Mientras usted lee estas líneas la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
de los Estados Unidos está exclusivamente dedicada a dar con el
paradero de Muammar Muhammad Abd as-Salam Abu Minyar al- Gaddafi, quien
acaba de ser derrocado por la OTAN y sus “combatientes de la libertad”.
Puede que piensen ofrecerle un exilio
seguro a cambio de sus favores en la lucha contra “el terror”; puede que
quieran asesinarlo para que no revele el apoyo que en los últimos años
recibió de Occidente; puede que, para no defraudar a la multimillonaria
masa de semi-analfabetos seguidores de Facebook, Twitter y You Tube,
intenten someterlo al escarnio de su brazo judicial: la Corte
Internacional de Justicia.
Poseen sus mil y un retratos, sus huellas dactilares y
oculares, su ADN.
Lo único que no saben es a cuál de las múltiples
personalidades de Gaddafi deben borrar del mapa de la historia para
terminar de apoderarse de Libia y su petróleo.
Aunque, pensándolo bien, como en los tiempos en que el
stalinismo editaba las fotografías públicas para hacer desaparecer de
ellas, como por arte de magia, a sus más odiadas – y admirables –
figuras de la oposición de izquierda, el “Ministerio de la Verdad”*
(toda la gran prensa internacional y sus sirvientes) ya les ha
facilitado la tarea.
Esos periodistas de los que Gaddafi alguna vez dijo:
“…Ellos representan los intereses de lo peor que existe en el mundo, de
los que son capaces de invadir y dominar pueblos, matando y matando, de
las empresas que se adueñan y roban los recursos de los pueblos.
Los que
hacen la guerra, sin pensar en los pueblos en ningún momento.
Periodistas de los países coloniales que son responsables de millones de
muerte en nuestros pueblos”.
Gracias a ellos en la conciencia colectiva ya no queda
nada del joven capitán beduino y nasserista, descendiente de héroes de
la resistencia contra la invasión italiana, que se puso al frente del
golpe de estado del 1 de setiembre de 1969 para derrocar a un títere de
las potencias occidentales, el rey Idris as-Sanusi, y proclamar la
República Árabe Libia, la neutralidad exterior; la unidad nacional como
paso previo para la consecución de la unidad árabe; la evacuación de las
bases militares británicas y estadounidenses ; y la nacionalización de
la riqueza petrolera nacional.
Menos aún del
artífice de la Yamahiriyva (El Estado de las Masas) que transformó a
Libia de una atrasada semi-colonia en el país con la esperanza de vida
más alta de África continental y una de las tasas de mortalidad más
bajas del mundo; con el PIB nominal per cápita más alto (al mismo nivel
de Argentina o México) y la ubicó en el primer puesto en el índice de
desarrollo humano del continente.
¿Cómo era la situación en Libia antes de la Revolución? le preguntó a Gadaffi la periodista argentina Estella Calloni en 1984.
“En aquellos momentos el pueblo libio vivía bajo un
régimen de independencia figurada.
En realidad el pueblo libio vivía
como un extraño, como un extranjero en su propio territorio.
Estaba
sometido a régimen colonial.
Había una autoridad colonial.
Era una
situación muy primitiva, con absoluta miseria para el pueblo.
Nosotros
los libios no éramos dueños de nuestras propias vidas.
El pueblo tenía
una situación muy inestable.
Sólo una minoría vivía en condiciones
especiales, con gran estabilidad y riqueza.
Ellos tenían grandes casas,
(los colonialistas).
El resto del pueblo vivía en tiendas.
Podría
decirse qua sólo éranos pastores.
No había esperanza de futuro. No
existía desarrollo de la agricultura, ni sanidad, ni trabajo productivo.
Ningún tipo de desarrollo.
Solamente se extraía petróleo, y
naturalmente el rol de las compañías extranjeras era entonces disfrutar
al máximo de los bienes producidos por el petróleo, y de todo esas
ganancias nada el pueblo no recibía nada, ningún beneficio.
Había mucha
pobreza y atraso”.
Gaddafi encabezó una verdadera revolución.
El primero en
advertirlo y sufrir sus consecuencias fue el sector petrolero.
A la
nacionalización de la poderosa British Petroleum le siguió el 51 por
ciento de la propiedad del resto.
El Estado libio, a través de la
Corporación Nacional del Petróleo (NOC), pasó a controlar el 60% de toda
la producción petrolera, porcentaje que subió al 70% en los años
siguientes.
Luego, todos los bancos sin distinción fueron obligados a
poseer un mínimo de un 51% de capital de titularidad libia y a destinar
la mayoría de los puestos de sus consejos de administración a ciudadanos
libios.
Finalmente, le tocó el turno a todas las grandes empresas
privadas, comenzando por las propiedades de los italianos, los antiguos
invasores con una importante presencia en el sector agropecuario.
Todos
sus bienes fueron confiscados y los propios colonos y sus descendientes
fueron expulsados a su patria de origen. Solo se preservó la propiedad
de las pequeñas empresas nacionales.
Una economía planificada orientó el grueso de la renta
petrolera hacia las obras públicas y los servicios sociales para acabar
con la precariedad de extensas capas de la población.
Gracias a esta
gestión patrimonial y a los subsidios generalizados la sociedad libia
pasó a disfrutar de estándares de vida sin parangón en África y en el
mundo árabe: la alfabetización aumentó del 64% de la población en 1990
al 87% en el 2010, la esperanza de vida al nacer de 67 años en 1990 a 77
años dos décadas después y la tasa de mortalidad infantil se redujo del
64‰ al 20‰, respectivamente.
Desde la década de los setenta, Libia
experimentó grandes avances en la reducción de la incidencia y la
erradicación de enfermedades infecciosas, y los casos de pobreza extrema
llegaron a ser raros.
Transcurridos 40 años desde la subida de Gaddafi
al poder, prácticamente el 100% de la población urbana, y la mayoría de
la rural, tenía acceso a servicios de saneamiento y agua potable de
óptima calidad en sus hogares, un verdadero lujo en un país
perpetuamente árido.
Sin embargo, como ocurrió y ocurre (Venezuela) en todas
las revoluciones socialistas o populares, mientras los sectores más
pobres y excluidos de la población las apoyan – en el caso de Libia los
austeros pobladores del desierto de estirpe beduina y a las empobrecidas
masas proletarias de las ciudades – los desplazados del poder, los
principales beneficiarios del antiguo régimen y no pocos integrantes de
las clases medias, burócratas, estudiantes, intelectuales y políticos
conservadores o liberales, religiosos fundamentalistas, se incorporaron,
de una manera u otra, a las filas de la contrarrevolución.
En Libia los sectores más cosmopolitas y educados de la
sociedad o se acomodaron al torrente de cambios desencadenado por
Gaddafi (los mismos que desertaron y se pusieron a las órdenes de
Estados Unidos y la OTAN cuando percibieron el cambio en la correlación
de fuerzas) o emigraron al extranjero para servir como fuente
privilegiada de desinformación a la gran prensa y a las agencias
estatales de espionaje. Quienes se quedaron y osaron conspirar pagaron
caro el precio de traición a la patria.
“Cuando eliminamos las bases extranjeras de territorio
libio y tomamos medidas como asumir el control de la producción de
petróleo, entre otras, la Revolución enfrentó al poder imperial y
colonial y a las poderosas compañías trasnacionales.
Entonces vimos la
poderosa propaganda contraria a los cambios producidos en Libia.
Esto
influyó en algunos gobiernos árabes altamente dependientes de las
metrópolis coloniales, que volvieron la espalda al viejo sueño de la
unidad.
Nuestros cambios a favor del pueblo y la utilización de los
recursos petroleros para el crecimiento y desarrollo verdadero y para la
justicia con el pueblo, demostraba la corrupta forma cómo administran
algunos sus recursos, dejando afuera a los pueblos.
Cuando vieron que
Libia era importante para los pueblos de África del Norte, Estados
Unidos se puso al frente en la campaña contra nosotros”, le dijo Gadaffi
a Calloni.
El líder libio enfrentó conspiraciones, intentos de
asesinarlo, condenas, sanciones, embargos, amenazas y hasta bombardeos
sobre Trípoli y su vivienda que causaron la muerte de una pequeña hija
adoptiva.
En legítimo uso del derecho de defensa de las conquistas
económicas y sociales alcanzadas, Gadaffi privilegió todo lo
concerniente a la seguridad del estado; recurrió a una guerra defensiva
pese a contar con medios precarios e insuficientes; contraatacó apoyando
a todos los movimientos de liberación nacional del mundo.
¿O que esperaban el imperialismo y sus lacayos, desde la
ONU hasta los organismos internacionales de Derechos Humanos?
¿La
rendición?
¿El sometimiento?
¿Clemencia y perdón para los vende patria,
como lo pretendieron sistemática e infructuosamente en Cuba?
“Desde ese momento comenzó esa campaña para mostrarnos
como país terrorista.
En 1981 me nombraron como “el enemigo público
número uno de Estados Unidos, El presidente Reagan con esos argumentos
aumentó la ayuda militar a sus principales aliados, Egipto, los emiratos
y los gobiernos más conservadores”, explicó Gaddafi.
La absolución de Juárez
Probablemente el berebere nunca leyó el “Manifiesto
Justificativo de los Castigos Nacionales de Querétaro” (fusilamiento del
Emperador Maximiliano de Habsburgo y otros) escrito el 17 de julio de
1857 por quien lo venció militarmente y después de un prolongado y
cuidadoso juicio, sentenció su condena a muerte: Benito Juárez.
De haberlo hecho, pese al abismo geográfico, cultural,
religioso, hubiese advertido las grandes coincidencias y hubiese hecho
suyos los argumentos y las palabras del Benemérito de las Américas,
comenzando por “El mundo político de Europa es un magnífico edificio
carcomido por el gusano de la inmoralidad”.
Ante la encolerizada reacción de Europa (Francia,
especialmente, la invasora de México que 145 años después bombardea
Libia junto con Estados Unidos, Italia y Gran Bretaña) por la ejecución
del espurio Emperador, en ese texto memorable Juárez defendió el derecho
de México a defender su soberanía y aplicar su justicia y demostró la
falta de autoridad moral y política del Viejo Mundo para condenar los
actos de legítima defensa de las jóvenes naciones.
Con ejemplos como este desnudó la proverbial hipocresía
francesa: “La Francia de Luis Felipe “regeneró” a los árabes de Argelia.
Su gobernador general, el Mariscal Bugeaud creyó tener el derecho de
exterminio contra un pueblo independiente y lo dejó al coronel Pelissier
(después duque de Malakoff) para asediar mil individuos de una tribu
que se habían refugiado en una caverna inexpugnable con mujeres, niños,
animales y algunas provisiones.
Polissieer juzgó la dilación de formar
un cerco peligrosa; y más expeditivo creyó entonces cerrar las salidas
de aquel antro y quemar a los sitiados como en un horno”.
Juárez acuñó el término “nacionicidio” (asesinato de una Nación) como el mayor crimen concebible.
Disfrazado con el ropaje de la libertad, la democracia y
el humanitarismo, un nuevo naciocidio es el que están cometiendo Estados
Unidos, la OTAN y la ONU en Libia, como ya lo hicieron en Corea,
Vietnam y Camboya, Timor Oriental, Granada, Panamá, Haití, Somalia,
Congo (apoyando a Ruanda y Uganda), la antigua Yugoslavia, Irak,
Afganistan.
Manipulación y viraje
Para consumo de la desinformada y manipulada opinión
pública internacional el Gaddafi patriota, nacionalista y revolucionario
fue rápidamente sustituido por el Gadaffi terrorista y sanguinario.
Y luego de varios años de ostracismo, a finales de los
90´s., en un viraje político-ideológico que aún no se ha estudiado en
profundidad, él mismo se encargó de borrar con el codo las mejores
páginas surgidas de su mano (la Yamahiriyva y el “Libro Verde”) para
adaptar a Libia a los nuevos tiempos de neo-liberalismo y profundos
cambios en el ordenamiento mundial.
A una política económica que, con el beneplácito de
Europa, abrió las puertas a las privatizaciones y la inversión
extranjera en el sector petrolero, le siguió en 1999 la entrega de los
sospechosos del atentado terrorista de Lockerbie, obteniendo así el
levantamiento de las sanciones de la ONU.
Después del 11 de setiembre del 2001 se sumó entusiasta a
la “guerra contra el terror” de George W. Bush, reprimiendo a las
organizaciones y células fundamentalistas existentes en territorio
libio.
Pero su deseo de ser aceptado por el Imperio y sus
aliados fue más lejos aún: en el 2003 se responsabilizó del atentado de
Lockerbie y renunció al desarrollo de armas de destrucción masiva.
Y en
el 2008 firmó con los Estados Unidos acuerdos de compensación por los
ataques de ambas partes.
En el 2009 pronunció su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU.
¿Creyó – como Chávez al entregar a presuntos militantes
de la FARC – que esa estrategia le garantizaría el fin de las
hostilidades y un clima de estabilidad política adecuado para perpetuar
su poder mediante la designación de unos de sus hijos como sucesor?
Resulta casi imposible atribuirle semejante ingenuidad.
O
semejante desconocimiento de la historia y de las leyes que siempre han
regido las luchas por el poder internacional.
Invariablemente, Washington ha interpretado cualquier
gesto de buena voluntad o distensión de sus adversarios como un signo de
debilidad o agotamiento; preanuncio de una derrota.
Así le ocurrió al
general Juan Domingo Perón, en Argentina, cuando en 1954 y 1955, pocos
meses antes del golpe de estado apoyado por Estados Unidos que terminó
con su segundo gobierno, firmó contratos petroleros con la Standard Oil
Company de California, poniendo en crisis los principios de soberanía
nacional contenidos en la Constitución Nacional (art. 40).
Así le
ocurrió a Daniel Ortega, de Nicaragua, cuando apostó – contra la
autorizada opinión de Fidel Castro, el más fogueado e inteligente
estadista antimperialista de nuestro tiempo - a las elecciones
presidenciales de 1990 (que perdió) como único y último recurso para
mantener al FSLN en el poder.
Así le ocurrió a Noriega, de Panamá, quien
pensó que su colaboración con la CIA/DEA lo pondrían a salvo de una
invasión y su captura.
Lo mismo puede ocurrirle a Chávez si cree que la
traición a los revolucionarios colombianos es el (alto) precio a pagar
para ganarse las simpatías del Imperio.
Los intereses de Estados Unidos no se conforman con una parte.
Van e irán por todo.
Revolucionario o revisionista de sus propias políticas,
panárabe o panafricano, abanderado de las luchas de liberación nacional o
represor del fundamentalismo árabe, terrorista o arrepentido,
antiimperialista o colaborador de la CIA, temprano o tarde Gaddafi será
capturado o asesinado y gracias a la infernal maquinaria mediática y
propagandística pasará a la historia como un sanguinario dictador,
mesiánico y megalómanoque masacró a su propio pueblo. (será una
obligación de quienes no pertenecemos a esa maquinaria hacerle
justicia).
*Uno de los cuatro Ministerios de la novela de G. Orwell
“1984”. En el libro el “Miniver” se dedica a manipular o destruir los
documentos históricos de todo tipo (incluyendo fotografías, libros y
periódicos), para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con
la versión oficial de la historia, mantenida por el Estado.
http://www.argenpress.info/2011/08/quien-derroco-la-otan.html