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No se puede comparar de manera simplista y mecánica la situación de Nicaragua y El Salvador, y mucho menos, a Bukele con el presidente Daniel Ortega.
Veamos por qué.
En primer lugar, Nicaragua enfrenta una agresión imperialista que no es nueva, sino que lleva varias décadas desde el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979, ante la cual el pueblo y gobierno nicaragüense han desarrollado medidas para la defensa de su soberanía, la revolución y sus conquistas económico sociales.
En su proceso histórico, el pueblo nicaragüense ya derrotó varias intervenciones militares gringas: la del filibustero William Walker, en la década de 1850; la victoria de Sandino contra los marines (1927 a 1933), que obligó la salida de los ocupantes extranjeros; y la agresión militar contrarrevolucionaria conocida como «los contras», organizada y financiada por el gobierno estadounidense en la década de 1980.
Y, más recientemente, en 2018, derrotó también los planes de desestabilización, promovidos y financiados por la Casa Blanca para derrocar al gobierno nicaragüense, mediante el uso de la violencia, la conspiración política y una intensa campaña mediática de desinformación y mentiras contra el presidente Ortega.
En el caso de El Salvador es muy diferente: Bukele no enfrenta una agresión externa, sino al contrario, él agrede a la población, a la prensa crítica, a toda oposición política, a quienes identifica como «enemigos internos», al igual que en los tiempos de la dictadura militar.
El pueblo nicaragüense y el gobierno sandinista son antiimperialistas, con una larga y demostrada tradición de lucha; mientras que el gobierno de Bukele es pro imperialista, identificado con los sectores más retrógrados y neofascistas encabezados por Donald Trump. Eso marca una diferencia abismal.
En segundo lugar, en Nicaragua hay un gobierno que trabaja en beneficio del pueblo, que ha diseñado decenas de programas sociales que han reducido la pobreza y la desigualdad; mientras que en nuestro país hay retrocesos en la democracia y en la garantía y protección de derechos humanos; se han reducido y eliminado programas sociales, ha aumentado la pobreza, el desempleo, la inseguridad y todo está más caro. Las conquistas revolucionarias y democrática que pusieron fin a la dictadura militar con los Acuerdos de Paz en 1992 están siendo revertidas por el régimen autoritario de Bukele.
En tercer lugar, el gobierno nicaragüense actúa en el marco que las leyes y la Constitución le permiten para la defensa de su soberanía. El gobierno de El Salvador, al contrario, actúa violando las leyes y la Constitución para imponer su narco régimen dictatorial, desmantelando las instituciones democráticas y creando una estructura de corrupción e impunidad.
En cuarto lugar, Ortega y Bukele representan dos proyectos políticos muy diferentes.
El presidente Daniel Ortega junto al FSLN forma parte de un proyecto histórico de liberación nacional, y encabeza hoy el gobierno de Nicaragua como fruto de un largo proceso de lucha.
El presidente Bukele forma parte de un proyecto personal y empresarial; es un oportunista sediento de poder, con ideología derechista e intereses de clase dominante.
Sin embargo, Bukele es también un accidente en el camino, un obstáculo a remover en la lucha de liberación del pueblo salvadoreño.
En quinto lugar, la lucha de los pueblos por su independencia, soberanía y autodeterminación es un principio que debe ser respetado, sin injerencia extranjera en las decisiones internas de cada país.
El pueblo nicaragüense decidió en las urnas y eligió a Ortega presidente para un nuevo periodo.
Y el pueblo salvadoreño decidió en las calles sacar a Bukele y eligió la ruta.
http://izquierdarebelde.com/enganosa-comparacion-de-la-derecha-entre-nicaragua-y-el-salvador/?fbclid=IwAR0hDRMxMCymJcPJMctpVHYcmRHp2rM349Nn16zfHKCG5kr30vegQb1F904