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Por lo que está a vista siempre vamos a tener más que un motivo para no cesar en el empeño de desenmascarar a los “mercaderes de la fe o lo que es igual a los profesionales de la fe”, que desde el rango de sus diferentes hábitos insisten en permear la mente y el corazón, muchas veces frágil, de quienes erróneamente han llegado a creer que lo que hay bajo las sotanas, de algunos de esos, son santos.

Ahora mismo internacionalmente tenemos al Papa Francisco, Jorge Bergoglio, en Canadá pidiendo perdón a los pueblos originarios por el inmenso daño que la iglesia católica les hizo e internamente, solo para referir circunstancias muy coyunturales, a dos sacerdotes bajo proceso, uno por penqueador de mujeres, el de Nandaime y otro por violador de una niña en Boaco, sin que en ambos casos, como debería ser, la jerarquía católica se haya expresado para que se investiguen claramente los hechos sino que contrariamente apoyando a los victimarios.

Al respecto debo decir que esta no es campaña contra nadie, pero al acentuar que no son las instituciones las que se desprestigian, sino que son las personas con sus conductas quienes lo hacen, remarco que las críticas contra el mal proceder valen para las instituciones, tanto en lo público como en lo privado, porque lo que principalmente se afecta en este caso es lo espiritual.

Uno no puede ponerse un parche en el ojo para obviar lo que fácilmente se percibe. Aun siendo no vidente, uno no puede barrer y esconder la basura bajo la alfombra porque tarde o temprano será descubierta o nadar contra la corriente porque todo eso es un desgaste que no conduce a nada y al final te dejará expuesto como alguien que no será absolutamente fiable para nadie.

Lo más triste de todo esto es cuando los individuos a nombre de Dios, arropados hasta con túnicas pontificias dicen ser los representantes del Creador y lo que hacen es todo lo contrario a sus mandamientos y después a sus propias reglas, sobre todo aquellas impuestas por una Iglesia Católica que ha sido víctima de sus componentes humanos en quienes recae obviamente el desprestigio y devaluación de la misma porque vive una crisis en cualquier parte del planeta y por supuesto la de Nicaragua no puede ser la excepción.

Uno no puede guardar silencio por tanta barbaridad perpetrada en nombre de la fe.

 Quien puede ignorar las guerras religiosas, los tribunales inquisitoriales y tantas otras formas de violar los derechos del individuo donde hombres disfrazados con sotanas siguen teniendo tanto que ver y digo disfraz porque no concibo que un verdadero religioso haya sido capaz de cometer y ser el eje central de tantas historias malvadas que a lo largo de la fundación de la iglesia católica hemos conocido y aunque hay otro tipo de iglesias hablo de la católica porque esta ha querido arrogarse la exclusividad del Cristianismo, una guerra que perdió de plano porque ahora hay más hombres que somos cristocéntricos que seres domesticados y drogados por el opio de los pueblos, la religión.

Digo esto porque la iglesia católica de Nicaragua, profundamente cuestionada como está debería realizar un examen profundo de su actuar y quien hace las veces de Nuncio Apostólico, en nuestro país, debería tomar nota de todo esto, porque aquí el clero no actúa en el campo de la evangelización, ese campo hoy lo domina la iglesia protestante y con muchísimo éxito, sino que el papel de un cardenal, de algunos obispos beligerantes y algunos sacerdotes, es el de activistas políticos descaradamente comprometidos con la muerte, la mentira y el terrorismo, es decir con todo aquello que es la negación de la palabra de Dios y de la supuesta misión de la Iglesia Católica de Nicaragua.

Esta iglesia católica de la que hablo perdió la esencia de su humildad, dejó de ser la opción preferencial por los pobres, -al menos hace mucho tiempo atrás decía que eso quería ser- pero después abandonó el púlpito de la evangelización y lo convirtió en un estrado político, se olvidó que su rol es mediador y se dedicó a lanzar gasolina sobre la hoguera y lo peor es que se convirtió en la cabeza intelectual de toda una campaña de terror aceitada por la mentira que al final es la negación de la verdad que nos predicó y representa Jesús de Nazaret el Dios vivo y no muerto que veneran los sotanudos.

La iglesia católica de nicaragua está integrada por personas de carne y hueso, que por ser humanas pueden cometer errores que podrían ser comprensibles y perdonables, pero en el caso de la iglesia de Nicaragua, aquí hablamos de horrores de quienes abiertamente han cedido a las tentaciones de creerse líderes políticos, de pensar que por tener sotana son intocables y que pueden actuar impunemente contra todos y contra quien sea porque se les ocurrió que son los representantes de Dios en Nicaragua.

Digo todo esto porque ya nos anuncian otra vez la manipulación politiquera que pretenden hacer los jerarcas de la Iglesia Católica con Leopoldo Brenes a la cabeza. 

Para sus efectos les recuerdo que el 31 de Julio de 2020, hace ya dos años, la imagen de la Sangre de Cristo, que es un ícono del catolicismo nicaragüense y que fue traída de Guatemala a Nicaragua en 1638 cuando Managua no era ni villa, ni pueblo, ni ciudad, ni mucho menos ciudad capital, tomó fuego y las imágenes de su capilla ardiendo fueron indudablemente tan impactantes que no había terminado de consumirse cuando un claro interés político de la más alta autoridad del clero de la Conferencia Episcopal ya endosaba la autoría de aquella tragedia al gobierno sandinista como para ubicar todo el humeante episodio como una especie de bienvenida malévola y perversa a la llegada de Santo Domingo de Guzmán, el primero de agosto.

La Sangre de Cristo, es una imagen reverenciada por la fe del católico nicaragüense desde hace ya casi cuatro siglos, tal es la historia del Jesús crucificado concebido por el autor. 

Para quienes tienen fe en esa representación su quema fue indudablemente un golpe doloroso, pero, sobre el cual, dos años después, el Cardenal Leopoldo Brenes sin más evidencia que su propia opinión, con el mismo cuento que peritos de otros países tienen que determinar que pasó y que hacer para restaurarla, sigue insistiendo que en la tragedia hubo mano criminal.

Si Jesús de Nazaret dejó bien marcado que Él es la verdad y la vida, la recurrente conducta mentirosa alrededor del origen de la quema de éste arte sacro, debe sin duda apenar a la ya rala feligresía de esa religión porque mientras Leopoldo Brenes, ausente totalmente de humildad y enfundado en un orgullo ofensivo dice lo que dice porque así le ronca, la policía nacional, en sus dos primeros informes detalló en su oportunidad, sobre un incendio testificado por una señora que vendía las veladoras dentro de la capilla y sobre un feligrés que en el momento del siniestro se encontraban en el instante preciso en que la imagen tomó fuego sin que nadie hubiese lanzado artefacto alguno contra la imagen como lo llegó a afirmar el mentiroso Arzobispo de Managua.

A la Policía Nacional que se pinta para descifrar los más complejos crímenes no le fue difícil determinar que no hubo mano criminal sino que obedeció a un incendio cuya causa fue una veladora y cuando todo aún estaba en caliente y se comenzaba a investigar irresponsablemente el Cardenal Leopoldo Brenes dijo que se trataba de un “acto terrorista” y los medios panfletarios a su servicio empezaron a hacer de las suyas y sus socios sotanudos en el obispado llegaron hasta ordenar un estado de emergencia en sus parroquias para encadenarse en oraciones de silencio por lo que había pasado.

El mismo Papa Francisco fue engañado por nuestros profetas criollos del apocalipsis porque dedicó recuerdo 15 segundos a condenar lo que Leopoldo Brenes afirmó fue un acto terrorista que solo estuvo en su mente para afectar la imagen del gobierno de Nicaragua, para afectar la paz que la inmensa mayoría de este pueblo quiere establecer.

No es por casualidad que la historia de la iglesia católica en el mundo, desde la existencia del primer obispo de Roma en el Vaticano sea tan tristemente recordada y condenada. La iglesia católica universal, y la nicaragüense nunca será la excepción, tiene pecados abominables que pesan sobre la conciencia de los hombres y mujeres que la han representado.

Son páginas terribles de la historia que nada tienen que ver ni con Cristo, ni con Dios. 

Hablo de las cruzadas, la inquisición, la conquista de América y cómo a nombre de Dios nos saquearon y esclavizaron; la vinculación de la institución eclesiástica con intereses imperiales opresores e inhumanos, ayer con Roma hoy con Washington; la pedofilia, el homosexualismo, la hipocresía del celibato y tantos horrores más prolongados a través del tiempo hasta nuestros días que nunca les impuso una reflexión sino que por el contrario aquello de ser “profesionales de la fe” es decir guías o portadores de la buena nueva lo convirtieron en un gran negocio, en un gran poder económico que se mezcló con tanto del bajo mundo que se convirtieron en cualquier cosa menos en iglesia.

La alta jerarquía de la iglesia católica universal a pedido perdón al mundo cierta de sus atrocidades, pero la nuestra no ha hecho lo mismo con los nicaragüenses por sus graves pecados contra la nación y hay mucho que recordarles en ese sentido del 2018 a esta parte, aunque desde mucho antes tejieron todo el crimen consumado con el fallido golpe de estado sobre el cual insisten.

Si estos obispos y sacerdotes que son la causa del mal causado en Nicaragua tuvieran la intención de rescatar lo poco que queda de la iglesia católica que dicen representar deberían dejar de mentir porque solo ese gran pecado es la primera gran negación al hijo de Dios.

Me es difícil verme como un crítico de la religión católica que hasta antes del 2018 profesaba con orgullo y seguramente soy apenas uno entre cienes de miles que decidieron irse con su fe donde los hermanos evangélicos o ser parte de los que nos declaramos simplemente cristocéntricos porque descubrimos finalmente hasta donde esos individuos arropados bajo una sotana fueron capaces de llegar con el fallido golpe de estado que dirigieron.

Estos que están encumbrados en el clero católico nos deben un perdón que por soberbia no piden.

 No concibo que mientan sobre lo que le pasó a la Sangre de Cristo como tampoco que ninguno de ellos condenó la quema viva de ciudadanos cuyo pecado fue ser sandinista

No concibo que un obispo, ahora emérito, Juan Abelardo Mata, haya amenazado de muerte al Presidente de la República.

 No concibo que un terrorista como Silvio Báez haya llegado a decir que los tranques de la muerte fueron una espectacular idea de la alianza cínica.

 No concibo que un sacerdote como Harvin Padilla, ex párroco de la Iglesia Juan Bautista de Masaya, y ahora escondido quien sabe dónde, haya ordenado tirar a un escusado el cuerpo de un policía al que quemaron vivo en el contexto del golpe de estado.

 No concibo a un sacerdote dipsómano, borracho consuetudinario, como Edwing Roman, también de Masaya, abiertamente haya actuado como terrorista y hasta haya negado una misa de cuerpo presente para una persona que según él no lo merecía por ser simpatizante sandinista.

No concibo cómo representantes del clero católico hayan bombardeado el diálogo nacional del Seminario de Fátima que de prosperar puedo haber evitado muchas muertes.

No concibo muchas cosas más y pienso que el Nuncio Apostólico o quien esté en su representación debería tomar nota de esto y otras cosas más que me tomarían una gran cantidad de tiempo particularizar, pero que en la memoria de la inmensa mayoría de los nicaragüenses son huellas imborrables que ya se comenzaron a escribir para la historia.

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