***La política exterior argentina de “occidentalización dogmática” se ha exhibido en todo su esplendor durante el último mes, con costos altísimos en términos de reputación internacional.
Dos situaciones de los últimos 30 días muestran el manejo escasamente profesional del gobierno de Milei en su faz externa: por un lado, el giro respecto de la tradicional postura de la diplomacia argentina con relación al apoyo para la creación de un Estado palestino, concretado por el embajador en Naciones Unidas, Ricardo Lagorio, quien —en el marco de un alineamiento sin grises con Estados Unidos e Israel— votó en contra de un proyecto para declarar al Estado de Palestina miembro pleno de la ONU.
Por el otro, el desmanejo frente a la crisis energética que llevó a la suspensión del servicio en estaciones de GNC (Gas Natural Licuado) en todo el país, superado gracias a una intervención in extremis del Presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien con altura de estadista dejó en ridículo a un Presidente argentino que en campaña electoral había sostenido que rompería las relaciones diplomáticas entre Buenos Aires y Brasilia, y que no mantendría diálogo alguno con un “comunista corrupto”.
Estas dos situaciones, atravesadas por una combinación de imprudencia, impericia y ruptura con el núcleo de coincidencias básicas de la política exterior argentina, dan cuenta del peor desempeño diplomático desde 1983.
Si bien ya nos hemos referido a las características de la “occidentalización dogmática”, vale la pena recordarlas, ya que todas ellas aparecen —de un modo u otro— cristalizadas en los grotescos que se empeñan en atravesar el Presidente de la Nación y su ministra del área, Diana Mondino.
Nos referimos a:
1) el alineamiento inconmovible con lo que el gobierno define como las “fuerzas del bien” —fuerzas extremadamente conservadoras localizadas en Estados Unidos, Israel y el Occidente no geográfico—;
2) una sobrecarga ideológica que lleva a actuar con rigidez y carencia de capacidad crítica;
3) una imprudencia anti-realista que conduce al espíritu de cruzada y a anteponer el dogma al interés;
4) el abandono de la propia región que contrasta con la postura de todos los antecesores de Milei, incluido Carlos Menem, y
5) el desinterés en los asuntos estratégicos de orden global, que exhibe a un líder que —pese a ser el Presidente que más viajó al exterior en sus primeros seis meses de gestión desde 1983, con un récord de ocho periplos— carece de narrativa sobre el multilateralismo o los desafíos que plantea la comunidad internacional [1].
Imprudencia anti-realista
La escuela realista de las modernas relaciones internacionales hunde sus raíces en los clásicos de la filosofía política de Occidente, entre ellos, Tucídides (siglo V a. C.), Maquiavelo (siglo XVI) y Hobbes (siglo VII).
Esta impronta filosófica, recogida por los primeros expertos de la academia realista estadounidense de las décadas de 1930 y 1940, dio lugar a un modo de aproximación a la política internacional que expresaron, entre otros, autores de la envergadura de Reinhold Niebuhr, Hans Morgenthau, George Kennan, Henry Kissinger y Raymond Aron.
Posteriormente, los criterios ordenadores del American dream y la revolución conductista en el campo de las ciencias sociales, con su imperturbable convicción en el poder de la ciencia para materializar un orden político racional, llevarían a una parcial revisión de aquel “realismo político”.
Autores como Kenneth Waltz y Robert Gilpin darían lugar, a través de sus teorías sistémicas, a lo que dio en llamarse “neorrealismo” —con discípulos de fuste como los actualmente influyentes Stephen M. Walt y John Mearsheimer—, a la vez que surgirían en las postrimerías del siglo XX versiones aggionardas de esta corriente teórica, como el denominado “realismo neoclásico”.
Al margen de estas disquisiciones de nicho académico, es importante señalar que esta corriente teórica es —fuera de toda discusión— la que más ha influido en los cuadros político-técnicos, diplomáticos, académicos y militares que nutren la política exterior y de defensa argentina, con extendida participación en las segundas y terceras líneas del gobierno de Milei.
No obstante, como veremos, asoma una notable contradicción entre lo que estos cuadros han pregonado a lo largo de sus más o menos extensas carreras académicas y lo que hoy están haciendo como funcionarios. Tal vez un caso paradigmático es el del propio embajador argentino ante las Naciones Unidas, Ricargo Lagorio, responsable de materializar el giro diplomático con relación a la cuestión palestina.
En un artículo de 2022 referido a la guerra entre Rusia y Ucrania, Lagorio reseñaba algunos de los fundamentos del realismo y echaba mano, ni más ni menos, que a uno de los padres del “realismo político” en los Estados Unidos, el germano-norteamericano, Hans J. Morgenthau.
Si bien el tema de esta nota difiere del que era objeto de escrutinio por parte de Lagorio hace más de dos años, la apelación a principios generales del “realismo político” adquiere similar validez.
Según el diplomático argentino: “Ningún observador u actor avezado de la política internacional reniega del realismo, ya que el realismo no es solo una teoría más de las relaciones internacionales, sino que es ante todo la única aproximación seria y responsable para ver, analizar y entender todo fenómeno político”.
La política exterior argentina no pareciera seguir las nociones básicas de realismo político que preconizaba Lagorio en 2022. La contradicción entre lo que el autor pone en letras de molde y la actuación diplomática argentina es evidente en el gobierno al que representa.
Conviene citar al propio Morgenthau, quien en su clásico Política entre las Naciones afirmaba: “El fanatismo moralista que se ha inyectado en el manejo de la política exterior podría hacer peligrar los intereses nacionales, racionalmente comprendidos, de las naciones bajo cualquier circunstancia (…). El fanatismo se ha convertido en algo particularmente absurdo y autodestructivo en nuestra época” [2].
El dogmatismo que caracteriza a la política exterior de Milei marida, como ha explicado Bernabé Malacalza, con una imprudencia anti-realista que conduce al espíritu de cruzada. Conviene recordar que Morgenthau fue influenciado decisivamente por la teoría política de Maquiavelo. En el primer capítulo de Política entre las naciones enumera los principios del realismo político.
Bajo claro influjo del pensador florentino, sostiene en el cuarto de dichos principios: “El realismo político conoce el significado moral de la acción política y tiene conciencia de la inevitable tensión entre los preceptos morales y los requerimientos de una exitosa acción política.
Por ello, para el realismo político no puede existir moralidad política sin prudencia, entendiendo a esta última como consideración de las consecuencias políticas de una acción aparentemente moral”. Puesto directamente, Morgenthau llama a evitar los comportamientos dogmáticos e imprudentes en la escena internacional.
Morgenthau define la prudencia política en términos similares a Maquiavelo: “El realismo considera a la prudencia (que es la ponderación de las consecuencias de las acciones políticas alternativas) como la virtud suprema en política”.
En efecto, podríamos dedicar el artículo completo al tema de la prudencia maquiaveliana en el pensamiento realista en relaciones internacionales, pero ello nos dejaría sin espacio para la coyuntura argentina.
No obstante, en tiempos de Pettovellos, Petris y Mondinos, vale la pena citar textualmente un pasaje del capítulo XXII de El Príncipe, donde Maquiavelo afirma: “No quiero dejar sin tratar un punto importante y un error que difícilmente evitan los príncipes excepto si son extremadamente prudentes (…).
No es de poca importancia para un príncipe la elección de los ministros, los cuales son buenos o malos según la prudencia del príncipe (…). La razón de esto es que no hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad” [3].
La posición argentina con relación a Palestina
El 10 de mayo, el gobierno de Javier Milei votó en contra de un proyecto que se puso a discusión en la Asamblea General de la ONU para declarar al Estado de Palestina miembro pleno del organismo.
La decisión argentina se materializó, como es sabido, en momentos en que Israel es ampliamente cuestionado por su ofensiva en Gaza.
Milei llevó la posición al extremo esta semana al suspender su concurrencia a una ceremonia religiosa en el templo musulmán de Palermo para no cruzarse ni siquiera en un pasillo con el representante palestino, como si se tratara de un virus contagioso.
Incluso personalidades como el columnista de The New York Times Thomas L. Friedman, insospechado de afinidad con los adversarios de Israel en el conflicto de Medio Oriente, han destacado la creciente pérdida de legitimidad internacional del eje Washington-Tel Aviv, al que Milei ata su destino en política exterior.
En palabras del escritor estadounidense —tres veces ganador del premio Pulitzer—: “Tengo un mensaje urgente para el Presidente Joe Biden y para el pueblo de Israel: he sido testigo de la vertiginosa erosión de la imagen de Israel entre países amigos (…), si Biden no tiene más cuidado, la imagen de Estados Unidos se irá a los caños junto con la de Israel (…).
Me parece que ni los israelíes ni el gobierno de Biden entienden la magnitud de la furia que se está cocinando alrededor del mundo, fogoneada por las redes sociales y las imágenes de la televisión, por la muerte de tantos miles de civiles palestinos, en especial niños, con armas suministradas por Estados Unidos a Israel para su guerra en la Franja de Gaza.
Hamás tiene que responder por haber desatado esta tragedia humana, pero en este momento Israel y Estados Unidos son vistos como los motores de los eventos actuales y en el reparto de culpas se llevan la peor parte”.
Es en este contexto que el gobierno argentino ha dado un giro drástico en su tradición de apoyar los reclamos palestinos, rompiendo con uno de los núcleos de coincidencias básicas de la política exterior.
Se trata, en efecto, de otra muestra acabada de sobrecarga ideológica en la conducción de los asuntos externos, rasgo distintivo de la “occidentalización dogmática”.
Esta lógica, que viene siendo ejecutada de modo a-crítico desde los tiempos de la campaña electoral de 2023, tuvo en los últimos días una nueva manifestación en el acto que el Presidente encabezó en homenaje a las víctimas del Holocausto. Allí afirmó Milei: “Hay que tomar partido, no es una opción entre otras, sino una obligación moral”. Una postura más encontrada con el realismo morgenthauniano es difícil de hallar.
En lo referido al proyecto de resolución que buscó dar respaldo político a las aspiraciones de Palestina para integrarse dentro de la órbita de la ONU, la Asamblea General del organismo votó masivamente a favor del país árabe (143 votos a favor, 25 abstenciones y 9 votos en contra).
El gobierno argentino, a través del embajador Lagorio, votó junto a Israel, Estados Unidos, República Checa, Hungría, Micronesia, Nauru, Palau y Papúa Nueva Guinea. Toda una paradoja para un diplomático que —como hemos visto— suele ponderar las premisas del “realismo político”.
Al respecto, no debe perderse de vista la opinión de los más connotados autores realistas de la actualidad, entre ellos el profesor de Harvard, Stephen M. Walt, quien en un artículo reciente de la revista Foreign Policy —titulado “¿Por qué los realistas se oponen a la guerra en Gaza?”— afirmó: “Igualmente importante es el hecho de que los realistas se oponen a las acciones de Israel (y a la complicidad de Estados Unidos en ellas) porque dicha combinación está debilitando la posición global de Estados Unidos.
La guerra en Gaza ha dejado claro que el compromiso de Estados Unidos con un ‘orden basado en reglas’ carece de sentido. Francamente, es difícil creer que los funcionarios estadounidenses todavía puedan pronunciar esa frase con seriedad. La reciente votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas que concedió nuevos ‘derechos y privilegios’ a Palestina fue un indicador revelador del creciente aislamiento de Estados Unidos”.
De este modo, el gobierno libertario se desentiende de una línea diplomática que mantuvo de manera sostenida el país, que reconoce a Israel, pero también el reclamo palestino.
Esta postura de la diplomacia argentina había sido mantenida —hasta el inicio del experimento Milei— por gobiernos tan disímiles como los de Cristina Fernández (2007-2015) y Mauricio Macri (2015-2019).
Al respecto, resulta interesante recordar dichos posicionamientos: El 6 de diciembre de 2010, la Presidenta Cristina Fernández envió una misiva al Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, por la cual le comunicaba que la Argentina reconocía a Palestina como un Estado libre e independiente, dentro de las fronteras existentes en 1967 y de acuerdo con lo que las partes determinen en el transcurso del proceso de negociación.
En la nota, la Presidenta enfatizaba que la Argentina tradicionalmente había sostenido el derecho del pueblo palestino a constituir un Estado independiente, así como el derecho del Estado de Israel a vivir en paz junto a sus vecinos, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.
Con ese objetivo, afirmaba una comunicación oficial de Cancillería: “Nuestro país ha apoyado siempre las iniciativas de la comunidad internacional dirigidas a obtener una solución justa, pacífica y definitiva del conflicto palestino-israelí.
A pesar de los esfuerzos realizados en este sentido, los objetivos fijados en la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y los Acuerdos de Oslo de 1993 no han sido alcanzados, lo cual ha conducido a un estado de profunda frustración”.El gobierno de Mauricio Macri tampoco alteró la tradición de la política exterior argentina en este asunto.
Al respecto, resulta de interés recordar la intervención en noviembre de 2016 de su representante permanente ante las Naciones Unidas, el embajador Martín García Moritán, sobre “la situación en el Medio Oriente y la cuestión de Palestina”.
El actual embajador argentino ante Uruguay afirmaba: “Han trascurrido casi 70 años desde el establecimiento del Estado de Israel y de la adopción de la resolución 181 (II) de la Asamblea General que estableció el Plan para la Partición de Palestina y casi 50 años desde el comienzo de la ocupación de la Franja de Gaza, Jerusalén Oriental y la Ribera Occidental”.
Tras reseñar el fracaso de las sucesivas iniciativas de paz, y en continuidad con la postura expresada durante el gobierno de Cristina Fernández, agregaba: “La Argentina reafirma su respaldo al derecho del pueblo palestino a constituir un Estado independiente y viable, reconocido por todas las naciones, así como el derecho del Estado de Israel a vivir en paz junto a sus vecinos, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas”.
Y concluía: “La Argentina reitera su preocupación por el persistente y continuo crecimiento de los asentamientos ilegales israelíes en los territorios palestinos ocupados y exhorta a cesar su expansión.
Tal como lo ha señalado en reiteradas oportunidades esta Asamblea General, los asentamientos son contrarios al derecho internacional, obstaculizan la paz, debilitan la perspectiva de una solución de dos estados viviendo en paz y seguridad, y promueven de ese modo la perpetuación de un statu quo insostenible”.
Lula y una clase magistral de realismo
Hace menos de una semana, la providencial intervención del Presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, salvó al gobierno argentino de experimentar una crisis extendida de suministro de gas, luego de una transitoria suspensión del servicio en las estaciones de GNC de todo el país.
El trance se inició como resultado del freno abrupto a la obra pública por parte de la administración Milei y, en particular, a la obra de mayor envergadura nacional, el gasoducto Néstor Kirchner.
La falta de finalización de las plantas compresoras en Tratayén y Salliqueló fue el factor determinante de la crisis, agudizada por una deuda de 40 millones de dólares que el gobierno mantiene con las constructoras Sacde y Contreras.
En este contexto, y en las antípodas del discurso eficientista que Milei procura instalar, el gobierno tuvo que salir a pagar 500 millones de dólares para traer un buque de gas de Petrobras para atender la situación, por no haber afrontado oportunamente una inversión de infraestructura mucho menos onerosa.
Pero el problema no se detuvo allí: en lo que ya es una marca registrada del gobierno libertario, la ineficiencia de gestión —caracterizada por cuadros técnicos sin la más mínima pericia para administrar procesos burocráticos complejos— dio lugar a la llegada de un buque de GNL de Petrobras sin seguir el proceso estándar de licitación.
Infobae, un medio habitualmente contemplativo con el gobierno, registró en su crónica: “La crisis del gas en la Argentina mostró en toda su dimensión cómo la imprevisión, distracción o inexperiencia de funcionarios de segunda y tercera línea del área de Energía dejaron al gobierno de Javier Milei ante el peligro cierto de un colapso por unos papeles mal confeccionados”.
El resto de la historia es conocida. La ministra Mondino tuvo que llamar a Mauro Vieira, canciller de Lula, para pedirle ayuda a fin de destrabar los trámites para que el buque de GNL pudiera descargar en la terminal re-gasificadora de Escobar.
Fue el llamado del estribo de un gobierno en pánico que vio contra las cuerdas su sistema gasífero. El generoso Lula, con jerarquía de estadista, le propinó a Milei un mandoble de puro “realismo paladar negro”.
Milei se está empezando a convertir, en el plano internacional, en un mandatario que insulta primero y luego transmuta en “gatito mimoso”.
En su nuevo rol epistolar, el Presidente libertario envía cartas a Beijing y a Brasilia —como en la canción de Víctor Heredia, “algunas son historias desdichadas, otras perfuman llenas de esperanza”—, rogando a los “comunistas asesinos” por la disponibilidad del swap de 6.500 millones de dólares y a los “comunistas corruptos” para recomponer una relación dañada unilateralmente por Buenos Aires.
La “occidentalización dogmática” ha hecho trizas, según se aprecia, otro elemento del núcleo de coincidencias básicas de los últimos 40 años de política exterior: la dimensión estratégica de la relación con Brasil.
Con mayor o menor intensidad, el vínculo con Brasilia fue concebido como especial por todos los gobiernos de la democracia recuperada. Incluso el gobierno de Carlos Menem (1989-1999), único cristal en el que Milei se refleja, concibió a Brasil —desde luego, subordinándolo al alineamiento primario y esencial con Washington— como parte de una alianza económica en un contexto de regionalismo abierto.
Morgenthau advertía en Política entre las Naciones que “es evidente que no todas las políticas exteriores han seguido un curso tan racional, objetivo y no emocional.
Los elementos contingentes de personalidad, prejuicios y preferencias —y todas las debilidades del intelecto y la voluntad de que es capaz el ser humano— suelen apartar a las políticas exteriores de su curso racional”.
Posiblemente sea el momento indicado para que los realistas de las segundas y terceras líneas del gobierno y aquellos que desempeñan funciones diplomáticas de máximo nivel cumplan con el requisito de prudencia que Maquiavelo prescribía y hagan retornar la política exterior argentina a su curso racional de coincidencias básicas.
El voto sobre la cuestión palestina en la ONU y la severa crisis gasífera evitada por Lula son una muestra de los desatinos de un príncipe rodeado de aduladores. Décadas enseñando realismo en las universidades y pontificando a esta escuela teórica en centenares de columnas de opinión ameritan, como mínimo, un acto de valentía intelectual.
Se trata, sin más, de no sacrificar al interés nacional en el altar del dogmatismo.
[1] Un ejemplo de esta última característica es la reciente decisión argentina de no suscribir el tratado pandémico con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Debe recordarse que, en noviembre de 2021, los 194 países miembros de la OMS acordaron redactar y negociar un acuerdo internacional para fortalecer la prevención, la preparación y la respuesta ante futuras pandemias. La negativa argentina ha sido celebrada por legisladores de La Libertad Avanza (LLA).
[2] Morgenthau, H. (1986). Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, p. 626.
[3] Maquiavelo, N. (1981). El Príncipe. Madrid: Alianza Editorial, p.113.
Luciano Anzelini
* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UBA, UTDT, UNDEF, UNQ, UNSAM).
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