****Un avión militar británico, identificado con la matrícula ZM421, despegó desde la base de la OTAN en las Islas Malvinas y realizó un vuelo que rozó las rutas comerciales argentinas sin autorización previa.
Este episodio, detectado gracias a la aplicación FlightRadar24, expone, una vez más, las sistemáticas violaciones de soberanía perpetradas por el Reino Unido en el Atlántico Sur.
A 60 kilómetros de rutas operadas por Aerolíneas Argentinas y FlyBondi, el avión británico apagó su transpondedor, dejando un vacío informativo que, lejos de despertar alarma en las autoridades argentinas, pasó casi desapercibido.
Esta no es una historia nueva. Es solo un capítulo más en la extensa lista de atropellos británicos, permitidos, facilitados y hasta celebrados por la complicidad de nuestra clase dirigente. Porque, seamos sinceros: si un país ocupa tu territorio, no puede ser tu amigo.
Sin embargo, nuestra dirigencia insiste en fotografiarse con los ocupantes, asistir a sus eventos y perpetuar relaciones de servilismo disfrazadas de diplomacia.
La situación llega a niveles absurdos. En 2024, un comunicado oficial de la Cancillería argentina se refirió a las Islas Malvinas como “Falklands”. Un insulto a nuestra soberanía, disfrazado de error administrativo, que nunca tuvo consecuencias para sus responsables.
Diana Mondino, en su momento a cargo de Relaciones Exteriores, fue denunciada por los veteranos de guerra por traición a la patria tras firmar acuerdos que permitieron la exploración pesquera y petrolera en nuestras aguas.
Sin embargo, como suele ocurrir, nadie fue castigado. Y Mondino renunció, pero por razones ajenas a esta situación.
Mientras tanto, el Reino Unido avanza en sus proyectos de explotación petrolera. Planean perforar el campo “Sea Lion”, al norte de las Islas, con expectativas de encontrar 500 millones de barriles de petróleo.
Una simple multiplicación nos da la magnitud del saqueo: a 100 dólares el barril, hablamos de cincuenta mil millones de dólares.
Este dinero, que podría transformar la infraestructura argentina, engrosará las arcas británicas y las de sus socios israelíes, como Navitas Petroleum, que ya controla el 65 % del proyecto.
Es necesario preguntarse: ¿quiénes son los verdaderos responsables de que Argentina no solo haya perdido soberanía territorial, sino también dignidad política?
Las bases de la OTAN en Malvinas y los acuerdos que favorecen siempre al Reino Unido son solo la punta del iceberg.
La Argentina, hoy, es un queso gruyere, lleno de agujeros por donde se filtran intereses extranjeros. Y esto no es casualidad.
Nuestra dirigencia política, desde hace décadas, no responde a los intereses nacionales. La inteligencia argentina, una herramienta crucial para cualquier estado soberano, se ha transformado en un aparato al servicio de potencias extranjeras.
La CIA, el MI6 británico y hasta el Mossad israelí tienen más influencia en nuestras políticas de seguridad que los propios argentinos.
Agentes extranjeros operan libremente, mientras nuestras agencias se dedican a chantajear empresarios y políticos, dejando de lado su verdadera función.
Javier Milei, con su declarada admiración por Estados Unidos e Israel, no solo no disimula esta subordinación, sino que se enorgullece.
Su gobierno ha reestructurado la inteligencia nacional copiando modelos extranjeros, hasta el punto de adoptar simbología y estructuras propias de la NSA norteamericana.
¿Un cóndor en lugar de un águila? Tal vez, pero el mensaje es claro: la Argentina se gobierna desde afuera.
El caso de Malvinas es emblemático. Pero no es el único. Las decisiones de política exterior se toman pensando en agradar a potencias extranjeras, no en proteger los intereses nacionales. Y esto, inevitablemente, se traduce en pobreza, desigualdad y atraso.
Porque mientras nuestros recursos son saqueados y nuestros derechos pisoteados, nuestros líderes posan para las fotos, celebrando la dependencia que ellos mismos perpetúan.
La Argentina no recuperará Malvinas mientras siga gobernada por cipayos. Y no podrá desarrollarse mientras su clase dirigente se niegue a pensar en el país como una nación soberana.
El laberinto de Malvinas es un espejo de nuestra realidad: un territorio ocupado, una dirigencia vendida y un pueblo que, entre la desinformación y la resignación, parece no encontrar la salida.
Por Marcelo Ramírez
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