Junto a la atención médica que ofrecen desde hace dos décadas a los niños de Chernobil, los especialistas cubanos han desarrollado importantes investigaciones científicas que aportan a los tratamiento
Por: MARIETA CABRERA (nacionales@bohemia.co.cu)
(01 de marzo de 2010)
(ANTONIO PONS)
En esa época la familia vivía en una ciudad situada a 80 kilómetros de Kiev, en Ucrania, y el muchacho era una de las tantas personas posiblemente afectadas por el accidente ocurrido en la central nuclear de Chernobil, el 26 de abril de 1986.
Cuando el joven ucraniano arribó a la Isla caribeña, despuntaba la década de los 90 del siglo pasado y, con esta, el programa cubano de atención a niños procedentes de las zonas cercanas al lugar de la catástrofe, en respuesta a la solicitud de ayuda internacional solicitada por la entonces Unión Soviética.
Cansados de recorrer en vano varios hospitales en su país de origen, donde desahuciaron al muchacho, los padres se aferraron a la esperanza que significaba aquel gesto cubano. Hoy, con 34 años, y después de sortear la trampa que le tendió la grave enfermedad, Vladimir agradece el empeño de los médicos, y les reconoce su elevada calificación profesional y sensibilidad humana.
Las afecciones dermatológicas están entre
las más frecuentes que padecen los niños
(ANTONIO PONS)
Aunque el calor del trópico le hizo desear al principio un pronto retorno a su país, nunca pudo irse. “Cuba me atrapó, la mitad de mi vida ha acontecido aquí”, dice, y confiesa que su mayor alegría ha sido el nacimiento de sus dos hijos en esta tierra. Un buen día decidió que su destino estaría vinculado a quienes, como él, necesitaban ayuda especializada para resolver sus dolencias. Por esa razón, desde hace algún tiempo trabaja en el área administrativa del Hospital Pediátrico de Tarará.
Gracias a este acuerdo, que ya cumple 20 años, más de 24 mil personas han recibido atención médica en instituciones cubanas de salud, fundamentalmente niños, muchos de los cuales han sido tratados por presentar tumores o leucemias, así como otros padecimientos que han requerido operaciones complejas.
Si bien el propósito esencial del programa ha sido siempre la asistencia médica, la liberación hacia la atmósfera de isótopos radiactivos como consecuencia del accidente sumó otras interrogantes para los especialistas: ¿Qué nivel de contaminación interna podían tener los muchachos, es decir, qué cantidad de sustancia radiactiva poseían? ¿Cuál era la dosis que habían recibido?
Para el doctor Julio Medina, director del Hospital Pediátrico de Tarará, la posibilidad de explorar en este campo era a todas luces útil. “Si a los pacientes con afecciones endocrinológicas les hacíamos controles hematológicos periódicos para chequearlos, poder asociar esos estudios médicos a los resultados radiobiológicos, nos permitía tener una referencia acerca del impacto de las radiaciones en la salud de esas personas y hacer pronósticos.”
En aquellos primeros años, llegaban miles de niños y los especialistas cubanos suponían que venían con determinados niveles de contaminación, aunque las dosis debían ser muy bajas. Pero había que medirlas.
Contra viento y marea
El programa cubano ha incluido
también la atención médica a
muchos niños huérfanos, como
Eugueni Popovich, lo que refuerza
su carácter social y humano
(ANTONIO PONS)
Para el doctor en Ciencias Biológicas Omar García y otros investigadores del Centro para la Protección e Higiene de las Radiaciones (CPHR) la posibilidad de investigar acerca de este tema apareció, no por mandato, sino por el interés de los propios especialistas. Tuvieron que empezar por crear el equipamiento para medir a los niños porque en esa época no disponían del contador de cuerpo entero, adquirido a mediados de la década de los 90 como parte de una colaboración internacional.
Según cuenta Omar, con los detectores ya comprados, un grupo de profesionales, guiados por el ingeniero cubano Rodolfo Cruz —quien dirige actualmente el Laboratorio de Dosimetría en el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA)—, confeccionó la estructura donde debían colocar a la persona para aislarla de las radiaciones existentes en el medioambiente. Para esto tomaron una camilla e hicieron con plomo una especie de túnel blindado, que instalaron en una de las casas de Tarará, donde se establecieron los especialistas a cargo de los estudios.
“Fueron jornadas de trabajo muy intensas. Estábamos en los años más crudos del periodo especial y nuestra gente demostró una vez más su capacidad de inventiva. ¡Ni me acuerdo de dónde salieron las planchas de plomo para la estructura de la camilla!, pero la propia naturaleza del programa nos entusiasmó a todos desde el principio”, rememora Omar.
“Fueron jornadas de trabajo muy intensas. Estábamos en los años más crudos del periodo especial y nuestra gente demostró una vez más su capacidad de inventiva. ¡Ni me acuerdo de dónde salieron las planchas de plomo para la estructura de la camilla!, pero la propia naturaleza del programa nos entusiasmó a todos desde el principio”, rememora Omar.
A partir de los resultados de las mediciones, crearon grupos de pacientes que mostraban menor y mayor grado de contaminación, y con la información ofrecida por los exámenes médicos, evaluaron (aun con la limitación de que eran niños previamente seleccionados en su país de origen), si era posible relacionar los niveles de contaminación que tenían los pequeños con algunas de las enfermedades que padecían. En estas indagaciones tuvieron en cuenta parámetros como el de las hormonas tiroideas, el único que mostró alteraciones.
Haber podido medir los niveles de
contaminación en miles de niños permitió
a los investigadores cubanos elaborar
una base de datos automatizada de
gran utilidad, en opinión del doctor en
Ciencias Biológicas Omar García
(MARÍA AIXA LÓPEZ)
“Es sabido —precisa Omar— que como consecuencia del accidente de Chernobil se emitió mucho yodo a la atmósfera, y que investigaciones realizadas por especialistas de las zonas afectadas han arrojado un aumento del cáncer de tiroides en los niños de esos lugares ya nacidos cuando ocurrió la catástrofe.
“La peculiaridad del trabajo realizado por especialistas de nuestro centro estuvo en que fueron calculados los niveles de contaminación en un grupo considerable de niños —alrededor de cinco mil entre 1990 y 1995— bajo las mismas condiciones y esa información sistematizada permitió crear una base de datos automatizada de gran utilidad.”
Esos aportes, aunque modestos, fueron reconocidos por el Organismo Internacional de Energía Atómica, el cual publicó un documento técnico con los datos de los estudios dosimétricos que permitieron hacer estimaciones de las dosis interna y externa que tenían los niños (esta última a partir de lo divulgado acerca de la contaminación del suelo en los lugares donde vivían los muchachos), y calcular la dosis total.
Esos aportes, aunque modestos, fueron reconocidos por el Organismo Internacional de Energía Atómica, el cual publicó un documento técnico con los datos de los estudios dosimétricos que permitieron hacer estimaciones de las dosis interna y externa que tenían los niños (esta última a partir de lo divulgado acerca de la contaminación del suelo en los lugares donde vivían los muchachos), y calcular la dosis total.
Fueron incluidos, además, los resultados de los estudios biomédicos, los cuales demostraron que los niveles de contaminación interna recibidos por tres grupos de niños de localidades con diferentes grados de afectación, no indujeron la aparición de aberraciones cromosómicas, el indicador biológico más sensible para evaluar el efecto de las radiaciones ionizantes.
La investigación titulada Impacto de las radiaciones en niños de zonas afectadas por el accidente de Chernobil atendidos en Cuba fue distinguida con el Premio de la Academia de Ciencias de Cuba, en 1994, y con el del Centenario del Descubrimiento de la Radiactividad, en 1997, concedido por el Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente al trabajo de más relevancia desarrollado en Cuba en el ámbito nuclear.
Camino infinito
Estructura de hormigón denominada
"sarcófago", diseñada para contener el
material radiactivo del núcleo del reactor
(Internet)
Reportes aparecidos en la literatura hace unos diez años daban cuenta de daños en el ADN de un grupo de niños relacionados con el accidente de Chernobil, de acuerdo con un estudio realizado por científicos italianos.
La noticia motivó a los investigadores cubanos. En breve tiempo seleccionaron un grupo de pacientes para realizarles los análisis pertinentes, con la sospecha de que era poco probable que los bajos niveles de dosis recibidos por los pequeños provocaran tales afectaciones.
La noticia motivó a los investigadores cubanos. En breve tiempo seleccionaron un grupo de pacientes para realizarles los análisis pertinentes, con la sospecha de que era poco probable que los bajos niveles de dosis recibidos por los pequeños provocaran tales afectaciones.
Emplearon la técnica de Ensayo Cometa, la misma utilizada antes en el estudio de los italianos. Según comenta Omar, las células que se estudian son los linfocitos, esencialmente. “Mientras más radiación reciben más rupturas hay en los cromosomas y en el ADN en sentido general. Cuando esa célula se somete a un campo eléctrico los fragmentos de ADN migran, y semejan la figura de un cometa, por lo que mientras más grande es la cola, mayor es el daño.”
Contrario a lo hecho por los autores del estudio europeo, quienes establecieron la comparación entre niños ucranianos e italianos y no tuvieron en cuenta la contaminación interna, los cubanos seleccionaron un grupo de muchachos con cierto grado de contaminación interna, medida por el contador corporal, y compararon el daño al ADN que presentaban estos con el revelado por otro grupo de la misma edad que no mostraba contaminación en ese momento.
Los tratamientos médicos
especializados han contribuido a
mejorar el estado de salud de
pacientes con enfermedades graves
(HOSPITAL PEDIÁTRICO DE TARARA
“Demostramos que no existía daño de ese tipo”, resume Omar. Los resultados de estas indagaciones fueron publicados en la revista Mutation Research, en 2007, y son citados como referencia cuando se hacen revisiones acerca de la aplicación de esta técnica para evaluar problemas de contaminación interna, afirma el experto.
Proyectos novedosos en este campo animan a los especialistas del patio, esta vez asociados con expertos del Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear de Francia. A tono con el desarrollo de métodos más recientes, obtuvieron por primera vez curvas de calibración para altas dosis de radiaciones gamma y neutrones. Estos resultados fueron dados a conocer en 2007.
Según ilustra el especialista en biofísica, a partir de una dosis de radiación y un efecto se estudia el comportamiento de este último a nivel de laboratorio, irradiando in vitro. Después, cuando ocurre un accidente, se cultiva la sangre para detectar el efecto y mediante modelos matemáticos se calcula la dosis que recibió la persona.
“Para las dosis altas hacemos que los cromosomas se condensen con sustancias químicas, y para las muy bajas utilizamos unos anticuerpos que permiten detectar las rupturas ocurridas en la cadena de ADN, las cuales aparecen como un punto luminoso y se pueden contar. Mientras mayor es el número de rupturas, más alta es la dosis.”
En el Hospital Pediátrico de Tarará los niños
disponen de un entorno favorable para la
recuperación de su salud física y emociona
disponen de un entorno favorable para la
recuperación de su salud física y emociona
Ahora, esperan tener estandarizada esta técnica para utilizar el indicador de dosis extremadamente bajas en un estudio, similar al realizado con el Ensayo Cometa, donde prevén incluir a niños que posean algún grado de contaminación, “aunque estos niveles han disminuido muchísimo por el tiempo y las medidas que se han puesto en práctica en esos territorios”, concluye Omar.
Como entonces Vladimir, otros muchachos permanecen en la Villa de Tarará con la ilusión de recuperar su salud. Eugueni Popovich, de ocho años, es atendido por una afección urológica, a lo que se suma su baja talla y malnutrición por defecto. Mientras la doctora Elizabeth lo examina, los ojitos del pequeño se escapan por la ventana y miran al mar. Para él, el sol del trópico parece ser una bendición.
“Me gusta Cuba; sus palmas y sus playas”, dice, y quién sabe si con esas preferencias esta Isla termine por engatusarlo.