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Los olvidados campos de concentración en los Estados Unidos de América



“En tiempos de crisis nacional, es especialmente evidente que debemos alentar a nuestros hijos y nietos al estudio de la historia. En realidad, todos nosotros debemos conocer los ideales e ideas que construyeron este país y estar conscientes de nuestra gran fortuna de gozar de la libertad. De hecho, generaciones de hombres y mujeres han estado dispuestas a sacrificar todo por la libertad que tanto amamos. En tiempos de guerra debemos tener presente precisamente qué está en juego”.

Lynne Cheney, 5 de octubre de 2001

Lynne Cheney, la esposa del vicepresidente Dick Cheney, es una destacada derechista que en este momento encabeza la carga contra los académicos progresistas y sus planteamientos. 

Lo arriba citado viene del folleto “Defender la civilización: Las universidades no cumplen su deber con América; ¿qué podemos hacer al respecto?”, que es “un proyecto del Fondo para Defender la Civilización” del Consejo Americano de Regentes y Graduados.

En algo tiene razón la segunda dama: la historia de Estados Unidos está repleta de ejemplos muy ilustrativos de “los ideales e ideas que construyeron el país”, tales como el genocidio de los amerindios, la esclavitud de millones de africanos y la matanza de miles de afganos actualmente.

 A continuación, relatamos uno de los más vergonzosos episodios: la detención en campos de concentración a más de 110.000 personas de ascendencia japonesa en la II Guerra Mundial.

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Los crímenes de la orden ejecutiva 9066

El 19 de febrero de 1942, el presidente Franklin D. Roosevelt autorizó, por medio de la orden ejecutiva 9066, redadas masivas de japoneses-americanos. Dos meses antes Japón atacó la base naval de Pearl Harbor, Hawai, y Estados Unidos entró a la II Guerra Mundial.

Según la mitología oficial del gobierno estadounidense, el ataque lo obligó a defenderse contra el siniestro expansionismo japonés, pero en realidad las causas de la guerra en el Pacífico se remontaron varias décadas y se encontraron en el expansionismo imperialista yanqui y su rivalidad con el imperialismo japonés.

Con ambiciones colonialistas y expansionistas, Estados Unidos se apoderó de Hawai en 1893 y en 1899, mandó la mitad de sus fuerzas armadas a conquistar Filipinas, donde mataron a centenares de miles de filipinos en una cruenta guerra de tres años.

Estados Unidos no era la única potencia que buscaba la hegemonía en Asia y el Pacífico. Los imperialistas ingleses, franceses y holandeses tenían sus colonias en la región, y Japón, que en ese momento surgía como potencia imperialista, pretendía conquistar colonias y fuentes de caucho, petróleo y mano de obra. 

Antes del ataque a Pearl Harbor, las rivalidades entre Japón, Estados Unidos y otras potencias estaban al rojo vivo. (Unos años antes la guerra imperialista estalló en Europa y tras el ataque a Pearl Harbor, Estados Unidos entró a la guerra). 

El gobierno aprovechó los temores de una invasión japonesa de la costa oeste para crear una histeria de guerra y todo esto preparó las condiciones en que se dieron las redadas masivas de japoneses-americanos.

La histeria de guerra

A lo largo de la historia, los inmigrantes japonenses experimentaron el racismo y la discriminación. En 1913, la Ley de los Inmigrantes y la Tierra prohibió que los “residentes inelegibles para la ciudadanía” fueran dueños de tierra en California. (De acuerdo a una medida racista vigente hasta 1952, solo los blancos podían hacerse ciudadanos). 

El fiscal general de California afirmó que estaba muy bien excluir a los japoneses porque eran “una raza indeseable”, el periódico Sacramento Bee informó que “reproducen como ratas” y en su campaña por la reelección el senador James Phelan lanzó la consigna “Por una California blanca”.

El gobierno no tenía ninguna evidencia de que los japoneses-americanos eran una “quinta columna”. Por lo contrario, el mes antes del ataque a Pearl Harbor, un informe confidencial al presidente Franklin D. Roosevelt concluyó que no representaban un peligro y el director del FBI, J. Edgar Hoover, afirmó que no se justificaban las evacuaciones masivas por razones de seguridad.

 Sin embargo, siguieron atizando los ataques racistas y pintando de “enemigos” a los japoneses-americanos. El L.A. Times señaló en un editorial: “Una víbora es una víbora, dondequiera que nazca. 

De igual manera, un japoneses americano, nacido de padres japoneses... crece como japonés, no como americano... Así las cosas, aunque pueda ocasionar unas cuantas injusticias tratar a todos como potenciales enemigos... estamos en una guerra contra esa raza”.

El teniente general John DeWitt, jefe del Comando de Defensa Occidental, escribió: “La raza japonesa es una raza enemiga y si bien muchos japoneses de segunda y tercera generación, nacidos en tierra estadounidense y ciudadanos de este país, se han americanizado, la raza en sí no se diluye... Por eso, podemos decir que actualmente, a lo largo de la costa del Pacífico andan sueltos 112.000 potenciales enemigos de ascendencia japonesa”.

Los ataques racistas contra los japoneses-americanos se nutrieron de la supremacía blanca, que es un pilar de la sociedad estadounidense, y el gobierno los atizó muy calculadamente para generar apoyo para la guerra.

“Japs (abreviatura para referirse a los japoneses) fuera de aquí, no sois queridos” o “largaos, esto es un vecindario blanco”


Las primeras redadas

Al día siguiente del ataque a Pearl Harbor, el gobierno congeló los bienes de los japoneses. Los acreedores, dueños de apartamentos y bancos les cayeron encima como buitres, rechazando las solicitudes de préstamos y extensiones de los plazos de pagos. Desalojaron a muchas familias, despojaron a mucha gente de su tierra y los pequeños negocios se quebraron.

El FBI inició las redadas de issei (inmigrantes japoneses de primera generación). Del 7 al 10 de diciembre, rastreó las comunidades japonesas de Hawai y arrestó a casi 1300 hombres.

 No detuvo solamente a los que manifestaron simpatía con la causa de Japón sino a cualquiera que participara en la vida de la comunidad, entre ellos un anciano de 85 años, sordo, casi ciego y quien padecía cáncer del estómago. Se presentaron en un campo de béisbol y detuvieron a miembros del equipo L.A. Nippons. Hasta arrestaron a miembros de la Legión Americana.

Con las redadas metieron a los líderes de la comunidad japonesa tras las rejas y arruinaron a muchas familias. Como explicó un japonés-americano: “Cuando metieron presos a los hombres, las mujeres y niños no podían cosechar los cultivos ni contratar a quienes los ayudaran; fue común, por ejemplo, que una cosecha de apio valorado en $10.000 se echara a perder y con ella se perdería todos los ahorros de la familia. 

Para colmo, la prensa y la opinión pública acusaron a los japoneses de no trabajar la tierra y de sabotear la guerra”.

El FBI pudo lanzar ese ataque relámpago porque ya tenía preparadas las listas de los líderes clave. Unos años antes, en 1936, Roosevelt escribió un memorando secreto al jefe de Operaciones Navales: “Debemos identificar solapadamente pero sin falla a todo ciudadano o residente japonés de la isla de Oahú que recibe a los barcos japoneses o tiene conexión alguna con los oficiales o marineros; sus datos deben figurar en la lista de los que irían a campos de concentración si la situación pasara a mayores”. 

En 1939, el FBI, las agencias de inteligencia del departamento de Justicia, la oficina de Inteligencia Naval y la división de Inteligencia Militar trabajaban en esas listas.


El 12 de noviembre de 1941, el FBI detuvo a 15 hombres de negocios y líderes de la comunidad japonesa en Los Ángeles; incautó los documentos de los negocios y las listas de los miembros de las organizaciones. 

Dos semanas antes del ataque a Pearl Harbor, Roosevelt ordenó que se recopilara cuanto antes los datos de toda persona de origen japonés, usando la información de los censos de 1930 y 1940.

Los líderes de la Liga de Ciudadanos Japoneses-Americanos (JACL) ayudaron al FBI. A la organización la integraban profesionales de segunda generación (nisei) que tenían la ciudadanía. Antes de la guerra fue una especie de club social para nisei que querían salir adelante y se dedicó al cabildeo y a la defensa de los derechos de los japoneses-americanos en los tribunales. 

(Es revelador que en esa época de intensa discriminación oficial y extraoficial enfocó sus esfuerzos en la lucha por la ciudadanía para los issei que hicieron el servicio militar). 

Tras el ataque a Pearl Harbor, JACL mandó un telegrama a Roosevelt y prometió su “lealtad a América” y su “cooperación incondicional”.

Irónicamente, a la vez que hacía las redadas, el gobierno proclamaba la defensa de la democracia y los derechos de todos. 

El secretario de Justicia, Francis Biddle, dijo: “Si amamos la democracia, nos incumbe que se haga realidad para los demás: para los alemanes, los italianos, los japoneses... la Carta de Derechos brinda garantías a todo ciudadano americano y a todo ser humano que habita la tierra donde nuestra bandera ondea”.

Muchos nisei se tragaron las mentiras del gobierno de que no pasara más que las detenciones de los issei. Frank Emi, un líder del movimiento de resistencia en el campo de concentración Heart Mountain, dijo que los nisei “jamás nos imaginábamos que nos tocara a nosotros porque éramos nisei nacidos aquí y éramos ciudadanos”. 

El desengaño no se hizo esperar.

Toque de queda y evacuaciones

La orden ejecutiva 9066 estableció zonas militares donde “el secretario de Guerra o la autoridad militar competente suspende a su discreción los derechos de toda persona de entrar, permanecer o salir” y dio carta blanca al general DeWitt para las redadas masivas de japoneses-americanos en la costa oeste.

 De hecho, el general venía reclamando esos poderes desde el ataque a Pearl Harbor, argumentando que “el mismo hecho de que no haya ocurrido ningún acto de sabotaje hasta la fecha [es]... inquietante y es un buen indicio de que ocurrirá”.

El 24 de marzo de 1942, DeWitt decretó el toque de queda de las 8 de la noche a las 6 de la mañana para todo residente legal alemán, italiano o japonés y todo ciudadano de ascendencia japonesa (pero no alemana o italiana). Además, los japoneses necesitaban un permiso militar para viajar más que 8 kilómetros de la casa; así que en zonas rurales lo necesitaban para ir de compras, a cortarse el pelo o a llevar el producto al mercado. 

Una familia de Portland, Oregon, solicitó permiso para visitar a una pariente gravemente enferma en la ciudad de Salem, pero murió en lo que demoraron los trámites; dijo la hermana de la difunta: “Lo único que me importaba fue que estaba muerta y que ‘ellos’ lo hicieron”.

Poco después de instituir el toque de queda, el general DeWitt promulgó la Proclamación Pública No. 4, según la cual, toda persona de ascendencia japonesa debía obtener un permiso militar para salir de las regiones occidentales de California, Oregon y Washington o del sur de Arizona a fin de “asegurar una evacuación ordenada, supervisada y totalmente controlada”. Unas semanas después, amplió la medida a las regiones orientales de California, Oregon y Washington.

En un principio se dijo que el “traslado” sería voluntario, pero posteriormente ordenaron a los japoneses-americanos a inscribirse con la Administración de Control de Civiles en Tiempo de Guerra y prepararse para el traslado a “una residencia provisional”. No les informaron a dónde los llevaban ni por cuánto tiempo.

Cada familia recibió un número de identidad. Dijo un japonés-americano: “Henry se reportó a la estación de control y regresó con 20 etiquetas que tenían el número 10710 para colocarse en cada pieza de equipaje y en el abrigo de cada uno. De ahí en adelante éramos la familia #10710”.

Pegaron avisos en las comunidades japonesas: “De acuerdo a la Orden de Exclusión Civil No. 27 de este cuartel general, fechada el 30 de abril de 1942, se evacuará a toda persona de ascendencia japonesa —residentes legales y ciudadanos-– antes del medio día del jueves el 7 de mayo del presente”.

Les advirtieron que no llevaran más de lo que podían cargar, y tuvieron que vender todo lo demás en menos de una semana a precios bajísimos. Un japonés-americano cuenta: “Estaba muy angustiado; imagínense, nos dieron un plazo de seis días para deshacernos de todas nuestras cosas”.

 Dijo otro: “Es difícil expresar la terrible pena y vergüenza que sentimos cuando los blancos agarraron nuestras cosas y las compraron a precios tan ridículos, pues no quedó otro que aceptar lo que ofrecieran dado que no teníamos la menor idea de lo que nos deparaba el futuro”.

Los japoneses-americanos cultivaban el 40% de la tierra de California. Se les robó las tierras, además de una cosecha valorada en $40 millones y $100 millones de inversiones; tuvieron que vender todo a precio de ganga. También perdieron pequeños negocios valorados en $4 millones. Dice un japonés-americano: “Con el sudor de 50 años, mi padre nos construyó una casa y compró una finca, pero de la noche a la mañana, ¡pum!, todo se perdió”.

¿Por qué no se opuso mayor resistencia?

Tres hombres –-Minoru Yasui en Oregon, Fred Korematsu en California y Gordon Hirabayshi en Washington-– no se reportaron para la evacuación; sostuvieron que la orden era inconstitucional. Hirabayshi afirmó: “Para mí no era aceptable ser ciudadano de segunda clase en el país de los blancos”. Los arrestaron, los condenaron y los metieron presos. Apelaron a la Suprema Corte y la corte confirmó las condenas; consideró que las medidas eran necesarias por razones militares.

¿Por qué no se opuso mayor resistencia a la detención de 110.000 japoneses-americanos en campos de concentración? En la segunda parte de esta serie relataremos la heroica y decidida resistencia que surgió en los campos; sin embargo, por varios motivos no se desató un pujante movimiento de resistencia contra las redadas y detenciones justo en el momento decisivo: como ya señalamos, los arrestos preventivos a los issei descabezaron la dirección tradicional de la comunidad; las mentiras y promesas del gobierno engatusaron a muchos nisei (como eran ciudadanos, creyeron que no los meterían a los campos de concentración); y las organizaciones que se hubieran opuesto y atizado la resistencia terminaron apoyando al gobierno. En un discurso de marzo de 1942, el presidente de JACL manifestó: “Por nuestro deber a la patria iremos al exilo porque así lo disponen el presidente y las autoridades militares. Brindaremos nuestro pleno apoyo al presidente Roosevelt y la nación; este es nuestro compromiso sagrado como buenos y patrióticos ciudadanos... No se podría pedir un amor ni una prueba más grande de la lealtad que dejar nuestras casas, negocios y amigos para que la patria esté en las mejores condiciones de librar la guerra”.

Los falsos comunistas del revisionista Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA) compartieron los planteamientos de JACL. Según una fuente, el periódico del CPUSA de la costa oeste escribió que “las restricciones a la libertad de los japoneses eran ‘lamentables pero de importancia vital’ y a finales de febrero calificó de ‘proyecto sensato’ a las propuestas del general DeWitt”; llegó al extremo de sacar caricaturas racistas parecidas a las que publicaba la prensa burguesa.

Apiñados en “centros de concentración”

Los japoneses se reportaron a las estaciones de tren, donde los rodearon soldados con rifles y bayonetas que los llevaron a “centros de concentración”. Se espantaron al darse cuenta de que les tocaba alojarse en corrales de ganado y establos convertidos en viviendas provisionales. Según un relato: “El centro de concentración era sucio, cochino y olía mal; 2000 personas estábamos apiñadas en un edificio grande. No había camas y llenamos con paja los sacos que nos dieron para que sirvieran de colchones. Donde antes guardaban el ganado, ahora vivía una familia japonesa-americana. De repente, nos dábamos cuenta de que confinaban a los seres humanos en los corrales como antes teníamos a los caballos y los chanchos en las fincas”.

No había agua; en Santa Anita, un hipódromo donde alojaron a 19.000 detenidos de Los Ángeles, había apenas seis letrinas.

Los campos de concentración

Los detenidos se quedaron en los centros de concentración hasta el otoño de 1942 cuando los trasladaron en 171 trenes especiales de a 500 personas en cada tren. No les dijeron a dónde los llevaban.

La mayoría de los 10 campos de concentración se ubicaron en zonas del desierto muy apartadas: Topaz en Utah, Poston y Gila River en Arizona, Amache en Colorado, Jerome y Rohwer en Arkansas, Minidoka en Idaho, Manzanar y Tule Lake en California y Heart Mountain en Wyoming. Dijo un detenido: “Ni siquiera sabíamos dónde estábamos. No había ni casas ni árboles ni nada verde, solo artemisa y unos cuantos cactos y la tierra árida y seca”.

Un detenido del campo Minidoka dijo: “Parecía que estuviéramos en una gigantesca máquina que mezclaba arena; un ventarrón de 100 kilómetros por hora levantó el polvo hacia los cielos y obliteró todo. Llenó las bocas y las narices, y sentíamos que miles de agujas voladoras picaran la cara y las manos”.

Los campos de concentración tenían cercas de alambre de púas y torres de vigilancia; patrullaron soldados con rifles y bayonetas con órdenes de tirar a cualquiera que saliera sin permiso o que no obedeciera una orden de alto.

Hirota Isomura y Toshio Kobata, dos detenidos que estaban gravemente enfermos, murieron a manos de un guardia el 27 de julio de 1942, su primer día en el campo de concentración. Como eran muy débiles no podían caminar el kilómetro y medio al campo; los balearon y luego dijeron que intentaron escapar. Les tocó a dos de sus compañeros cavarles la tumba y el guardia les advirtió: “Estas tumbas son para los japoneses que murieron; si ustedes no le echan ganas, tendrán que cavar dos tumbas más”.

Los valientes luchadores de los campos de concentración

"Los crímenes de la orden ejecutiva 9066" (OR No. 1139) examinó la detención de más de 110.000 japoneses-americanos de la costa oeste durante la II Guerra Mundial en 10 campos de concentración apartados e inhóspitos.

La vida en los campos de concentración era muy dura. En Minidoka, Idaho, los detenidos vivían a la sombra de una cerca electrificada, pasaban hambre y les pagaban menos de 50 centavos al día. En el campo de Poston, Arizona, todo se llenaba de polvo; en el verano la temperatura rebasaba 50§ C y en el invierno los recién nacidos morían en los hospitales por falta de calefacción.

Los guardias tenían órdenes de "tirar a matar" a cualquiera que mostrara ganas de escapar. 

Una vez en Tule Lake le dispararon a Shoichi James Okamoto, quien murió al día siguiente. Muchos testigos declararon que lo mataron a sangre fría. Sin embargo, al soldado que le disparó solo le pusieron una multa de $1 por "uso indebido de suministros" (la bala).

Las autoridades enemistaron a los nisei (japoneses-americanos nacidos aquí, que eran ciudadanos) y los issei (japoneses-americanos nacidos en Japón, a quienes se les prohibía hacerse ciudadanos). Para sembrar divisiones, la administración de los campos (WRA) favorecía a la Liga de Ciudadanos Japoneses- Americanos (JACL), una organización de profesionales nisei que era leal a las autoridades.

Aunque muchos historiadores consideran que los japoneses respondieron con "pasividad", los hechos demuestran lo contrario: muchos opusieron feroz resistencia a pesar de las amenazas, el asesinato y la fuerte represión. Esta entrega relata la historia oculta de la resistencia.

"Mi intención es desmentir el mito de que éramos `americanos obedientes', que aunque el gobierno nos negó las garantías constitucionales; nos hizo dejar casa, negocios y trabajo; y nos recluyó en campos de concentración en zonas infernales del desierto y las llanuras, nos alistamos en manada a unidades segregadas de combate, ansiosos de ganar la aceptación del Gran Padre Blanco...".

Frank Emi, líder de la resistencia a la conscripción en el campo de concentración Heart Mountain

Manzanar

La resistencia estalló primero en el campo de concentración Manzanar en California. Allí, al igual que en los otros campos, la WRA favoreció a un grupo de nisei para socavar la resistencia. En este caso los nisei patrióticos de JACL se unieron a los partidarios del revisionista Partido Comunista (CPUSA) y formaron la Federación de Ciudadanos, que en lugar de luchar contra los atropellos, reclamó el "derecho" de alistarse a las fuerzas armadas.

Muchos se oponían a la Federación y tildaron a sus miembros de inu (que quiere decir perros o soplones en japonés). Un grupo clandestino con el símbolo del dragón negro llamado "Hermanos de Sangre" se propuso luchar contra ellos. En 1942, el arresto de Harry Ueno, dirigente del Sindicato de Trabajadores de Cocina e intrépido luchador contra la corrupción de la administración, prendió una rebelión. A Ueno lo acusaron de agredir a un dirigente de JACL que era considerado soplón.

 Todo mundo opinó que su arresto fue injusto. Los detenidos se reunieron y recopilaron listas de "soplones" y "traidores a nuestra gente". Eligieron un "comité de cinco" encargado de presentar su pliego petitorio y más de mil los acompañaron al edificio administrativo donde se reunió con las autoridades. Estas prohibieron las asambleas, pero los detenidos desafiaron la orden y se reunieron nuevamente esa misma noche; plantearon tomar represalias contra los inu y rescatar a Ueno de la cárcel.

Las autoridades infiltraron la asamblea. Enseguida resguardaron a los inu en el cuartel, rodeados de soldados con ametralladoras y rifles. Cuando los rebeldes fueron a buscarlos, se toparon con el muro de soldados, que los atacaron con gas lacrimógeno y después abrieron fuego y mataron a dos e hirieron a ocho.

Las autoridades impusieron ley marcial y arrestaron al comité de cinco. Se eligió otro comité e igual lo arrestaron. En señal de protesta, los detenidos no se presentaron a trabajar.

En enero de 1943, trasladaron a los "alborotadores" unos 1500 kilómetros a un campo de aislamiento fuertemente resguardado cerca de Moab, Utah. Los acusaron de organizar paros, hablar contra el gobierno, tirar jarras de excremento a los apartamentos de los soplones y hacer afiches de soldados japoneses. Así y todo no lograron aplastar la lucha. Un escritor describió el ambiente que se respiraba en el campo de Moab: "La deferencia pasiva se desvaneció y la sustituyó un gran descontento y la convicción de que es mejor morir de pie que vivir de rodillas".

El servicio militar

El 1° de febrero de 1943, el presidente Franklin D. Roosevelt pidió voluntarios para un nuevo proyecto del Departamento de Guerra: unidades de combate segregadas de nisei. Era muy paradójico: tras el ataque de Japón a Pearl Harbor, el gobierno clasificó a los nisei como "foráneos no aceptables para las fuerzas armadas" y justificó su detención en campos de concentración, y después... pidió que se alistaran para el servicio militar y lucharan en la guerra. (JACL, por su parte, reclamó el "derecho" de prestar servicio militar para que los nisei demostraran que eran buenos ciudadanos).

El 6 de febrero, los primeros equipos llegaron a los campos de concentración para determinar quiénes eran "leales" a Estados Unidos y enrolarlos al servicio militar. Se contempló un período de inscripciones de 10 días. Todos debían llenar un cuestionario de cuatro páginas. Las preguntas 27 y 28 eran decisivas. La 27 decía: "¨Está dispuesto a prestar servicio en las fuerzas armadas de Estados Unidos e ir a combatir a donde se le ordene?" La 28 decía: "¨Jura lealtad incondicional a Estados Unidos y se compromete a defenderlo lealmente contra todo ataque de fuerzas foráneas o nacionales y renunciar toda lealtad y obediencia al emperador japonés o cualquier gobierno, poder u organización extranjera?".

Las preguntas eran muy problemáticas. Si uno respondía que sí a la pregunta 27, ¨quería decir que estaba dispuesto a alistarse en ese momento o solo que prestaría servicio militar en caso de que se lo pidieran? La pregunta 28 era tramposa. Si uno respondía que sí, ¨quería decir que previamente le juró lealtad al emperador japonés? En el caso de los issei, obligaba a jurar lealtad a un país que les negaba la ciudadanía y renunciar a la ciudadanía japonesa, así que quedarían sin patria.

En vísperas de las inscripciones en el campo Heart Mountain, Wyoming, se convocó una reunión para hablar de las preguntas, y al día siguiente 500 detenidos pidieron que las postergaran para dar tiempo de aclarar las dudas. Amenazaron con tumbar la mesa de inscripciones y las suspendieron.

Esa noche se reunieron en la cafetería y decidieron que los nisei no debían inscribirse hasta que el gobierno aclarara sus derechos de ciudadanía. Al cabo de una semana, apenas 107 de los 7600 detenidos llenaron el cuestionario y solo tres se alistaron. A los líderes de la protesta los amenazaron con acusarlos del delito grave de "obstruir el reclutamiento para el servicio militar" que, de acuerdo a la Ley de Espionaje, conllevaba de 20 años de cárcel y una multa de $10.000.

Al término de las inscripciones, solo 42 (de más de 1700 posibles) se alistaron para el servicio militar. El 25% no juró lealtad a Estados Unidos; 329 nisei pidieron la expatriación (renunciar la ciudadanía estadounidense y volver a Japón); y 151 issei pidieron que los mandaran a Japón.

Como señaló Eric Muller en su libro Free to Die for Their Country (Libres de morir por la patria): "Cuando el equipo encargado de enrolar a los detenidos de Heart Mountain partió cinco semanas después, el ambiente estaba totalmente cambiado: hervía el rencor y el coraje, y nacía la resistencia organizada".

En el campo de concentración de Tule Lake, la oposición fue más fuerte. Manzanas enteras votaron en contra de inscribirse y una manzana pidió expatriación o repatriación para todos los residentes. Se burlaron de los que se inscribieron y los tildaron de inu . Al igual que en Heart Mountain, las autoridades amenazaron a los líderes con la Ley de Espionaje; además, arrestaron a punta de bayoneta a los que no llenaron los cuestionarios y se los llevaron a la cárcel del condado. El San Francisco Chronicle informó: "Cuando se llevaron a los prisioneros, los rodearon airados japoneses que aullaban: `­Banzai!'. Dijo un agente: `Por poco acribillamos a toda esa gentuza. Nos contuvimos única y sencillamente porque una balacera hubiera provocado a los japs que tenían presos a nuestros muchachos en Manila y China'".

Arrestaron a 100 detenidos. El 49% de los nisei y el 42% de los issei o no se inscribieron o no juraron lealtad a Estados Unidos. De los 20.000 nisei en los 10 campos de concentración, apenas el 6% se alistaron para el servicio militar.



Tule Lake

Cuatro meses después mandaron al campo de concentración de máxima seguridad Tule Lake a los que respondieron negativamente a las preguntas 27 y 28, pero juntar a "los alborotadores" suscitó mayor resistencia.

Un día se volcó un camión que transportaba a las cuadrillas de la granja, y el accidente dejó un muerto y cinco lesionados. El director del campo, Raymond Best, prohibió que se hiciera una procesión fúnebre, pero miles acudieron al entierro.

Organizaron un paro en la granja, que producía muchas toneladas de alimentos para el ejército y la marina, los centros de concentración y los cuarteles militares. Reclamaron que las autoridades los reconocieran como prisioneros de guerra de acuerdo a la Convención de Ginebra y que se responsabilizaran por el accidente; pidieron un aumento en las raciones de comida (de 27 centavos a 45 centavos al día), la renuncia de las autoridades racistas y un comité de autogobierno.

Cuando el director nacional de WRA, Dillon Myer, llegó a Tule Lake, se organizó una cadena humana de 5000 personas que rodearon el edificio de la administración por tres horas mientras los líderes le presentaron su pliego.

Tres días después, el ejército ocupó Tule Lake, impuso toque de queda de 7 pm a 6 am, disparó gas lacrimógeno, cerró las escuelas y canceló las actividades y reuniones. A todos los inconformes los eliminaron de las cuadrillas de trabajo.

El 14 de noviembre, con mucho bombo y platillos, el ejército convocó un gran mitin al aire libre. Un empleado de WRA recordó: "Eran las dos de la tarde y no había nadie; nadie se asomó para oír el discurso del [coronel] Austin, pero como buen militar, arrancó vez aunque no hubiera ni una sola persona de público. Habló al aire... Esa imagen patética jamás se borrará de mi memoria".

Como represalia, las autoridades aumentaron la represión para aplastar la resistencia. Mandaron arrestar a los líderes, pero sus compañeros los escondieron. Se impuso ley marcial con poderes ilimitados de registro y decomiso. Llevaron a cabo una serie de redadas en horas de la madrugada y el 26 de noviembre catearon todo el campo de concentración porque la comunidad no entregó a los líderes. Cuatro de ellos eludieron la captura.

Construyeron una prisión especial para los líderes, muchos de ellos menores de edad, y ahí los dejaron por mucho tiempo sin juicio o audiencia. La resistencia ardió por meses. En los campamentos no había suficiente comida, leche, agua caliente ni ropa abrigadora. En el terrible frío invernal, un residente contó: "Mucha gente con niños no tenía dinero, ropa o zapatos. Algunos niños andaban descalzos".

El ejército favorecía a las tendencias conservadoras de la comunidad, como JACL, que achacaron a los "extremistas" la culpa por todas esas penurias. En diciembre, los líderes se entregaron al FBI con la esperanza de tener un juicio justo, pero muy pronto se desengañaron. El FBI los llevó al comandante del ejército que los metió al "calabazo": unas carpas sin calefacción. Pasaron 11 días y noches heladas, y después los metieron con los demás presos.

Con los principales líderes tras las rejas, la lucha se enfocó en la prisión. Hubo tres huelgas de hambre; la primera se inició el 1§ de enero de 1944 a raíz de una golpiza por los guardias.

Pra aislar a los presos rodearon la prisión con una gran cerca, no les daban el correo y les prohibieron las visitas. Pero los jóvenes desafiantes conversaban a gritos con los presos cada vez que se ausentaba el centinela.


La lucha contra la conscripción

El 20 de enero de 1944, el Departamento de Guerra anunció que iba a enrolar a todos los nisei en los campos de concentración y en febrero les envió órdenes de inscribirse al servicio militar. El director de WRA, Dillon Myer, delineó en un memorando los castigos por no obedecer: "Se acusará del delito grave de violar la ley del servicio selectivo a cualquier detenido de un centro de concentración que no se inscriba... No se admitirá ningún reclamo, justificado a no, que impida el reclutamiento".

Un luchador de Tule Lake recordó: "Para mí no iba a ser peor que el campo de concentración. O sea, ya estábamos detenidos; de ahí que nos metieran a la cárcel no había gran trecho. A lo mejor en la cárcel la comida sería mejor".

En todos los campos de concentración hubo resistencia. En Tule Lake, arrestaron a 29 nisei por no inscribirse y los metieron a la cárcel del condado; en abril en Minidoka, considerado por el gobierno como un campo "modelo", el 15% de los nisei no se reportaron; y la resistencia más decidida y organizada se dio en Heart Mountain, donde 85 jóvenes se negaron a prestar servicio militar. Formaron el Comité para un Trato Justo (Fair Play Committee, FPC); pegaron y repartieron volantes, y convocaron grandes asambleas populares en las cafeterías.

Su manifiesto decía: "Sin audiencias, sin el debido proceso garantizado por la Constitución y la Carta de Derechos, sin acusación alguna y sin ninguna prueba, despojaron a 110.000 personas inocentes y nos trasladaron en manada como peligrosos delincuentes a campos de concentración, resguardados por policías militares y alambre de púas. Sin recibir ningún remedio de esos agravios y sin el amparo de las garantías constitucionales, con procedimientos discriminatorios nos ordenaron alistarnos en una unidad segregada del ejército... Nosotros, los integrantes del Comité para un Trato Justo, afirmamos que desobedeceremos las órdenes de inscribirnos al servicio militar, no nos someteremos al examen médico".

Jimmie Omura, valiente periodista y editor de Rocky Shimpo , un periódico japonés/inglés de Utah, apoyó al FPC y divulgó las noticias de la resistencia en Heart Mountain. (A los japoneses-americanos de la costa oeste los metieron a campos de concentración pero no a los del interior del país).

La respuesta de las autoridades de Heart Mountain no se hizo esperar. Prohibieron las asambleas populares y mandaron a dos importantes líderes de la lucha a Tule Lake. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) no los ayudó porque, según el director nacional: "No son representativos de los detenidos en general y podrían perjudicar el programa de traslado".

JACL y el periódico oficialista del campo de concentración, The Heart Mountain Sentinel , apoyaron la conscripción y atacaron con saña al FPC y a Omura. Según una carta de WRA en Denver al director nacional: "JACL está trabajando de la mano con el FBI para joder a Omura". Dos líderes de JACL entrevistaron a los luchadores presos, supuestamente para ayudarlos, pero en realidad espiaban para WRA e identificaron a los líderes de las protestas.

El FBI dijo que iba a cerrar Rocky Shimpo a menos que Omura renunciara. Lo reemplazó un periodista de tendencia oficial.

El 10 de mayo de 1944, un jurado de acusación acusó a Omura y siete líderes del FPC de aconsejar y ayudar a jóvenes que no se inscribieron al servicio militar. A los jóvenes los condenaron en juicios chuecos. Por ejemplo, en Heart Mountain presidió el juez Kennedy, un descarado racista que abogó por restricciones al derecho de votar de los negros. El juez Clark, que presidió el juicio de los luchadores de Minidoka, se opuso al traslado de japoneses al estado de Idaho en 1942 cuando era gobernador, diciendo: "Tengo tanto prejuicio contra ellos que a lo mejor me falta un poco el juicio, pues a todos aquellos les tengo una gran desconfianza", y como solución a lo que llamó el "problema de los japs " planteó "mandarlos de regreso a Japón y hundir la isla".

A casi todos los luchadores los condenaron y a la mayoría los sentenciaron a unos tres años de prisión federal. Los siete líderes del FPC recibieron sentencias de dos a cuatro años, pero después de que pasaron casi dos años presos les anularon los cargos en una apelación. Exoneraron a Omura, pero jamás consiguió otro trabajo en periodismo y terminó ganándose la vida de jardinero.

A los luchadores de Tule Lake los juzgaron en Eureka, una de las ciudades más racistas de la costa oeste. Antes del juicio, en una cena con el juez y los fiscales, un abogado nombrado por la corte se burló de sus clientes y su acento japonés. Parecía seguro que los iban a condenar, pero el juez Louis E. Goodman, hijo de inmigrantes judíos quien experimentó racismo y discriminación de niño en San Francisco, anuló las acusaciones y las calificó de "una afrenta a la conciencia". Fue una victoria simbólica dado que los regresaron al campo de concentración de Tule Lake, donde permanecieron recluidos hasta el final de la guerra.

¨Qué hubiéramos hecho?

"En los años 1940, evacuaron a 120.000 japonenses-americanos y los metieron en campos de concentración en zonas apartadas debido a la histeria de guerra, el racismo y la desconfianza. Hoy ocurre lo mismo con otras nacionalidades: los árabes, los musulmanes, los del sur de Asia o de aspecto parecido. Nos toca proteger a nuestros amigos y vecinos mesorientales y asiáticos".

Yuri Kochiyama, luchadora que estuvo en los campos de concentración, en un discurso con motivo del Día Nacional de Protesta para Parar la Brutalidad Policial el 22 de octubre pasado en Oakland, California

Los detenidos lucharon con valor, pero la resistencia era dispersa y aislada, y no alcanzó la fuerza necesaria para obligar al gobierno a cerrar los campos de concentración.

 Los luchadores no llegaron a captar a fondo la naturaleza del sistema que los oprimía: algunos apoyaban al gobierno japonés (en guerra por sus propios propósitos imperialistas) y otros estaban muy ilusionados con la democracia estadounidense.

Las acciones del revisionista Partido Comunista (CPUSA) perjudicaron gravemente la lucha: en lugar de dirigir una lucha consecuente contra los atropellos e injusticias en los campos de concentración y en la sociedad, le echó porras a la campaña bélica.
En muchas ocasiones los partidarios del CPUSA eran los primeros en alistarse, a veces en oposición directa a los "desleales".

Un "izquierdista" dijo que cuando trabajaban haciendo redes de camuflaje para el ejército, los atacaron con piedras jóvenes "delincuentes". Las autoridades segregaron a muchos inu miembros del CPUSA "para su propia protección".

Otro factor desfavorable fue la configuración de fuerzas en la sociedad estadounidense. Muchos "liberales" respaldaron (o no se opusieron públicamente a) los campos de concentración.

 La ACLU dijo que el presidente tenía autoridad para abrir campos, y solo se preocupó por agravios que pudieran ocurrir. Los periódicos no informaron sobre la situación de los detenidos.

Como no recibieron apoyo popular, era de esperarse que muchos japoneses-americanos se sintieran aislados, sin simpatía a su situación ni respaldo a su lucha.

Hoy, con la nueva ola de ataques contra los inmigrantes musulmanes, árabes y del sur de Asia, es preciso que examinemos críticamente ese período de la historia y aprendamos de él para redoblar nuestra lucha.

Las condiciones en los campos de concentración eran extremas, sometidos a privaciones y a los rigores más extremos del desierto. 

Muchos perecieron por falta de asistencia sanitaria. 

Los campos de concentración eran los siguientes:
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Amache (Granada), COLORADO
Abierto: 24 agosto, 1942.
Cerrado: 15 octubre, 1945.
Número máximo de presos: 7.318.
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Gila River, ARIZONA
Abierto: 20 julio, 1942.
Cerrado: 10 noviembre, 1945.
Número máximo de presos: 13.348.
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Heart Mountain, WYOMING
Abierto: 12 agosto, 1942.
Cerrado: 10 noviembre, 1945.
Número máximo de presos: 10.767.
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Jerome, ARIZONA
Abierto: 6 octubre, 1942.
Cerrado: 30 junio, 1944.
Número máximo de presos: 8.497.
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Manzanar, CALIFORNIA
Abierto: 21 marzo, 1942.
Cerrado: 21 noviembre, 1945.
Número máximo de presos 10.046.
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Minidoka, IDAHO
Abierto: 10 agosto, 1942.
Cerrado: 28 octubre, 1945.
Número máximo de presos: 9.397.
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Poston, ARIZONA
Abierto: 8 mayo, 1942.
Cerrado: 28 noviembre, 1945.
Número máximo de presos: 17.814.
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Rohwer, ARIZONA
Abierto: 18 septiembre, 1942.
Cerrado: 30 noviembre, 1945.
Número máximo de presos: 8.475.
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Topaz, UTAH
Abierto: 11 septiembre, 1942.
Cerrado: 31 octubre, 1945.
Número máximo de presos: 8.130.
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Tule Lake, CALIFORNIA
Abierto: 27 mayo, 1942.
Cerrado: 20 marzo, 1946.
Número máximo de presos: 18.789. (3)

Se les internó en los campos sin juicio ni condena legal. Sin embargo, la Corte Suprema, bajo el caso de Hirabayashi, sentenciaba que la evacuación a los campos de concentración era constitucional.

 La Corte volvía a escribir otra página negra en su historial.

A millares de internados les quitaron las tierras y sus negocios mientras estaban en los campos de concentración, quedándose en la más absoluta pobreza a su salida, pero la Corte no dijo nada sobre esto.

Fuentes:

Years of Infamy: The Untold Story of America's Concentration Camps, Michi Weglyn, Morrow Books, 1976

"Los campos de concentración estadounidenses en la II Guerra Mundial", Obrero Revolucionario No. 113, 10 de julio de 1981

"La traición del CPUSA", Obrero Revolucionario No. 118, 21 de agosto de 1981

Free to Die for Their Country: The Story of Japanese American Draft Resisters in World War 2, Eric Muller, University of Chicago Press, 2001

Only What We Could Carry: The Japanese American Internment Experience , editado por Lawson Fusao Inada, Heyday Books, 2000

"Conscience and the Constitution", video documental escrito, producido y dirigido por Frank Abe, Independent Television Service, 2000

“Los campos de concentración estadounidenses en la II Guerra Mundial”, Obrero Revolucionario No. 113, 10 de julio de 1981

“Audiencias sobre los campos de concentración: Un problema para el imperialismo yanqui”, Obrero Revolucionario No, 118, 21 de agosto de 1981

“La traición del CPUSA”, Obrero Revolucionario No. 118, 21 de agosto de 1981

Free to Die for Their Country: The Story of Japanese American Draft Resisters in World War 2, Eric Muller, University of Chicago Press, 2001

Strangers from a Different Shore: A History of Asian Americans, Ronald Takaki, Penguin, 1989

Only What We Could Carry: The Japanese American Internment Experience, ed. por Lawson Fusao Inada, Heyday Books, 2000



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