Pablo Gonzalez

El Pentágono ofrece menú, precios, advertencias


Jason Hirthler
CounterPunch

Después de cometer media docena de actos de guerra en Medio Oriente en los últimos años, ahora nos ofrecen el absurdo espectáculo de un general estadounidense que nos advierte de los peligros de cometer un acto de guerra. El lunes el general Martin Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto, bosquejó rigurosamente las opciones de una acción militar en Siria en una carta al Senado de EE.UU., agregando tristemente algunas advertencias sobre costes y daños colaterales que causaron una cierta ola de golpes de pecho histriónicos en el Senado. 
 
El menú de preferencias personales belicistas de Dempsey incluye el entrenamiento y asesoramiento de la oposición (el término “no-letal” siempre se añade con entusiasmo a actividades de asesoramiento); ataques limitados con misiles; establecimiento de una zona de exclusión aérea; creación de zonas tampón y control de armas químicas. Esas opciones adicionales aparecen incluso mientras el Congreso aprueba envíos de armas a los ‘rebeldes’ sirios.

Es importante, sin embargo, que Dempsey haya subrayado que el uso de fuerza de cualquier forma sería “nada menos que un acto de guerra”. Puede parecer obvio, pero no está dentro de la burbuja de Washington, de ahí la necesidad de exagerar lo obvio. Indignado ante esta demostración de sentido común, el senador John McCain amenazó con bloquear la reelección del general Dempsey como máximo cargo militar de EE.UU. McCain ha estado clamando a favor de una zona de exclusión aérea desde hace meses y considera que el general no es lo bastante hostil hacia la soberanía siria. Esto es absurdo ya que Dempsey acaba de presentar cinco ‘actos de guerra’ para que la Casa Blanca los estudie. 
 
Aunque los diversos enfoques parecen bastante diferentes a primera vista comparten un objetivo común: acabar con el gobierno de Bacher el-Asad. 
 
Tal como se utilizó en Libia, una zona de exclusión aérea nominal se diferencia poco de los “ataques a distancia” de Dempsey, ya que suministra una cobertura retórica a un brutal ataque aéreo a la infraestructura militar de un país, evadiendo convenientemente la interferencia del Congreso y erigiendo una pose de acción humanitaria de último recurso.

Para mortificar aún más a McCain, Dempsey también detalló convenientemente los exorbitantes costes de cualquiera de esas acciones, incluyendo los 500 millones de dólares de costes iniciales de una zona de exclusión aérea, seguidos de "sólo" 1.000 millones de dólares mensuales para mantenimiento. 
 
El control de armas químicas también costaría 1.000 millones de dólares mensuales. (El entrenamiento de yihadistas islámicos desquiciados en comparación es más barato, solo 500 millones de dólares al año). 
 
Después de presentar esos costes, Dempsey no pudo resistir la tentación de señalar con la debida inquietud que los gastos intervienen incluso mientras “perdemos disposición debido a recortes presupuestarios e inseguridad fiscal”. Esto debe de haber causado cierto embarazo incluso entre los partidarios más resueltos de reducir el déficit a toda costa.

Dempsey también hizo una difícil pantomima de lamentación, señalando su grave preocupación ante el hecho de que las armas o la información pudieran caer en manos de los afiliados de al Qaida (como los que estamos respaldando), así como al recordar el peso que representan esas decisiones para nuestros nobles dirigentes civiles.
 
 (Quizá se supone que conjuraremos la cara juiciosa de Obama con una corona de laurel sobre su calva). Cualquiera de los platos de su menú, señaló Dempsey, podría producir “ataques de represalia” y “daño colateral”, podría crear por descuido “zonas operacionales para extremistas” o “dar rienda suelta a las armas químicas que queremos controlar”, entre una serie de lamentables formas de caos.
 
 Hay que preguntarse si Dempsey llega tarde al conflicto sirio, considerando que es de conocimiento público que el armamento de los extremistas es el principio básico de nuestra estrategia siria o que es bastante posible que los extremistas que empleamos ya hayan utilizado armas químicas al servicio de su desacreditada rebelión.
 
 
 Tal vez Dempsey debería reconsiderar el caso de Libia para tener un mejor sentido de lo que significarían realmente las “consecuencias imprevistas”, es decir, desestabilizar comunidades delicadamente equilibradas en naciones vecinas (vea Malí) y la difusión indiscriminada de armamento y de una yihad apátrida en toda la región. También podría hacer que McCain reflexionara sobre el efecto interior de la zona libia de exclusión aérea, que no solo precipitó el fenómeno regional antes mencionado, sino que dejó la propia Libia reducida a una colección de hirvientes baluartes sectarios con un acobardado y nominalmente federado gobierno en Trípoli.
 
 La única pregunta que queda es si esas consecuencias son “imprevistas” o no.

No es descabellado sugerir la posibilidad de que al Pentágono a veces le gusta originar Estados fallidos. Una vez logrado, emergen las oportunidades: entran en acción grandes sistemas de préstamos que condicionan las ayudas al encadenamiento de las economías renacientes a reformas estructurales para remodelar el país y convertirlo en un mercado ilimitado para las multinacionales occidentales. Además de la utilización del país como centro operativo de actuaciones militares en toda la región y otros propósitos subrepticios.

Pero nada parece más falaz que la preocupación de Dempsey por que se cometa un “acto de guerra”. ¿No es en sí un acto de guerra el envío de dinero, armas e información a fuerzas mercenarias para derrocar un gobierno soberano? ¿No constituyen actos de guerra los perniciosos y no sancionados bombardeos de drones en Pakistán, Yemen y Afganistán? 
 
Y el envío de millones de dólares a los candidatos de la oposición en la elección venezolana del año pasado, ¿no es por lo menos una provocación grave?

Es difícil imaginar qué pasaría si alguno de los actos mencionados se cometiera contra EE.UU. sin conducir a una respuesta militar instantánea y cruel y a un diluvio de retórica indignada de la Casa Blanca. Imaginad un virus informático iraní que derribara la mitad de nuestros servidores de Internet. O que un drone paquistaní liquidara a una ‘amenaza’ en Iowa. O que Siria enviara armas a células islamistas en Delaware.

Dempsey debería reconocer el hecho de que hemos estado lanzando actos de guerra regularmente y sin remordimientos. Y tal vez sea el motivo por el cual su mensaje modestamente alarmista –aunque acomodado en un incremento de actuaciones para el cambio de régimen– probablemente caerá en oídos sordos en nuestro estéril y pusilánime Senado.

Jason Hirthler es escritor y veterano de la industria de las comunicaciones. Vive y trabaja en la Ciudad de Nueva York. Contacto: jasonhirthler@gmail.com .

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/07/24/syrian-regime-change-a-la-carte/

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