Mis sabios palinuros, mis filosóficos Atlántidas, mi alter ego y yo (en permanente discusión) venimos, desde hace años, haciendo disquisiciones sobre el héroe de nuestra infancia, que no era Hércules ni Odiseo, sino un señor superpoderoso que usaba el calzoncillo por fuera, de color rojo, además, era tan, tan omnipotente que, en EEUU, le llamaron Superman, es decir, Superhombre, como ya habrán deducido todos ustedes, fogueados como están de sus lecturas de Shakespeare, Conan Doyle y Agatha Christie.
De niños (que lo fuimos), nunca dudamos de la veracidad de la historia contada, del planeta que estallaba y de los padres amorosos que mandaban en un cohete copete a su bebé al otro confín de la galaxia, donde un sol amarillo le dotaría de superpoderes, algo que no podía darles el sol rojo al amanecer y al atardecer de su Kriptón natal.
Como éramos de pueblo y, entonces, la astrofísica estaba más más lejos de nuestro pueblito que la Tierra de Kriptón, no podíamos preguntarnos qué habría pasado si, en vez de un sol amarillo, lo hubieran enviado a un planeta bañado por una supergigante roja, un quásar o una estrella de neutrones, esas tan densas que nuestro planeta cabe en una cucharilla de café (de lo que se deduce científicamente que, en esas estrellas, no hay café).
Las dudas llegaron con la edad, que, además de llenarnos de dudas, nos llena de arrugas, algunas de las cuales son bellas y otras no tanto. Otro tema es cavilar sobré qué arrugas son bellas y cuáles no, excepción hecha de cuando murruñamos la boca para lanzar un bessho, imitando -sin saberlo, claro-, a otro agujero del que es literariamente sicalíptico hablar, aunque sea protagonista de algunos de nuestros mejores y peores momentos. Pero, shaaa, nos estamos desviando del tema para incurrir en notas necrológicas.
La primera pregunta fue la siguiente: ¿por qué Superman -luego Superniña y los malos malotes, que no pueden faltar-, llegó de tan lejos y los otros superes tayacanes no? Batman era un terrícola ricachón, pero terrícola; Tarzán de los Monos y de los Micos había nacido superdotado, pues podía hablar con los animales de África (ignoramos si habría entendido a los de Centroamérica o de la Amazonia, pues por aquí no llegó), algo que no habían podido hacer los africanos en decenas de miles de años, como comentó en una entrevista nuestro admirado Cassius Clay, luego llamado Mohamed Ali. Otros eran productos de experimentos o de rayos alfa, beta y gamma, pero todos terrícolas.
Buscando respuestas caímos en el detalle de que, por muy superhéroe que fuera, Superman no dejaba de ser un inmigrante en EEUU, como los más de 90 millones de los que llegaron en los siglos XIX y XX, algunos de los cuales se convirtieron en superricos y crearon buena parte de los mayores conglomerados de riqueza del mundo y que contribuirían, como pocos, ha crear el mito de EEUU como “el nuevo Israel”, es decir, en pueblo elegido de Dios.
Cornelius Vanderbilt, el primero de ellos, descendía de emigrantes holandeses e ingleses; J. P. Morgan -sí, el del banco-, había nacido en Londres; Henry Ford procedía de inmigrantes anglo-irlandeses; Andrew Carnegie era escocés; Rockefeller venía de emigrantes alemanes e ingleses y etcétera.
Superman nació en 1933, de la mano de un gringo y un canadiense, esto es, en el apogeo de los grandes magnates, que, dicho sea de paso, eran conocidos como los “barones ladrones”, mote respecto del cual queda poco que decir.
Si todos estos barones supermillonarios procedían de fuera, era casi inevitable que Superhombre también llegara de fuera.
El punto de éxito del personaje fue dotarlo de superpoderes derivados del sol amarillo, de forma que, por su origen celestial, fuera impoluto e inmaculado.
De alguna forma indirecta es un alter ego -favor no confundir con el mío- de Jesús y, más lejos, de Moisés, el primer superhéroe bíblico.
Moisés era un adoptado; Jesús lo es para José, que es pater putatibus (P.P., se abreviaba en latín, de ahí que a los José los llamen Pepe).
Moisés hace chuladas ante el faraón; Jesús milagros y Supermán de todo.
Moisés es judío, no egipcio (aunque los estudios históricos nos dicen que el Moses histórico era egipcio, seguidor de Akenatón, faraón fundador del monoteísmo); Jesús es judío formal, de oficio carpintero, pero, en realidad, su personalidad secreta es ser hijo de Dios, lo que no era cualquier cosa; Superman es hijo de Kriptón y, de diario, un tímido periodista.
EEUU, como bien saben mis sabios atlántidas y palinuros, ha sido una sociedad paranoicamente religiosa y, como los judíos pervertidos, adoradora del becerro de oro, único dios en el que esa sociedad hiperreligiosada cree.
Todas las sociedades son, de una forma u otra, religiosas, pero hay niveles y niveles.
Entre los talibanes afganos y los musulmanes de Egipto o Túnez no hay un mundo, sino una galaxia.
En las sociedades europeas, masivamente cristianas, el número de ateos y agnósticos ha alcanzado niveles récords, cuya mayor expresión son las iglesias casi vacías, sean católicas o protestantes.
Las sociedades son laicas y laicos son las organizaciones políticas, de general. En EEUU eso es imposible de imaginar. Un político que se declare ateo o no creyente es un político muerto.
Pueden ser corruptos, ladrones, genocidas, torturadores o sádicos, pero no ateos y, menos aún, infieles a sus ‘santas’ esposas.
Richard Nixon fue defenestrado por mandar a espiar a los demócratas, no por el genocidio en Vietnam.
Una felación al incontinente de Bill Clinton provocó un bombardeo contra Sudán, para desviar la atención del público de la pajarracada hecha por la becaria al señor presidente.
La religiosidad gringa viene de sus raíces. Cuando Inglaterra se separó de la Iglesia Católica, la corona impuso el anglicanismo al pueblo, persiguiendo a quienes rehusaban convertirse.
De ahí que se diera una emigración religiosa hacia el futuro EEUU, fundando los colonos puritanos la colonia de Massachusetts; colonos católicos fundaron la de Maryland (tierra de María) o los cuáqueros Pensilvania.
Estarán ahítos mis palinuros y atlántidas de ver películas del Oeste con predicadores de protagonistas principales o secundarios, poniendo la marca religiosa en los nuevos asentamientos. De ejemplo, la magnífica película
El jinete pálido, de Clint Eastwood, de 1985, donde un predicador salva a un asentamiento de indefensos colonos de una banda de malvados (¿agarran el nudo gordiano?: héroe generoso religioso defiende débiles de malotes malotes).
Les dejamos otro dato, más que relevante, de la mezcla, menjunje, chapapote, entre religión y poder en la superpotencia del siglo XX. J. Edgar Hoover fue fundador-director del archifamoso FBI entre 1924 y 1972 (no hay error en los años).
El profesor de Stanford Lerone Martin, detalla en un libro de reciente aparición -The Gospel of J. Edgar Hoover: How the FBI Aided and Aidted the Rise of White Christian Nationalism-, cómo Hoover dio forma a la creencia de que EEUU es una nación cristiana.
Hoover -dice- fue quizás el líder cristiano más influyente en Estados Unidos durante su mandato, promoviendo un evangelio de Estados Unidos como una nación cristiana y etiquetando a cualquiera que amenazara el poder de los cristianos blancos como comunistas y una amenaza a la voluntad de Dios. “Hoover vio su política como nada más que una extensión de su fe”, dijo Martin… Y debido a que Estados Unidos es una nación cristiana, el FBI está encargado de defender y perpetuar ese ideal”. Sabor a Trump.
Veamos ahora la afición enfermiza de EEUU por las sanciones a países.
Los estudios demuestran que, además de inútiles, rara vez logran sus objetivos (veamos, sin ir más lejos, en efecto contrario que han tenido en Irán y Rusia).
No obstante, EEUU y -por ósmosis de estupidez, que eso se pega más rápido que el covid-, sus vasallos europeos, persisten en ellas. Las sanciones tienen un profundo fondo canónico y religioso.
El término viene del latín sanctio, sanctionis, que, en Derecho Romano, era ley o decreto. Sanctio, a su vez, proviene del verbo sancio, sancire, que significa santificar o consagrar algo.
De sanctio, sancio derivan verbos y palabras como sagrado, consagrar, sacro, sacramento, sacristán… Sanctio, sancio, en fin, derivan de la raíz indoeuropea sak, consagrar.
Dios castiga a los pecadores: “Si después de esto ustedes no me obedecen y continúan oponiéndose a mí, entonces yo me opondré a ustedes con ira. Yo mismo los castigaré siete veces por su pecado.
La hambruna será tan grande que ustedes tendrán que comerse a sus propios hijos e hijas.
Destruiré sus santuarios sobre las colinas, derribaré sus altares de incienso, pondré los cuerpos sin vida de ustedes sobre los cuerpos sin vida de sus ídolos y les mostraré mi odio” (Levítico 26:27-30).
No sabemos si a ustedes también, pero los bloqueos al Iraq de Sadam, Cuba o, en el presente, contra Níger, buscaban (y buscan) matar a los pueblos de hambre y enfermedades, castigos por desobedecer al Dios vengativo y feroz que anega el Antiguo Testamento.
¿A dónde queremos llegar? Los gringos se consideran a sí mismos un pueblo excepcional.
El excepcionalísimo estadounidense, que dice que son distintos y superiores a los demás pueblos, tema tratado en el libro Política y geopolítica.
El excepcionalísimo gringo se resume en Superman y su pléyade de vengadores (¿no les dice nada ese nombrecito?), La clase dominante gringa, masivamente evangélica y judía, cree a pie juntillas que ellos, los gringos, han sido designados por la divinidad para gobernar el mundo.
Por eso mismo se guían principalmente por el Antiguo Testamento y, claro, por la conducta del Dios vengador, cruel e implacable que domina ese viejo libro.
Por eso no entienden de piedad, negociación o conciliación. Sólo de fuerza pura y dura y de venganza. La URSS y la guerra fría son historia, pero el castigo a Cuba debe mantenerse como venganza.
No habrá perdón a Cuba hasta que se arrodille y pida perdón por haber desobedecido a Yavé Dios/EEUU. Por ese mismo sustrato ideológico-religioso no habrá paz en Ucrania hasta que se entienda inevitable la victoria rusa, y por ese mismo sustrato habrá conflicto con China.
Y les dejamos con esta curiosidad: Argentina nos regaló a Mafalda, la niña más encantadora del mundo; Chile, al insoportable Condorito; Francia, a Asterix y Obelix; España, a Mortadelo y Filemón; Bélgica, a Tintín… EEUU nos ha dejado un universo de superhéroes, hoy reunidos y aumentados en Marvel y DC Comics.
Un súper-país; un nuevo Israel; un nuevo pueblo elegido ‘debe’ producir personajes que reflejen su psicología, su ideología, sus convicciones infinitas de que son lo mejor de la humanidad y de que representan la voluntad de Dios.
Un dios que quiere que el mundo se arrodille a sus pies. Una OTAN que quiere lo mismo y por eso se extiende a Asia-Pacífico.
¡No habrá espacio del planeta que escape a la mano justiciera de los vengadores! En fin, que el café de la mañana o de la tarde no se les indigeste. El deglutido por nosotros estaba delicioso. Es de cosecha propia, ejem…