
******El conflicto de Ucrania ejemplifica la decadencia tecnocrática prevista por Oswald Spengler, con Moscú abrazando su destino histórico mientras Occidente, impulsado por las máquinas, se derrumba bajo su propia arrogancia.
Por Constantin von Hoffmeister
El conflicto en Ucrania no se trata de Ucrania. Es el último intento delirante de Occidente por controlar un mundo que ya no lo necesita.
Occidente, perdido en el laberinto de su propia pesadilla tecnocrática, se agita como una bestia moribunda, mecanizado y ciego.
El filósofo histórico alemán Oswald Spengler (1880-1936), en «El hombre y la técnica» (1931), escribió sobre la caída definitiva de la civilización fáustica, donde la tecnología, antaño una extensión de la cultura orgánica, se convierte en una jaula de hierro que atrapa a sus creadores en un mundo que ya no comprenden.
La respuesta occidental a Ucrania es precisamente esta: drones, sanciones, narrativas mediáticas fabricadas en tiempo real, una ilusión de omnipotencia mantenida por algoritmos e inteligencia artificial. Pero la realidad se está escapando.
Cuanto más se mecaniza Occidente, más pierde su capacidad de percibir las culturas vivas y palpitantes que pretende controlar.
¿Un alto el fuego? ¿Una negociación?
Occidente las propone como un burócrata que ofrece un nuevo código tributario, como si la guerra fuera una hoja de cálculo que se pudiera ajustar a proyecciones trimestrales. Los emisarios del presidente estadounidense Donald Trump se reúnen con funcionarios rusos, no porque crean en la paz, sino porque la vieja América —su América— ha percibido el cambio.
Un orden mundial de poder puro está reemplazando el sueño occidental de hegemonía digital, y Rusia, China y una historia milenaria se oponen a él. Spengler lo vio venir: las máquinas se apoderarían del alma y Occidente se volvería incapaz de pensar orgánicamente.
Por eso no pueden comprender a Rusia; no porque carezcan de inteligencia, sino porque su inteligencia se ha reducido a un proceso algorítmico, desprovisto de profundidad cultural. Occidente piensa como una máquina, y Rusia, todavía una criatura de la historia, piensa como un imperio.
El presidente ruso, Vladímir Putin, rechaza la oferta de alto el fuego porque sabe que es un espejismo. Habla de las causas profundas, de la historia, de un mundo que no se reduce a transacciones y maniobras diplomáticas. Occidente retrocede horrorizado.
Esta es la diferencia fundamental: Rusia aún entiende lo que significa la guerra, mientras que Occidente solo ve un flujo interminable de datos sobre bajas, envíos de armas y objetivos estratégicos.
Spengler lo denominó el trágico giro de la civilización fáustica: cuando el hombre, tras haber creado sus máquinas, ya no las controla. Occidente no libra la guerra por poder ni territorio, sino para mantener la fachada de que aún tiene el control. La guerra como proceso. La guerra como algoritmo.
El objetivo final nunca es la victoria, sino la gestión perpetua de las crisis.
Mientras tanto, los tecnócratas financieros del G7 inventan 50.000 millones de dólares de la nada, aprovechando los intereses de los activos congelados de Rusia, un juego de manos que Spengler reconocería como la etapa final de la decadencia occidental: la manipulación económica sustituye a la producción genuina, la riqueza artificial a la verdadera fuerza cultural. Occidente ya no construye. Simplemente extrae, redistribuye y sanciona, con la esperanza de que la maquinaria financiera global pueda reemplazar el impulso natural de una civilización en ascenso.
Rusia, en cambio, regresa a las viejas costumbres: industria, poderío militar, autosuficiencia.
La diferencia es abismal. Una civilización se enreda más en sus propios trucos mecánicos, la otra regresa a la lógica fundamental de la historia.
Spengler veía la tecnología como el gran logro y la ruina definitiva de Occidente. Comenzó como una herramienta, una extensión de la voluntad humana, pero en las últimas etapas, se vuelve contra sus creadores, reduciéndolos a meros componentes de un sistema que ya no les sirve.
La obsesión de Occidente con las sanciones, la vigilancia y el control narrativo no es una expresión de poder.
Es un signo de debilidad. Las verdaderas civilizaciones imperialistas no necesitan microgestionar el mundo; lo moldean con pura voluntad.
Por eso Trump, a pesar de sus defectos, representa la única posibilidad real de un resurgimiento occidental. Rechaza la ética gerencial. Entiende el poder instintivamente, como los gobernantes de antaño.
La nueva Revolución Conservadora en Estados Unidos no se trata de ideología. Se trata de recuperar la autonomía de la máquina.
Y, sin embargo, el aparato mediático, un organismo monstruoso engendrado por la técnica, continúa su marcha implacable, moldeando la realidad mediante la distorsión.
Spengler escribió que la prensa, en las últimas etapas de la civilización occidental, deja de informar y, en cambio, dicta lo que debe creerse. Ucrania queda reducida a un campo de batalla simbólico en esta gran narrativa.
Rusia es el villano porque el sistema requiere un villano. La verdad es irrelevante.
Los titulares se escriben antes de que ocurran los acontecimientos.
La guerra existe menos como una lucha física y más como un espectáculo mediático, un ritual grotesco en el que los líderes occidentales se hacen pasar por guerreros mientras se aseguran de mantenerse alejados de las consecuencias de sus propios actos.
Pero mientras Occidente está atrapado en su simulación, Rusia opera en la realidad. El campo de batalla no es una metáfora. Es un lugar donde los hombres matan y mueren.
Spengler advirtió que las civilizaciones de la etapa tardía se volverían incapaces de una verdadera guerra; participarían en conflictos, pero solo como ejercicios tecnocráticos, desprovistos de la profunda lucha existencial que definió las grandes guerras de la historia.
Por eso Occidente no puede ganar en Ucrania. Lucha como una entidad burocrática, no como un pueblo.
Y Rusia, a pesar de todos sus defectos, lucha como un pueblo. La diferencia lo es todo.
Así que aquí estamos, presenciando el fin de una era. La técnica de Occidente no puede salvarlo. Cuanto más depende de la tecnología, más débil se vuelve.
Los tecnócratas occidentales creen estar guiando la historia, pero esta se les escapa de las manos. Ucrania es solo un capítulo de una historia mucho más grande: la historia del regreso del viejo mundo, del imperio que reclama su lugar sobre el estado administrativo.
¿Y Trump?
No es la solución, pero es un síntoma. Una señal de que, en algún lugar, enterrado bajo las capas de burocracia y papel tapiz digital, Occidente aún recuerda cómo es el poder.
Esta guerra no se trata de Ucrania. Nunca lo fue.
Se trata de la lucha final entre la técnica y la historia, entre la máquina y el alma.
Y al final, la máquina fracasará. Spengler lo vio. Nosotros lo vemos ahora. Y Rusia, sea lo que sea, lo entiende mejor que Occidente jamás.
https://www.rt.com/news/614311-west-russia-simulation-reality/