Durante su visita a Arabia Saudí en julio de 2022, el presidente de EE.UU., Joe Biden, declaró: "No nos marcharemos y dejaremos un vacío que llenarán China, Rusia o Irán".
Muchos analistas, tras el acuerdo implementado entre Riad y Teherán para la reanudación de sus relaciones diplomáticas por mediación de China, han considerado que EE.UU. no se ha marchado, pero que hay síntomas que indican que los países de Oriente Medio comienzan a forzar su retirada. En particular Arabia Saudí, uno de sus principales aliados en la zona.
El pasado 10 de marzo, el Reino de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán anunciaban la reanudación de sus relaciones diplomáticas.
Los lazos entre las dos potencias del golfo pérsico se habían roto en 2016 después de la ejecución en Riad de un clérigo chií y del asalto, como respuesta, de manifestantes a la embajada saudí en Teherán.
Estas dos potencias claves a nivel regional e internacional se han comprometido a reabrir sus embajadas en un plazo no superior a dos meses, y recuperar acuerdos económicos y de seguridad firmados con anterioridad.
Este pacto se alcanza después de varios intentos de mediación por parte de otros países de la región como Irak y Omán; y, finalmente, por la intermediación de la República Popular China, cuyo protagonismo en la esfera diplomática se muestra creciente.
Desde una perspectiva religiosa, el acercamiento entre ambas potencias supone una vía de entendimiento entre las dos corrientes fundamentales del islam: la chií, representada por Irán; y la suní, representada por los saudíes. Esta apertura al diálogo podría atenuar un conflicto religioso histórico que aterriza hasta nuestros días.
A su vez, Irán y Arabia Saudí son las dos grandes potencias regionales de Oriente Medio o Asia Occidental, ya que ambos países cuentan con capacidad de influencia demostrada en otros países o movimientos políticos en la zona, como es el caso de Yemen.
Una de las claves regionales será saber si este encuentro servirá de facilitador para poner fin a la guerra en Yemen, un conflicto bélico donde la coalición liderada por los saudíes no ha obtenido el resultado esperado, viéndose superados, de forma imprevisible, por el movimiento popular Ansarolá, apoyado por Irán. No olvidemos que esta guerra ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes en el que ya era el país más pobre del mundo árabe.
Enmarcar un posible acuerdo de paz dentro de convenios mayores a nivel regional podría ser una salida "honrosa" ante una guerra que no pueden ganar y que en la actualidad cuenta con muy poco apoyo popular dentro de Arabia Saudí.
Lo cierto es que los saudíes están atrapados en esta guerra que lideran desde 2015 contra Yemen y, pese al apoyo inicial de EE.UU., se han sentido completamente abandonados por su aliado histórico occidental (especialmente desde la llegada al gobierno de Joe Biden).
Enmarcar un posible acuerdo de paz dentro de convenios mayores a nivel regional podría ser una salida "honrosa" ante una guerra que no pueden ganar y que en la actualidad cuenta con muy poco apoyo popular dentro de Arabia Saudí.
Desgraciadamente, si por algo se ha caracterizado en los últimos años la región de Asia Occidental ha sido precisamente por la desestabilización constante, lo que ha supuesto enfrentamientos armados, un gasto excesivo militar y un enfrentamiento local, que habitualmente ha sido aprovechado por las antiguas potencias coloniales que controlaron la zona como Francia o Reino Unido para sus propios intereses, pero también por EE.UU. para garantizar su hegemonía mundial.
A veces incluso mediante la injerencia directa como la invasión ilegal de Irak en el año 2003.
EE.UU. y Arabia Saudí, ¿ruptura o crisis?
Arabia Saudí y la República Islámica de Irán son dos de los países principales exportadores de petróleo a nivel mundial. Este hecho ha marcado, entre otras cosas, sus relaciones internacionales.
Si bien Irán, tras la revolución islámica y el derrocamiento del Sha de Persia, aliado de los intereses occidentales, ha vivido múltiples ataques que culminan con las políticas de "máxima presión" de los últimos años, el caso de Arabia Saudí ha sido muy diferente.
El presidente estadounidense Franklin Roosevelt y el rey Abdulaziz Ibn Saúd, primer rey de la dinastía Saudí, establecieron en 1945 una estrecha alianza por la cual la potencia estadounidense ofrecía protección militar al régimen saudí, a cambio de garantizar la venta de petróleo en dólares.
Desde 1944, por los Acuerdos de Bretton Woods, el dólar se había convertido en la moneda de intercambio internacional. EE.UU. garantizaba la convertibilidad gracias a sus extensas reservas en oro. Este sistema funcionó bien durante un tiempo, convirtiendo a Washington en el gran acreedor del mundo capitalista.
Sin embargo, algo cambiaría cuando los distintos países empezaron a recuperar su economía y a necesitar, por tanto, menos dólares. La convertibilidad fortaleció al oro frente al dólar y dañó obligatoriamente la posición de acreedor de EE.UU. El sistema de Bretton Wood quedó agotado y la inflación consumía al país norteamericano.
El 15 de agosto de 1971, en este contexto, el presidente Richard Nixon decidió finalmente abandonar el patrón oro. A partir de ese momento, de manera oficial, el dólar no se mantiene sobre ninguna base material.
La fantasía del poder del dólar se suplió fundamentalmente a través de su hegemonía como divisa para la transacción de crudo a nivel internacional, jugando las potencias del golfo un papel destacado para este fin. En 1973, el profesor de economía de la Universidad de Georgetown, Ibrahim Oweiss, acuñó el término "petrodólar" para explicar este fenómeno.
Con la creación del grupo BRICS y con un escenario de pérdida de control de lo que Washington considera su patio trasero en América Latina –debido al triunfo de gobiernos populares con planteamientos de integración económica regional autónomos– la hegemonía de EE.UU. comienza a cuestionarse.
Tras la desintegración de la URSS y el fin de la Guerra Fría, EE.UU. lideró en solitario el mundo. Esto comenzó a cambiar cuando una serie de potencias empezaron a cobrar importancia en la esfera económica, las llamadas potencias emergentes, entre las que destacan la Federación Rusa y la República Popular China.
Con la creación del grupo BRICS y con un escenario de pérdida de control de lo que Washington considera su patio trasero en América Latina –debido al triunfo de gobiernos populares con planteamientos de integración económica regional autónomos– la hegemonía de EE.UU. comienza a cuestionarse.
Este escenario también afecta a Arabia Saudí. En los últimos años, este país y la República Popular China han implementado un aumento de sus relaciones comerciales; Pekín compra ya más del 25 % de la producción saudita y esta provee a China del 17 % de sus compras de petróleo en la actualidad.
Todo esto se ha desarrollado de forma paralela a la consideración estadounidense de que la República Popular China representa a su gran adversario y rival geopolítico; y a sus incesantes provocaciones y amenazas contra el país asiático.
A su vez, China y Arabia Saudí llegaron recientemente a otro acuerdo para la integración del país del Golfo Pérsico en la Nueva Ruta de la Seda. Un acuerdo que Arabia Saudí considera muy beneficioso dentro de sus propios planes de desarrollo.
Por otra parte, el aumento de las sanciones a distintos países –y sobre todo las impuestas contra la Federación Rusa tras el inicio su operación militar especial el 24 de febrero de 2022– está provocando que las vías alternativas de comercio y el desarrollo de nuevas posibles "petrodivisas" puedan servir como mecanismo para aliviar las tensiones que estas medidas coercitivas, impuestas por EE.UU., están generando en los mercados mundiales. Sobre todo, en relación a su incidencia en países exportadores de materias primas.
Hemos visto movimientos en esta dirección, como el acuerdo entre la Federación Rusa y la India para abordar sus relaciones comerciales mediante el uso de sus monedas nacionales; la posibilidad que está estudiando Arabia Saudí de exportar su crudo en yuanes; o la propuesta del 'Sur', la moneda latinoamericana por parte de los gobiernos de Brasil y Argentina.
Todas estas alternativas al comercio en dólares pueden ser beneficiosas para otras potencias exportadoras de petróleo, que también están afectadas por medidas coercitivas unilaterales en otras partes del planeta, como es el caso de la República Bolivariana de Venezuela.
Por todo ello, cabría preguntarse si estos mecanismos que EE.UU. está implementando fundamentalmente para evitar la caída de la hegemonía del dólar no están generando el efecto contrario y, por tanto, la aceleración del fin de su dominio.
Personalmente, no considero que este acuerdo suponga una ruptura entre las relaciones de la casa Saud con Washington, sino que ahonda en la idea de que progresivamente estamos entrando en un mundo nuevo en construcción donde los Estados van a buscar su propio beneficio, estableciendo relaciones que nos puedan parecer, en ocasiones, contradictorias.
El mundo multipolar que viene no parece que vaya a estar dominado por la lógica bipolar de la Guerra Fría o un enfrentamiento de bloques, sino más bien por el impedimento práctico de la dominación mundial por un solo país. ¿Aceptará EE.UU. las nuevas reglas del juego?