I
Señor Andrés Manuel López Obrador, presidente de México.
Hay suficientes y alarmantes razones para que el Gobierno de Nicaragua llame constantemente a consultas a su embajador en México. Sin embargo, no lo hace porque somos naciones hermanas y soberanas.
Al menos, así lo consideramos por nuestra parte.
Cumplimos, además, con el Derecho Internacional para potenciar más las relaciones armoniosas, pacíficas y colaborativas entre los Estados.
Los problemas, los asuntos internos, las crisis profundas de los Estados Unidos Mexicanos, corresponde únicamente a su Administración y su sociedad, resolverlos. Y si en algo se puede contribuir, no es a través de complacientes alharacas hemisféricas.
Su embajadora ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Luz Elena Baños, expresó que su gobierno “a partir de su mandato constitucional de promoción, protección y respeto a los derechos humanos, ha externado al gobierno de Nicaragua nuestras preocupaciones sobre el proceso político llevado a cabo el pasado 7 de noviembre…”.
Señor Presidente, en vez de estar inquieto por lo que, según usted, vive Nicaragua, debería empezar por atender su país que ya colosales dificultades enfrenta, al punto que arriesga la Democracia de su nación.
A usted lo eligió el pueblo mexicano.
Electo por Nicaragua no lo fue como para andarse “preocupando”, de esa manera, por lo que compete, única y exclusivamente, a nuestra República.
Nuestro embajador podría ser llamado a Managua por la extraña desaparición de la señora Irma Galindo, a quien se le vio por última vez el 27 de octubre pasado. Y este, apenas, es un caso, entre miles de miles.
Los informes de medios de prensa como Resumen latinoamericano, Tercer Milenio 360-Jaime Maussan, Forbes, El Tiempo Latino, Infobae…, son perturbadores.
Irma Galindo ha enfrentado, en Oaxaca, desde 2018, intimidación de servidores públicos, hostigamiento, persecución, campañas de difamación y amenazas de muerte, a raíz de su defensa de los bosques en el municipio de San Esteban Atatlahuc, denunció la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en México.
Nuestro embajador podría ser llamado porque, de acuerdo a la Secretaría de Gobernación (Segob), desde que usted, señor Presidente, tomó posesión de su cargo, en diciembre de 2018, se registraron 94 homicidios de personas defensoras de derechos humanos.
¡Oiga! ¡Eso sí, literalmente, chorrea sangre! Como lo que sucede en Colombia, y otros países que no ven la enorme viga en sus propios ojos.
Esas devastadoras tragedias nacionales revelan auténticas guerras solapadas que deberían causar desasosiego desde Alaska hasta la Patagonia, pasando por el espinazo de los Andes.
Poner fin al holocausto de víctimas indefensas e inocentes, justificaría moralmente la artificial existencia de la OEA.
Como señaló Tercer Milenio 360, “es algo que deja en claro que México es uno de los países más inseguros para aquellos que dedican su vida a velar por la naturaleza y la humanidad”.
Ante la bárbara crueldad que desangra el alma de los Derechos Humanos en México, lo menos que debería hacer un Jefe de Estado es distraerse con ser un “amable” eco de agresiones y falaces narrativas contra el derecho a la autodeterminación nacional, ¿no le parece?
En nuestro país hay Paz social y económica, tras arduos siglos de ser colonia y cualquier cosa. Hoy construimos un modelo alternativo hasta exportable.
No somos parte de la problemática y desgracias adyacentes del Triángulo Norte de Centroamérica.
No somos, pues, un problema, señor Presidente. Menos que seamos una preocupación “suya”.
Preocúpese por los suyos.
II
No soy de izquierda. Menos que sea de derecha. Y debo decirle esto porque en nuestra patria se verificaron Elecciones Nicaragüenses. Y están por encima de esas inclinaciones, sean muy sanas de corazón o demasiadas insalubres de hígado.
La concurrencia del pueblo, el 7 de noviembre, es un acto constitucional y de soberanía nacional, no un subproducto de soberbias foráneas ni de encasillamientos ideológicos. Es Democracia.
Un líder, hablamos de un líder de verdad, no debe ser adicto a los difamatorios veredictos de los Medios de Enajenación Global, que usted sabe bien a qué tipo de intereses representan.
Un líder auténtico no debe, ni puede, darse el lujo de ser miembro activo de la ignorancia supina que nutre la audiencia de esos goebbeliáticos relatores de algunos organismos, “observatorios” y corporativos mediáticos.
Tenga en cuenta que esas incubadoras de odios y contiendas son especializadas en el asesinato de la reputación de países, etnias, credos, sistemas políticos, clases sociales, partidos, liderazgos y personalidades, que no se uniforman a su pensamiento.
Dicho esto, señor Andrés Manuel López Obrador, en Nicaragua no hay dictadura.
Hay Democracia.
Democracia sin cárteles de la droga dominando ciudades y territorios enteros.
Democracia donde no impera el crimen organizado como un tiránico poder fáctico que hace y deshace.
Democracia sin masacres semanales y hasta cotidianas:
Vea usted que entre enero y octubre de este año, se produjeron en su país, 4 mil 527 hechos de extrema violencia catalogados como “atrocidades”, publicó el martes 16, la organización civil “Causa en Común”.
“La asociación de seguridad ciudadana destacó al menos 700 casos de mutilación, descuartizamiento y destrucción de cadáveres en medio de la crisis de homicidios y desapariciones que afronta el país”, citó Informador Mx.
En Nicaragua hay Democracia sin desapariciones forzadas de personas, que en México suman ya más de 94 mil casos, y que ha ameritado la llegada de una comisión de la ONU, en estos días.
Democracia con las últimas parcelas resguardadas del Paraíso: islas lacustres y del Caribe; playas, volcanes, montañas, lagos, mares, restaurantes, centros de esparcimiento y hoteles, donde los turistas no caen abatidos en medio de las disputas de hampones por el control de vastas zonas sin ley ni orden.
Su embajadora Baños también manifiesta que usted está intranquilo “en lo que hace a la libertad de expresión en Nicaragua”, en vez de interesarse en lo que asegura la prensa: hay fuerzas de seguridad estatales infiltradas por organizaciones criminales del narcotráfico.
De nuevo, señor Presidente, usted se desenfoca, dándole la espalda a su angustioso escenario, que ni por cerca es el de Nicaragua.
México y Afganistán están catalogados entre los países más letales para los reporteros a nivel mundial, señaló The New York Time, en diciembre de 2020.
Además, los periodistas en Nicaragua no sufren lo que sus colegas mexicanos: ser objetivo del crimen organizado o de políticos corruptos, mientras que los asesinos quedan impunes la mayoría de las veces (sic).
Lo que prevalece son los hechos, señor López Obrador, no la Nicaragua ficticia que tanto consume alguien allá, en CDMX.
Sí, son los hechos silenciados por la censura de los Medios de Enajenación Global.
Es la Democracia de la alta seguridad ciudadana.
Es la Democracia de un país que no es bodega del narcotráfico.
Es la Democracia de un país libre de los capos y de las maras.
Es la Democracia de la Gratuidad para los más de 6 millones de nicaragüenses: atención médica general, especializada y con equipamientos de alta tecnología. Y la Educación, por citar algunos avances.
III
Señor Presidente, no se puede esperar menos del país de las magnas culturas de Teotihuacán, Maya, Azteca, Olmeca, Tolteca, Lacandona, Otomí…, que produjo al notable pensador zapoteca. ¿Se acuerda de ese hombre? Ese mismo que dejó inscrito en el alma del generoso pueblo de México la otra cara de la moneda del Amor al Prójimo, proclamado por Jesucristo:
“Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al Derecho Ajeno es la Paz”.
Difícil hacer Historia si se destierra del patrimonio americano el legado de Benito Juárez, y más cuando se relega su postulado de todas las épocas, para partir de mitologías personales y equivocadas, con el agravante de paradigmas devastados por el tiempo.
No se podría esperar menos de la cuna de Miguel Hidalgo y Costilla, quien puso fin a la esclavitud y el dominio de las castas en el lejano 1810. Empero, a veces la tentación del espíritu de Santa Anna, y la agrietada gloria de los que temprano se creen redentores, no parecen estar todavía superadas en el siglo XXI.
Por esas castas a cuyos voceros usted les presta oídos, señor López Obrador, es que Nicaragua se hundió en el subdesarrollo y es uno de los países más pobres de América. Como cantó Carlitos Gardel, 20 años no son nada para revertir la tercermundista zona de confort de la oligarquía más atrasada del continente, esa que desenfundó su violencia y su asco clasista al pueblo, en 2018.
Señor López Obrador: Nicaragua está hecha a imagen y semejanza de Nicaragua. Está hecha para la Libertad, dijo Rubén Darío.
Los hechos son la Democracia participativa, no esos ignominiosos Muros contra la Libertad: los Tranques de Exterminio con que una minúscula minoría de gente sin escrúpulos ni representatividad –oenegeros, teólogos y otras “eminencias”, dizque “intelectuales”, “disidentes” y “demócratas”– intentaron dar un fascista golpe de Estado en 2018.
La realidad, señor López Obrador, fueron los votos, no los envenenados despachos y “análisis” de esos Medios de Enajenación Global, los cuales, al parecer, forman sus opiniones y moldean sus decisiones que no son las del admirado pueblo mexicano.
A propósito, la embajadora Baños, en nombre de usted, señor Presidente, dijo que otra de “nuestras preocupaciones” es “la participación política de su ciudadanía”.
Las evidencias están ahí, expuestas el 7 de noviembre. Son las certezas de un pueblo con un alto espíritu cívico que eligió a sus autoridades, conforme a las leyes de la República, no las que se quieren imponer desde los dictatoriales tranques oficiales de las metrópolis.
En Nicaragua los datos reales son los de las autoridades electas, incluso, con una legitimidad de largo aliento cuando, por primera vez en la historia, un partido y sus aliados obtuvieron la confianza de 2 millones 93 mil 834 ciudadanos: el 75.92% de los sufragios.
Esa es la verdad certificada por el 65.3% del padrón electoral, no las declaraciones telenoveleras de oscuros fascistas sin calado nacional ni arraigo popular, disfrazados de resplandecientes “demócratas”, pero expertos en inventar desde siglas deshabitadas, partidos de formatos digitales, coaliciones de mesa, liderazgos de poses y portadas, hasta candidaturas apócrifas.
En Nicaragua, y por Nicaragua, hablan esas grandiosas conciencias, de calidad indiscutible, comparadas con las administraciones resultantes de los mediocres procesos electorales de 1996 y 2001.
Comicios –¡mire cómo es la vida!– avalados alegremente por las mismas poderosas imposturas que hoy modelan su política internacional, y que en nombre de la democracia, nunca le dieron a usted la razón cuando se desgañitaba, después de cada elección presidencial, gritando:
–¡Fraude!,¡fraude!, ¡fraude!
Edwin Sánchez
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