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La lucha diaria por un puñado de euros


Iván, vestido de torero, se gana la vida fotografiándose con turistas en la Plaza Mayor de Madrid. FERNANDO SÁNCHEZ

Eduardo Muriel | La Marea | 

La escena se repite cada mañana. 
Entre los cientos de personas que se hacinan en los vagones de metro, camino al trabajo, se cuela cada pocas paradas alguien que vende bolígrafos, canta o pide dinero, un fenómeno que se ha intensificado en los últimos meses. 

Además, el perfi l ha cambiado: cada vez más, antiguos trabajadores que disfrutaban de un buen nivel de vida antes de la crisis se han visto empujados al paro y, con ello, se les ha hecho imposible pagar lo más básico.

Lejos ya el primer impacto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, España sufre una segunda oleada de pobreza, más virulenta aún.

 Pese a que los primeros reveses fueron amortiguados por las prestaciones por desempleo y el apoyo familiar, los recortes y el fin de las ayudas, junto al desgaste de los hogares, han agudizado la exclusión, alertan las organizaciones que trabajan día a día con afectados. 

La pobreza severa –ingresos inferiores a 307 euros al mes– alcanza ya a más de tres millones de personas, según Cáritas.

En medio del naufragio, los afectados por el empobrecimiento tratan de salir adelante como pueden. Uno de ellos es Ben, un gallego de 24 años que trabajaba en la agricultura hasta que, ante la escasez de un empleo que además era precario, temporal y le exigía jornadas interminables, decidió probar suerte en Madrid. 

En el centro de la capital sobrevive hoy vendiendo mecheros sobre una caja de cartón que hace las veces de mostrador. “Con esto y buscando ropa y chatarra por la noche voy tirando”, explica, mientras señala una bolsa llena de prendas. 

Cada día saca unos diez euros. Su postura refl eja timidez y se mueve entre la dignidad del que busca salir adelante y la vergüenza de quien se siente humillado. Asegura que no confía en los políticos. “Los que están ahora en el Gobierno seguro que no van a hacer nada y en los de la oposición tampoco veo intención de cambiar las cosas”, lamenta.

Ben duerme en la calle, aunque no mucho. “Intento controlar mis cosas. El primer día que pasé la noche aquí me robaron la mochila”, recuerda.

El volumen de población empobrecida es cada vez mayor: Cruz Roja cubrió en 2012 las necesidades de 1.400.000 personas y, según los datos recabados en 2013, el número no deja de aumentar. Cáritas, por su parte, atendió el pasado año a casi dos millones.

La culpa y la vergüenza suelen ser los primeros sentimientos de alguien que se queda sin trabajo. “Han impuesto un relato que nos dice que si se está en una mala situación es porque se ha hecho algo mal, por eso muchos se esconden”, explica Daniel Kaplún, profesor de Sociología en la Universidad Carlos III y miembro de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). “Algunos llegan a prescindir de cosas importantes para mantener otras accesorias, con tal de no perder estatus”, explica.

Muchos, como el joven gallego, tratan de ganarse la vida por su cuenta. Los más visibles son los que se dedican a tocar instrumentos, realizar espectáculos de mimo, o a fotografiarse disfrazados con turistas. 

Este último es el caso de Iván, un inmigrante búlgaro que trabajaba de camarero hasta hace un año. Entonces decidió comprar un traje de torero y ganarse la vida ante los flashes en la Plaza Mayor. 

“Vi que otros lo hacían y les funcionaba, así que me lancé”, afirma. Iván vive con su mujer y su hijo de siete años en un estudio muy pequeño. Los días con más suerte consigue hasta 25 euros.

La crisis también se ha llevado por delante a miles de familias que tenían un nivel de vida que parecía sólido. Rufino y Sonia, una pareja con varios niños a su cargo, se quedó en paro hace dos años. Él era profesor y director de una autoescuela y ella, peluquera y monitora en un gimnasio, pero ahora ambos se dedican a “chapucillas” esporádicas. 

Los 700 euros de paro que cobra Rufi no se desvanecen igual que llegan. “Hemos pasado de tener de todo a nada. Me siento deprimida”, lamenta Sonia. Mientras, empiezan a acumularse las deudas. “Me han llamado ya del juzgado. Me da vergüenza deber dinero”, asegura. A pesar de todo, no quiere esconderse: “Tenemos que hablar claro, hay millones de personas en esta situación”.
Soluciones individuales

La identidad sufre un golpe frontal al perder el trabajo. “Cuando alguien pregunta a otro a qué se dedica, éste responde con el verbo ser. Claro, cuando pierdes tu empleo pierdes también esa parte fundamental de ti mismo”, asegura el sociólogo Daniel Kaplún. No obstante, lo más duro llega con las deudas.

 “Ser un parado está mal, pero ser un moroso es un delito y ahí aparece la mayor culpa”, detalla. Tras el primer golpe, llega la hora de buscar soluciones, que casi siempre son individuales, como un trabajo que nunca llega o la opción del autoempleo que, para la mayoría, es inasumible.

“El verdadero camino de salida empieza por abrirse al entorno. Cuando te apoyas en el colectivo y asumes que la responsabilidad no es tuya, logras crear sinergias y además te transformas en sujeto político”, considera el profesor. La familia es otro de los círculos que se ve afectado por el paro. En el caso de Sonia, su hermana está en la misma situación. 

“Sientes impotencia, porque quien te ayuda está también buscándose la vida”, asegura. En la mayoría de los casos, para sobrevivir, se vuelve al modelo de la “familia extensa”, que incluye a abuelos, padres e hijos.

 “Esto genera trastornos, ya que muchas viviendas son demasiado pequeñas”, explica Kaplún.

En el caso de los hombres, se produce una desestructuración identitaria mayor. Según detalla Ayelén Losada, especialista en metodología ProCC (Procesos Correctores Comunitarios) en el centro Marie Langer, el rol masculino se asienta sobre el de proveedor de la familia. 

“Se están disparando las consultas de hombres en atención primaria, con síntomas de angustia, depresión, trastorno de sueño, incluso con ideaciones suicidas”, asegura. 

Ante esto, la respuesta suele ser farmacológica, una “solución individual que no acaba con el verdadero problema”. El camino, de nuevo, según señalan los expertos, debe ser colectivo.

Artículo publicado en la edición especial de Heraldo de Madrid, en quioscos durante abril de 2014. 

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