El 18 de julio de 2018 el rostro de Josepha (40), con la mirada fija en ningún lugar y un gesto de espanto, saltaba a los medios de comunicación masivos y las redes sociales.
Su cabeza y hombros apenas sobresalían del agua mientras era sujetada por un miembro de Open Arms. Salvada flotando junto a un bote inflable destruido y los cadáveres de otras dos mujeres y un niño.
El 11 de noviembre de 2020, de nuevo Open Arms rescataba a los supervivientes del naufragio de un bote hinchable. Otra vez, a través de redes y televisiones, nos llegaban los gritos desesperados de una mujer que había perdido a su bebé, Joseph, en el naufragio. “I lost my baby! Where is my baby!”, gritaba angustiada. Durante un par de días el vídeo se viralizó.
Por unos pocos días esa imagen icónica de una madre africana sin nombre y que había perdido a su bebé en un naufragio estaría presente. Aclarar que ante el refuerzo de operaciones de control de la agencia europea Frontex y la menor inversión en acciones de rescate, oenegés como esta han tenido que comenzar a rescatar migrantes en el Mediterráneo central. Y han sido criminalizadas por ello.
Capturas de un drama extremo.
Dos pinceladas de una parte de los discursos sobre las mujeres migrantes que reconstruyen los medios hegemónicos, donde se mezclan y entrecruzan la mirada humanitaria, generadora de la lástima por el sufrimiento ajeno, con la espectacularización del horror y el morbo que gana audiencias.
Dramas a menudo descontextualizados, sin explicación aparente, servidos en segundos, de rápido consumo y que apenas invitan a la reflexión. Que conmueven más o menos, dependiendo del grado de cercanía con la que son percibidas las víctimas y el impacto que produzcan la espectacularidad de las imágenes.
Una representación que se centra y apenas se corresponde con los hechos más puntuales de un fenómeno complejísimo como las migraciones. En este caso, hablamos de las migraciones de mujeres procedentes del África negra en su mayoría, aunque también están las mujeres negras magrebíes. Mujeres en su mayor parte invisibilizadas en la narrativa mediática sobre las migraciones desde los países africanos, a la vez que encajadas en unos determinados estereotipos. En ese relato quienes migran son hombres jóvenes.
Las mujeres esperan, quedan al cuidado de las familias, la casa. Esperan hasta que puedan ser reagrupadas o el varón vuelva.
Aunque las migraciones a nivel global se repartan de manera equitativa, el constructo del varón proveedor y actor de las migraciones sigue bien enraizado. Tanto como la imagen de la mujer cuidadora que espera, como bien explica Dolores Juliano (2010).
Sobre las mujeres africanas, Remei Sipi afirma que las mujeres africanas “ni son las idealizadas madres fecundas y generosas, ni las pobres mujeres sojuzgadas entregadas al matrimonio en su pubertad, entre otras cosas” (2004:40).
Pero sobre ellas hay un relato con una importante carga de racismo y sexismo, donde es difícil encontrar algo que lea o presente a estas mujeres (tampoco a los hombres) como seres complejos con una vida que merezca ser vivida.
Para la narrativa dominante son inmigrantes en situación irregular, es decir, fuera de la ley, a las que pocas veces se vincula con el derecho al asilo y refugio, madres o a punto de serlo, siempre bajo la sospecha de ser víctimas de trata, víctimas de violencias sexuales, pero también en el límite de la criminalidad por ejercer la prostitución.
Una reconstrucción entre la victimización y la delincuente, negra, pobre, iletrada, fecunda, sumisa, inocente, pero de la que hay que desconfiar, que viene embarazada para poder quedarse o es embarazada por las mafias para facilitar su acogida, consumidora de recursos en todos los casos. A la que hay que auxiliar y controlar a la vez.
Presentada desde esa mirada donde interseccionan un sistema de género violento y un sistema estructuralmente racista, es ubicada en un mandato bien definido de mujer negra, determinada por su capacidad de reproducción, su sexualidad heteronormativa al servicio o violentada por los varones, sin ninguna capacidad de agencia.
Un retrato que, en primer término, generaría esa mirada compasiva que antes de darse ya está agotada, por la reiterada reproducción de imágenes similares. La llamada fatiga compasiva, la capacidad limitada de sentir compasión ante las desgracias ajenas. Cuanto mayor número, más va creciendo la insensibilización, nos acostumbramos también al horror, nos cansamos, no podemos asumir desgracias sin término.
Por lo tanto, en esa representación mediática de las migraciones se da una mirada compasiva. Pero se trata de una mirada humanitaria que no implica responsabilidad, como afirman Buraschi y Aguilar (2019). No invita a quien la recibe a actuar o cuestionar lo que ocurre. Más bien, descarga de responsabilidad ante un drama humanitario ante el cual, aparentemente, no hay responsabilidad individual y la colectiva queda lejos.
A menudo, en esa representación subyace la idea de cargar la responsabilidad de su propia desgracia a las personas migrantes. De ellas es la decisión de migrar y meterse en esas situaciones, donde saben que pueden morir. Y aun así, se empeñan en hacerlo. Esta narrativa lleva implícita la idea que naturaliza la posibilidad de muerte a la hora de migrar.
Normaliza el perder la vida como opción muy posible de las migraciones. Sin embargo, los análisis críticos apuntan que estas medidas restrictivas en último término causan muertes.
Las causan estas políticas migratorias y de fronteras que niegan sistemáticamente los visados a casi todos los países del continente africano, esta falta de vías seguras para migrar o el veto a la libre circulación, administrado como privilegio para las personas reconocidas como ciudadanas en los países de occidente. Por lo tanto, también víctimas, ahora de su imprudencia.
Una revictimización que anula su poder de decisión. Y que no explica nada. En palabras de Eduardo Romero, una incesante y mediática banalización.
Que deshumaniza a las personas, abre el camino a los discursos de odio (cuando no los reproduce y los genera) y, en último término, construye marcos explicativos para la negación de auxilio en el mar, la negativa a dar asilo, la normalización de la muerte por intentar buscar una vida mejor, la inversión millonaria en tecnología militar y agencias de control con Frontex a la cabeza.
Como define Helena Maleno, contribuye a recrear la amenaza, alimentar el miedo y justificar necropolíticas migratorias centradas en la seguridad y el control de fronteras, aunque ello suponga dejar morir a miles de personas. En este momento las rutas de mar hacia Canarias son de las más peligrosas rutas de migraciones.
Y es que, si las despojamos de su cualidad de personas, si las convertimos en migrantes que tratan de irrumpir en nuestro territorio, si las deshumanizamos… ¿qué importa qué les ocurra o cómo se las trata? ¿A alguien le importa que tengan derechos fundamentales que se incumplen?
¿Por qué hablar de estas cuestiones? ¿Por qué tratar de conocer qué hay detrás de esa representación grotesca que nada explica y fija imaginarios que acabarían siendo difícilmente transformables?
Guerra a las migrantes. Racismos estructurales y constituyentes
Porque tenemos un problema de racismo institucional que las trata como delincuentes desde el momento que llegan a territorio europeo, español, si es que lo consiguen. La organización Ca-Minando Fronteras (2021) contabiliza 4.404 personas muertas tratando de llegar a España en 2021. 12 personas al día.
Si su viaje pasa por Ceuta o Melilla, el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) las espera. Pueden pasar meses inmovilizadas hasta que sean transferidas a la península.
O no. Antes han pasado gran tiempo varadas en Marruecos, experiencia que a veces no quieren ni nombrar, donde estas mujeres y hombres, provenientes en su mayoría de África occidental y central, serían el grupo más indeseable de migrantes (Tyszler, 2020).
Si consiguen llegar a Canarias, tras una travesía que puede durar días, rescatadas por un servicio de Salvamento Marítimo cada vez más precarizado 1/ o porque consiguen llegar a puerto, la bienvenida será que sean internadas en dependencias policiales durante tres días, a menudo sin asistencia letrada, sin la debida información de lo que ocurre, para ser identificadas. Parafraseando a Maleno, quienes son supervivientes de un naufragio son de facto tratadas como delincuentes. Ni asistencia psicológica, ni acogida digna que permita a las personas recuperarse.
Un sistema que va a presuponer que estas mujeres son víctimas de trata. Lo cual plantea al menos dos problemas. Por un lado, una cuestión que merece un artículo aparte, por cómo es enfocado desde lo jurídico, lo policial, lo social y también lo académico este problema.
La normalización del discurso de que la mayoría de estas mujeres son víctimas de trata, invisibilizando, borrando, casi sin dejar espacio a poder pensar que tienen sus propios proyectos migratorios, que viajan por decisión propia.
Que muchas son libres en el contexto de un viaje clandestino, aun cuando busquen la protección de un compañero de viaje a cambio de sexo.
Que a veces ellas mismas y las propias familias en origen son conscientes de que viajan insertas en una red de trata, porque no tienen otra posibilidad de salir del país.
Un sistema que va a proceder a efectuar pruebas de ADN para comprobar que son madres de las criaturas que traen. Que, en caso de no ser así, casi seguro ignorará las costumbres sociales de los países de partida o los condicionantes del viaje.
Donde el parentesco poco tiene que ver con lo que se entiende en la Europa blanca por familia, mucho más restringida. Y si, por ejemplo, son criaturas de otras mujeres que les han confiado su guarda, serán separadas de ellas.
Supervivientes de un viaje clandestino impuesto, ya que es prácticamente imposible conseguir visado en ningún país de África
Un sistema de primera acogida que probablemente las tratará desde la categoría de migrantes africanas negras en situación irregular.
En Canarias, el hacinamiento al que se sometía a las personas migrantes, sin informarlas de su situación, vacía de contenido las palabras acogida y dignidad (Buraschi y Aguilar, 2022: 117). Sin apoyo psicológico que les permita gestionar el estrés, el shock que puede causarles lo vivido en el viaje, en el mar… Es decir, tratadas como racializadas, pobres, menos.
Supervivientes de un viaje clandestino impuesto, ya que es prácticamente imposible conseguir visado en ningún país de África, donde han afrontado violencias por parte de compañeros de viaje, policías de fronteras o traficantes.
Por todo ello, tenemos un problema de racismo estructural, institucional, social, que no va a permitir poder percibir y tratar a estas mujeres como personas con capacidad de decisión, adultas, independientes, dueñas de su destino.
Entender y aceptar que son mujeres fragilizadas por un sistema racista que han de confrontar. Precarizadas e interdependientes, que precisan de apoyo, reconocimiento de derechos y solidaridad, pero no de tutela ni sobreprotección o desprecio desde una superioridad blanca, etnocéntrica, a menudo inconsciente. Quizás por ello más peligrosa y difícil de desmontar.
Contar para humanizar
Ante este fenómeno discriminatorio, donde el racismo, el sexismo y el clasismo tejen esa maraña, compartimos de nuevo con Helena Maleno que, para resistir y confrontarlo, una estrategia sería recoger y contar, contar las vidas. En este caso es lo que tratamos de hacer desde la antropología feminista, porque no se pueden entender las migraciones sin el análisis de género (Gregorio, 2011) y el antirracismo. Aunque sea de manera fragmentaria, a través de la etnografía patchwork, intentamos ver qué ocurre en la vida de esas mujeres en tránsito. En palabras de Eduardo Romero, frente a la radical descontextualización de estas narrativas, se trataría de reconstruir las trayectorias de las y los migrantes, las mujeres en nuestro caso. El antropólogo iraní Shahram Khosravi lo hace desde su propia experiencia como migrante en su libro Yo soy frontera.
En julio de 2021, An (36) y Ese (21) permanecían en un centro para personas vulnerables y familias administrado por la Cruz Roja en Santa Cruz de Tenerife. Las dos, hastiadas, nerviosas, enfadadas, conscientes de que se estaban vulnerando sus derechos y que estaban enredadas en una maraña de burocracia y desinformación que no les permitía continuar su viaje. Bloqueadas por dos meses. Les exigían pasaporte para seguir. No lo tenían. A falta de identificación, el personal de acogida les había dicho que debían pedir asilo para poder continuar. Pero la cita no llegaba. Un día tras otro. La persona referente de la Cruz Roja daba largas, que la policía estaba muy ocupada…
An era una mujer empoderada, consciente de la situación de vulneración y de la falta de diligencia en la demora de darles una cita con la policía, que le permitiera manifestar su voluntad de pedir asilo en el Estado. Sin acento perceptible de su proveniencia, en su francés perfecto a los oídos de An, su manera de expresarse y su conciencia política no remitían precisamente a nuestro imaginario occidental de mujeres negras africanas, es decir, tratadas, pobres, analfabetas, débiles o víctimas de males insuperables o permanentes y determinantes (Aguirre y Bullen, 2022).
No son pocos los testimonios de migrantes atestiguando que no se les facilita la asistencia legal a la que tienen derecho en ese proceso (Barbero y Donadio, 2019). Posteriormente son derivadas a dispositivos del sistema de acogida. En situación de pandemia, hemos asistido a la acogida organizada en las islas canarias, sobre la cual las propias usuarias han presentado más de una queja por las condiciones de vida en los albergues de acogida y sobre los que la Defensoría del Pueblo o asociaciones como Iridia han formulado sendos informes sobre la vulneración de derechos en la acogida realizada en 2020 en el archipiélago.
“On nous a liberé” (nos han liberado) decían muchas personas migrantes que habían pasado por Canarias, cuando llegaban a la frontera interior entre Irún y Hendaya. Allí se suceden los controles migratorios desde 2015 y desde 2020 son ininterrumpidos. Son siete las personas que han muerto en esta zona tratando de continuar viaje al norte.
En Canarias parece que la crisis de acogida de 2006 no sirvió a las instituciones para organizar un mejor sistema de acogida en las islas. Aquella vez, la llegada de personas migrantes fue denominada crisis de cayucos, invirtiendo con un giro retórico el peso de la responsabilidad de lo ocurrido y colocándolo sobre las personas migrantes.
No olvidemos Ceuta y Melilla. Aunque en este momento sea una ruta secundaria frente a la de Canarias, desde diversas organizaciones de derechos humanos, como Migreurop, se ha denominado, por ejemplo, a Melilla como laboratorio para las posibles políticas de control en territorio europeo. Investigadoras como Claire Rodier (2013) señalan los negocios multimillonarios que suponen para la industria militar las inversiones europeas en este territorio.
Ante los discursos institucionales y mediáticos interesados en poner el foco en la trata de personas, principalmente con fines de explotación sexual y también en el tráfico, compartimos con Khosravi la mirada problematizadora sobre el tráfico de personas. Mientras estos relatos se empeñan en mostrar a las mafias y traficantes como causa de las muertes y la llegada indeseada de personas migrantes, habría que tener en cuenta el papel de los traficantes. Para muchas personas migrantes es la única manera de hacer o continuar el viaje. Sin romantizar su existencia ni negar los abusos y los robos que pueden llegar a cometer, los passeurs (pasadores) pueden llegar a ser la única alternativa de migración.
En la cuestión que nos ocupa, entendemos las fronteras o, mejor dicho, el régimen de fronteras como un dispositivo físico, legal, cultural, simbólico, tangible e intangible, fijo, móvil…, una maraña, en fin, que va desde la sofisticación de las tecnologías militares hasta la perversidad de engranaje administrativo y burocrático con capacidad de producir sujetos clandestinos, vulnerabilizados, criminalizados, ilegalizados…
África también está enmarañada por ese régimen de fronteras organizado por la Unión Europea. De ahí que, en la práctica ya asentada, la política europea sea la de visados cero para poder viajar a Europa. ¿Por qué, si no, habrían de jugarse (y perder) la vida miles de personas cada año? El informe de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) de 2022 demuestra que la muerte también tiene género. Según este, el 10% de las llegadas en Frontera Sur corresponde a mujeres. Mientras que el 5% de los hombres muere en el intento, entre las mujeres el 10% perece en el camino.
Es decir, las necropolíticas migratorias y de fronteras que aplica la Unión Europea y sus países miembros de fronteras están más enfocadas a cuestiones económicas en el ámbito de la industria militar, a la propaganda securitaria cara a sus audiencias electorales, a la producción de sujetos vulnerables o desechables que poder explotar. Si perecen en el viaje, poco importa. Si llegan a destino, hemos producido personas vulnerables que se insertarán en los nichos económicos más precarios.
Migraciones africanas
En el contexto de una narrativa política y mediática donde el continente africano, si le dejan, se dispondría a invadir Europa, contrastan los informes de la ONU o los trabajos de investigación sobre las migraciones africanas que dicen lo contrario.
Las migraciones serían circulares y el 75% de las personas en movimiento lo haría dentro del continente. Unas fronteras porosas, factores sociales, económicos, urbano-demográficos, medioambientales y de conflicto son las causas enumeradas en estas migraciones circulares.
En una miríada de razones que intervienen en el proceso migratorio, además de los factores que tiran y empujan a emigrar, la FAO (2020) incide en que a menudo se dejan de lado motivaciones que ponen de relieve la agencia de las personas que emigran. Lo que a menudo se representa como un deambular errático no acabaría de explicar las migraciones africanas de hoy en día. Factores basados en expectativas económicas, culturales y sociales que van más allá de las necesidades económicas. Las migraciones desde países africanos son mayoritariamente masculinas. Y la mayoría de las mujeres que migran son reagrupadas por sus maridos. Hasta ahí las estadísticas oficiales.
Estos proyectos migratorios estarían atravesados por el género, matriz constituyente de sus desplazamientos
Invisibilizada, la realidad de muchísimas mujeres obligadas a encarar viajes clandestinos. Que viajan solas o acompañadas por un hombre desde la partida, puede ser un passeur, o alguien con quien se hayan cruzado en el viaje y con quien hayan acordado sexo a cambio de protección. También mujeres que se encuentran en el camino y se acompañan durante el viaje.
El trabajo de campo nos ha permitido comprobar la diversidad existente entre ellas y la variedad de motivos que las llevan a migrar. Siguiendo a Domínguez Olazábal et al., estos proyectos migratorios estarían atravesados por el género, matriz constituyente de sus desplazamientos.
Así, encontramos entre las viajeras ilegalizadas (Aguirre y Bullen, 2022) y obligadas a veces a la inmovilidad y otras al movimiento constante (ibidem), mujeres que huyen de los matrimonios forzosos, la certeza de la ablación a sus hijas, una situación de pobreza tras enviudar, hijas que son reclamadas por sus madres en Europa, mujeres que huyen de la amenaza de muerte por ser lesbianas, mujeres que abandonan su país por violencia de género, hijas reclamadas por su madre que tienen la vía irregular como única opción, mujeres que van al encuentro de una hermana, otras que viajan apenas sin contactos, que parten radicalmente a la aventura…
En este panorama, juegan un papel fundamental las políticas migratorias y de externalización de fronteras. Son estas las que influyen en los cambios de rutas migratorias a Europa. Cuando en 2018 se cierra el Mediterráneo central, se refuerza la ruta de la Frontera Sur, la ruta atlántica de Canarias. También la situación política y económica de los países emisores. En 2015, las mujeres nigerianas tenían especial protagonismo. También la trata. Ya en 2018 son mayoría las mujeres llegadas de Guinea Conakry, Costa de Marfil, Camerún o Senegal.
2020 ha sido un año especialmente duro en la ruta atlántica. Las llegadas a Canarias han sido gestionadas como si nunca antes hubieran llegado personas migrantes. Los informes de la Defensoría del Pueblo han denunciado la penosa situación a la que se ha sometido a las personas migrantes llegadas a las islas. Tampoco esta vez el trabajo de los medios ha ido en la línea de humanizar y normalizar estas llegadas, sino más bien al contrario (Martínez Corcuera y Aguirre Larreta, 2021).
Los titulares que han informado sobre esta inmigración se han centrado en las llegadas o el conflicto generado en las islas. Salvar o interceptar a las víctimas de sus propias decisiones. Tras unos titulares aparentemente informativos, la interpretación de los hechos se plantea en unos marcos mentales de comprensión que conectan con las estructuras mentales racistas y sexistas en las que nos construimos.
En contraposición, y tras la invasión de Ucrania, llama la atención la adecuada acogida de personas refugiadas que está llevando a cabo la Unión Europea, así como el tratamiento mediático que de ello se está haciendo en general. En palabras del periodista experto en migraciones Nicolás Castellano, es la primera vez que se asiste a una acogida igual. En cuanto a la narrativa mediática, el periodista afirma que desde el primer momento se ha explicado a la población las causas y la necesidad de ayuda. Aquí sí ha desaparecido el racismo discursivo e institucional.
Mientras, las mujeres negroafricanas y los hombres siguen avanzando en el camino minado que les prepara Europa. Y en ese camino, además de violencias, se encuentran también movimientos y personas solidarias que tratan de ayudarlas en ese periplo.
Muestra de ello son las redes ciudadanas que se han ido creando desde 2018 por ejemplo en el País Vasco, frontera francesa con Irún, Canarias, frontera italofrancesa en los Alpes, etc. Otra realidad (in)visibilizada a explorar.
Anaitze Aguirre Larreta es investigadora en comunicación, migraciones, racismo y género en la UPV-EHU
Nota:
Referencias:
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Aguirre, Anaitze APDH (2022) “Mujeres y Frontera Sur. Derechos en la Frontera Sur 2022”. Sevilla: APDH.
Barbero, Iker y Donadio, Giacomo (2019) “La externalización interna de las fronteras en el control migratorio en la UE”, Afers Internacionals, 122, pp. 137-162.
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Buraschi, Daniel (2021) “Deshumanización y construcción psicosocial de fronteras morales” Comunicación oral al Congreso Internacional Multihuri Racismo y Discriminación.
Buraschi, Daniel; Aguilar Idáñez, María José (2022) “Las ONG en la reproducción del racismo institucional: análisis de la intervención social en espacios de tránsito migratorio”, en Iker Barbero (ed.), El tránsito de personas migrantes desde la perspectiva de los derechos y la acogida digna. Valencia: Tirant lo Blanch.
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Ca-Minando Fronteras (2021) “Informe del monitoreo DALV – 2021” https://caminandofronteras.org/wp-content/uploads/2022/01/MONITORE-DALVES_v05.pdf.
Castellano, Nicolás (2022) “El papel de los medios de comunicación”, Jornada “Nuevo pacto para la inmigración y el asilo en el contexto de la guerra de Ucrania. ¿Una oportunidad para un nuevo paradigma?”, Federación de SOS Racismo.
Domínguez de Olazábal, Itxaso; Ferrero Turrión, Ruth; Mesa García, Beatriz; Pérez Ramírez, Marta; Pinyol-Jiménez, Gemma; Terrón Cusi, Anna (2020) “Flujos migratorios en el Mediterráneo: causas, políticas y reforma”. Documento de Trabajo Opex, 102.
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Mercandalli, Sara y Losch, Bruno (eds.) (2017) “Rural Africa in motion. Dynamics and drivers of migration South of the Sahara”. Roma: FAO y CIRAD.
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