Pablo Gonzalez

Magra memoria



Por Eduardo Montes de Oca/Rebelión//

A todas luces, en la actualidad -¿siempre?- la memoria histórica pasa de magra. Está más bien distrófica. Porque si no constituye mera táctica de las elites, de sus corifeos y coros, alabarderos, muchos están obviando lo que la vida enseña palmariamente y recoge de epigramática manera un analista de fuste: 

“Basta estudiar los sucesos del Imperio romano entre el 250 y el 350 D.C. (con la breve excepción del período de Adriano) para encontrarnos con esa violencia sin sentido como única respuesta a la pérdida del poder interno y externo. Este ejemplo se repite cuando estudiamos los colapsos y desintegraciones de otros Imperios”.

Aun a riesgo de cometer pecado de lesa autoridad intelectual, aventuremos que hogaño se reitera en son de drama, que de no farsa, lo que antaño fue eso mismo: drama. Tragedia. Como bien apunta Miguel Guaglianone, en el digital Barómetro Internacional, “los éxitos de las intervenciones armadas que EE.UU. realizó en todo el mundo a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial empezaron a convertirse en fracasos a partir de la derrota en Vietnam y vienen haciéndose sistemáticos. Las ‘guerras nunca ganadas’ de Afganistán e Irak son paradigmas al respecto. Los fiascos en las intervenciones de nuevo tipo pueden ejemplificarse con Libia, donde aún hoy el objetivo de apoderarse de su petróleo no ha podido ser cumplido (lo que queda de Libia solo produce el 20 por ciento del crudo que producía cuando Kaddafi)...”


Sí, la cita es larga, pero más larga deviene la cadena de estropicios que un gran paquidermo llamado Estados Unidos anda acarreando en la cristalería del orbe –y recurrimos a una analogía ensayada por nuestra fuente-. “Solo la balcanización y el caos ha sido el resultado de sus intervenciones, como en la propia Libia, en Ucrania o en Irak. 

En los dos primeros casos, cualquier análisis político previo serio mostraba que no era posible provocar rupturas institucionales en estos Estados-nación sometidos a grandes tensiones internas, sin provocar inevitablemente su balcanización.

 Hacer desaparecer a Kadaffi y a Yanukovich, que eran los factores estabilizadores de esas tensiones, provocó un efecto centrífugo que cualquiera con ‘dos dedos de frente’ o un mínimo de competencia hubiera previsto fácilmente. La incompetencia también se muestra en la imposición de gobiernos ‘títeres’ sin ningún tipo de apoyo interno, destinados al fracaso. En otras épocas los EE.UU. buscaban en las sociedades que intervenían a factores de poder internos que pudieran mantener ‘gobiernos amigos’ estables, hoy no solo no son capaces de lograrlo, sino que muestran que ni siquiera lo tienen en cuenta antes de actuar”.

¿Por qué? Por eso de que hablábamos. Por la suerte de ceguera que aqueja a las potencias en la carrera de relevos que supone el decurso de la existencia de la humanidad. Desesperación e impotencia estremecen al Tío Sam ante la caída de su influencia en el orbe y el surgimiento de nuevos actores en la escena geopolítica. Frente a acontecimientos tales la reemergencia de Rusia como uno de los principales actores planetarios, la consolidada gravitación de China en el panorama universal, y la creciente significación de los Brics.

Por cierto, cambios que, convengamos con el conocido sociólogo Atilio Borón, “favorecen los proyectos emancipatorios de Nuestra América, porque el derrumbe del unipolarismo norteamericano y la acelerada –y por lo que parece, irreversible- edificación de una estructura multipolar de poder mundial abre nuevos e inéditos márgenes de maniobra para los países de América Latina y el Caribe, tradicionalmente sometidos al yugo estadounidense”.

Ojo: lo que aquí voceamos está muy lejos de simple desiderátum de izquierdista dizque trasnochado –curémonos en salud ante un ataque desde la susodicha memoria anoréxica-. No en balde Alexander Donetsky pone énfasis en que Europa fue realmente impactada por la réplica de Moscú a las acciones punitivas recién impuestas en su contra. En el colorido lenguaje del observador, la política de sanciones implementada por Estados Unidos y la Unión Europea es como escupir hacia el cielo.

“La Unión Europea podría perder hasta 12 mil millones de euros (16 mil millones de dólares) debido a la prohibición de Rusia de importación de sus alimentos. Esto fue pronosticado antes de las sanciones de Rusia, en el sentido que los Estados bálticos perderían alrededor del 10 por ciento de su Producto Interno Bruto. 

Latvia [Letonia] exportaba el 90 por ciento de su pesca hacia Rusia. Ahora muchos productores de pescados y mariscos del país se enfrentan a la quiebra. Lituania tiene problemas al perder el mercado para los dos tercios de sus exportaciones de porcino. 

Estonia la está pasando mal debido a que antes exportaba entre un cuarto y un tercio de sus productos agrícolas a Rusia. Los productores finlandeses de mantequilla han entrado en pánico. Ellos exportaban su producto a Rusia desde comienzos del siglo pasado. Los horticultores polacos también están en problemas. Los agricultores holandeses, húngaros, búlgaros, alemanes, franceses e italianos y los pescadores noruegos perderán ingresos que se calculan en miles de millones de euros...”.

Y esto representa apenas el escorzo de una situación que viene a confirmarnos la tesis de la desmemoria, espontánea o provocada. La reincidencia en un error de “prosapia” está dictada en estos momentos por el paranoide -¿baldío?- objetivo de prevenir la reaparición de un rival, anhelo que ha lanzado a la potencia de cada época a un aquelarre de guerras que en el presente podrían dar al traste con la especie toda, dados los artilugios de holocausto acumulados por tirios y troyanos. Más en el caso de unos estrategas que, al decir de la articulista Vicky Peláez, en RIA Novosti, están obsesionados con un “autoproclamado rol divino de ser el Gran Patrón del mundo entero”...

Por lo cual, rumiándolo bien, uno llega a dudar de la desmemoria como explicación. Quizás reine un irracional empecinamiento, en lugar de la incapacidad de reproducir los eventos y extraer las consiguientes lecciones. Tal vez hayan barajado las consecuencias.

 Pero qué hacer, si aun cuando los obsesivos compulsivos saben que la frenética imagen que los asedia no tiene un asidero real, no pueden escapar de los rituales a manera de conjuro. En el caso de los Estados Unidos, aquello de que “lo que es bueno para América [la anglosajona, la que usurpó incluso la toponimia] es bueno para todo el mundo”, como ha remarcado irónicamente el escritor norteamericano Johnson Chalmers, citado por Peláez, viene a ser el imparable tic tac del tiempo, de su tiempo. Una idea fija empotrada en el cráneo de los mandamases.

¿Llegará el águila a aceptar un cielo donde ella no planee en solitario? Menuda temeridad la de responder positivamente, tomando en cuenta el ¿orgánico olvido? de los imperios, cuya desintegración, converjamos una vez más, ha sido siempre seguida por oscuros lapsos de terror y caos, que los historiadores, tan puntillosos, califican de interregnos.

 “Estos períodos pueden llegar a ser prolongados, hasta que comienzan a aparecer nuevas estructuras de poder e instituciones que restauran los procesos sociales y políticos desaparecidos. Todo parece indicar que estamos dirigiéndonos hacia allí”.

Pero coincidamos también en que “corremos el riesgo de que el colapso nos arrastre a todos”. Por ende, “la tarea consiste hoy en prepararnos para resistir la dispersión. Consolidar las nuevas estructuras sociopolíticas de poder nacientes y promover las visiones culturales propias y los sistemas de valores alternativos que surgen del seno de nuestros pueblos emergentes, como las armas más adecuadas para enfrentar la situación”.

Trabajemos, entonces, por que cobre el peso requerido el don de recordar. 

El mismo que, si enteco, distrófico, podría derivar en apocalipsis. Así. Sin vuelta de hoja.

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