a la estupefacta concurrencia. Se escuchan armas automáticas, la concurrencia en duelo se deja ametrallar. 

Varias personas resultan heridas, entre ellas el primo de Jafaar, Ziad Awad. A él lo hieren en la espalda, la bala le impacta la columna vertebral. Lo llevan al hospital Al Ahli de Hebron, donde muere a causa de las heridas. Tenía 28 años.

Algunas horas después del asesinato de Ziad por los francotiradores israelíes, las FDI emiten una declaración apenas detallada en la que explican que los soldados israelíes atacaron al grupo como respuesta a las piedras que les arrojaban.

Estoy sorprendido de ver que las FDI se tomen todavía el trabajo de justificar un asesinato que se ha convertido en moneda corriente: frente a muchachos que lanzan piedras, juegan con guijarros, saltan a la cuerda, soplan burbujas o cubren con tierra una tumba a cielo abierto. No tienen más elección que abrir fuego.

Los palestinos no tienen ningún recurso ante estas masacres: no existe ningún tribunal que discuta la legitimidad de esos fusilamientos, ninguna manera de obtener alguna compensación por las facturas médicas, el dolor, el sufrimiento o los días de trabajo perdidos; ninguna manera de obtener justicia para los muertos. ¿Cuántas pérdidas, miseria y humillaciones deberá seguir aún sufriendo el pueblo palestino?

El Estado de Israel no fue nunca tan violento, el precio de sangre pagado por los palestinos nunca ha sido tan elevado. En 2014 las fuerzas israelíes mataron a más de 2300 palestinos e hirieron a más de 17000. Estas cifra constituyen el peor balance desde la intensificación de la presencia de Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza luego de la guerra de los Seis Días de 1967.

 En el peor momento de la matanza cometida por Israel en la Franja de Gaza el pasado verano, se obligó a 500.000 palestinos a un desplazamiento forzado. Peor aún, según un informe de la ONU titulado “Vidas desgarradas”, de estas personas desplazadas más de 100.000 continúan sin hogar. La cantidad de palestinos presos en las cárceles israelíes está en franco aumento. A fines de febrero de 2015 había más de 6.600 palestinos presos en las cárceles israelíes y en los centros de detención de las FDI, todo un récord desde hace cinco tres años.

 Los mecanismos de la máquina asesina siguen funcionando con total impunidad, cada masacre envalentona cada vez más a los culpables a cometer otras.

¿Quién podrá detenerlos? No lo será ciertamente el principal inversor del Estado israelí. Porque los militantes de las FDI más ardientes, siempre alertas, inquebrantablemente leales, se encuentran en el Congreso de los Estados Unidos de América.

 Existe una salvaje sincronización entre la alianza entre un país que ordena bombardear bodas con drones y otro que ametralla cortejos fúnebres.

La ayuda anual proporcionada por el Congreso de los EEUU llega a los 3.000 millones de dólares. 

El verdadero debate que se plantea, incluso en los gobiernos aún más austeros, es el de saber si esta generosa contribución, que equivale a más de la mitad de la ayuda militar de los EEUU al mundo, será suficiente para saciar la sed israelí de nuevas armas. 

En efecto, aunque el propio Israel sabotea regularmente la política de los EEUU en Medio Oriente, el presidente Obama califica esta ayuda de “sacrosanta”.

Desde este punto de vista, la financiación anual de los EEUU a Israel, que constituye un tercio del presupuesto militar israelí, parece más una contribución dineraria a una organización de gansters que una subvención a un país cliente.

A nadie sorprenderá saber que Tom Cruz y Tom Cotton, dos de los más fervientes defensores de Israel, son ambos diplomados en leyes en Harvard, donde fueron alumnos del nido sionista de Alan Dershowitz. Pero tampoco son casos aislados. 

Las posiciones defendidas por Ted Cruz apenas difieren de las de Elizabeth Warren, la voz de la sabiduría progresista (más que la “Medea de la Human Rights Campaing”, supongo) cuando se trata de defender el escandaloso comportamiento de Israel. En efecto, Warrren no duda, como la mayor parte de sus pares, en trabajar horas extras para demostrar su fidelidad a toda prueba al Estado de Israel.

El famoso lobby judío ya no necesita lobbystas. Hoy en día los miembros del Congreso llegan precondicionados para mostrar su grado de devoción a la causa de Israel. No necesitan ser sobornados con el dinero de los Comités de Acción Política, ni ser comprados con prostitutas o sometidos a chantaje con ayuda de fotos comprometedoras. 

Cuando Israel hace asesinar a un científico iraní, usa armas químicas en Gaza, tortura prisioneros, mata a un joven usamericano partidario de la paz, abre fuego varias veces sobre un cortejo fúnebre o es sorprendido en flagrante delito de espionaje al presidente de los EEUU, el Congreso estalla en gritos defendiéndole sin que se cuestione nada más y envía otro giro a Tel Aviv.

Frente al más largo y más viejo de los crímenes de guerra que el mundo haya conocido, la capital permanece inerte, sin la menor ética, sin pasillos colmados del equivalente político de los organismos modificados genéticamente. ¡Páseme el Round Up [el insecticida de Monsato. N. de la t.]!


Investig'Action

Traducción Susana Merino


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