Pablo Gonzalez

Argo .- O como el Imperio es atacado por turbas de zombies del 3º mundo.

¡Argoderse!: el fraude de Argo

Ahora que el drama de Ben Affleck sobre los rehenes de Irán se ha hecho con siete candidaturas a los Oscar que sumar a sus galas, sobre las que ya se acumulan más de 109 millones de dólares en la taquilla nacional, el aplauso casi unánime de los críticos, y hasta una campaña que susurra que se presente Affleck al escaño pronto vacante de John Kerry en el senado, hace falta decirlo: Argo es un fraude.

A buen seguro, Argo es un amasijo fácilmente consumible de géneros trillados (aventurero exótico, película de travesuras política, descuidada cinta de redención paterna, sátira de Hollywood desde dentro) cuyos temas geopolíticos dan la impresión de que es inteligente e importante. 
 
Hasta se podría decir que es buena en lo que hace: le pasa a esa viejas fórmulas de Hollywood una mano nueva de pintura de época de los 70 (color: aguacate). 
 
Pero esta táctica es lo que convierte a la película no sólo en simplemente sobrevalorada sino en censurable. Sus modestos logros señalan fallos mayores en la película y en la capacidad de Hollywood para contemplar el mundo con honestidad.

Tal vez mi desagrado no sería tan intenso de no ser por la gran película que potencialmente sugería la secuencia inicial de Argo: una historia del Irán prerrevolucionario contada a través de un atractivo guión gráfico. 
 
La secuencia ofrece un retrato de cómo las intromisiones de la CIA en el gobierno de Irán llevaron a un gobierno corrupto y opresivo, incitando finalmente a la revolución de 1979.
 
 La secuencia humaniza incluso al pueblo iraní como víctima de esas violaciones.
 
 Bien puede ser que este comienzo sea la razón por la que los críticos le hayan otorgado su crédito a la película por ser reveladora y progresista…porque nada de lo que viene a continuación se le acerca, y el resto de la película en realidad deshace lo que consigue su inicio.

En lugar de mantener su mirada sobre el gran cuadro del Irán revolucionario, la película retrocede y se acomoda a una trama retrógrada de las de “norteamericanos blancos en (La CIA, Bin Laden, los ayatollahs…y como Hollywood lo cuenta. Dossier www.sinpermiso.info) .. peligro”. 
 
Cambia de reparto a esos iraníes oprimidos trocándolos en una furiosa horda como de zombis, los mismos demonios de rostros obscuros de otras innumerables películas, algo que sigue siendo un mecanismo de éxito seguro: infundir miedo a un público norteamericano.

Después de que el comienzo haga un escándalo de cómo se victimizó durante decenios a los iraníes, la película les margina de su propia historia, empujándoles al papel de villanos. 
 
Sin embargo, esta ironía se ve ensombrecida por otra mayor: para empezar, los héroes de la película, la CIA, contribuyeron a crear este desastre.
 
 Y su triunfo se ejecuta a través de una argucia más a expensas de unos iraníes prestos siempre a ser engañados como remate de tres décadas de engaños y manipulación.

Argo convierte la crisis de los rehenes de Irán, uno de los episodios más catastróficos de los últimos cincuenta años de asuntos exteriores de los EE.UU., en mero telón de fondo para una subtrama de un hecho rescatable, algo que hasta Robert Anders, uno de los rehenes de Argo, reconoció que era una “nota a pie de página”. 
 
La película distorsiona y empequeñece así un suceso que transformó la historia norteamericana. 
 
Irónicamente, un relato más general de la crisis de los rehenes supondría una película más persuasiva tanto desde el punto de vista de la trama como de la acción. 
 
Un gran cineasta podría realizar una secuencia asombrosa con la Operación Garra de Águila, la fallida misión de rescate que acabó con el choque de dos helicópteros, varios soldados norteamericanos muertos, y la consiguiente revisión de lasoperaciones militares norteamericanas. 
 
Imaginémonos el último acto de Zero Dark Thirty [La hora más obscura], pero con final infeliz.

No soy tan ingenuo y sé que una película así no sería bien recibida por el público. 
 
Y no estoy exigiendo que Hollywood haga una película tan tonificante y poco comercial como Esto no es una película, de Jafar Panahi, para mí la película suprema de 2012 y un reflejo veraz de la realidad de Irán, haciendo uso de toda la invención plena de recursos que se echa de menos en Argo. 
 
Pero sus apologetas sostendrán que una película como Argo es lo mejor que podemos esperar a la hora de representar este episodio de la historia, lo que la convierte en una película menos sobre la historia que sobre nuestra adicción nacional a los finales felices cinematográficos. 
 
Argo trata ostensiblemente de cómo una falsa película salva vidas, y por tanto del poder redentor de las películas en general.
 
 Pero puesto que trata de una película de mentira, no tiene que ver con lo que es hacer películas…sino con el poder de las paparruchas de Hollywood. 
 
En lugar de un verdadero cineasta, lo que tenemos es a Alan Arkin de productor sabelotodo de poca monta que nos obsequia con batallitas sobre cómo dar bombo publicitario y atraer la atención para hacer parecer que una película es importante…lecciones que los

promotores de Argo sin duda se tomaron a pecho (mi factoide publicitario favorito sobre Argo es que Ben Affleck cursó una asignatura de estudios sobre Oriente Medio. 
 
Nadie menciona que no se licenció) Las observaciones de Arkin pueden muy bien constituir una percepción precisa de cómo funciona de verdad Hollywood, pero reflejan la engreída complacencia de la película sobre su capacidad de ponernos una venda dorada sobre los ojos.

Al contemplar el éxito desenfrenado de esta película, da la impresión de que tanto a los críticos como al público les faltaran conocimientos históricos como para reconocer una perversión interesada de un pasado poco halagüeño, o la agudeza cultural suficiente para ver la naturaleza de absoluto sucedáneo del empeño. 
 
Un reparto de personajes y situaciones de repertorio, y una serie de fugas por los pelos cada vez más artificiosas huyendo de turbas del Tercer Mundo que, como es previsible, nunca son lo bastante listas como para atrapar a los norteamericanos.
 
 Podemos deleitarnos todo lo que queramos en este reciclaje cinematográfico, pero el hecho sigue siendo que ya no vivimos en un mundo del que podemos zafarnos con películas como éstas, no si queremos estar en situación de habérnoslas con un mundo que se alza a nuestro encuentro. 
 
Las películas que respaldamos necesitan ponerse a la altura de la ocasión de reflejar una nueva realidad global, utilizando un conjunto de herramientas para contar historias más novedoso que esta recalentada excusa para una intriga geopolítica histórica.

En la parte final de la película, el agente de la CIA que interpreta Affleck deslumbra los

soldados iraníes de un puesto de control con guiones dibujados de su falsa producción de ciencia ficción. 
 
La escena juega con ese canoso sentimiento que se expresa en toda ceremonia de los Premios de la Academia, y que se repetirá seguro cada vez que Argo reciba un Oscar: en todo el mundo la gente es de corazón aficionada al cine. Pero como la noche de los Oscar,

La CIA, Bin Laden, los ayatollahs…y como Hollywood lo cuenta.
 
 Dossier www.sinpermiso.info la escena es en realidad un reflejo de la arrogancia de Hollywood proclamando su propio poder. 
 
Este momento, por supuesto, supone más sandeces, una interesada fantasía urdida por el guionista.
 
 Pero nos retrotrae a la secuencia inicial de Argo, cuando nos deslumbra hasta someternos a base de una serie de dibujos de guión. 
 
Trabajo de estafa muy jaranero digno de su tema de la CIA, Argo piensa de ti lo mismo que piensa de esos bufonescos soldados iraníes: se les impresiona con excesiva facilidad con una endeble invención como para que puedan ver más allá de ella.

Nota del t.: A lo largo de la película, varios de los protagonistas juegan en Hollywood con el título, “Argo”, convirtiéndolo en “Argo-fuck-yourself”, lo que en la versión española queda traducido como “¡Argoderse!”.

Kevin B. Lee es crítico de cine, cineasta y productor de más de cien videoensayos sobre cine y televisión. Fundador de productoras como Fandor Keyframe y dGenerate Films, colabora con importantes programas y publicaciones como Roger Ebert Presents at the Movies, Sight & Sound, The Chicago Sun-Times y Slate. Slate, 10 de enero de 2013
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Zero Dark Thirty y Argo no hacen justicia a árabes ni iraníes

Mientras celebran tunecinos y egipcios el segundo aniversario de sus históricos alzamientos, dos de las películas más alabadas de Hollywood que compiten por los Oscar les dicen a los norteamericanos: 
 
"Qué más dará la primavera árabe o la Revolución Verde en Irán. Esa parte del mundo está paralizada por el fervor religioso y el odio a Occidente, y repleta de moralistas susceptibles, fáciles de embaucar".

¿Qué se han perdido directores como Kathryn Bigelow y Ben Affleck?
 
 Aquí tienen una trama que podrían usar: los iranies se echan a la calle para protestar porque les roban las elecciones, y una joven, Neda Agha Sultan, es asesinada delante de las cámaras, con el mundo atenazado por la incredulidad y horror. 
 
¿Se acuerdan de Neda? 
 
¿No era su historia de inocente heroísmo lo bastante convincente para Hollywood?
 
 Sin embargo, una historia diferente ha enganchado en Argo, como si no hubiera nada nuevo en Irán 34 años después de la revolución islámica.

Si no fuera inspiradora la historia de Neda, ¿qué tal el vendedor callejero tunecino que se prendió fuego para exigir igualdad social y desencadenó así la primavera árabe? 
 
¿Se acuerdan de Mohamed Buazizi? Empezó a vender fruta por las calles a los diez años para ayudar a su familia y a un hermano discapacitado, pero la policía local le humillaba confiscándole a menudo su carrito y su mercancía. 
 
Le llevaron al límite: se roció de disolvente de pintura con una mano y se prendió fuego con la otra.

El espantoso espectáculo de su suicidio sigue estando en YouTube, contemplado por millones de árabes. 
 
En los primeros seis meses posteriores a la muerte de Buazizi, el Centro de Traumas de Túnez informó de al menos 107 casos por imitación. 
 
Fadua Larui, una madre soltera marroquí, se prendió fuego enfrente de su ayuntamiento: el gobierno le había negado una vivienda después de haber demolido su casa. 
 
En Argelia, Mohsen Buterfif, padre de dos niños, de 37 años de edad, se inmoló cuando el alcalde de su ciudad no quiso oír sus ruegos de empleo y una vivienda decente.

No quiero darle glamour a tan horripilante acto sino hablar más bien de la discordancia entre las sociedades árabes modernas y un incansable relato popular. 
 
El mundo ha cambiado, pero estas películas, celebradas por su "contundente realismo", se ciñen a un viejo paradigma de nosotros contra ellos.
 
 No importa la chapucería de los paquistaníes hablando en árabe en Zero

La CIA, Bin Laden, los ayatollahs…y como Hollywood lo cuenta. Dossier www.sinpermiso.info Dark Thirty [La noche más obscura], o los extras turcos de Argo que interpretan a estudiantes iraníes. Parecen y suenan todos iguales unos a otros.

Los acontecimientos de 2009 y 2011 muestran un mundo árabe que se reinventa. No podría deducirse de estas películas ni de lo que con frecuencia se lee en los titulares. 
 
Para ver la verdadera revolución cultural, recomiendo ver un episodio del show satírico de Bassem Yussef o leer las mordaces columnas de la prensa árabe.
 
 Harán falta años antes de que sigan su curso las reformas reales, pero no podemos pretender que esta región está congelada en sus tradiciones.

Son muchos los que han criticado Zero Dark Thirty por su ausencia queja moral respecto a la tortura, pero más me alarmó su mensaje acerca de los heroicos ocupantes de Tahrir y otras protestas. 
 
Su amarga lucha en pro del cambio político queda ahogada por el cuento terrorista: "la mayor caza humana de la historia".

Bigelow parece estar sólo interesada en una historia de venganza: muestra una Norteamérica obsesionada por los malhechores. 
 
Esto no constituye ni un relato aleccionador de la realidad ni una posición moral en contra de la tortura; exagera la violencia como fantástica restauración del orgullo norteamericano.
 
 ¿Cómo puede esta representación de la historia, propia de halcones, con máquinas e interrogadores escalofriantes, recuperar nada? El miedo no puede transmitir una instancia moral superior.

Argo, la película de Affleck, sugiere correctamente la futilidad de la violencia, pero también se propone recuperar el orgullo perdido, esta vez con la historia de una Norteamérica que sale siempre airosa contra todo pronóstico.

La película presenta una historia absorbente, pero su imagen de Irán es la de una sociedad acosada por el fanatismo religioso. 
 
El Movimiento Verde de 2009 no surgió del vacío: salió a la calle una generación políticamente madura de iraníes, que no comparte la cerrada agenda política de sus dirigentes.
 
 Las protestas y los estridentes debates perduran hasta hoy en Irán,

Turquía y muchos estados árabes, señal de sociedades sanas en cambio constante. 
 
En una reciente manifestación en Teherán, los manifestantes portaban carteles que rezaban: "Dejad de apoyar a Siria, centraos en nuestra situación" y "Ni por Gaza ni por Líbano; mi alma se sacrifica por Irán."
 
 A lo largo y ancho del mundo árabe, las consignas piden empleo, educación, que se acabe la corrupción y se rindan cuentas, pero son sólo una visión huidiza para la mayoría de los norteamericanos.

Affleck se perdió un momento instructivo mientras filmaba Argo en Turquía. Le contaba a Ferry Gross de la NPR [National Public Radio] que resultaba difícil encontrar extras en Estambul para recrear el asedio de los estudiantes de la embajada norteamericana:

"Las cosas marchan bien en Turquía. No podíamos conseguir estudiantes. 
 
Los profesionales están trabajando, naturalmente…De manera que la única gente que teníamos disponible eran tipos que tenían 65 años. Así que lo convertimos un poco en una revolución de mayores". 
 
Bromas aparte, lo que es importante advertir es que la lente a través de la que vemos Oriente

Medio se ha nublado hasta hacerse irreconocible, pero todavía hacemos películas de acuerdo con esa visión borrosa. Se nos dice que son películas de ficción, pero todas empiezan con el título: "Basada en relatos de primera mano de hechos reales".
 
 ¿Cómo sabemos lo que es verdad y lo que es ficción?

No me hago ninguna ilusión sobre las credenciales de Hollywood en materia de política

exterior, pero tenía la esperanza de que dos cineastas – uno licenciado en estudios de Oriente Medio [1] y la otra, mujer en un club de hombres y directora de una excelente película bélica, diferente [The Hurt Locker, 
 En tierra hostil] – pudieran tener más cuidado. Podían haber contado historias que no redimieran solamente a Norteamérica sino que recuperasen el compromiso con la libertad y festejasen las diferencias.
 
 En pocos días, ambos directores podrían recibir nuevos espaldarazos en los Oscar, mientras se ignoran todavía más las nuevas voces de Oriente Medio.

Pero, ¿por qué tendríamos que esperar a Hollywood? Nuestra mayor indignación debería dirigirse a los inversores árabes que no quieren poner su fortuna al servicio del poder de contar
 
 La CIA, Bin Laden, los ayatollahs…y como Hollywood lo cuenta.
 
 Dossier www.sinpermiso.info de una historia.
 
 Los multimillonarios árabes podrían financiar películas que presentasen su región bajo una luz más matizada. 
 
No les hace falta pintarla de rosa, pero deberían hacer algo más que refundir cuentos de auto-triunfalismo. 
 
¿Por qué una región que dispone de festivales prestigiosos y empresas de comunicación panárabes no alienta, con todo, el cine?

Vincent Harding [2], dirigente de derechos civiles norteamericano, ha hablado de una

"peligrosa" espiritualidad "que hace imposible evitar a los tipos en líos".
 
 Necesitamos un cine "peligroso" que trate de las cargas y alegrías de lo que es ser árabe, sin miedo a que inspire o incomode a la gente.

Los tunecinos le han erigido un memorial a Mohamed Buazizi para no olvidar. 
 
Vamos a hacer películas para que comprendan.

Notas:

[1] Según afirma Kevin B. Lee en su artículo de este mismo dossier, ¡Argoderse!, Affleck no

llegó a licenciarse en esta especialidad.

[2] Vincent Harding (1931), historiador afronorteamericano conocido por su labor sobre y con

Martin Luther King.

Nabil Echchaibi es profesor ayudante de periodismo y comunicación en la Universidad de Colorado-Boulder

(EE.UU.), así como director asociado de su Centro de Medios de Comunicación, Religión y Cultura.

The Guardian, 20 de febrero de 2013

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