“Bombardead al niño hoy y no tendréis que castigar al hombre”. Ministro de Ofensa, 2021, Twitter anónimo.
Pasaron pocos días para que el presagio, que intuimos algunos, se hiciera realidad: que la brillante idea del protestódromo, su “creador intelectual” la plasmara en un masacrádromo pocos días después de posesionarse como Ministro de Defensa (sic) de Colombia.[1]
En efecto el 2 de marzo se realizó un criminal y atroz bombardeo en las selvas del Guaviare donde fueron aplastados 12 colombianos, entre ellos varios niños.
Como suele acontecer, de manera inmediata el subpresidente, los altos mandos militares y el bocón Ministro de Defensa dieron un parte de victoria por el extraordinario logro obtenido al haber “dado de baja”, como se suele decir en la cínica jerga militar, a unos criminales y delincuentes, enemigos de la patria.
Por supuesto, los grandes medios de desinformación se dieron a la tarea de replicar la noticia y de felicitar a las “heroicas” fuerzas militares por esta nueva victoria de las fuerzas del bien sobre las del mal.
En la consabida rueda de prensa para presentar la exitosa misión, nadie dijo que entre los muertos se encontraban niños, y como suele suceder en este país acostumbrado a la muerte de los pobres y humildes, los dueños del país y sus áulicos se relamían de satisfacción por la gran hazaña de haber despedazado a seres humanos con las “bombas inteligentes” que se lanzaron sobre un campamento de la insurgencia.
Eso es lo que el Estado colombiano y sus fuerzas armadas viene haciendo desde hace décadas. Uno de esos momentos es registrado en la novela La sombra de Orión, por Pablo Montoya, cuando narra la acción de un francotirador de la Policía Nacional que mata a un niño: “Era un niño de siete u ocho años (…)
El francotirador lo veía todo con claridad: el aviso de letras rojas, el niño con la mochila que le llegaba casi a los pies. Estuvo unos segundos anclado en la vacilación, hasta que la voz fue como un estruendo. ¡Fuego, Carlindo, fuego! Él cerro los ojos y apretó el gatillo. (…)
Diste de baja a un bandido y ya está. Si lo hubieras dejado vivo, seguiría llevando y trayendo armas, y quien sabe cuántos de nosotros estaríamos marcando calavera. Jaramillo bajó lo ojos e intento convencerse de que liendre es liendre, sin importar el tamaño ni la edad”[2].
Es impresionante este pasaje como prefiguración de lo que va a decir el personaje que oficia como Ministro de Defensa (sic) y todos los abúlicos que lo acolitan: no importa la edad, son máquinas de guerra, peligrosos terroristas, delincuentes, criminales y mil cosas por el estilo y por eso hay que matarlos, en el caso reciente, bombardearlos sin piedad, porque así se mata a las liendres.
La justificación de lo injustificable
A los pocos días, un conocido periodista, Holman Morris, les aguó la fiesta, porque desde cerca del lugar del bombardeo empezó a denunciar que entre los muertos había varios niños y niñas y que en la zona se reportaba la desaparición de, por lo menos, 14 menores de edad.
La reacción del Ministro de Defensa (sic), Diego Molano, cuando ya era evidente que entre los asesinados por el Estado había niños, ya ha quedado en los anales históricos de la infamia, como una muestra de la mentalidad enfermiza y criminal del bloque de poder contrainsurgente de este martirizado país.
Sin rubor de ninguna clase ante los micrófonos de los periodistas y a través de sus redes antisociales manifestó que esos niños eran unas “máquinas de guerra” y que estaban allí para matar y hacerle daño al ejército y a la población civil.
Afirmó en forma textual: «Es que aquí no estamos hablando de que había alguien aprendiendo para el ICFES … son jóvenes convertidos en máquinas de guerra». Luego para refrendar sus declaraciones publicó en su cuenta de Twitter esta joya antológica: “Estas son máquinas de guerra” Estas son máquinas de guerra: -Alias Gentil Duarte: reclutado por las FARC a los 17 años; -alias Gabino: reclutado a los 14 años por el ELN. Hoy, estos dos son criminales, reclutadores, asesinos, secuestradores y extorsionistas”.
Mejor dicho, Robert McNamara, otro criminal de guerra Made in USA, le quedó en pañales. Recordemos que este personaje que fue Secretario de Defensa (sic) de los Estados Unidos durante los gobiernos de Kennedy y Jonhson (1961-1968) y luego presidente del Banco Mundial (1968-1981), aparte de bombardear campesinos en Vietnam y el sudeste asiático, entre ellos niños y mujeres, fue uno de los promotores del control de la natalidad.
Al respecto, fue famosa su afirmación: Es mejor matar a los niños antes de nacer o en el vientre materno y no en las selvas tropicales años después cuando sean guerrilleros.
Ahora, y para que no se diga que desde Colombia no se hacen contribuciones imperecederas a la miseria huma, se predica por boca del Ministro de Defensa, que hay que matar niños pobres antes de que crezcan y se vuelvan un peligro como los jefes guerrilleros. Ahora si se entiende la lógica de Molano quien como buen militante del Centro (Anti)Democrática hace parte de la campaña Provida (sic) (léase Pro-Muerte), que se opone al aborto, y que puede resumirse de esta forma: hay que dejar nacer a todos los niños, y más si son pobres, y luego bombardearlos antes de que crezcan, porque son una máquina de guerra. ¡Hasta el mismo McNamara estaría escandalizado ante tanto cinismo!
“Daños colaterales” y justificación de la pena de muerte impuesta por el Estado
Un elemento que debe resaltarse y que generalmente pasa a segundo plano o se acepta de manera implícita, incluso por muchos de los que critican el bombardeo de niños, es el siguiente: es lícito y legítimo que el Estado colombiano (ilegitimo y criminal hasta los tuétanos) bombardee insurgentes (a los que se presenta como criminales sin norte alguno y como vulgares narcotraficantes).
El problema, en el mejor de los casos, es que haya niños, pero si estos no están en los campamentos no hay ningún inconveniente.
Al respecto, la periodista María Teresa Ronderos, asociada a la fundación The Open Society de Georges Soros, afirma: “Nadie pone en cuestión que el Ejército haga operativos, ni siquiera que pueda cometer errores lamentables (¡!) cuando enfrenta peligrosos criminales”[3].
Es decir, es necesario aceptar en esta postura liberal que se presenten los “daños colaterales” como un mal menor y necesario, porque la acción del Estado goza de legitimidad, a pesar de que las fuerzas armadas de este país den muestras todos los días de un accionar criminal e impune (como lo indican los asesinatos denominados en forma eufemística “falsos positivos”, las violaciones, el asesinato de desmovilizados de las Farc, represión indiscriminada contra las protestas, como las del 9-10 de septiembre del año anterior cuando fueron masacrados 14 personas…).
En esa misma dirección Sergio Fajardo, ese individuo gris y pusilánime, que se pinta como un gran intelectual y político de centro, afirmó que el asesinato de los niños era un “daño colateral” y lo mismo dijo uno que otro periodista. (por ejemplo, Juan Manuel Ospina[4]). O sea que un crimen de guerra, eso es el asesinato de niños, es un simple daño colateral. Bastante han aprendido muchos políticos y periodistas colombianos de sus maestros de Estados Unidos e Israel en el arte de bombardear y disfrazar sus crímenes con vericuetos lingüísticos.
Algunos periodistas no se lamentaban del asesinato de niños, jóvenes y adultos, sino de que no hubieran matado a Gentil Duarte y no lo ocultaron[5]. Esto demuestra la aceptación de la lógica criminal de la contrainsurgencia, con la legitimación de sus crímenes.
No se cuestiona a los bombardeos, con lo que supone de violación del Derecho Internacional Humanitario, sino que estos están legitimados porque apuntan a matar criminales, algo que incluso en términos formales es inconstitucional porque en este país no existe la pena de muerte legal, aunque si se haya impuesto como en pocos lugares del planeta la pena de muerte real, cotidiana y permanente.
Y, no por casualidad al tiempo que se realizaba la masacre del 2 de marzo, el régimen y sus áulicos abiertos o solapadas, celebraban los 13 años de la masacre de Sucumbíos, Ecuador. A propósito de ese hecho, Eduardo Pizarro León-Gómez afirmaba en una columna de El Tiempo esta joya que no tiene desperdicio: el bombardeo al Ecuador, un crimen de guerra y una violación de la soberanía de otro país, le había servido a Ecuador y era un favor que el régimen de Uribe le había hecho.
Al respecto dice este disparate cínico que es además la justificación de un crimen: “Es también indispensable señalar que esta Operación Fénix fue favorable para Ecuador.
Uno de los mayores riesgos para un país fronterizo de otro en conflicto es el desbordamiento de la confrontación hacia su propio territorio”[6]. Falta que diga que ese bombardeo cobarde beneficio a México porque asesinó a cuatro de sus estudiantes y eso impidió que el conflicto llegará al país azteca.
Claro, no se le puede pedir peras al olmo, si recordamos que en el momento de ese criminal bombardeo el personaje en cuestión era un funcionario uribista e indica por lo demás la responsabilidad de muchos académicos en la legitimación del régimen criminal de la (in)seguridad anti(democrática), algo ante lo que pasan de agache pues luego dejaron de ser uribistas o se camuflaron como santistas.
Herodes protegiendo a los niños
En el Nuevo Testamento se cuenta que Herodes, Rey de Judea, ante el anuncio que pronto iba a nacer el Hijo del Mecías en Belén, dio la orden de matar a todos los niños menores de dos años para deshacerse de Cristo. Es bueno traer a colación esta leyenda bíblica en el momento actual de Colombia, porque el individuo que oficia como Ministro de Defensa, el mismo que dice tamañas barbaridades para justificar la masacre de niños, se desempeñó hace algunos años como director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
Esta institución estatal dice en su publicidad oficial que es una entidad “que trabaja por la prevención y protección integral de la primera infancia, la niñez, la adolescencia y el bienestar de las familias en Colombia, brindando atención especialmente a aquellos en condiciones de amenaza, inobservancia o vulneración de sus derechos”.
Por tan loables propósitos, se supondría que una institución de esta índole debería estar dirigida por una persona, hombre o mujer, con una formación humanista, defensor de la vida y de la dignidad, pacifista, alguien que en forma desinteresada se sacrifica por proteger a los niños de Colombia. Pero como en este país no hay que aterrarse por nada, Diego Molano fue director del ICBF. Esto es, sin exageraciones, Herodes cuidando a los niños.
Y como la propaganda no falta, cuando Diego Molano fue Director del ICBF, ciertos periodistas prepago hacían comentarios de este individuo sobre su bondad con los niños, que hoy solo producirían risa, sino fueran tan cínicos: “Cuando nace un niño nace la esperanza de una mejor patria.
Y es por eso seguramente que el actual director nacional del ICBF, Diego Molano Aponte comprometido con la niñez colombiana sabe que los niños son la mayor certeza de que Dios existe”[7]. ¡Claro, y por eso los manda bombardear para que se reúnan con Dios en el más allá! Porque cuando se masacra un niño, siempre pobre, muere cualquier esperanza.
La hipocresía sobre el reclutamiento
Y en cuanto al reclutamiento forzoso frente al cual también se rasgan las vestiduras los “sesudos” analistas y periodistas, llama la atención que jamás nombren el reclutamiento forzoso del Ejército colombiano.
¿No saben acaso quiénes lo integran, de qué sectores sociales provienen y cómo los vinculan a las tropas? No saben que ningún hijo de rico, ni siquiera de clase media está en el Ejército de la “patria” y que la tropa común y corriente está formada por hijos de campesinos y habitantes pobres de las ciudades, que son recogidos en barrios y veredas en redadas periódicas y metidos en camiones para que presten el servicio militar y sirvan como carne de cañón a los dueños de Colombia.
Como bien lo dice el escritor Pablo Montoya: “Y el sistema de reclutamiento poco ha cambiado: invaden las casas campesinas, los ranchos de los barrios marginales, las plazas de los pueblos, y los ejércitos lanzan sus redes para capturar a los pobres y ponerlos a que vistan los trajes de la patria y porten sus armas asquerosas”[8].
Pero no es solamente eso, sino que, además, se supone que el reclutamiento es algo de simple presión, y no está relacionado con las condiciones de vida, sin presente ni futuro en gran parte del territorio colombiano, y donde el Estado y las clases dominantes solo se acuerda de esos territorios cuando hay que bombardearlos, pero jamás está allí en términos de educación, salud, empleo.
El reclutamiento no es algo que es producto de la decisión de hombres malévolos, como la pintan tantos analistas que se rasgan las vestiduras, sino que es un resultado de la pobreza, miseria, injusticia y desigualdad que soportan la mayor parte de los colombianos.
Por eso, cuando un editorial o artículo de opinión de El Tiempo condena el “reclutamiento forzado” eso es un signo despreciable de hipocresía, porque Luis Carlos Sarmiento Ángulo, su propietario ricachón, es uno de los directos responsables de la miseria de los colombianos, que es una de las fuentes del reclutamiento.
Y eso solo puede explicarse porque ese Sarmiento Angulo, el dueño de ese insufrible pasquín y del país, jamás pondrá a sus nietos a alistarse “voluntariamente” en el ejército para adelantar la guerra, de la que tanto se lucra, y por eso las fuerzas represivas del Estado (“legales” dicen sus corifeos) acuden al reclutamiento forzado y obligatorio de los colombianos más pobres.
Quienes tanto se mesan los cabellos ante el reclutamiento forzado de la insurgencia deberían aplicar eso mismo al Ejército oficial y, más aún, reclamar para que su tropa de combate esté integrada por los hijos de los ricos, los mismos que alientan, financian y patrocinan la guerra y la muerte de los pobres. Y esto debe señalarse porque la negación de los poderosos a formar parte del ejército que los defiende es una premisa del reclutamiento de los otros, de los pobres.
Obvio, que eso no lo van a decir los críticos del reclutamiento forzado, porque la lógica contrainsurgente les ha penetrado hasta la medula.
La profecía de Gonzalo Arango
Tras la muerte del bandolero liberal Desquite, en 1964, el joven poeta nadaista Gonzalo Arango escribió su Elegia a Desquite, en la que concluía con unas sabias y proféticas palabras que no han perdido actualidad desde cuando fueron escritas hace 55 años: “Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”[9].
Pues en la lógica criminal de las clases dominantes de Colombia y su Estado contrainsurgente después de matar a Jacinto Cruz Usma, bandolero liberal conocido como Desquite, han aplicado la misma política de tierra arrasada por la metralla y los bombardeos para matar a miles de colombianos que se han levantado en armas como Desquite.
Han quedado algunos de esos nombres: El Mono Jojoy, Raúl Reyes, Alfonso Cano, del lado de las Farc, pero también Camilo Torres, y los hermanos Manuel y Antonio Vásquez Castaño del ELN y otros luchadores que siguen alzados en armas.
Y a todos ellos a los que se quiere matar y se les mata, pero el mismo día hay otros que los reemplazan.
Siempre se crea un nuevo enemigo, un nuevo engendro del mal, hay que matar a como dé lugar, y ahora eso se hace con bombardeos cobardes, aunque tanto se diga que en la democracia asesina que hay en nuestro país no existe la pena de muerte.
Hoy uno de los enemigos a despedazar con bombas es Gentil Duarte y otros insurgentes. Nunca se explican las razones por las cuales sigue en la pelea, y sus ideales se reducen a puras acciones criminales.
Si los matan, para satisfacción de periodistas, académicos y amantes de la sangre, otros los remplazarán, como lo predijo Gonzalo Arango y máxime con las condiciones que el bloque de poder contrainsurgente han creado para que se reactive un tercer ciclo de guerra en Colombia, con su secuela de muerte y dolor para los colombianos más humildes.
NOTAS
[1]. Ver: Renán Vega, La “sofisticación teórica de la extrema derecha”, en Rebelión, febrero 7 de 2021. Disponible en: https://rebelion.org/la-sofisticacion-teorica-de-la-extrema-derecha/
[2]. Pablo Montoya, La sombra de Orión, Random House, Bogotá, 2021, pp. 35-36. Énfasis nuestro.
[3]. María Teresa Ronderos, https://www.elespectador.com/opinion/la-maquina-de-inflar-del-mindefensa/
[4]. Juan Manuel Ospina, https://www.elespectador.com/opinion/ninos-atrapados-en-la-guerra/
[5]. Ver, por ejemplo: Julio César Londoño, https://www.elespectador.com/opinion/una-guerrillera-de-nueve-anos/
[6]. Disponible en: https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/la-operacion-fenix-mas-alla-de-la-muerte-de-raul-reyes-573111.
[7]. Luis Barrera, Diego Molano, comprometido con la niñez colombiana, septiembre 10 de 2021. Disponible en: https://www.proclamadelcauca.com/diego-molano-aponte-comprometido-con-la/
[8]. Pablo Montoya, La sombra de Orión, Randon House, Bogotá, 2021, p. 331.
[9]. Gonzalo Arango, Elegia a Desquite. Disponible en: https://www.gonzaloarango.com/ideas/desquite.html
https://rebelion.org/masacradromo/