Pablo Gonzalez

El olor de la carne humana quemada


"Nosotros los rusos soportamos sobre nuestros hombros, el peso principal de la guerra contra el fascismo y no tenemos ningún derecho, ni moral ni histórico, a observar indiferentes como los fascistas rebanan a la gente en el hermano y vecino país. 

Si a aquellos que sin un solo disparo, entregaron sus capitales a Hitler, eso les gusta, es asunto suyo"
Por Andrei Vorontsov

No tenemos derecho a contemplar indiferentes, como los fascistas asesinan a la gente en el hermano país vecino.

Nos preparamos para celebrar el 9 de mayo, día de la Victoria sobre el fascismo, mientras en Odesa los fascistas queman viva la gente. En la Plaza Roja los vehículos militares ensayan el desfile, mientras a las afueras de Kramatorsk, los fascistas aplastan con sus blindados a habitantes desarmados. No voy a encender la televisión, no voy a ver ese desfile. No me puedo quitar de la retina los cadáveres, carbonizados, asfixiados por el humo, en la Casa de los Sindicatos en Odesa.

No soy de los que se desmayan cuando ve sangre, porque en su día me tocó trabajar en una ambulancia. Pero confieso que me afecta mucho el olor a carne humana quemada. Me cuesta trabajo contener el vómito que te sube a la garganta, cuando veo en internet como los “activistas de Maidán” registran en la Casa de los Sindicatos a los cadáveres desfigurados, a los que llaman “negros”. “Mira he encontrado algo” -grita uno, mientras saca del bolsillo del pecho de uno de los muertos un icono de San Nicolás. “Un icono”, dice decepcionado, dejándolo donde estaba. En ese momento repica el móvil del fallecido, lo que despierta un interés mucho mayor del “activista”. Vuelve a buscar entre los bolsillos del muerto hasta que por fin consigue extraer un smartphone. Seguramente estaba llamando la esposa, o madre del fallecido, desesperada, al enterarse de que en Odessa los nazis estaban quemando viva la gente. El verdugo no termina de decidirse mientras sostiene el móvil en sus manos, sin saber si responder o no. Al final decide no contestar, pero el smartphone no lo coloca donde estaba, como el icono. Es algo útil, que puede venir bien.

Como escribiera mi anterior artículo para “Svobodnaya pressa”, para caracterizar esa mutación en la conciencia de la juventud, que se ha producido en Ucrania en los últimos 23 años, la palabra que mejor lo describe sería “imbecilización”. Ahora estoy más que convencido.

 Los maidanistas no solo son fascistas y sádicos, también son retrasados mentales, porque que hay ser muy imbécil, para hacerse fotos con cadáveres calcinados. Bunin, escribió que en cada persona debería haber una semilla de lo que podríamos llamar sentimiento místico, pero sí no es así, si esta, permítaseme decir, persona, escudriña los bolsillos de personas que han tenido una muerte tan horrible, deja de ser por completo una persona. 

Y es cuando un país grande para las medidas europeas, se deja en manos de unos imbéciles descerebrados. Bajo la apariencia de hinchas de equipos de fútbol, llegarán tras las tropas ucranianas, al este de la antigua Ucrania para montar allí sus maravillosos “Autos de fe”, quemando vivos a los malvados “kolorady” (término despectivo “piojo rojo”, usado por los nacionalistas ucranianos. N de la T). ¡Arded, rusos! Gritaban en Odesa.

Por una de esas ironías del destino la supuesta toma de Odesa por los banderistas, que se narra en la película “Likvidatsia”, (Exterminio), rodada por Ursuliak, no se produjo y dudo que llegase a plantearse, mientras que el 2 de mayo de 2014 se dio de verdad. No voy a volver a ver “Likvidatsia”. Basta de fábulas. La realidad es demasiado terrible.

No sé qué más motivos necesita Putin para lanzar un ataque contra toda esta escoria y contra aquellos que los enviaron contra los odesitas. ¿Puede que estemos esperando a que los “Banderlogui” (banderistas) comiencen a comer carne humana asada? Incluso en ese caso “la opinión pública internacional” puede decir que los pobrecillos solo tenían hambre, y el inepto y corrupto gobierno ucraniano no se la dio a tiempo. Comer gente, claro que no está bien, pero por otro lado, a los muertos ya poco les puede importar.

 Y además la tradición del canibalismo en Ucrania se asentó en tiempos del “golodomor”, impuesto por Stalin. Stalin, acaba siendo el culpable de todo… No me sorprendería en absoluto tener que oír algo así.

Los medios de comunicación internacionales, y una de sus aristas más repugnantes, como son los ucranianos, hace tiempo que me curaron de espanto.

 Allí es posible que el antiguo ministro del Interior, Kravchenko, se descerraje dos tiros en la cabeza, que Sasha Muzychko se dispare dos veces en el corazón, o que los “kolorady” en la Casa de los Sindicatos de Odesa, se peguen fuego a sí mismos.

No entiendo porque nuestro gobierno no defiende a la gente del este y sur de la antigua Urania de unos fanáticos retrasados, armados hasta los dientes. 

No encuentro ni la más mínima explicación para no poder hacerlo. ¿Acaso el paraguas nuclear ya no nos protege?

 ¿Acaso se atrevería alguien en el mundo a declararnos la guerra? Nadie nos amenaza con eso, por cierto. Nos amenazan con las sanciones de marras. 

Pero eso es una pose. De acuerdo que no nos traerán nada bueno, pero con tal de evitar más “autos de fe” en la antigua ucrania, vale la pena soportarlas. 

Además no recuerdo que haya habido una época, comenzando desde la soviética, en la que nuestro país, haya vivido sin sanciones de Occidente. De ellas ese ha librado, en la época postsoviética, únicamente la élite política y financiera de Rusia, activamente comprada por Occidente. Aquí como es sabido, los únicos que engordan son los gatos castrados por veterinarios occidentales.

 Ellos tendrían que temer las sanciones occidentales, pero no nosotros, que compramos todo en los chinos y no tenemos cuentas en el extranjero. ¿Estamos dispuestos, por esos gatos lustrosos a abandonar a Novorrossia a una cruel destrucción y al escarnio?

Decenas de millones de personas, están esperando una cosa: Cuando Putin, por fin dé la orden. Supo jugar hábilmente la partida política y militar en Crimea, pero ahora la aturdida Junta de Kiev, se niega a jugar siguiendo las reglas conocidas y desea como Nozdrev (personaje de la novela “Almas muertas” de Gógol. N de la T) “avanzar tres casillas de vez”. A Nozdrev solo le puede hacer entrar en razón un capitán de la policía o un puñetazo en la frente. 

A Putin no le gusta golpear en la frente. Prefiere las maniobras de despiste. El capitán de policía, de color, vive en Washington y es amigo de los “banderlogui”. Vean a Medvédev, con sus eternos complejos de que lo consideraran blando e indeciso, en el 2008 cogió y le dio en los morros a la otra Junta asalvajada, la de Tiblisi. ¿Y qué pasó? Todos se lavaron las manos y alguno se acabó comiendo la corbata. Putin no pasará a la historia como el “vencedor de Crimea”, si ahora no detiene el genocidio de la población rusoparlante en Novorrossia.

En la actual guerra propagandística en torno a la antigua Ucrania, parece que se nos pasa por alto el principal argumento: Nosotros soportamos sobre nuestros hombros, el peso principal de la guerra contra el fascismo y no tenemos ningún derecho, ni moral ni histórico, a observar indiferentes como los fascistas rebanan a la gente en el hermano y vecino país. Si a aquellos que sin un solo disparo, entregaron sus capitales a Hitler, eso les gusta, es asunto suyo. 

Pero nosotros debemos decir, que somos responsables ante aquellos a los que en su día liberamos del nazismo, y en particular ante el pueblo ucraniano, que pagó su victoria sobre la Alemania hitleriana, con millones de vidas.

 La misión histórica de los países que vencieron a la coalición hitleriana y a Japón, y que fundaron en 1945 una organización antifascista internacional como es la ONU, consiste en primer lugar, en impedir la reaparición del fascismo allí donde fuere, mediante el esfuerzo colectivo. Precisamente por ello, los países vencedores tienen en la ONU un status de privilegio como miembros permanentes del Consejo de seguridad y derecho a veto. No hay ninguna otra motivación, por cierto.

Así que si esos países vencedores, como los EEUU, Gran Bretaña y Francia (broma de la historia) se han olvidado, conviene recordárselo. Y si no desean recordarlo, no quedará más remedio que pasar de ellos, como lo hicieran los participantes del desfile de la Victoria del 24 de junio de 1945. No van a ser ellos, los “olvidadizos”, los que deban decidir en nuestro actuar lo que está bien y lo que está mal.

Los Estatutos de la ONU nos conminan a no permitir la restauración del fascismo en el mundo y nosotros no podemos ignorarlo. Si alguno de los padres fundadores de la ONU, no quiere actuar conforme a sus principios fundacionales, eso no es motivo para que nosotros hagamos lo propio.

¿Queréis introducir sanciones? Eso es cosa de ellos.

 Es como si Hitler hubiese declarado el 22 de junio de 1941: Dejen de oponer resistencia, o les impondremos sanciones. ¿Qué le hubiéramos respondido? Pues eso es lo que debemos responder a Occidente. 

Pero no ahora, para dejar que las palabras se las lleve el viento, sino después de que los amables “hombrecillos verdes” ocupen Kiev.

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