Pablo Gonzalez

En los Estados Unidos también hay pacifistas y luchadores sociales antisistémicos.

por Edelberto Matus.///
**** Los gringos fueron contundentemente derrotados en Indochina gracias al sacrificio, la unidad y valentía del pueblo vietnamita, su Partido Comunista, el apoyo militar incondicional de la URSS y China; la solidaridad mundial y un valioso elemento que sorprendió a muchos: 

El movimiento espontaneo de protesta contra la guerra (que luego se fue articulando) de las estudiantes, minorías, ciudadanos pacifistas y grupos (porque no decirlo) antiimperialistas y antifascistas de los propios Estados Unidos, que era (y sigue siéndolo) la potencia agresora global.

El control social sobre la población local e internacional (a través de los medios masivos de comunicación -hoy, los medios electrónicos-, la educación clasista en los centros públicos y privados; la mercadotecnia que crea y exacerba necesidades artificiales e impulsa el consumismo y por supuesto, la esencia misma de la ideología liberal individualista, supremacista y belicosa) es el arma principal de la élite anglo-judía norteamericana para preservar el establishment, el orden y funcionamiento del Estado imperialista y agresor yanqui, basado en la explotación del mundo por medio de sus corporaciones transnacionales.

Tal control social, político e ideológico ha sido casi absoluto cuando hablamos de la población norteamericana y de los países que conforman el capitalismo mundial y su periferia subrogada al "modo de vida americana"

Decimos “casi”, pues pese a los grandes esfuerzos, represión y gastos, la élite que detenta el poder político y económico y el Estado a su servicio, no ha podido evitar que generaciones de hombres y mujeres con conciencia superior hayan luchado (muchas veces a costa de su libertad y aislamiento social) por sus derechos, por la paz, la distención y la colaboración mundial.

A lo largo de la historia de los EE. UU., los movimientos sociales (pese a la actividad criminal de los órganos represivos gubernamentales, de las organizaciones supremacistas y la actitud y acción nefasta de una mayoría blanca racista), fueron tomando fuerza, principalmente impulsados por la lucha de las minorías negras (que no habían logrado mucho con la declarada emancipación de la esclavitud) por la verdadera reivindicación de sus derechos civiles a partir de finales del siglo XIX.

Como bien apunta Juan A. García Martín en su excelente y bien fundamentado articuló, titulado “La lucha contra la segregación racial y por los derechos civiles en los Estados Unidos…”:

“La supresión de la esclavitud no trajo consigo la igualdad racial al concluir la Guerra Civil estadounidense. 

Los estados sureños, antiguo bastión de la institución esclavista y de la gran masa de población negra, desarrollaron una serie de iniciativas legales que, conocidas genéricamente como Leyes Jim Crow, establecieron la segregación racial. Entre 1887 y 1891, estados como Florida, Misisipi, Tejas, Luisiana o Alabama abrazaron esta legislación (…) La implantación de la segregación racial generó las primeras respuestas por parte de la comunidad afroamericana en forma de organizaciones que cuestionaban el sistema y propugnaban su fin.”

Este autor también señala que la llamada “Gran Migración Afroamericana” de principios del siglo XX hacia las grandes ciudades de Estados Unidos, la gran depresión económica del 1929, la participación (aunque segregada) en la segunda guerra mundial de contingentes de soldados y obreros de raza negra y otras minorías; el nuevo orden bipolar resultante de la II G.M., fueron cruciales para desarrollar y expandir la lucha por los derechos civiles.

Además de esto, “la lucha anticolonial en Asia y África durante las décadas de 1950 y 1960, inspiró a los afroamericanos, que identificaron la subyugación de los territorios africanos a potencias europeas con la segregación que experimentaban en Estados Unidos. 

En este sentido, la lucha anticolonial también proporcionó el ejemplo exitoso de la desobediencia civil de Mahatma Gandhi, cuyas estrategias fueron añadidas a las efectuadas por cuáqueros, abolicionistas y sufragistas estadounidenses en el pasado.”

Es decir que, a pesar de todos los pesares, estas luchas calaron hondo a través del tiempo en segmentos importantes de la población norteamericana, dando origen incluso a lo que podría llamarse una tradición de lucha en la corta vida republicana de los EE. UU., una especie de resistencia consciente a las acciones del imperialismo yanqui alrededor del mundo que se manifiesta de muchas maneras, desde la protesta cívica y pacífica, hasta la manifestación violenta, pero no menos justa y adecuada a la represión conque el sistema ha pretendido (y seguirá pretendiendo) apagar esas luchas.

La lucha por los derechos civiles de la minoría negra caló hondo en la conciencia, principalmente, de los jóvenes norteamericanos de todas las razas y estratos sociales.

 El macartismo de los años cincuenta del siglo XX, la represión gigantesca por parte del Estado yanqui hacia la enorme cantidad de organizaciones y lideres populares que se enfrentaban al sistema, ya fuera con la violencia (“Black Power Movement”, “Panteras Negras”, Malcon X y otros), con la predica religiosa (Reverendo Martin Luther King), la oposición política, antinuclear o simplemente pacifista, rindió sus frutos: La cárcel, el destierro o la muerte.

Sin embargo, los yanquis no lograron frenar el ímpetu de la parte más joven de la sociedad estadounidense y la estafeta de la protesta social pasó definitivamente (a partir de mediados de la década de los sesenta del siglo XX) a la generación de jóvenes que ya empezaban a sentir el deterioro económico y social de un país que desde finales de la II G.M. había vivido un auge y prosperidad enorme.

La Guerra Fría, la sobrepoblación de sus ciudades, la irrefrenable necesidad de consumo de sus habitantes y la concentración de la riqueza, iban cambiando (para mal de la mayoría) al Estado benefactor y al “sueño americano”. 

Además, el desarrollo y masividad de las comunicaciones marcaban la época, haciendo imposible que el pueblo estadounidense (aún con la profusa propaganda) no pudiera estar al tanto de las aventuras militares, la depredación y daños que su propio gobierno infligía, sobre todo al llamado Tercer Mundo.

La repetida agresión a Cuba socialista y a otros países de América Latina, de África que luchaba por sacudirse el yugo colonial y, sobre todo, la invasión a los países del Sudoeste asiático; el genocidio sobre la población civil local y la subsecuente muerte de miles de jóvenes reclutas norteamericanos al servicio de su ejército invasor en esas lejanas tierras provocó la movilización política de gran parte de esa juventud.

Es improcedente tratar de definir a la juventud estadounidense, tanto de las generaciones que lucharon por los derechos civiles, las que protestaron a favor de la paz y se opusieron a la guerra de Vietnam o cualquier otra generación de jóvenes de cualquier parte del mundo, solamente esgrimiendo elementos etarios, coyunturales, históricos o culturales.

 Por eso se hace necesario recurrir a la magnífica definición de “Juventud” y “Generación” expuesta en sus trabajos y obras por la socióloga cubana, María Isabel Domínguez:

“Parto de una concepción de juventud en la que ésta se define como una categoría históricoconcreta que designa un grupo sociodemográfico internamente diferenciado según su pertenencia a la estructura social de la sociedad, en particular a las distintas clases y capas que la componen, a la vez que constituye su segmento más dinámico y móvil. Enfatizo que la juventud no está biológicamente determinada sino definida socialmente por la naturaleza de la actividad que se desarrolla en esa etapa, la que condiciona un conjunto de relaciones sociales específicas que conforman el status juvenil a partir del significado propio de dicho período. Ello da lugar a una identidad juvenil que es tanto autoidentidad como identidad reconocida por el resto de las generaciones. Ello obliga a definir conceptualmente a las generaciones, a las que consideramos como el conjunto histórico-concreto de personas, próximas por la edad y socializadas en un determinado momento de la evolución histórica de la sociedad, lo que condiciona una actividad social común en etapas claves de formación de la personalidad que da lugar a rasgos estructurales y subjetivos similares, que la dotan de una fisonomía propia.”

A partir de 1965, en los Estados Unidos se formaron cientos de organizaciones juveniles de izquierda o derecha y de todos los ámbitos (comunistas, socialistas, trotskistas, anarquistas, liberales, conservadoras, religiosas, feministas, sindicalistas, ambientalistas, etc.), personalidades del ámbito del medio intelectual, artístico científico y político, coincidieron durante un cierto tiempo (hasta que sus propias contradicciones o hasta que el enemigo los infiltró, dividió o destruyó), dando paso a un robusto y temido movimiento antibélico y pacifista. 

A su vez este activismo dio origen a un cambio cultural (“Contracultura”) poderoso que creció hasta convertirse en un movimiento mundial que se manifestó en la música, las artes plásticas, la literatura, pero sobre todo en el comportamiento social de toda una generación que dejó huellas indelebles e imperecedera influencia en las siguientes. 

La “paz y el amor” hippy convivió con la lucha social, política, sindical y cultural y heredó a su país una “tradición” que por lo visto no ha sido olvidada.

Hoy, en el mundo se gesta un nuevo paradigma, un cambio civilizatorio profundo apurado por las contradicciones internas del propio sistema capitalista, la injusticia de un sistema global unipolar, opresor y depredador que el mundo ya no puede soportar más. 

El imperialismo yanqui y el capitalismo mundial hacen agua, tornándose aun mas peligrosos y agresivos. 

El fascismo, el sionismo, el militarismo, el terrorismo de Estado y todas las formas de supremacía racial y violencia como política de Estado vuelven a tener vigencia en las relaciones internacionales.

La agresión y genocidio del Estado sionista de Israel contra el pueblo palestino en Gaza conmueve a la humanidad entera, aunque muchos gobiernos occidentales y cipayos se alinean (por acción u omisión) al lado del agresor y sus patrocinadores.

En este contexto, cientos de miles de jóvenes norteamericanos han vuelto como antaño a las calles. Desde los campus de elitistas universidades (Columbia, Harvard, Yale, New York, Chicago, Wisconsin, Michigan, Berkeley, MTI y otras) hasta los patios de instituciones públicas de educación, centros laborales y las calles de barrios populares de las grandes ciudades gringas, la protesta va cogiendo fuerza y expansión. Incluso a los medios corporativos se les hace imposible ocultar tales protestas que van replicándose por las urbes del occidente colectivo.

No sabemos si ese apoyo a la resistencia de la población gazatí y palestina en general tomará el ímpetu de las protestas estudiantiles de tiempo de la Guerra de Vietnam (donde incluso decenas de jóvenes norteamericanos se inmolaron públicamente), pero el hecho de que esto este sucediendo hoy a lo interno del propio monstruo imperialista, con los altos niveles de apatía y egoísmo con que las herramientas de control social han sumido a los jóvenes de la metrópoli y su periferia, pues este activismo social es más que admirable, aunque por los antecedentes históricos, en nada sorprendente.

Edelberto Matus.

Related Posts

Subscribe Our Newsletter