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El Vaticano atrae turistas a Galicia con el gancho de los despojos de santos

SILVIA R. PONTEVEDRA

En Monforte y en Santiago se conserva leche envasada de la Virgen María; en San Paio de Antealtares, un grano de incienso de los Reyes Magos; en Allariz, un pañal del niño Jesús; en Xunqueira de Ambía, unas piedras en las que posó los pies su madre; en Celanova, barro del campo en el que se crió Adán y tierra del lugar en el que Cristo subió al cielo, además de una espina de la corona de Cristo y los restos del cordero que pastaba junto al Santo Sepulcro.

La quijada de san Cristóbal pertenece en realidad a un animal paleolítico

Se guarda la silva sobre la que se echó san Benito para vencer la tentación

En Viveiro hay tierra del pozo en el que fue arrojado san Pedro después de muerto.

Pero un eslabón y limaduras de la cadena con la que lo ataron cuando aún estaba vivo se guardan en Monforte junto a un clavo de la cruz y una redoma con la sangre de Jesús, una toca de la Virgen, un fragmento de la parrilla de san Bartolomé, la leche que manó de santa Catalina (también virgen) cuando la degollaron, un cacho de la columna de los azotes, un retal del Santo Sudario, pelo de María Magdalena, un cabo del cordón de San Francisco y un jirón del mantel de la Última Cena.

En las catedrales y en las más remotas parroquias gallegas se custodian, en la mayoría de los casos olvidadas y desacreditadas, miles de reliquias que en su momento recibieron la “auténtica”, la garantía de veracidad otorgada por algún papa.

Hay despojos dispersos de tantos santos diferentes que no hay días del año para celebrarlos a todos.

Canonizados todavía famosos, con historia más o menos recordada, y santos de nombres que ya no les dicen nada a los católicos más devotos.

Como Cucufate y Pejerto.

Como Oricela y Novella.

Como Fagildo, Antimio, Gereón, Castísima y Murmar.

Una parte de este enorme cementerio de restos sagrados ha empezado a ser promocionada en el extranjero por la red Caminos de Europa.

Esta asociación internacional de impulsores de las sendas cristianas se ha aliado con el Vaticano para montar una agencia de viajes, Peregrinos de Europa, que inauguró su primer local en Roma y, hace unas semanas, el segundo en Santiago.

En la oficina compostelana se brinda a los clientes la posibilidad de viajar por la ruta de las reliquias que va de Santo Tirso (en Portugal) a Santiago, pasando por O Entrimo, Celanova o Santa Comba de Bande.

La campaña de promoción fuera de las agencias, con los ojos puestos en el Xacobeo 2010, comenzó por Alemania, en la feria de turismo de Berlín, ante 50 touroperadores alemanes y periodistas especializados, y ha seguido por Italia.

Hubo tiempos en la historia en los que los pueblos se peleaban por una esquirla de hueso de mártir y en los que algún arzobispo gallego, como Xelmírez, llegó a robar reliquias en Portugal (en ese botín, desde Braga, vinieron los cuerpos de san Silvestre, san Fructuoso y el ya mentado Cucufate).

Desde la Edad Media y al menos hasta el siglo XVIII se produjo un verdadero contrabando de santos, casi siempre despiezados.

Se dice que hay tantos dientes de santa Apolonia diseminados por la cristiandad que llenarían un carro, y tantos lignum crucis, que la madera daría para repoblar un bosque.

También se veneran como si fueran huesos o corazones fosilizados algunos pedazos de madera.

Y la quijada de san Cristóbal, conservada en Astorga, pero de la que se exhibe un fragmento en Celanova, es, según los últimos estudios, la de un animal enorme del Paleolítico.

En el inventario de la iglesia parroquial de San Rosendo, en la misma localidad orensana, figuran también unas ramas de la silva sobre la que se arrojó san Benito “para vencer la tentación de la carne”.

Con las Cruzadas, llegaron muchos restos que se relacionaban con personajes próximos a Jesucristo. Fueron desenterrados y enviados a Galicia, incluso, unos supuestos restos de su abuela, santa Ana. “Los cruzados arrasaron en Palestina”, explica uno de los mayores conocedores de las reliquias que hay en las diócesis gallegas, el historiador Clodio González.

En el XVIII, cuando fueron redescubiertas las catacumbas, se puso de moda tener en las iglesias algún esqueleto de los que allí aparecieron.

No siempre había pruebas de una muerte violenta, pero eso no impidió que aquellos primeros cristianos fuesen canonizados como mártires. Luego, los huesos fueron envueltos en figuras yacentes de cera, vestidas a la romana, para ser venerados aquí y allá.

De todas estas reliquias, hay dos sobre todo que conservan el tirón devoto y congregan a decenas de miles de creyentes cada año.

Una está en Brión y es santa Minia. Sus restos, propiedad de un particular, atraían tantas ofrendas que el Arzobispado presionó hasta hacerse con el negocio.

El otro es san Campio y está en Outes.

Aunque a éste, de osamenta casi entera, le están restando protagonismo los pequeños fragmentos del mismo soldado romano que fueron trasladados a Tomiño.

El párroco, que además es exorcista, ha cautivado a la clientela portuguesa.

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