Ha pasado un año desde el inicio de la Operación Militar Especial. Aunque comenzó con ese nombre oficial, ahora está claro que Rusia se enfrenta a una guerra difícil, que no está siendo limitada.
No sólo contra Ucrania como régimen, no como pueblo (de ahí la demanda de desnazificación política alegada inicialmente), sino también contra el "Occidente colectivo", es decir, el bloque de la OTAN, básicamente (salvo la posición especial de Turquía y Hungría, que pretenden permanecer neutrales en el conflicto; los demás países de la OTAN participan en la guerra del lado de Ucrania de una forma u otra).
¿Cuál fue el error de Occidente?
Occidente, que creyó en la eficacia de la avalancha de sanciones contra Rusia y en la posibilidad de romper casi por completo sus vínculos con la economía, la política y la diplomacia mundiales, controladas por Estados Unidos y sus aliados, no logró su objetivo. La economía rusa se ha mantenido sólida, no ha habido protestas internas, la posición de Putin no se ha vuelto vulnerable sino que, por el contrario, se ha fortalecido aún más.
No ha sido posible coaccionar a Rusia para que detenga sus acciones militares o anule las decisiones de incorporar nuevas entidades. Tampoco se produjeron revueltas de oligarcas cuyos bienes habían sido confiscados en Occidente. Rusia sobrevivió, en contra de la firme creencia de Occidente de que caería.
Desde el principio del conflicto, Rusia, al darse cuenta de que las relaciones con Occidente se desmoronaban, se volvió rápidamente hacia los países no occidentales -sobre todo China, Irán, los países islámicos, pero también India, América Latina y África- declarando clara y rotundamente su determinación de construir un mundo multipolar.
En parte, Rusia, al tiempo que intentaba reforzar su soberanía, ya avanzaba en esta dirección, pero de forma aún vacilante, aún incoherente, volviendo siempre a buscar su integración en el Occidente global. Ahora esta ilusión se ha hecho finalmente añicos, y Moscú no tiene más remedio que lanzarse de cabeza a la construcción de un orden mundial multipolar. Esto ya ha dado algunos resultados, pero aún estamos al principio del camino.
Los planes de Rusia han cambiado radicalmente
Mientras tanto, las cosas no han salido como Rusia deseaba. Al parecer, el plan era asestar un golpe rápido y mortal en Ucrania, sitiar Kiev y forzar la capitulación del régimen de Zelensky. No se esperaba que se atacara Dombás y luego la propia Crimea, un ataque que Occidente había preparado, bajo la falsa apariencia formal de los acuerdos de Minske, una astuta maniobra que contó con el apoyo de las élites globalistas: Soros, Nuland, el propio Biden, su gabinete et caterva.
Hasta entonces, el plan consistía en llevar al poder a un político moderado (por ejemplo, Medvedchuk) y comenzar a restablecer las relaciones con Occidente (como tras la reintegración de Crimea). No se preveía ninguna reforma económica, política o social significativa. Todo debía seguir como antes.
Sin embargo, la Historia no lo quiso así. Tras los primeros éxitos reales, se hicieron evidentes algunos errores de cálculo en la planificación estratégica de toda la Operación. Los militares, la élite y la sociedad no estaban preparados para una confrontación seria, ni con el régimen ucraniano ni, mucho menos, con el Occidente colectivo.
La ofensiva se estancó ante la desesperada y feroz resistencia del adversario, que contaba con el apoyo de la maquinaria militar otomana en una medida nunca vista. Probablemente, el Kremlin no tuvo en cuenta ni la disposición psicológica de los nazis ucranianos a luchar hasta el último ucraniano, ni la magnitud de la intervención militar occidental.
Además, no se tuvieron en cuenta los efectos de la intensa propaganda, día a día, durante ocho años, que inculcó fuertemente la rusofobia y el nacionalismo histéricos en toda la sociedad ucraniana. En 2014, la gran mayoría del este de Ucrania (Novirrusia) y la mitad de la población del centro del país tenían una disposición positiva hacia Rusia, aunque no tanto como los habitantes de Crimea y Dombás.
Esa situación cambió en 2022. Ahora ha aumentado mucho el odio a los rusos, y las simpatías se reprimen violentamente, no pocas veces de forma directa, a base de palizas, torturas. En cualquier caso, los partidarios activos de Moscú en Ucrania se han vuelto pasivos e intimidados, mientras que los indecisos se han pasado al neonazismo ucraniano, alentado de todas las formas posibles por Occidente (con fines puramente pragmáticos y geopolíticos).
Ucrania estaba preparada
Ucrania estaba más preparada que nadie para las acciones de Rusia, de las que ya hablaba en 2014, cuando Moscú no tenía ni la más remota intención de escalar el conflicto y cuando la reunificación con Crimea parecía suficiente. Si algo sorprendió al régimen de Kiev fueron precisamente los fracasos militares rusos tras los éxitos del principio.
Esto elevó, enormemente, la moral de la sociedad ucraniana, ya impregnada de una rusofobia rampante y un nacionalismo exaltado. Llegó un momento en que Ucrania resolvió luchar de verdad contra Rusia hasta las últimas consecuencias. Kiev, dado el enorme patrocinio de Occidente, creía en la victoria, que pesaba como un factor positivo en la psicología ucraniana.
Lo que pilló por sorpresa al régimen de Kiev fue únicamente el ataque preventivo de Moscú, cuya preparación muchos interpretaron como un farol. Kiev planeó atacar Dombás y se preparó para ello, seguro de que Moscú no atacaría primero.
En cualquier caso, el régimen de Kiev también se preparó para repeler cualquier eventual ataque, lo que no estaba fuera de toda duda (nadie se hacía ilusiones al respecto). Durante ocho años se trabajó ininterrumpidamente para reforzar varias líneas de defensa en Dombás, donde tendrían lugar, como era de esperar, las principales batallas.
Los instructores de la OTAN formaron unidades cohesionadas y listas para el combate, saturándolas de medios técnicos de última generación. Occidente no dudó en aplaudir la creación de batallones de castigo formados por neonazis para sembrar el terror masivo y directo entre la población civil de Dombás. Y allí, precisamente, el avance ruso fue más difícil. Ucrania estaba preparada para la guerra precisamente porque estaba dispuesta a disparar primero en cualquier momento.
Moscú, en cambio, mantuvo todo en secreto hasta el último momento. La discreción hizo que la opinión pública no estuviera en absoluto preparada para los acontecimientos desencadenados a partir del 24 de febrero de 2022.
La élite liberal rusa es rehén de la Operación Militar Especial
La mayor sorpresa, sin embargo, fue la de la élite liberal rusa prooccidental al inicio de la Operación Militar Especial. Esta élite estaba, individual y casi institucionalmente, profundamente integrada en el mundo occidental. La mayoría de ellos mantenían sus (a veces gigantescas) reservas de efectivo en Occidente y participaban activamente en el mercado de valores y en otros negocios financieros. La Operación Militar Especial puso a esta élite en una situación de riesgo total de ruina.
Y en la propia Rusia, muchos percibieron esta práctica como una traición a los intereses nacionales. Por ello, los liberales rusos no creyeron, hasta el último momento, que la Operación fuera a comenzar, y cuando lo hizo, empezaron a contar los días del plazo para su final. Convertida en una guerra amplia y prolongada de resultado incierto, la Operación resultó ser un desastre para todo este segmento liberal de la clase dominante.
En la élite hay quienes siguen intentando desesperadamente detener la guerra (no les importa cómo), algo que ni Putin, ni las masas, ni Kiev, ni siquiera Occidente están dispuestos a hacer. Los occidentales se han dado cuenta de la debilidad de Rusia en el conflicto, y seguirán hasta el final en su intento de desestabilizar el Estado ruso.
Aliados volubles y soledad rusa
Creo que los amigos de Rusia también se han sentido un poco decepcionados por el primer año de la Operación Militar Especial. Probablemente muchos pensaron que sus capacidades militares eran tan grandes y estaban tan consolidadas que el conflicto con Ucrania sería un asunto que se resolvería rápidamente y con relativa facilidad. La transición al mundo multipolar ya parecía irreversible y natural para muchos, pero los problemas a los que se enfrenta Rusia están llevando a todos a una situación de más conflicto y más sangre.
En este contexto, las élites liberales occidentales se han lanzado severa y desesperadamente a la lucha por salvar su hegemonía unipolar, enfrentándose incluso al riesgo de una guerra a gran escala con la participación directa de la OTAN, incluso en el caso de un conflicto nuclear total. China, India, Turquía y otros países islámicos, así como los Estados africanos y otros latinoamericanos, estaban mal preparados para esta nueva situación.
Una cosa es acercarse a Rusia en paz, reforzando implícitamente su soberanía y construyendo estructuras regionales e interregionales no occidentales (¡pero tampoco antioccidentales!). Otra cosa es ir a la guerra contra Occidente. Así pues, aunque cuente con el apoyo tácito de los partidarios de la multipolaridad (especialmente las políticas amistosas de China, la solidaridad de Irán y la neutralidad de India y Turquía), el hecho esencial es que Rusia está sola en la lucha contra Occidente.
Primera fase: un comienzo rápido y victorioso
El primer año de esta guerra tuvo varias fases. En cada una de ellas, las cosas cambiaron mucho en Rusia, Ucrania y la comunidad mundial.
La dramática primera fase de éxitos rusos, en la que las tropas rusas tomaron Sumy y Chemigove, alcanzando Kiev por el norte, fue recibida con furia en Occidente. Rusia demostró seriedad en la liberación de Dombás y, partiendo de Crimea, tomó el control de otras regiones, Kérson y Zaporisia, así como parte de la región de Karquive, Mariupol -ciudad de importancia estratégica en la República Popular de Dombás, fue tomada duramente.
En general, Rusia, operando rápido como el rayo para sorprender a su oponente, tuvo éxito al principio de la Operación. Sin embargo, aún no sabemos exactamente qué errores se cometieron en esta fase que fueron la causa de los fracasos posteriores. Se trata de una cuestión que aún debe investigarse. Pero lo que es seguro es que se cometieron errores.
Con éxitos visibles y tangibles, Moscú estaba dispuesto a entablar negociaciones que consolidaran diplomáticamente los avances militares. Pero Kiev no quiso negociar.
Segunda fase: el lógico fracaso de las negociaciones
En ese momento comenzó la segunda fase. Fue entonces cuando se hicieron evidentes los fallos militares y estratégicos de la planificación de la Operación, la inexactitud de las previsiones y la frustración de la población porque no se cumplieron sus expectativas. Además, la esperada disposición de un grupo de oligarcas ucranianos a apoyar a Rusia, bajo ciertas condiciones, no se materializó.
La ofensiva flaqueó en algunas zonas y Rusia se vio obligada a retirarse de las posiciones que había tomado. La cumbre militar trató de lograr algunos avances mediante negociaciones en Estambul, pero esto no dio ningún resultado.
Las conversaciones resultaron inútiles, porque Kiev consideraba que podía resolver el conflicto a su favor por medio de las armas.
A partir de entonces, una vez que la opinión pública asimiló la feroz rusofobia inculcada en los trabajos de la primera fase, Occidente empezó a suministrar a Ucrania todo tipo de armas a una escala sin precedentes. Luego, poco a poco, la situación empezó a deteriorarse.
Tercera fase: punto muerto
En el verano de 2022, la situación mostraba signos de estancamiento, aunque Rusia había obtenido algunas victorias en determinadas zonas. A finales de mayo, Mariupol había sido tomada.
La tercera fase duró hasta agosto. Durante este periodo se hizo patente la fuerza de una contradicción. Por un lado, la idea de la Operación Militar Especial como una operación rápida y ligera, de corta duración, que pronto debería entrar en una fase diplomática; y, por otro, la necesidad de luchar contra un enemigo fuertemente armado, que contaba con el apoyo logístico, de inteligencia, tecnológico, de comunicaciones y político de todo Occidente.
Y , en un frente de enorme extensión, Moscú siguió la orientación dada por la idea inicial, evitando perturbar a la sociedad en su conjunto y sin dirigirse directamente al pueblo.
Esto provocó un cierto conflicto de actitudes entre los que estaban en el frente y los que estaban en la retaguardia, lo que provocó disensiones en el seno del mando militar. Los dirigentes rusos dudaron en asumir la guerra en su totalidad, retrasando todo lo posible la movilización parcial, que ya era imperativa y se había convertido en una cuestión de urgencia.
Durante ese periodo, Kiev y Occidente en su conjunto recurrieron a tácticas terroristas. Baste mencionar los asesinatos de civiles en la propia Rusia, los atentados con bomba en el puente de Crimea y, más tarde, los atentados que destruyeron los gasoductos del Mar Báltico.
Cuarta fase: contraataques del régimen de Kiev
Entramos así en la cuarta fase, marcada por la contraofensiva de las fuerzas armadas ucranianas en la región de Karquive, ya bajo control parcial ruso desde el inicio de la Operación. Los ataques ucranianos se hicieron más intensos también en el resto del frente. Y el suministro masivo de unidades Himars y sistemas de comunicación por satélite Starlink, junto con otra serie de material militar, crearon graves problemas al ejército ruso, para los que no estaba preparado en la primera fase.
La retirada del oblast de Karkov, la pérdida de Kupiansk y también de Krasny Liman, una ciudad de la República Popular de Dombas, fue el resultado de una "guerra a medias" (por emplear la feliz definición de Vladlen Tatarsky).
Además, aumentaron los ataques contra territorios "antiguos", con bombardeos regulares contra Belgorode y el óblast de Kursk. El enemigo también alcanzó algunos objetivos en zonas profundas del territorio ruso mediante aviones no tripulados.
Fue entonces cuando la Operación se convirtió en una guerra en toda regla. En otras palabras, los dirigentes rusos asumieron finalmente las responsabilidades que suponía el hecho consumado de la guerra total.
Quinta fase: el cambio decisivo
Tras estos fracasos, se produjo una quinta fase que, aunque tardíamente, cambió el curso de las cosas. Putin tomó las siguientes medidas: anuncio de movilización parcial, reorganización de la cúpula militar, creación del Consejo de Operaciones Especiales, normas más estrictas para la industria militar, responsabilidad más estricta por los errores y delitos en el ámbito de la defensa del Estado.
Esta fase culminó con el referéndum sobre la integración de cuatro entidades en Rusia: las regiones de la RPD, la RPL, Kérson y Zaporisia. Otro hito en este mismo contexto fue el discurso de Putin del 30 de septiembre, en el que declaró, por primera vez y con todas las letras, la oposición de Rusia a la hegemonía liberal occidental. Putin afirmó su plena e irreversible determinación de construir un mundo multipolar.
Afirmó que había comenzado la fase aguda de la guerra de civilizaciones y acusó a la civilización occidental moderna de ser "satánica". Más tarde, hablando en Valdai, el presidente reafirmó y desarrolló estas tesis principales suyas.
Aunque a partir de entonces Rusia se vio obligada a rendirse en la plaza de Kérson, los ataques del ejército ucraniano cesaron con la retirada, las líneas defensivas rusas se reforzaron y la guerra entró en una nueva fase.
El siguiente paso en la escalada llegó con los ataques con misiles contra las infraestructuras técnico-militares y, en ocasiones, energéticas de Ucrania, que fueron destruidas periódicamente.
Comenzó la limpieza desde dentro de la sociedad: los traidores y colaboradores con el enemigo abandonaron Rusia, los patriotas dejaron de ser un grupo marginal, y su postura de abnegada devoción a la patria se convirtió -al menos exteriormente- en la corriente ética dominante.
Antes, los liberales solían recopilar denuncias sistemáticas contra cualquiera que mostrara cualquier tipo de opinión contraria al liberalismo, Occidente, etc.; ahora, en cambio, cualquiera con sentimientos liberales cae automáticamente bajo la sospecha de ser, como mínimo, un agente extranjero o incluso un traidor, o un saboteador o un simpatizante del terrorismo antirruso.
A esto siguió la prohibición de conciertos y mítines de quienes se oponían explícitamente a la Operación Militar Especial. De este modo, Rusia daba los primeros pasos en el camino hacia su cambio ideológico.
Sexta fase: de nuevo el equilibrio
Poco a poco, el frente se estabilizó, evolucionando hacia un nuevo estancamiento. Llegados a este punto, ninguno de los dos bandos podía dar la vuelta a la situación. Rusia se reforzó movilizando una nueva reserva. Moscú apoyó a los voluntarios y, sobre todo, a las fuerzas de Wagner, que realizaron importantes avances, buscando la victoria en determinados sectores del teatro de guerra.
Se tomaron las medidas necesarias para el abastecimiento del ejército, y así se dotó a la fuerza del equipo que necesitaba. El movimiento de los voluntarios fue máximo.
Esta sexta fase ha durado hasta ahora. Se caracteriza por un relativo equilibrio de fuerzas. Ambas partes no tienen forma de avanzar con decisión y contundencia en una configuración de este tipo. Sin embargo, Moscú, Kiev y Washington están dispuestos a continuar la confrontación el tiempo que sea necesario.
En otras palabras, la cuestión de cuándo terminará el conflicto en Ucrania ya no es relevante ni tiene sentido. Sólo ahora hemos entrado realmente en guerra y sólo ahora hemos tomado conciencia de ese hecho. Existimos estando en guerra. Es una existencia difícil, trágica y dolorosa. La sociedad rusa hacía tiempo que no se acostumbraba a este tipo de situaciones.
Armas nucleares: el argumento final
La gravedad del enfrentamiento de Rusia con Occidente ha suscitado nuevas preguntas sobre la probabilidad de que el conflicto desemboque en una escalada nuclear. Las armas nucleares tácticas (CTN) y las armas nucleares estratégicas (SNE) han sido objeto de debate en todos los ámbitos, desde el gobierno hasta los medios de comunicación.
En el caso de la guerra en el sentido amplio de este concepto, que enfrenta a Occidente con Rusia, el uso de este tipo de armas dejó de ser un problema teórico para convertirse en una "solución" práctica en los argumentos de las distintas partes implicadas en el conflicto.
El estado del arte de la tecnología nuclear, que es altamente secreta, no permite conocer el nivel de capacidad destructiva alcanzado, pero se cree (probablemente con razón) que la potencia nuclear rusa y sus vectores -misiles, submarinos y otros- superan con creces el nivel necesario para destruir varias veces Estados Unidos y otros países de la OTAN.
Por el momento, la OTAN no dispone de medios suficientes para protegerse de un posible ataque nuclear ruso. Así que en caso de cualquier emergencia, Rusia tiene la opción de recurrir a este argumento de último recurso.
Putin se ha expresado muy claramente al respecto. Ha explicado que en caso de derrota militar directa de Rusia a manos de los países de la OTAN y sus aliados, con ocupación y pérdida de soberanía, Rusia respondería con armas nucleares.
Soberanía nuclear
Al mismo tiempo, Rusia también carece de defensas aéreas que la protejan de forma fiable de un ataque nuclear estadounidense.
Como resultado, en el estallido de un conflicto nuclear a gran escala, independientemente de quién sea el primero en disparar, se produciría casi con toda seguridad un apocalipsis nuclear, pereciendo la humanidad, y posiblemente también la propia vida en el planeta en su conjunto. Las armas nucleares, especialmente las estratégicas, no pueden ser utilizadas eficazmente por un solo bando.
El segundo responderá, y eso es suficiente para quemar a la humanidad en el horno nuclear. Obviamente, el mero hecho de poseer armas nucleares significa que en una situación crítica pueden ser utilizadas por gobernantes soberanos, es decir, por las más altas autoridades de EEUU y Rusia.
Casi nadie más puede influir en una decisión de este tipo sobre un suicidio global. Ese es el significado de la soberanía nuclear. Putin fue bastante franco sobre las condiciones para el empleo de armas nucleares. Por supuesto, Washington tiene su propia opinión al respecto, pero está claro que en respuesta a un hipotético ataque de Rusia contraatacaría de la misma manera.
¿Puede el mundo llegar a eso? Yo creo que sí.
Líneas rojas de la guerra nuclear
El empleo de armas nucleares estratégicas significará casi con toda seguridad el fin de la humanidad, pero esto sólo ocurrirá cuando se crucen ciertas líneas rojas. Esto no debe ponerse en duda a partir de ahora. Occidente ignoró las primeras líneas rojas que Rusia había trazado antes del inicio de la Operación Militar Especial, convencido de que Putin sólo iba de farol.
Occidente se dejó convencer escuchando a la élite liberal rusa, que no quería creer en la seriedad de las advertencias de Putin. Sus advertencias, sin embargo, merecen una consideración respetuosa.
Así pues, para Moscú, cruzar las líneas rojas -y éstas son bastante claras- correspondería a apretar el gatillo de la guerra nuclear. Y estas líneas consisten en una derrota crítica en la guerra de Ucrania con una implicación directa e intensiva de Estados Unidos y la OTAN en el conflicto. Casi se llegó a ese punto en la cuarta fase de la Operación, cuando el mundo hablaba de las armas nucleares como de empleo casi inevitable en ese momento.
Sólo algunos éxitos del ejército ruso por medios convencionales de guerra impidieron que ocurriera lo peor. Sin embargo, esto no anuló por completo la amenaza nuclear. Para Rusia, la cuestión de la confrontación nuclear sólo dejará de estar en el orden del día con su victoria. Sobre el significado de esta "victoria" hablaremos un poco más adelante.
Occidente no tiene motivos para utilizar armas nucleares
En la actualidad, Estados Unidos y la OTAN no tienen motivos para recomendar el uso de armas nucleares, ni los tendrán en un futuro previsible. Sólo recurrirían a la energía atómica en caso de un ataque atómico por parte de Rusia, lo que no ocurriría sin alguna razón fundamental (es decir, una amenaza grave: un peligro fatal de fusión militar). Para Estados Unidos, incluso la hipótesis de una dominación total rusa de Ucrania no significaría la violación de sus líneas rojas.
En cierto sentido, Estados Unidos ya ha conseguido grandes resultados en su enfrentamiento con Rusia. Han frenado la transición pacífica y sin sobresaltos hacia la multipolaridad, han aislado a Rusia del mundo occidental, han demostrado cierta debilidad de Rusia en el ámbito militar y técnico, han impuesto severas sanciones, han empañado la imagen que sus aliados reales o potenciales tenían de Rusia, han actualizado su arsenal y puesto a prueba nuevas tecnologías militares en una situación real de combate. Occidente evitará las armas atómicas.
Someter y desacreditar a los rusos en una guerra convencional es más interesante y más seguro para ellos. Si pudieran destruir Rusia sin ensuciarla de radiación, los occidentales estarían más que encantados.
Lo mismo quiere decir que, dada la posición de Occidente, no será el primero en apretar el gatillo atómico, ni siquiera a largo plazo. No es el caso de Rusia. Puede que sea la primera en disparar, pero esto dependerá de lo que haga Occidente. Si Rusia no se ve abocada a una situación de extremo peligro existencial, su arsenal atómico permanecerá cerrado. Rusia sólo arrastrará a la humanidad al abismo de la extinción en la guerra atómica si ella misma es empujada al abismo de su propia aniquilación.
Kiev condenado
Por último, hay que decir que Kiev se encuentra en una situación muy difícil. Después de que un misil ucraniano cayera en territorio polaco, Zelensky llegó a pedir a sus socios y padrinos occidentales que lanzaran un ataque nuclear contra Rusia. ¿Cuál fue el motivo de esta petición?
Resulta que el Occidente colectivo, aunque ha perdido algo, ya ha ganado mucho y ya no existe una amenaza crítica de Rusia contra los países europeos de la OTAN, y mucho menos contra Estados Unidos. Todo lo que se dice sobre esta cuestión no es más que pura propaganda.
Ucrania, sin embargo, está condenada. Ucrania se encuentra en la situación en la que ha estado muchas veces a lo largo de la historia. Está entre el mazo y el yunque, es decir, entre Occidente y el Imperio (blanco o rojo). Los rusos no harán concesiones, se mantendrán firmes hasta la victoria final y definitiva. La victoria de Moscú significa la derrota total del régimen nazi prooccidental de Kiev. Ya no existirá Ucrania como Estado nacional soberano, ni siquiera en el sentido más formal de ese concepto.
En tal situación, Zelensky, en parte imitando a Putin, proclama su voluntad de apretar el gatillo atómico. Ya que no habrá más Ucrania, que desaparezca también la humanidad. En principio, uno puede entender esto, ya que es una aplicación de la lógica del pensamiento terrorista. Resulta que Zelensky no tiene gatillo atómico. Y no lo tiene porque no tiene soberanía. Pedir a Estados Unidos y a la OTAN que se suiciden en todo el mundo en nombre de la independencia (que no es más que ficción) es, cuando menos, ingenuo. Armas, sí; dinero en efectivo, sí; apoyo mediático, sí, obviamente; apoyo político, sí; lo que quieran, sí; pero armamento atómico, ¡no!
La razón es demasiado obvia. ¿Cómo se puede creer seriamente que Washington -por muy fanáticos que sean hoy los secuaces del globalismo, la unipolaridad y la preservación de la hegemonía a cualquier precio- estaría dispuesto a destruir la humanidad al grito de "¡Gloria a los héroes!"? Aunque perdiera toda Ucrania, Occidente no perdería gran cosa. Así pues, sin los peligrosos juguetes atómicos que pide a sus padrinos occidentales, los sueños de grandeza mundial del régimen nazi de Kieve acabarían en la pesadilla de Zelensky. De eso no hay duda.
En otras palabras, las líneas rojas de Kiev no deben tomarse en serio, por mucho que Zelensky actúe como el jefe de una banda terrorista. Ha tomado como rehén a todo un país y amenaza con destruir la humanidad.
El final de la guerra: los objetivos de Rusia
Un año después del inicio de la guerra en Ucrania, está bastante claro que Rusia no puede perderla. El reto es existencial: ser o no ser un país, ser o no ser un Estado, ser o no ser un pueblo. No se trata de una simple disputa territorial o de reforzar la seguridad. Así era hace un año. Ahora no. Ahora las cosas son mucho más agudas. Rusia no puede perder, y la violación de esta línea roja nos devuelve al tema del apocalipsis atómico. El fin del mundo, todo el mundo debería saberlo, no depende sólo de la decisión que tome Putin. Más bien, resultaría de la lógica de toda la trayectoria histórica de Rusia, que en cada etapa ha luchado por no caer en la dependencia de Occidente. Los rusos lucharon victoriosamente contra la Orden Teutónica, contra la Polonia católica, contra el Napoleón burgués, contra el Hitler racista y esta vez también derrotarán a los globalistas modernos. Rusia será libre o no será nada.
Una pequeña victoria: la liberación de los nuevos territorios
Llegados a este punto, queda por considerar en qué consiste la victoria. Hay tres opciones.
La victoria mínima para Rusia podría consistir, en determinadas circunstancias, en hacerse con el control de todos los territorios de las cuatro nuevas entidades constitutivas de la Federación Rusa: las regiones de la RPD, la RPL, Kérson y Zaporisia. Paralelamente, Ucrania sería desarmada y se encontraría en una condición de neutralidad para el futuro previsible. Para ello, Kiev debe reconocer y aceptar la situación de facto. En este contexto, podría iniciarse el proceso de paz.
Sin embargo, tal escenario es muy improbable. Los éxitos relativos del régimen de Kiev en la región de Karkov han dado esperanzas a los nacionalistas ucranianos de que pueden derrotar a Rusia. La feroz resistencia en Dombas demuestra su intención de resistir hasta el final, invertir el curso de la campaña y pasar, de nuevo, a la contraofensiva, incluso en Crimea. Por todo ello, es totalmente improbable que las actuales autoridades de Kiev acepten lo que he denominado "la pequeña victoria rusa".
Sin embargo, para los occidentales, esta sería la mejor solución, ya que con una pausa en las hostilidades podrían militarizar aún más Ucrania, como hicieron durante la vigencia de los acuerdos de Minsk. La propia Ucrania -incluso sin esas regiones- seguiría siendo un territorio enorme, y su neutralidad podría parecerles confusa por la ambigüedad de sus términos, que seguramente explotarían en beneficio de Occidente.
Moscú entiende todo esto, Washington también, un poco menos. Sin embargo, los actuales dirigentes de Kiev no quieren entenderlo de ninguna manera.
Una victoria a medias: la liberación de Novorrusia
La versión intermedia de la victoria para Rusia sería liberar todo el territorio de la Novirrusia histórica, que incluye Crimea, las cuatro nuevas entidades rusas y también las tres regiones que abarcan Karkov, Odessa y Nikolaieve (con partes de Krivói Rogue, Daniepre y Poltava). Esto completaría la división lógica de Ucrania en Ucrania Oriental y Ucrania Occidental, que tienen historias, identidades y orientaciones geopolíticas diferentes. Tal solución sería aceptable para Rusia y podría considerarse una victoria real, completando lo que se empezó y pronto terminó en 2014. En conjunto, también convendría a Occidente, cuya estrategia sería la más perjudicada por la pérdida de Odessa. Sin embargo, incluso esta pérdida no sería tan crucial, dado que existen otros puertos del Mar Negro en Rumanía, Bulgaria y Turquía, tres países de la OTAN.
Está claro que para Kiev tal escenario es categóricamente inaceptable, pero aquí hay que hacer una salvedad. Es categóricamente inaceptable para el régimen actual y en el contexto militar estratégico actual. En el caso de la liberación completa de las cuatro nuevas entidades de la Federación y con la consiguiente entrada de tropas rusas en las tres nuevas regiones, la situación sería muy diferente. El ejército ucraniano, el estado psicológico de la población, el potencial económico y el propio régimen político de Zelensky quedarían completamente destrozados. La infraestructura de la economía seguiría siendo destruida por los ataques rusos, y las derrotas en el frente provocarían el colapso total de la sociedad, ya exhausta y ensangrentada por la guerra. Tal vez haya un gobierno diferente en Kiev, e incluso puede cambiar el gobierno en Washington, donde un gobernante realista sin duda reduciría el apoyo a Ucrania, simplemente calculando sobriamente los intereses nacionales de Estados Unidos, sin la creencia fanática en la globalización. Trump es un ejemplo vivo de que tal situación es posible y, más que eso, probable.
En el contexto de la victoria intermedia, es decir, la liberación completa de Novirrusia, sería extremadamente ventajoso para Kiev y Occidente negociar acuerdos de paz. Éstos preservarían, al menos, el resto de Ucrania. Podría establecerse un nuevo Estado sin las restricciones y obligaciones actuales, que se convertiría -de forma bastante gradual- en una base más para cercar a Rusia. El proyecto de Nirrusia parece perfectamente aceptable para Occidente, porque el resto de Ucrania estaría a salvo. Los occidentales saldrían ganando en el futuro, cuando estén bien situados para enfrentarse de nuevo a la Rusia soberana.
Una gran victoria: la liberación de Ucrania
Por último, una victoria completa de Rusia implicaría la liberación de todo el territorio de Ucrania del yugo del régimen nazi prooccidental y el restablecimiento de la unidad histórica tanto de un Estado eslavo oriental como de una gran potencia euroasiática. La multipolaridad se consolidaría, irreversiblemente, y la historia de la humanidad se vería sacudida y dada la vuelta. Además, sólo una victoria así permitiría alcanzar plenamente los objetivos fijados al principio: la desnazificación y desmilitarización de Ucrania.
El geopolítico atlantista Zbigniew Brzezinski escribió con razón que "sin Ucrania, Rusia no puede convertirse en un imperio". Es cierto. Sin embargo, podemos considerar esta fórmula desde una perspectiva euroasiática: "Con Ucrania, Rusia se convertirá en un Imperio, es decir, en un polo soberano del mundo multipolar".
Incluso con eso, Occidente no sufriría daños críticos en un sentido militar estratégico, y mucho menos en un sentido económico. Rusia seguiría aislada de Occidente, demonizada a los ojos de muchos países. Su influencia en Europa caería casi a cero, e incluso podría ser negativa. La comunidad atlántica estaría más cohesionada que nunca frente a un enemigo tan peligroso. Y Rusia, excluida del Occidente colectivo, sin tecnología y al margen de las nuevas redes, seguiría recibiendo una importante población nada leal, cuando no hostil, cuya integración en un espacio unificado costaría esfuerzos extraordinarios a un país ya cansado de la guerra.
Y la propia Ucrania no estaría bajo ocupación, sino que formaría parte de una única nación sin ninguna desventaja étnica y con todas las perspectivas abiertas para tomar posiciones y moverse libremente por toda Rusia. Si se prefiere, esto podría verse como la anexión de Rusia por Ucrania, y la antigua capital del Estado ruso, Kiev, volvería a estar en el centro del mundo ruso y ya no en su periferia.
Cambiar la fórmula rusa
Por último, merece la pena considerar, en este análisis del primer año de la Operación Militar Especial, el impacto causado en las relaciones internacionales. Se trata de una evaluación teórica de la transformación que la guerra engendró en el espacio de dichas relaciones.
Aquí tenemos el siguiente panorama. Las administraciones de Clinton, del neoconservador Bush Jr. y de Obama, así como la administración de Biden, son liberales y de línea dura en asuntos internacionales. Consideran que el mundo es global y está dirigido por un Gobierno Mundial a través de los jefes de todos los Estados nación. Incluso el propio Estados Unidos no es, en su opinión, más que una herramienta temporal en manos de la élite mundial cosmopolita. De ahí la aversión, el odio de los demócratas y los globalistas hacia cualquier forma de patriotismo en Estados Unidos y en otros lugares. No soportan ni siquiera la propia identidad tradicional de sus compatriotas.
Para los partidarios del liberalismo en las relaciones internacionales, cualquier Estado-nación representa un obstáculo para el Gobierno Mundial. El Estado-nación soberano y fuerte, capaz de desafiar abiertamente a la élite liberal, es el verdadero enemigo a destruir.
Tras la caída de la URSS, el mundo dejó de ser bipolar para convertirse en unipolar. Entonces la élite globalista, secuaz del liberalismo en las relaciones internacionales, tomó las riendas del gobierno de la humanidad.
La desmembrada y derrotada Rusia de los años noventa, como remanente del segundo polo bajo Yeltsin, aceptó las reglas del juego y se ciñó a la lógica de los liberales en las relaciones internacionales. Moscú sólo debía integrarse en el mundo occidental, desprenderse de su anticuada soberanía y empezar a jugar con las reglas de los dueños de la pelota. El objetivo era obtener al menos alguna distinción en el futuro Gobierno del Mundo. En aquella época, la nueva cúpula oligárquica hacía todo lo posible por encajar en el mundo occidental, y a cualquier precio, individualmente incluido.
Todas las instituciones de enseñanza superior de Rusia se pusieron al servicio del liberalismo en materia de relaciones internacionales.
El realismo político, aunque todavía conocido, se olvidó, acabó equiparándose al "nacionalismo", y nunca se pronunció la palabra "soberanía".
Todo cambió en la realpolitik (pero no en la educación) con la llegada de Putin. Desde el principio, Putin fue un realista acérrimo en la escena internacional y un firme defensor de la Rusia soberana.
Al mismo tiempo, compartía plenamente la universalidad de los valores occidentales, reconocía la falta de alternativa al mercado y la democracia y consideraba que el progreso social y tecnocientífico de Occidente era la única vía de desarrollo de la civilización. Sólo insistió demasiado en la cuestión de la soberanía. De ahí el mito de su influencia sobre Trump.
Fue el realismo lo que vinculó a Putin con Trump. En todo lo demás son muy diferentes. El realismo de Putin no es contra Occidente, sino contra el liberalismo en las relaciones internacionales, contra el Gobierno unipolar del Mundo. Es el realismo de Estados Unidos, China, Europa o cualquier otro.
Sin embargo, la unipolaridad instaurada desde principios de los años noventa ha dejado a los liberales de las relaciones internacionales descabalgados. Creían que la historia había llegado a su fin, es decir, que la confrontación de paradigmas ideológicos (tesis de Fukuyama) había terminado y que debían reanudar con más fuerza el proceso de unificación de la humanidad bajo un Gobierno Mundial.
La consecución de este objetivo sólo les exigiría que se tomaran la molestia de eliminar los residuos de soberanía aún existentes aquí y allá.
Esta línea chocaba con el realismo de Putin. Sin embargo, Putin pretendía mantener el equilibrio y las relaciones con Occidente a toda costa. Esto era muy fácil con el realista Trump, que entendía el deseo de soberanía de Putin, pero se hizo imposible con Biden en la Casa Blanca. Ocurrió, pues, que Putin, como realista que es, llegó al límite de las concesiones que podía hacer en la búsqueda de un compromiso.
El Occidente colectivo, guiado por los liberales en relaciones internacionales, presionó cada vez más a Rusia para que finalmente empezara a desmantelar su soberanía en lugar de reforzarla.
Este conflicto culminó con el inicio de la Operación Militar Especial. Los globalistas participaron activamente en la militarización y nazificación de Ucrania. Putin se rebeló contra esto, porque comprendió que el Occidente colectivo se estaba preparando para una campaña simétrica de "desmilitarización" y "desnazificación" de la propia Rusia.
Los liberales fruncieron el ceño ante el rápido ascenso del neonazismo rusófobo en Ucrania, del que eran patrocinadores. Fomentaron su militarización todo lo que pudieron, mientras acusaban a Rusia de hacer lo que ellos hacían en favor del militarismo y el nazismo. Y llegaron a equiparar a Putin con Hitler en todos los aspectos.
Putin inició la Operación Militar Especial como un realista. Nada más que eso. Un año después, sin embargo, la situación es diferente.
Ha quedado claro que Rusia está en guerra con la civilización liberal occidental moderna en su conjunto, con el globalismo y los valores que Occidente impone al mundo. Este cambio en la conciencia rusa de la situación mundial es quizás el resultado más importante de toda la Operación Militar Especial.
La guerra, que antes tenía como objetivo la defensa de la soberanía, adquiere ahora el carácter de un choque entre civilizaciones.
Rusia ya no se limita a insistir en una gobernanza independiente, compartiendo actitudes, criterios, normas, reglas y valores occidentales, sino que actúa como una civilización independiente, con sus propias actitudes, criterios, normas, reglas y valores. Rusia ya no tiene nada que ver con Occidente.
No es, Rusia, un país europeo, sino una civilización ortodoxa euroasiática. Así habló Putin en su discurso alusivo a la admisión de las cuatro nuevas entidades en la Federación Rusa el 30 de septiembre [de 2022]. Lo mismo dijo en su discurso de Valdai y luego en muchas otras ocasiones.
Por último, en el Decreto 809, Putin aprobó los fundamentos de la política estatal de protección de los valores tradicionales rusos, una axiología que difiere mucho del liberalismo y, en algunos puntos, se enfrenta directamente a él.
Rusia ha cambiado su paradigma del realismo a la teoría de un mundo multipolar, ha rechazado totalmente el liberalismo en todas sus formas, ha desafiado frontalmente a la civilización occidental moderna y ha contradicho su pretensión de ser universal. Putin ya no cree en Occidente. Califica a la civilización occidental moderna de "satánica".
En esto se puede identificar fácilmente una referencia directa tanto a la escatología y teología ortodoxas como a la confrontación de los sistemas capitalista y socialista de la era de Stalin. La Rusia actual no es, como es bien sabido, un Estado socialista. Sin embargo, esta condición se deriva de la derrota que sufrió la URSS a principios de la última década del siglo XX, cuando Rusia y otros países postsoviéticos se convirtieron en colonias ideológicas y económicas del Occidente global.
Todo el gobierno de Putin hasta el 24 de febrero de 2022 fue una preparación para este momento decisivo. Sólo que, antes de eso, se quedó en la política realista.
El camino occidental dado por el binomio "desarrollo y soberanía", en las condiciones heteronómicas de entonces, se seguía sin desviarse. Ahora no, todo ha cambiado.
En el transcurso de un año de duras pruebas y terribles sacrificios que Rusia sufrió en la guerra, el nuevo lema y el nuevo rumbo del camino ruso se expresa en las palabras "soberanía e identidad civilizacional".
Nuestros enemigos sirvieron de faro para guiar a Rusia hacia sí misma. Ahora, después de todo, Rusia sigue su propio camino.
Aleksandr Dugin
https://t.me/plataformamultipolar