En medio de aplausos entusiastas en Nueva York y de las celebraciones en
Ramala, fue fácil creer –aunque fuera por un minuto– que, después de
décadas de obstrucción por Israel y EE.UU., se podría terminar por sacar
un Estado palestino del sombrero de las Naciones Unidas.
¿Será la
conciencia del mundo la nodriza de una nueva era que termine con la
ocupación de los palestinos por Israel?
Parece que no será así.
La
solicitud palestina, entregada al secretario general de la ONU, Ban
Ki-Moon, la semana pasada, ha desaparecido ahora de la vista –por
semanas, al parecer– mientras EE.UU. e Israel buscan una fórmula que les
salve la cara a fin de liquidarla en el Consejo de Seguridad.
Entre
bastidores, el par está presionando a los miembros del Consejo con
el fin de bloquear el reconocimiento de Palestina sin que sea necesario
que EE.UU. cumpla su amenaza de usar su veto.
Sea o no el
presidente Barack Obama el que esgrima el cuchillo con su propia mano,
nadie tiene la menor ilusión de que Washington no sea responsable del
fin formal del proceso de paz.
Al revelar al mundo su hipocresía
respecto a Medio Oriente, EE.UU. ha asegurado que los públicos árabes
estén enfurecidos y que los palestinos abandonen la solución de dos
Estados.
Pero hubo una victoria significativa en la ONU para
Mahmud Abbas, jefe de la Autoridad Palestina, aunque no haya sido la que
buscaba.
No logrará el reconocimiento del Estado para su pueblo en el
organismo mundial, pero ha desacreditado fatalmente a EE.UU. como
árbitro de una paz en Medio Oriente.
Al decir a los palestinos
que no existe un “atajo” hacia el reconocimiento del Estado –después de
que han esperado más de seis décadas a que se haga justicia– el
presidente estadounidense demostró que su país es incapaz de ofrecer
liderazgo moral en la solución del conflicto israelí-palestino
. Si Obama
es tan cobarde ante Israel, ¿qué mejor recepción pueden esperar los
palestinos de un futuro dirigente de EE.UU.?
Un invitado en la
ONU se atrevió a señalarlo cortésmente en su discurso. Nicholas Sarkozy,
el presidente francés, quien parece estarse apartando de su apoyo
original a un Estado palestino, advirtió de que el control
estadounidense del proceso de paz tiene que terminar.
“Tenemos
que dejar de creer que un solo país, incluso el más grande, o un pequeño
grupo de países, pueden resolver un problema tan complejo” dijo a la
Asamblea General.
Sugirió un papel más activo de Europa y de los Estados
árabes respecto a la paz con Israel.
Sarkozy parece haber hecho
caso omiso del hecho de que la responsabilidad de la solución del
conflicto se amplió un modo bastante parecido en 2002 con la creación
del Cuarteto, formado por EE.UU., la Unión Europea, Rusia y las Naciones
Unidas.
La formación del Cuarteto fue necesaria porque EE.UU. e
Israel se dieron cuenta de que la dirigencia palestina no seguiría
participando en el juego del proceso de paz si la supervisión continuaba
exclusivamente en Washington, después de la traición a los palestinos
por el presidente Bill Clinton en Camp David en el año 2000.
La tarea
del Cuarteto era restaurar la fe palestina en –y conseguir unos pocos
años más para– el proceso de Oslo.
Sin embargo, el Cuarteto
también se desacreditó rápidamente, no solo porque sus funcionarios
nunca se apartaron del consenso israelí-Washington.
La semana pasada el
negociador sénior palestino Nabil Shaath habló por todos los palestinos
cuando acusó al enviado del Cuarteto, Tony Blair, de sonar como un
“diplomático israelí” cuando trató de disuadir a Abbas de solicitar el
reconocimiento del Estado.
Y como era de esperar, el Cuarteto
respondió a la solicitud palestina a la ONU ofreciendo débilmente en su
lugar a Abbas más de las mismas exhaustas conversaciones que no han
llevado a ninguna parte durante dos décadas.
La acción de la
dirigencia palestina ante la ONU, soslayando efectivamente al Cuarteto,
amplía aún más el círculo de responsabilidad de la paz en Medio Oriente.
También devuelve los 63 años de sufrimientos de los palestinos al
organismo mundial.
Pero la solicitud de Abbas también saca la luz
la impotencia de la ONU para intervenir de manera efectiva. El
reconocimiento de un Estado depende de un envío exitoso al Consejo de
Seguridad, dominado por EE.UU.
La Asamblea General podrá ser más
favorable, pero no puede conferir más que una mejora simbólica del
estatus de Palestina, poniéndola al mismo nivel que el Vaticano.
Por
lo tanto la dirigencia palestina está bloqueada. A Abbas se le acabaron
las direcciones institucionales para que le ayuden a establecer un
Estado junto a Israel.
Y eso significa que hay una tercera víctima de la
solicitud de reconocimiento del Estado: la Autoridad Palestina. La AP
fue el fruto del proceso de Oslo y se marchitará sin su sustentación.
En
su lugar entramos a una nueva fase del conflicto en la cual EE.UU.,
Europa, y la ONU solo tendrán un rol marginal. La vieja guardia
palestina está a punto de ser cuestionada por un nueva generación
cansada de las estructuras formales de la democracia que solo velan por
los intereses de Israel.
Los nuevos dirigentes jóvenes palestinos
están familiarizados con los medios sociales, están mejor equipados
para organizar un movimiento popular masivo y se niegan a ser limitados
por las fronteras que enjaularon a sus padres y abuelos.
Su evaluación
es que la AP –e incluso el supra-organismo poco representativo de los
palestinos, la OLP– forman parte del problema, no de su solución.
Hasta
ahora se han mantenido muy considerados hacia sus mayores, pero esa
confianza desvanece rápidamente. Educados y alienados, buscan nuevas
respuestas a un antiguo problema.
No las buscarán en países e
instituciones que han confirmado repetidamente su complicidad con la
conservación de la miseria del pueblo palestino.
Los nuevos dirigentes
apelarán por sobre las cabezas de los guardavallas, volviéndose a la
corte de la opinión pública global.
Los sondeos muestran que en Europa y
en EE.UU., la gente de a pie siente muchas más simpatías por la causa
palestina que sus gobiernos.
Los primeros brotes de esta
revolución en la política palestina fueron evidentes en el movimiento
juvenil que atemorizó antes en este año al partido Fatah de Abbas y a
Hamás para llevarlos a crear una apariencia de unidad.
Esos jóvenes,
liberados ahora de la distracción del sueño del reconocimiento del
Estado palestino, reorientarán sus energías hacia una lucha contra el
apartheid, utilizando los instrumentos de la resistencia no violenta y
la desobediencia civil. Su llamado a la acción será una persona un voto
en el Estado gobernado por Israel.
El apoyo global se traducirá
en una rápida intensificación del movimiento por el boicot y las
sanciones.
Es probable que la legitimidad de Israel y la credibilidad de
su dudosa afirmación de ser una democracia reciban aún más golpes.
Los
eventos de la ONU están creando una nueva claridad para los palestinos,
recordándoles que no puede haber autodeterminación hasta que se liberen
ellos mismos del legado de colonialismo y las ilusiones interesadas de
las personalidades envejecidas que ahora los dirigen.
Los ancianos en
trajes de negocios ya tuvieron su hora.
Jonathan Cook obtuvo el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su sitio web es: www.jkcook.net.