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***El vicepresidente estadounidense, J. D. Vance (2.º izq.), participa en una reunión bilateral con la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock (6.º izq.), y el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier (7.º izq.), en la 61.ª Conferencia de Seguridad de Múnich, el 14 de febrero de 2025, en Múnich, Alemania. © Getty Images / Getty Images
La Conferencia de Seguridad de Munich de este año atrajo tanta atención como hace 18 años. En aquel entonces, fue Vladimir Putin quien causó revuelo; esta vez, fue el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance.
Aunque separados por casi dos décadas, estos dos discursos comparten un tema crítico: ambos cuestionaron el orden transatlántico construido sobre el legado de la Guerra Fría. Y en ambos casos, el establishment occidental no ofreció una respuesta sustancial.
En 2007, la advertencia de Putin sobre la expansión de la OTAN y la extralimitación occidental fue en gran medida desestimada como el agravio de una potencia en decadencia.
Unas cuantas voces pidieron cautela, pero el sentimiento predominante en Washington y Bruselas fue la complacencia: creían que Rusia acabaría por alinearse. Las consecuencias de ese error de cálculo están ahora a la vista de todos.
Hoy, el vicepresidente estadounidense ha lanzado un desafío de otro tipo. Su discurso ha puesto de manifiesto una profunda división ideológica en el propio Occidente, una división que los dirigentes europeos occidentales no parecen estar preparados para afrontar.
En respuesta, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha convocado a una cumbre de urgencia para establecer una posición común. Pero ¿está la UE realmente comprendiendo la magnitud del desafío? Las primeras reacciones sugieren que no. Queda una esperanza, aunque equivocada, de que se pueda esperar a que pase esta tormenta.
Represalias, ideología y un orden mundial cambiante
Hay varias explicaciones para las declaraciones de Vance en Munich. La más inmediata es la venganza.
Los líderes de Europa occidental han pasado años menospreciando abiertamente a Trump y sus aliados, suponiendo que podían hacerlo sin consecuencias.
Ahora que Trump está de regreso, se enfrentan a la realidad de que sus palabras no han sido olvidadas.
Pero hay una divergencia ideológica más profunda en juego. En muchos sentidos, la crítica de Vance a Europa refleja los agravios que llevaron a los colonos del Nuevo Mundo a separarse del Viejo Mundo hace siglos: tiranía, hipocresía y parasitismo.
Él y otros, como Elon Musk, no se disculpan por interferir en los asuntos europeos, algo que los ideólogos liberales han justificado durante mucho tiempo en nombre de la promoción de la democracia.
Ahora, el debate sobre lo que significa verdaderamente la democracia se ha extendido más allá de Estados Unidos a toda la alianza transatlántica. Esta lucha ideológica dará forma a la trayectoria de Occidente en las próximas décadas.
El tercer factor, y el más importante, que subyace al discurso de Vance es la transformación más amplia de la dinámica del poder global. El mundo ha cambiado.
Si bien todavía es demasiado pronto para definir plenamente el nuevo orden, una cosa está clara: las viejas formas ya no funcionan.
La demografía, los cambios económicos, la competencia tecnológica y los reajustes militares están reconfigurando el equilibrio global.
En el centro de esta transformación se encuentra una pregunta clave para Occidente: ¿debe poner fin de una vez a la Guerra Fría tal como se la definió en el siglo XX o debe continuar la lucha en nuevas condiciones?
La respuesta de Europa occidental, hasta ahora, ha sido aferrarse a la confrontación, en gran medida porque no ha logrado integrar a antiguos adversarios de una manera que asegure su propio futuro.
Sin embargo, Estados Unidos está mostrando cada vez más su voluntad de seguir adelante.
Este cambio no es exclusivo de Trump; todos los presidentes estadounidenses desde George W. Bush han, en diversos grados, restado prioridad a Europa a favor de otras regiones. Trump simplemente ha sido el más explícito al respecto.
El dilema de Europa occidental: aferrarse al pasado o afrontar el futuro
¿Qué hará Europa occidental en respuesta? Por ahora, parece comprometida con preservar el marco ideológico y geopolítico de la Guerra Fría. No se trata sólo de una cuestión de seguridad, sino de preservar su propia relevancia.
La UE es un producto del orden mundial liberal y necesita un adversario definido para justificar su cohesión. Un enemigo conocido –Rusia– cumple este propósito mucho mejor que uno desconocido como China.
Desde esta perspectiva, es lógico suponer que algunos podrían incluso intentar aumentar las tensiones hasta un punto en que Estados Unidos no tenga otra opción que intervenir.
Si el bloque es realmente capaz de provocar una crisis de esa magnitud es otra cuestión completamente distinta.
Para Estados Unidos, la situación es más compleja. Por un lado, ir más allá del viejo marco de la Guerra Fría le permitiría a Washington centrarse en lo que considera los verdaderos desafíos del futuro: China, el Pacífico, América del Norte, el Ártico y, en menor medida, Oriente Medio. Europa occidental tiene poco que ofrecer en esos escenarios.
Por otro lado, abandonar por completo el continente no está en el horizonte. Trump no es un aislacionista; simplemente imagina un modelo diferente de imperio, uno en el que Estados Unidos extraiga más beneficios y asuma menos cargas.
El llamado de Vance a que Europa occidental “arregle su democracia” debe entenderse en este contexto.
No se trata de difundir la democracia en el sentido tradicional, sino de mejorar la gobernanza en lo que Estados Unidos ve cada vez más como una provincia disfuncional.
De hecho, la postura de Vance sobre la soberanía europea es posiblemente incluso más desdeñosa que la de sus predecesores liberales, que al menos apoyaban de palabra la unidad transatlántica.
¿La última batalla de la Guerra Fría?
El discurso de Vance en Munich no fue una salva retórica más en la disputa entre Estados Unidos y Europa, sino un hito en la evolución del pensamiento atlantista.
Durante décadas, la alianza transatlántica ha funcionado partiendo del supuesto de que la Guerra Fría nunca terminó realmente. Ahora, la cuestión central es si se debe poner fin a ella y comenzar una nueva en términos diferentes.
La estrategia actual de la UE –preservar la confrontación con Rusia como medio para asegurar su propia coherencia– puede no ser sostenible en el largo plazo.
Si Estados Unidos da un paso atrás y prioriza sus propios intereses en otras áreas, Bruselas tendrá que reevaluar su posición.
¿Seguirá confiando en un marco de la era de la Guerra Fría que ya no se adapta al mundo moderno, o finalmente reconocerá el cambio y se adaptará en consecuencia?
Por ahora, la brecha transatlántica se está ampliando. Las decisiones que se tomen en los próximos meses determinarán si esta grieta conduce a una fractura permanente o al comienzo de un nuevo orden geopolítico en el que Europa occidental finalmente aprenda a valerse por sí misma.
Este artículo fue publicado por primera vez en el periódico Rossiyskaya Gazeta y ha sido traducido y editado por el equipo de RT.
https://www.rt.com/news/612981-last-battle-of-cold-war/