Cuando hablamos de militancia revolucionaria no nos referimos al simple hecho de organizarnos en tal o cual colectivo, menos aún a esa idea de sentimiento que a veces se expresa en quienes articulan discursos rimbombantes como “milito para el pueblo”, “milito para la revolución”, haciendo alusión de que es posible militar para el pueblo y la revolución sin ser parte de un instrumento político y solo desde la voluntad individual.
Participar de un espacio, colectivo o asamblea habla claramente de organizarnos, y eso es por supuesto un paso importante en el desarrollo material de la lucha, pero que esto pueda ser definido como militancia es un error a todas luces.
Militar significa ante todo adherencia, compromiso y cohesión bajo el paragua de un proyecto político, es decir un propósito, una estrategia y una táctica concreta, que determina nuestro que hacer, tanto en la vida política como personal.
Por tanto, para que haya militancia debe haber ante todo un proyecto político, y por supuesto, para que esa militancia sea revolucionaria, debe responder a un proyecto político revolucionario.
Luego, no basta con la sola adherencia o simpatía a tal o cual proyecto, hay un trecho enorme entre ser activista, simpatizante o abiertamente militante.
Un militante revolucionario pone al centro de su vida el proyecto revolucionario, destina sus mayores fuerzas para impulsar las tareas de las cuales es responsable, se perfecciona y profesionaliza, preparándose siempre para afrontar sus tareas presentes y futuras con las mayores capacidades.
El militante no realiza su actividad política en la medida de lo posible, no desplaza su compromiso revolucionario en una categoría de segundo orden, si no que asume su labor como prioridad y actúa en consecuencia.
Una vez que termina su actividad no deja de ser militante, la militancia es algo que no se abandona terminada la asamblea o la reunión.
Se milita siempre, y por tanto en nuestro actuar personal, en nuestros espacios de intimidad seguimos siendo militantes, y vale decir que, en ese sentido, esto nos exige actuar en consecuencia.
La militancia tiene ante todo un componente colectivo. El militante existe en tanto es parte de un instrumento político, nunca desde la individualidad.
Es por lo mismo, que la necesidad de comprender la militancia como un acto colectivo es fundamental para comprender que nuestra acción u omisión, nuestros aciertos y nuestros errores, siempre impactan a los otros con los que militamos.
En este sentido, ser militantes reviste un acto de generosidad y entrega muy difícil de alcanzar, ya sea por el ego, el hedonismo, la exaltación del individuo por sobre el colectivo, la mezquindad, o simplemente porque no estamos realmente convencidos de poner nuestra vida al servicio de un proyecto que poco tendrá de recompensa y mucho de sacrificio.
Militar es un verbo que solo se alcanza cuando nuestra conciencia de clase y nuestro compromiso con el pueblo han alcanzado un nivel cualitativamente mayor.
Las lealtades personales, los amiguismos, las complicidades mal entendidas, así como la instrumentalización del espacio militante para dar respuesta a intereses o carencias personales, es un error que hoy por hoy los revolucionarios no podemos darnos.
Por el contrario, si militar es la forma concreta y cotidiana que adopta la tarea de construir partido y darle curso a la estrategia revolucionaria, todas las deformaciones que adopte impactarán de lleno en los objetivos trazados.
En la práctica política, un militante es un creador y un constructor, es decir con la creatividad y audacia necesaria va construyendo los métodos y tácticas que den respuesta a su realidad y a su línea política.
El estancamiento y el dogmatismo no es opción para la militancia revolucionaria, que con la misma fuerza que aborda sus tareas y responsabilidades específicas contribuye en el desarrollo teórico, político, ideológico, organizativo y material de su instrumento.
Desde aquí, que militar es un desafío permanente, no existen insignias pasadas que pesen en el presente, pues el militante no es nunca un sujeto acabado, y no vale por los actos heroicos que alguna vez llevó a cabo, al contrario, se pone aprueba todos los días y está en permanente construcción, como la vida misma.
En este mismo sentido, la militancia no solo se prueba en la práctica política, pues militar permea todos los aspectos de la vida, y ahí es donde la moral revolucionaria actúa como criterio vector en cada una de nuestras acciones y decisiones.
Se puede ser un gran dirigente, un gran agitador, se puede ser muy bueno en la protesta callejera o en el análisis, pero si no se ha forjado la fuerza moral, ninguna cualidad orgánica, política, social o militar es suficiente. Es por tanto aquí donde el militante debe educar su moral, como un aspecto principal de su vida militante.
Nota:
En el documento ¿Que es un Sandinista? podemos encontrar la conceptualización de MILITANCIA SANDINISTA desde el pensamiento y práctica revolucionaria de Carlos Fonseca, Óscar Turcios y Ricardo Morales Avilés, así como en discursos y escritos de Pedro Aráuz Palacios y Tomás Borge.