Pablo Gonzalez

Rusia, el retorno


Tras su condena en agosto de 2012 por una oración «blasfema», la prensa occidental elevó al grupo punk y feminista Pussy Riot al podio de las musas ateas y libertarias.

 Pero, ¿saben que a una de sus miembros más importantes, 

Nadejda Tolokonnikova, le gusta citar al filósofo eslavófilo Nikolaï Berdiaev (1874-1948)? «Percibo el cristianismo como una revolución contra el mundo y su ley», escribió el filósofo en el campo penitenciario IK-14 de Mordovia. 

Según Berdiaev, la libertad de los rusos es comparable a su territorio: infinita. 

Nada que ver con la libertad occidental «que se detiene donde empieza la del otro». 

Esa libertad rusa solo puede dominarla un poder autoritario. 

Las reflexiones de este pensador figuran en el programa de formación de los funcionarios, en el capítulo «Historia del conservadurismo ruso» (1).

Esas paradojas raramente pasan el filtro de la dramaturgia mediática occidental. 

La cual reclama un tirano y mártires. Se ennegrecen así las páginas sobre Vladimir Putin, un hombre «que oculta su naturaleza tras una sucesión de máscaras». 

Se comenta la virilidad mediatizada de este «exagente del KGB» y «yudoca de alto nivel», de ese «macho total» con aspecto de «Rambo moscovita» (2).

 Según la televisión rusa, esta campaña de desprestigio sólo es la punta del iceberg de una operación de desestabilización que Barack Obama en persona habría urdido en su despacho oval contra Georgia, Ucrania, Hong Kong y Rusia.

Las viejas cámaras de 16 mm llevan tres objetivos que permiten cambiar las perspectivas: primer plano, largo y medio. Cambiar las lentes se revela imprescindible para forjarse una visión completa de Rusia.

 En su país, Putin gobierna como un autócrata y asfixia la vida política (plano medio). En el gran tablero mundial, representa una potencia debilitada pero deseosa de borrar la humillación de los años 90 en los que el bloque soviético fue desmembrado, sometido por Occidente y saqueado por los negociantes (plano largo). 

Entre ambas, a escala regional, varias antiguas repúblicas soviéticas buscaron emanciparse de su poderoso vecino apoyándose en la Alianza Atlántica o en la Unión Europea, un proyecto que conlleva desgarros culturales (primer plano).

A veces el regreso de Rusia a la escena internacional adquiere tintes barrocos. Recordando las intervenciones militares estadounidenses en Kosovo (1999) e Irak (2003), fuera del mandato de la ONU, Putin recuerda que «La Carta de las Naciones Unidas es el único mecanismo de adopción de decisiones sobre el empleo de la fuerza como último recurso» y que «las acciones unilaterales, a menudo ilegítimas, no solucionan ningún problema».

 Pero esas prudentes consideraciones no tienen mucho peso cuando se trata de que Rusia envíe su ejército a defender lo que considera sus intereses vitales en los márgenes del viejo imperio, en Georgia (2008) o en Ucrania (2014). 

Es cierto sin embargo que en muchos asuntos diplomáticos, el auge de Moscú ha introducido un contrapeso útil en un mundo unipolar que Putin predice «fatal para todos aquellos que se encuentran en ese sistema y también para el propio soberano, que se destruirá desde dentro» (3).

Semejante pronóstico puede volverse fácilmente contra quien lo envía si se hace un zoom sobre su política interior. Tras conseguir un tercer mandato presidencial en 2011, con su lema de la estabilidad política el presidente ruso ha dado un paso hacia la confiscación del poder. 

Por otra parte, las elecciones legislativas de noviembre de 2011 y las presidenciales de marzo de 2012 provocaron las manifestaciones más importantes desde la perestroika. 

Entonces el poder concedió una reforma institucional (vuelta a la elección de los gobernadores, facilitar el registro de los partidos) al tiempo que reforzaba el arsenal represivo contra las libertades públicas y encarcelaba a dirigentes de la oposición o a simples manifestantes.

Con la crisis ucraniana, la agenda política internacional ha tomado altura. Vista desde Moscú, la manifestación de la plaza Maidán durante el invierno de 2013-2014 se percibe como otra injerencia subversiva de Occidente en su «extraño vecino». 

Un sentimiento compartido más allá del círculo de los antiguos del KGB: desde su domicilio, donde está recluido, el opositor Alexeï Navalny se congratuló del retorno de Crimea al país (4). 

En cierto sentido, la ola patriótica es todavía más terrible para el pluralismo que el aparato policial y sus mordazas. Arrastra a una parte de la oposición y tapa, con sus aplausos, a los aguafiestas reacios a figurar en la foto de familia.

Notas:

(1) Izvestia, Moscú, 18 de febrero de 2014.

(2) Citados respectivamente por Vladimir Fédorovski, Poutine, l’itinéraire secret, Editions du Rocher, Mónaco, 2014; Libération, París, 8 de noviembre de 2013;M Le magazine du Monde, París, 25 de enero de 2014; Le Monde, 3 de octubre de 2014.

(3) Discurso en la conferencia de Múnich del 20 de febrero de 2007.

(4) Lenta.ru, 15 de octubre de 2014.


Le Monde diplomatique

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