Pablo Gonzalez

Nueva fase en las protestas por la justicia racial en Estados Unidos

Manifestación en Santa Ana, California, el pasado mes de mayo. / BRETT MYERS

EL ASESINATO DE MIKE BROWN AGOTA LA PACIENCIA DE UNA POBLACIÓN HARTA DE LA IMPUNIDAD

Cincuenta años después de las luchas por los derechos civiles en EE UU, miles de personas vuelven a las calles.

Jose M. Rodríguez Guzmán. Nueva York (EE UU)⎮Diagonal//

La muerte del joven afroamericano Trayvon Martin en febrero de 2012 reinició un activismo y unas movilizaciones que han permanecido en un estado de relativa hibernación durante la última década en EE UU, enfrascado en su guerra internacional contra el terrorismo.

 En agosto de 2014, tras la muerte a tiros del joven Mike Brown, la explosión social que se produjo en la localidad de Ferguson (Misuri) y su contestación, más violenta aún, por parte de las fuerzas de seguridad pueden explicarse con el caso Mar­tin como punto de partida.

No fue sólo la propia muerte de Trayvon lo que despertó –de nuevo– las conciencias ante el racismo y la violencia estructurales de EE UU, sino toda la cadena de hechos que le siguió. 

El asesino confeso se fue tranquilamente a su casa la noche de los hechos, no fue imputado hasta casi un mes después –gracias a las protestas– y en el juicio una acumulación de despropósitos desembocó en la libre absolución del acusado. 

En estos dos años, miles de jóvenes afroamericanos se han entregado a combatir desde las redes sociales la apatía ante las injusticias y a movilizar a miles de personas, dentro de la ola de activismo iniciada en las primaveras árabes, el 15M y el Occupy Wall Street. 

En 1963, Martin Luther King llevó a miles de personas a la capital en la Marcha por el Trabajo y la Libertad; en 1995, se produjo la Marcha del Millón de Hombres; y en 2013, un grupo de jóvenes organizó la Mar­cha del Millón de Capuchas, una iniciativa online que se reproduciría en las plazas de cada ciudad en recuerdo de la capucha que llevaba Tray­von Martincuando fue tiroteado.

El verano de Ferguson

Este agosto, en Ferguson se desencadenó la tormenta perfecta que ­desembocó en uno de los peores episodios de violencia de la historia reciente de este país, aunque hay que señalar que no hubo ningún muerto y los daños materiales fueron relativamente escasos, pese a todo el ruido mediático producido.

Hombre negro indefenso muere tiroteado por un policía blanco. Un hecho repetido una y otra vez por todo el país cada año. Más tarde, supimos que intentó defenderse y que sus últimas palabras fueron “no disparen”. Las autoridades fueron torpes y muchas de sus acciones sólo sirvieron para avivar el malestar.

 Quedó claro el poco respeto que merecía la víctima: su cadáver permaneció varias horas sin cubrir sobre el asfalto. Durante días, ocultaron detalles sobre el agente que le disparó e intentaron criminalizar al joven muerto con la publicación de unas imágenes donde supuestamente se le ve robando cigarrillos.

No hubo pudor a la hora de desplegar miles de policías armados con toda suerte de equipamiento militar. Los agentes parecían más bien soldados, ataviados con chalecos antibalas, rifles automáticos, ­vehículos blindados, máscaras antigás y uniformes negros o verde camuflaje.

 Las actitudes también ­correspondían al plano bélico y circularon profusamente instantáneas que mostraban a agentes apuntando rifles de repetición contra civiles que sólo portaban carteles pidiendo justicia. La conversación en los medios se ocupó ampliamente de este aspecto y así conocimos un poco sobre cómo el Ejército y las policías locales se retroalimentan y comparten materiales y tácticas.

Chris Hedges es uno de los más agudos críticos de la sociedad estadounidense. Exseminarista, excorresponsal de guerra, para algunos está destinado a tener el peso intelectual de Noam Chomsky. 

En uno de sus últimos artículos, pu­bli­cado en agosto, Hedges en­tre­vista a Law­rence Hamm, un activista de base que lleva 30 años luchando por la justicia social y ­racial en la ciudad de Newark, en el Estado de Nueva Jersey, una de las más empobrecidas de este país.

Para Hamm, el péndulo de la historia ha estado durante varios años en el extremo neocón y ahora oscila en dirección contraria. “El miedo y la parálisis bloquearon el país después del 11S con la creación de un Estado policial autoritario. 

Ahora estamos superando este miedo. La rebelión en Ferguson no fue planeada, fue espontánea. La gente dijo basta”.
“No puedo respirar”

Menos de un mes antes de la muerte de Mike Brown, Eric Garner, otro ciudadano afroamericano –y po­bre–, moría a manos de un policía blanco en Nueva York. Garner, padre de seis hijos, fue sorprendido vendiendo cigarrillos por unidades.

 Los agentes procedieron a detenerle con violencia. Uno de ellos le aplicó una llave en el cuello que le dejó sin respiración. Sus 160 kilos de peso, 1,91 de altura, asma y la natural tendencia del ser humano de liberarse de una constricción semejante, hicieron el resto. Sus últimas palabras, repetidas hasta nueve veces fueron “no puedo respirar”.

Este caso también despertó una enorme indignación y abrió otro debate más en los medios de comunicación de masas. 

La llamada teoría de las ventanas rotas, que explica que si un edificio tiene una ventana rota, si no se repara, la tendencia es que las demás acaben rotas también, iniciando así el declive general del inmueble.

Aplicado a la seguridad ciudadana, la lógica neocón contenida en esta teoría es que si no se persiguen los pequeños delitos, se produce un empeoramiento generalizado de la convivencia y la seguridad en las calles. 

En otras palabras: tolerancia cero con cualquiera –especialmente si es negro– y cualquier hecho infractorio, por pequeño que sea.

El activismo de base se moviliza, pero no de manera ruidosa y estéril. También se dirige al Congreso y las autoridades federales para pedir modificaciones que garanticen buenas prácticas policiales y en general mecanismos para controlar los abusos policiales, como por ejemplo la colocación de cámaras de vídeo en el pecho de los agentes, tal como ha propuesto el mediático reverendo afroamericano Al Sharpton.

Brown, Garner y también Kimani Grey, Amadou Diallo y decenas de jóvenes negros han muerto a manos de la policía. También hay decenas de casos igual de graves en los que inocentes afroamericanos han sido encarcelados injustamente.

 Es el caso de los cinco de Central Park –acusados de una violación que no cometieron– o los seis de Jena –un grupo de jóvenes acusados de homicidio por dar una paliza poco grave a un compañero de colegio blanco– o, más recientemente, la puesta en libertad, después de 30 años, de dos hermanastros afroamericanos acusados de violación.

Disturbios raciales en Estados Unidos

1965 Watts (Los Ángeles)
Punto de inflexión en la historia de los derechos civiles en EE UU. 34 muertos. 1.034 heridos y 3.483 detenidos.

1967 – 1968
Se suceden los estallidos populares por abusos policiales y el asesinato de Martin Luther King. En sólo tres de ellos, mueren 155 personas.

1980 Tampa (Florida)
18 muertos y más de 400 heridos tras la absolución de cuatro policías.

1992 Los Ángeles
59 muertos y 2.300 heridos tras la absolución de cuatro policías acusados de asesinar a Rodney King.

2001 – 2009
Disturbios en Cincinnati (Ohio), en 2001, y en Oak­land (California), en 2009, ambos por abusos policiales.


inforelacionada


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