Ante la ausencia de un verdadero acuerdo de nación y la falta de soluciones de fondo que pusieran en primer lugar el beneficio de Nicaragua y el pueblo trabajador, en nuestra historia patria cada conflicto bélico interno de la oligarquía ha incubado el siguiente, guerras que como norma general resultaron cada vez más dañinas para la joven república.
Estos conflictos han rebasado el ámbito social de la clase dominante e involucraron a los estratos populares que sufrían la peor parte de los mismos.
Así que la llamada “Guerra constitucionalista” fue un conflicto sangriento, originado en los motivos de siempre y los actores de siempre: Ambición de poder de las dos facciones en que estaba partida la oligarquía; liberales y conservadores, la ausencia total de un sentimiento nacionalista y por supuesto, los intereses imperiales de los gringos en nuestro país, partiendo siempre de su trazado geopolítico global.
Como de costumbre, “a petición de una de las partes”, los marines yanquis no sólo se involucraron activamente en la guerra (como en el primer bombardeo aéreo a una ciudad en el continente, que dejó incendiada Chinandega), sino que tomaron el control de la misma.
Una guerra civil dirigida desde Managua y Washington, que cubrió gran parte de la nación y que, tras dos años de lucha inútil los gringos pretendieron zanjar con el llamado “Pacto del espino negro”.
Pacto que los convertía a ellos mismos en los grandes electores y dueños de Nicaragua.
Esta guerra, a pesar de su relativa brevedad, fue una de las más sangrientas en el suelo patrio e involucró prácticamente a todo el territorio nacional, incluyendo al litoral caribe.
La Guerra constitucionalista finalizó debido al desgaste de los ejércitos enfrentados (liberal y conservador) y las necesidades estratégicas regional de los gringos.
El armisticio fue patrocinado y controlado por las tropas del cuerpo de la marina de guerra gringa, que ofreció grandes cuotas de poder a los líderes de las partes contendientes y diez dólares a cambio de cada rifle entregado por las tropas.
En la supuesta sencillez y buena voluntad del pacto, se escondían dos puntos trágicos para el futuro político y la paz de la nación: La creación de la guardia nacional ( que venía a desplazar a la “constabularia” creada en 1925 por los gringos y el pequeño ejército nacional, " mangoneado" por los conservadores) supeditada al USMC es decir, al gobierno gringo y la imposición ( mediante un remedo de elecciones al año siguiente) del partido liberal que luego del golpe de Estado de Somoza en 1937, gobernaría dictatorialmente hasta ser echado del poder cuarenta y dos años más tarde por el FSLN.
Dos generales de campo genuinamente patriotas rehúsan el oneroso trato: El general liberal chinandegano de apenas de 23 años de edad, pero con trayectoria de combate, Francisco Sequeira, popularmente conocido como “Pancho cabuya” (que poco después fue asesinado a traición por los soldados yanquis) y un casi desconocido niquinohomeño de corta, pero brillante hoja de servicios en la lucha contra de “los cachurecos”, bajo las órdenes del general entreguista (y a la postre presidente de la nación), José María Moncada.
El pacto fue asumido por estos dos hombres como una traición a la patria que marcaría el inicio de una epopeya.
La brillante epopeya antiimperialista del general Augusto C. Sandino al cual paradójicamente, siete años después, sus solapados y públicos enemigos, mediante otra colosal traición lo asesinaron.
Ambas traiciones ocurrirían en lugares muy cercanos uno del otro y dentro del mismo Departamento de Managua.
El jefe de la guardia nacional, Anastasio Somoza García, su plana mayor, los jefes de las fuerzas interventoras y la embajada yanqui, con la colaboración (por acción u omisión) del presidente Sacasa, se confabularon para dar cumplimiento a los planes para liquidar la gesta, el ejemplo, la vida de sus combatientes, jefes, colaboradores y la del mismo general A.C. Sandino. Aquel 21 de febrero de 1934, en la ciudad de Managua fue asesinado cruel y traicioneramente, el más grande e inspirador héroe nacido en tierras nicaragüenses.
Durante siete años, la población de Managua y por ende de todo el país, fue bombardeada con información falsa o tendenciosa sobre las verdaderas motivaciones y objetivos de lucha de los combatientes sandinistas.
Se les calificaba, cuando no de bandoleros y enemigos gratuitos de la paz de la nación, de " anarquistas y comunistas al servicio de intereses extranjeros”.
Después de la firma de la paz en casa presidencial el 2 de febrero de 1933, fue obvio el cerco de la GN a su gente en los pueblos segovianos, el boicot y falta de cumplimiento por el gobierno de lo acordado.
Los hombres que integraron su temible ejército guerrillero, reconcentrados en algunos pueblos de su antiguo teatro de guerra, desarmados (los acuerdos sólo permitían a Sandino un contingente de cien hombres armados) fueron siendo diezmados, primero selectiva y luego masivamente por la GN.
Increíblemente todo esto no despertó en el General de Hombres Libres ninguna duda en el cumplimiento final, por parte del gobierno, del acuerdo de paz o al menos no lo manifestó. Sus principales lugartenientes le rogaron no desarmar a la tropa, mucho menos viajar a Managua, pero por lo visto, el general Sandino dio máxima prioridad a la firma del acuerdo de paz.
Para algunos historiadores y biógrafos es difícil entender por qué Sandino, un hombre tan perspicaz y desconfiado, que había podido antes lidiar con traiciones, disidencias y desencuentros, no pudo intuir la más fatal de las traiciones, la gran emboscada que Somoza le preparó durante meses en Managua.
Si bien es cierto su asesinato y el de sus lugartenientes fue ejecutado por la plana mayor de la GN bajo órdenes directas de Anastasio Somoza García y con la complicidad de los arriba mencionados, la decisión fue tomada más al norte (a seis mil seiscientos kilómetros de distancia de Managua, en las más altas esferas del poder imperial gringo) y obviamente, varios años antes de perpetrar el crimen.
La suerte estaba echada, seguramente, desde aquel 4 de mayo de 1927, en los lodosos arrabales de Tipitapa, cuando el general Sandino no quiso entregar sus rifles ni vender su honor.
Está claro que, de haber querido sus enemigos, el general Sandino pudo haber sido asesinado a mansalva (matoneado como al general Pedrón Altamirano, tres años después) en una operación de infiltración y con menor escándalo en varios lugares:
En los pueblos del norte de las Segovia, en su segundo e infructuoso viaje a México, en sus salidas a Honduras, en cualquiera de los cuatro vuelos que realizó a Managua en los aviones facilitados por los gringos o por alguno de los muchos agentes encubiertos que lograron ser invitados hasta sus cuarteles en las montañas.
Pero incomprensiblemente para muchos de sus contemporáneos, fue capturado en pleno centro de Managua, casi a la luz del día y con gran despliegue militar, a la salida de una cena oficial en Casa presidencial, ¡Con el presidente de la República! Y al día siguiente toda la ciudad, el país y el mundo estaba enterado de su cobarde asesinato.
Con el tiempo han aparecido otras conjeturas del porqué del asesinato del General y sus subalternos en Managua. Una de ellas asegura que fue por la avaricia de Somoza, que al enterarse que aquellos cargaban una fuerte cantidad de oro en polvo, mandó a robárselo y asesinarlos.
Empero, la razón de esta ejecución sumaria casi pública de los jefes guerrilleros enemigos es obvia para otros historiadores con más perspicacia política:
La naciente dictadura somocista marcaba su territorio, demostraba meridiana y cruelmente quien, desde ese día, detentaba todo el poder en Nicaragua. Un poder omnímodo para unir a sus aliados alrededor de su propio proyecto político nacional y aterrorizar a sus adversarios, reales y potenciales.
"El hombre" (como pícara y genéricamente, los nicaragüenses desde entonces apodaron a Somoza García) se aseguraba de que toda la nación estuviera al tanto de que sólo la GN dominaba todo el territorio, incluyendo las Segovia y al mismo tiempo, ofrecía una prueba contundente de lealtad ante sus amos extranjeros.
Para los gringos, el asesinato del general Sandino era un golpe de autoridad ante el mundo, enmarcado en sus doctrinas de dominación política, económica e ideológica y, sobre todo, una advertencia para los revolucionarios latinoamericanos. “Nadie puede revelarse ante el Imperio”.
También, una advertencia tácita a sus competidores, que dejaba en claro, que en su traspatio "solo mandan los gringos".
Era la forma más criminal de lavar una afrenta, pues los “malos ejemplos, son contagiosos”.
Managua resultó perfecta para realizar la sentencia de muerte al hombre que había derrotado, por primera vez, a un Imperio contemporáneo miles de veces más poderoso.
El misterio mayor, para muchos, es por qué Sandino firmó un acuerdo tan a la ligera, tan mal negociado y que tantos leales amigos y sus propios lugartenientes le alertaron que no sería cumplido por su contraparte.
También llama la atención el por qué, un año más tarde dejó sus protectoras montañas para viajar a encontrar la muerte a un lado de una polvosa pista de aterrizaje militar en un rincón de Managua, pudiendo exigir firmar el documento en una ciudad segoviana o un lugar controlado por sus fuerzas.
A finales de 1932 el EDSNN conservaba la iniciativa estratégica de la guerra, llegando incluso a amenazar incursionar a la propia ciudad capital.
El dos de octubre de ese año, en una acción sorpresiva y exitosa, el general Francisco Umanzor atacó la población de San Francisco del carnicero al otro lado del Lago Xolotlán, frente a Managua, mientras otras fuerzas guerrilleras operaban en el Departamento de Chinandega.
En diciembre de ese año la aviación gringa cesa definitivamente operaciones ofensivas y para el primero de enero del 33, la infantería yanqui, también es embarcada rumbo a su país. Su completa y vergonzosa derrota militar se había consumado.
Sorpresivamente para muchos (incluidos importantes jefes, oficiales y soldados del EDSNN, aliados y simpatizantes de la lucha sandinista), El general Sandino, detiene unilateralmente las acciones de combate contra la abandonada guardia nacional y activa a su equipo civil de negociadores en Managua, que ya para febrero tiene listo el primer borrador del acuerdo de paz.
Cómo en su momento Aníbal (el gran general cartaginés que después de realizar la proeza del cruce de los Alpes, con todo su ejército y haber batido a las legiones romanas incomprensiblemente, teniendo la posibilidad de atacar y conquistar "la ciudad eterna", giró las grupas de su caballo y regresó a sus tierras, dándole un precioso chance a sus enemigos mortales que poco tiempo después destruirían hasta los cimientos a Cartago), Sandino ordenó a sus fieles y curtidos generales y a sus heroicas tropas reconcentrarse en las Segovias, hacer una tregua con el enemigo armado y entregar ellos mismos sus armas y municiones.
Sandino era un hombre de convicciones firmes ancladas en el respeto a la soberanía de Nicaragua y la búsqueda y preservación de la paz entre todos sus ciudadanos, una visión influenciada por su credo teosófico, que consolidó un ideario político que consideró adecuado a las circunstancias históricas de nuestro país.
Estaba claro de que sin paz nunca podría haber progreso e igualdad de oportunidades, que la gente pobre, sobre todo aquella que vivía en las zonas de guerra, necesitaban una opción de vida digna.
Creía (erróneamente) que esta visión de paz y progreso la compartía el presidente Sacasa, a quien también consideraba su amigo, “un hombre de fiar desde los tiempos aciagos de la Guerra constitucionalista”.
Los largos años de lucha contra un enemigo superior en recursos lo hizo ganar una enorme experiencia y el conocimiento de la historia y la política mundial, adquirida de otros compañeros y sus propias lecturas (militares, políticas, filosóficas y teosóficas) que le ayudaron a dominar los impulsos, a ser aún más reflexivo y fraterno. Lo transformaron en un jefe visionario, un estratega perspicaz, capacitado y en un líder que sabía distinguir el peligro de un enemigo emboscado y una situación potencialmente adversa.
Hombres de mayor formación intelectual y política como Froilán Turcios, Haya de la Torre, Farabundo Martí, Pedro José Zepeda, Andrés García, Esteban Pavletich, José de Paredes y otros, lo mismo que importantísimas organizaciones políticas de la Izquierda mundial como la Liga Antiimperialista de las Américas, el Partido Comunista Mexicano, el Partido de los Trabajadores de los EE UU, el KOMITERN (que por esos años era presidido por J. Dimitrov, pero controlado por el mismísimo J.V Stalin), el APRA, etc., no pudieron influenciarlo, ni “reclutarlo” para sus propios proyectos políticos y visión particular del mundo.
El General les dio lo que podía y tomó de ellos lo que fue útil para la causa, pero supo desechar ideas y personas no compatibles con su visión antiimperialista, su proyecto nacionalista, su plan de vida en tiempos de paz para sus soldados, los humildes habitantes de los pueblos y montañas del norte y zonas aledañas y en general, para todos los ciudadanos nicaragüenses.
Al mundo le dio ejemplo y esperanza y por varios años fue el más alto estandarte de la lucha de los pobres contra la opresión imperialista en el orbe.
Eso le granjeó amigos, admiradores y adeptos y como es natural, también más enemigos.
Sabía de las grandes conspiraciones en contra de su lucha. Desconfiaba de Somoza y la GN, también sabía que el FBI y otros organismos de inteligencia gringos tenían enlistados y perseguían a sus simpatizantes dentro de los EE UU y fuera de su territorio.
Tenía información de que la inteligencia de los marines conspiraba en Honduras, México y Europa para cerrar el flujo de ayuda económica para el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, que perseguía a periodistas y medios independientes que informaban la realidad de su lucha en las montañas y había descubierto infiltrados en sus propias filas y entre algunos visitantes invitados a sus campamentos guerrilleros con motivos obvios de traición.
El general Sandino no era ni tonto, ni ingenuo.
Sin embargo, con la derrota y salida de los marines yanquis de los teatros de guerra nicaragüenses, la situación estratégica cambió para el EDSNN.
Su ejército a principios de 1932, era una agrupación guerrillera de probada efectividad e inquebrantable lealtad y con una moral altísima por saberse vencedores del mayor poder militar del mundo.
No obstante, este ejército de campesinos e indígenas fue creado por el general Sandino con objetivos concretos de lucha y con una visión posbélica de paz y trabajo.
La disyuntiva de seguir combatiendo contra un ejército nacional cipayo durante quién sabe cuántos años más, al parecer no estaba dentro de los planes del general Sandino, como tampoco reconsiderar los alcances e ideología de su lucha.
Aceptar un acuerdo de paz honorable con su “amigo”, el presidente Sacasa y traer concordia a todos los nicaragüenses estaba perfectamente justificado, según la estrategia y objetivos de la lucha planteados desde un inicio al EDSNN por su General.
En el plano internacional, sus antiguos aliados y benefactores (sobre todo el PC mexicano y reconocidos militantes de la izquierda latinoamericana) se convirtieron en sus acérrimos críticos y detractores ante “su rendición a la causa del nacionalismo burgués” y a lo interno, en Managua, era urgido por un grupo de intelectuales, políticos, funcionarios y militares llamado “grupo patriótico” (que se habían declarado “adeptos a su causa”) a sentarse a buscar una paz negociada.
Un dato importante: Honduras que durante los años de la lucha sandinista fue una especie de segura y vital retaguardia, cambió de gobierno el cual se alió secretamente con Somoza para aislar al EDSNN, apresar y liquidar a sus combatientes en territorio hondureño. La conspiración estaba en marcha.
El presidente Juan Bautista Sacasa dio continuidad al plan de aniquilamiento del sandinismo (iniciado en el anterior período presidencial de José María Moncada) con la venia de Somoza, el embajador gringo y el jefe de los marines, mayor general. Logan Feland, plan que pasaba por convencer a Sandino y su Estado mayor de suscribir un acuerdo de paz, el cual debería de tener como punto principal el desarme y la desmovilización del EDSNN.
Sacasa delegó esta primordial tarea a uno de sus más leales ministros (tal vez más que por sus dotes intelectuales y conocimientos de historia, agricultura y otras ciencias), por su sigilo, por su tacto político y por ser masón grado 30, algo que podía crear un vínculo de afinidad con Sandino: Sofonías Salvatierra.
Hábil y manipulador, Salvatierra logró un acercamiento fundamental a don Gregorio Sandino, doña América Tiffer y Blanquita Arauz (padre, madrastra y esposa, respectivamente del General Sandino) que posibilitaron un canal de comunicación y encuentros con el General.
Un importante biógrafo del General, inclusive afirma que el propio yanqui Logan Feland intentó persuadir a la madre de Sandino, doña Margarita Calderón, de viajar a las Segovias a tratar de convencer a su hijo de las bondades del acuerdo de paz con el gobierno.
¿Cuánto influyeron en el General Sandino estas manipulaciones y canalladas del presidente Sacasa, Somoza y los gringos, para tomar la decisión de firmar el acuerdo de paz?
Solo el general Sandino podría decirlo. Aunque a juzgar por su firmeza de carácter y compromiso con su lucha, tal vez nada.
Resumiendo, en lo personal considero que existieron no una, sino varias razones para que el general Sandino accediera a firmar con premura el acuerdo de paz, aquel 3 de febrero de 1933, en Managua:
1.- Urgencia de poner en práctica el programa de paz de y crear la “Cooperativa del Río Coco y sus afluentes” e iniciar la creación de otras similares por todo el país.
2.- Confianza en las buenas intenciones del presidente Sacasa.
3.-Escasez de recursos financieros, avituallamiento, medicinas, viviendas.
4.- Falta de motivación y cansancio de sus tropas luego de la salida de los marines.
5.- Cerco internacional enemigo y disminución del apoyo internacional a su lucha.
El acuerdo fue firmado solemnemente en Managua, en Casa Presidencial ubicada en la Loma de Tiscapa, pero solo el General Sandino cumpliría su parte.
Un año después, el 21 de febrero de 1934, sucedió la tragedia.
Apenas a 27 días de cumplir treinta y ocho años de edad, el héroe de las Segovias fue apresado en la Avenida Central, por entonces la más importante de Managua (años más tarde renombrada servilmente como Avenida Roosevelt), para inmediatamente ser conducido al lugar de su vil asesinato.
Su cuerpo y el de sus abnegados lugartenientes fueron enterrados y desenterrados varias veces en diferentes lugares, ante el temor a que despertara en la población de Managua y de todo el país alguna simpatía o tal vez a alguien se le ocurriera continuar su lucha.
Algunos de sus sicarios dijeron, años más tarde, que sus cuerpos fueron quemados hasta las cenizas, al amparo de la noche, en un predio vacío cerca de la actual Catedral de Managua.
La paz parecía a la vuelta de la esquina. Lo que no sabía el general Sandino es que, aunque los marines abandonan el país, un nuevo ejército “gringo” había tomado su lugar y su sanguinario jefe oteaba el horizonte desde el punto más alto de la loma de Tiscapa de la ciudad capital.
El asesinato del General de Hombres Libres y sus lugartenientes, marcó profundamente la historia de América Latina y Nicaragua, pero particularmente la claroscura historia de Managua.
Edelberto Matus.